La poesía y la divinidad

Presentamos un texto de Miguel León Portilla, perteneciente a su clásico Los antiguos mexicanos, en donde se abordan las relaciones entre la divinidad y la poesía. Ya los tlamatinimes, en la reunión que auspició el Príncipe Tecayehuatzin, señor de Huexotzinco, habían definido las flores y los cantos como el vínculo más estrecho con Aquel que es invisible como la noche e impalpable como el viento.

 

 

 

 

 

LA DIVINIDAD CONCEBIDA EN RELACIÓN DE FLORES Y CANTOS

 

TANTO Nezahualcóyotl, Señor de Texcoco, como Tecayehuatzin, de Huexotzinco, y otros varios pensadores, se empeñaron por comprender de algún modo, en relación con su pensamiento de símbolos y poesía, el enigma supremo de la divinidad. Indudablemente no podía satisfacerles el culto de los sacrificios humanos impuesto por los aztecas. Claramente señala este punto el ya citado Ixtlilxóchitl en su Historia Chichimeca:

Tuvo [Nezahualcóyotl] por falsos a todos los dioses que adoraban los de esta tierra, diciendo que no eran sino estatuas de demonios enemigos del género humano; porque fue muy sabio en las cosas morales y el que más vaciló, buscando de dónde tomar lumbre para certificarse del verdadero Dios y criador de todas las cosas, como se ha visto en el discurso de su historia, y dan testimonio sus cantos que compuso en razón de esto, como es el decir, que había un solo [Dios], y que éste era el hacedor del cielo y de la tierra, y sustentaba todo lo hecho y criado por él, y que estaba donde no tenía segundo sobre los nueve cielos que él alcanzaba: que jamás se había visto en forma humana, ni en otra figura.

En realidad la actitud de Nezahualcóyotl y posteriormente de su hijo Nezahualpillí, ambos señores de Texcoco, fue la de volverse a la antigua doctrina tolteca. Más abajo veremos cómo los títulos con que designa Nezahualcóyotl al supremo Dador de la vida coinciden en general con las antiguas invocaciones toltecas. Sin embargo, tanto Nezahualcóyotl como los otros tlamatinime de los siglos XV y XVO, no fueron meros ecos de un pensamiento antiguo. También supieron pensar por su cuenta, “con flores y cantos”, como lo muestra el siguiente texto, que puede atribuirse verosímilmente a Tecayehuatzin, señor de Huexotzinco. Se trata de una profunda meditación acerca del valor del hombre frente a la divinidad. El pensador náhuatl reflexiona acerca del enigma supremo. Llama a dios con el antiguo título de Dador de la vida, que Tlacaélel hábilmente pretendió hacer sinónimo del Sol-Huitzilopochtli. La meditación de Tecayehuatzin implica en el fondo la paradoja del hombre en la tierra. Comienza llamando a la divinidad “Dueño del cerca y del junto” (Tloque-Nahuaque), antigua invocación tolteca. Reconoce que al lado de si, nada hace falta al hombre, y al final llega a afirmar que tal vez todas las cosas bellas sean manifestaciones de Dios. Pero la parte central de su meditación es la repetición y profundización de la duda tremenda: ¿Qué somos los hombres para la divinidad? ¿Qué es la divinidad para los hombres? Veamos el texto mismo:

 

Tú, Dueño del cerca y del junto.

aquí te damos placer,

junto a ti nada se echa de menos,

¡oh Dador de la vida!

sólo como a una flor nos estimas,

así nos vamos marchitando, tus amigos.

Cómo a una esmeralda,

tú nos haces pedazos.

Como a una pintura,

tú así nos borras.

Todos se marchan a la región de los muertos,

al lugar común de perdernos.

¿Qué somos para ti, oh Dios?

Así vivimos.

Así, en el lugar de nuestra pérdida,

así nos vamos perdiendo.

Nosotros los hombres,

¿a dónde tendremos que ir?

Por esto lloro,

porque tú te cansas,

¡oh Dador de la vida!

Se quiebra el jade,

se desgarra el quetzal.

Tú te estás burlando.

Ya no existirnos.

¿Acaso para ti somos nada?

Tú nos destruyes,

tú nos haces desaparecer aquí.

Pero repartes tus dones,

tus alimentos, lo que da abrigo,

¡oh Dador de la vida!

Nadie dice, estando a tu lado,

que viva en la indigencia.

Hay un brotar de piedras preciosas,

hay un florecer de plumas de quetzal,

¿son acaso tu corazón, Dador de la vida?

Nadie dice, estando a tu lado,

que viva en la indigencia.

 

Siendo el hombre como el jade que se quiebra y el plumaje de quetzal que se desgarra, busca anhelante una raíz en qué poder cimentarse. Ya vimos que en náhuatl “verdad” (neltiliztli) connota la idea de raíz. Hemos visto asimismo que para los tlamatinime la única forma de decir palabras verdaderas, capaces de introducir raíz en el hombre, es por el camino de las flores y los cantos, o sea del simbolismo y la poesía. No es, pues, de extrañar que en textos como el citado veamos a los sabios nahuas preocupados por encontrar esa verdad o raíz que tanta falta les hace. Se ha preguntado Tecayehuatzin si los hombres no existen delante de Dios, si acaso son sólo un objeto con el que la divinidad se divierte. Mas, al lado de tan angustiosas preguntas, comienza a vislumbrarse una respuesta teñida ciertamente de un dejo de escepticismo:

 

Hay un brotar de piedras preciosas,

hay un florecer de plumas de quetzal,

¿son acaso tu corazón, Dador de la vida?

 

Matizado asimismo de duda, existe otro texto debido a un pensador anónimo de la región de Chalco, cercana a Xochimilco, que vuelve a plantear desde un punto de vista distinto el problema de la divinidad. los toltecas concebían a Dios como un principio ambivalente, dos rostros, uno masculino y otro femenino, pero un solo Dios: el Dios Dual, Ometéotl. Ese dios a quien los toltecas invocaban llamándolo “Señor y Señora de nuestra carne” (Tonacatecuhtli, Tonacacíhuatl), ¿realmente existía? Y en caso de existir, ¿dónde estaba su morada? He aquí las preguntas que se plantea el pensador de Chalco:

 

¿A dónde iré?,

¿a dónde iré?

El camino del Dios Dual.

¿Por ventura es tu casa en el lagar de los descarnados?,

¿acaso en el interior del cielo?.

¿o solamente aquí en la tierra

es el lugar de los descarnados?

 

El pensador de Chalco se ha propuesto una triple interrogación. Se trata de las tres únicas posibilidades respecto del sitio donