Foja de poesía No. 478: Leonardo Varela

Aunque nacido en el DF, Leonardo Varela (Ciudad de México, 1970) radica en la Paz, Baja California desde 1984. Se ha destacado como un poeta sólido en el panorama actual de la poesía mexicana cuya propuesta ha recibido importantes reconocimientos como el premio Jaime Sabines en 2003. Autor de una docena de libros de poesía, de los cuales destacan Prohibida azul distancia, Comala Blues, Palabras para sobrevivir en el desierto y Perihelio/Elefantia.

 

 

 

 

 

 

 
Bucólica

a Leopoldo María Panero

 

Algún día

nos cansaremos de errar

por estos valles de comedia

Pastores sin rebaño. Ovejas negras

La marea de los pastos

peinados por la sed de los alisios

recorriendo la erguida

estepa de la muerte. Dejaremos entonces

a un lado las zaleas

y vendremos los lobos

de uno en mil, cantando

 

(Palabras para sobrevivir en el desierto, 2007)

 

 

Lanzarote

 

Sobra decirlo todo, pesa

como lluvia la música

y el incendio se aleja exasperado

por las voces que hurtó

de la memoria. Este, mi aprendizaje

a golpes de molino, a trechos

de espada sin saber

si valía la pena tanto gozo

El cuerpo insiste en su caída,

busca en el vértigo su bandera

y en la desolación

los cantares de siesta

de tu nombre. Tal un amargo vino

que pulsara la boca derramada, las venas

tristes por un mar del Norte

 

(Palabras para sobrevivir en el desierto, 2007)

 

 

 

Herir

 

Es un lugar común

describir la faena que protagonizan los amantes

y al final no se sabe

cuál de los dos es el toro

La novia

empitona sus pechos

para las armas del hombre

El diestro

juega a no ser tocado

Ambos embisten,

alguno

es el primero que sangra

 

(Palabras para sobrevivir en el desierto, 2007)

 

 

 

Vencer al Minotauro

 

De la valiente Ariadna no pude retener sino el oro más fino de sus cabellos

Celoso por el padre que la desposaría con la muerte,

me adentré en la ciudad

sin saber qué recodo de mi sombra ayudaría a vencer al Minotauro

Consciente de haber sido una esperanza nada más, fruto

de la inconsciencia heroica,

a seiscientas doncellas que serían sacrificadas

las hice mis esposas. Discretamente ungido

por sus besos, me deslice en la noche, tembloroso

y ebrio, desvelado

por las arpas que el viento tañía entre sus muslos

y la miel que vertieron en sus labios

Llegué hasta aquí, pero me siento solo y aburrido

Extraño vuestros mantos, los peines delicados

con que ordenáis el tiempo, vuestros raros perfumes

Sería tan hermoso

ser el más miserable de todos los esclavos

 

(Palabras para sobrevivir en el desierto, 2007)

 

 

Paradiso

 

De todo esto quedará para ti la memoria de un árbol

Hoja que se desprende para dejar el tacto gastado de raíz

Ausencia que habitamos con los huesos ennegrecidos por el fuego

Agua del torso, desnuda flexión del brazo

que sostiene a la estatua

En espera del reino por venir, fluye tu gracia confundida con el oro

Al margen de la niebla, mi olvido es un relámpago

–equivoca

el sitio donde cae

He aquí los nombres comunes al invierno:

He aquí la canción del gavilán extasiado en la belleza del Diluvio

 

(Palabras para sobrevivir en el desierto, 2007)

 

 

 

Palma sola

 

En esta palma sola cabe toda la lluvia, oscilación del fuego heracliteano

Esta palma resuena en las capas más nítidas del aire

Engendra y destruye paisajes con la idea de mar

Enuncia, bajo signos vitales, la existencia de un mundo anterior al lenguaje

Solitaria raíz volcada al pensamiento

esta palma se mece entre dos aguas

La frialdad de la aurora la baña; luz pura sin vibración de calor

Su presencia en la tarde lluviosa es un enigma

La conciencia no llega a descifrarla

Solamente la vemos transcurrir dócilmente

Sin esta palma sola

el universo entero sería inhabitable

 

(Palabras para sobrevivir en el desierto, 2007)


 

 

Siluetas de Manhattan

 

Una de las pocas cosas buenas de los tiempos modernos es que si mueres horriblemente por televisión, no habrás muerto en vano. Nos habrás entretenido.

Kurt Vonnegut

 

El viento arrastra hojas que una vez fueron

homenajes al otoño, cuerpos disueltos en un aire

de grandeza, oh muertos instantáneos de la velocidad

dejen caer sobre nosotros el peso de su sombra

embajadores del vértigo, semidioses que caen

por última vez en este fértil valle de lágrimas

construyan ciudades y fecunden imperios

ah de vosotros marineros en el fenicio mar

bursátil, donadores de resina para el ojo

sin fin de las calderas, no detengan su vuelo

hacia la Historia, aquí los estaremos esperando

 

(Naufragaciones, 2007)

 

 

 

Baudeleriana

 

Jeanne Duval era negra

como esos escorpiones que rondan por las ferias

y son inofensivos

salvo para el que los ama

 

La Venus Negra

la Diosa

bailaba en un bar de París

de cuyo nombre no queremos acordarnos

 

El poeta acudía cada noche

a padecer la espuma de su danza

 

(Naufragaciones, 2007)

 

 

Precisiones del Duque de Gandía

con motivo de la muerte de Isabel de Portugal

 

 

Nunca más serviré a señor que pueda fenecer.

Sophia de Mello Breyner-Andersen

 

Toca el cristal del lecho

Es la historia de un hombre contada por sus días

Largas noches velando al pie de una muralla

Silenciosa y fugaz, que nadie más veía

Pues la ciudad cercada sólo existió en sus miedos

Memoria de su llanto

Desde que era un chiquillo del tamaño de una piedra

Desdentada y filosa

Donde el viento estrelló sus puños en el alba

 

A esa edad en que todo parece un simulacro

Del verdadero mar, que aún habita en nosotros

Y todavía se escucha

La lejana voz de Dios inaugurando las cosas

Las ciudades no son lo que aparentan

Ni los hombres más solos de la tierra van por ahí gritando

que se muere la poesía

Por el contrario hay quienes simplemente nacen

Y algún día

Habrán de retornar al viejo lecho de la sombra
Igual los barcos se alejan de nosotros

Así nos alejamos

Ajenos a toda metáfora

Como los puertos se van sin dejar sin dejar una luz que nos sostenga

Entre la vastedad

Así se van los días que han quedado tras nosotros

Los días que han de quedar cuando de nuestros sueños

no permanezca nada

Ni siquiera la posibilidad de haber sido olvidados

Y tal parezca que el mundo nunca nos concibió

Como si hubi-

Éramos sido

Una raza fatal, una vía desechada para la evolución de nuestra especie

El perfil de la moneda que nunca se acuñó

El canto

De un ave imaginaria

 

Como si el nombre de esta ciudad no hubiera sido anticipado

Por el más verosímil de todos los poetas

Yo salgo a caminar

Y el aire se duplica en mis pulmones

Hay un río que cruza la ciudad de una orilla a la otra

Un río que no es de oro pero tampoco falta

Porque el río llega al mar, como Manrique dijera

En su famosa copla a la muerte del padre

Líbreme Dios de hacer poemas cuando mi padre muerto esté en la tumba

Líbreme Dios de ser poeta si algún día llego al mar

Y mientras tanto corro por la costa del verbo colmado de muchachas

Que no necesitan poesía para mover sus caderas

Ni pensar en la muerte rutinaria

Mientras sus cuerpos pasan como estatuas

Que sabemos serán irrepetibles

Esa iracunda llama

He mirado pasar con más saudade que deseo

 

Afuera el río atruena, pasan camiones arrojando fuego

Ladran los perros como si el cielo estuviera a punto de caer

Los cobradores pasan en sus motocicletas inclementes

-ah, Baudelaire-

El carro de helados toca flautas de Hamelin

Los vendedores de todo llegan cargados de enciclopedias

Sobre pueblos remotos y animales precarios

Nuevos canales de televisión, orgasmos por computadora

También hay quienes llegan ofreciendo la muerte

También ay quienes llegan ofreciéndola

Bajo la forma de un libro

“-¿Acaso no ha leído usted la Biblia?”

¿Acaso Dios leyó alguna vez la Biblia

y autorizó a estos muertos venir a divulgarla?

 

No es que esté contra las religiones

Pero he tocado el pecho de los hombres

Y he habitado

Esta playa de huesos de la que nadie dice nada

Al lado del más humilde de los profetas

He sabido con quién se acuesta Dios

Y a quiénes odia más que a su propia imagen

Desde el antiguo paraíso

¿Para qué tantos templos

Para qué tantos nombres si no existiera

Esta temprana enemistad con el destino

Este destierro de canciones y guitarras?

Yo no tengo derecho a decir nada

Para eso está el fado

Y esas voces que cantan doloridas

Dolorosas

Porque son como playas que no llegan al mar

Como ríos que no recuerdan

Si alguna vez cruzaron esta ciudad vacía

 

Isabel de Portugal murió con todos los honores que se dispensan a los reyes

Salvo que reyes y reinas del pasado

no podían congelarse como el estúpido Walt Disney

Lo cual estaba bien para ese entonces

Había que pulimentar una losa muy grande y muy pesada

Para cubrir esa tumba

Y defenderla del embate de los ángeles que acudirían a arrancarla

O de las multitudes que acudirían a llorarla

Como si cada uno de ellos fuera y no fuere un trozo de esa muerte

Habría que defender ese puerto

como se defiende un puerto de los piratas

Como se protege una torre frente al asedio de las olas

Habría guardias noche y día protegiendo que nadie perturbara

esa muerte

Sacerdotes y hombres sabios dictando responsos

Encendiendo incensarios

Sacrificando perros

Para cruzar el Mictlán de los leprosos

Que le habían reservado a su monarca
¿Entonces, Duque, para qué desdeñar a los cadáveres

de la guerra y la paz de los sepulcros?

¿Por qué llorarla a ella?

¿Es decir no será que mutuamente nos estamos llorando

Todavía para qué desde tan largo tiempo

Ella, nosotros, usted y aunque no quiera

Ser llorado como el poeta que nunca fue

Sino por boca de Sophia de Mello?

 

He dicho todas estas cosas tan vulgares

Todas estas palabras insensatas y comunes

Para hablar de una muerte que no quiero nombrar

Señor Duque de Gandía

Su improbable excelencia en este diálogo

Al final del cual quisiera escabullirme con las piedras

Que rodean el silencio de los hombres

Esta ciudad alada y somnolienta

Amenaza desmoronarse al menor golpe de vino

Y cuando sus murallas ya no puedan sostenerme

Me perderé en las aguas de este insomnio

Junto con usted y si desea

Su amada ama

A la cual no tuve el gusto de conocer

Ni ahora, en estos tiempos tan procaces

En que debo atender asuntos más urgentes

Como esta llamada por teléfono

Así que nos iremos despidiendo

Sin hacer un solo gesto

Como suelen hacerlo las estatuas

 

(Palabras para sobrevivir en el desierto, 2007)

 

 

 

 

Tabernáculo

 

 

Susurro tu nombre

a los leones dormidos del poema

sobre cuya cabeza

se desliza una luna inverosímil

colmando de arena

el afligido espacio entre los cuerpos

aún por descubrir: ahí

donde se unen labios

y una mujer desnuda

brota de la ficción, monologando

su reino de agua

en las riberas del acertijo.

 

Recuerdo el mar y me recuerdo a mí mismo

(Panero dixit)

desnudo ante los nombres, omitido

de todo libro de caballería,

insomne y residual, asiendo

el espectro de un cigarro como ante

un vaso que escapa de mi mano

mientras lo sostengo, como un lago

en el cual me sumerjo

sin llegar a tocar jamás su fondo

sin saber ja-mais de ti

que la palabra que me has dado

como prenda de fe,

cual testimonio de omnipresencia.

 

Susurro tu nombre a los oídos del huracán

cuando siento caer la delgada retícula del sueño

y el valeroso patio muere

a manos del insomnio cobarde, oh cabellera

más fuerte que una espada bajo los párpados

arrojados a la negrura del estanque

donde la noche danza

y los pájaros luchan por la posesión de la pesadilla.

 

 (Tabernáculo, 2008)

 

Leonardo Varela (Ciudad de México, 1970). Reside en La Paz, Baja California Sur, desde 1984, donde se graduó como licenciado en Humanidades. Autor de una docena de libros de poesía, de los cuales destacan “Prohibida azul distancia”, “Comala Blues”, “Palabras para sobrevivir en el desierto” y “Perihelio/Elefantia”. Autor, también, de la antología poética “Voz de la estirpe: poemas y poetas de BCS en el siglo XX”, el volumen de cuento “Desiertos” y la novela “El miedo a las imágenes”. Ha recibido diversos premios nacionales e internacionales de poesía, como el Jaime Sabines en 2003 y el Gilberto Owen en 2010. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del CONACULTA.

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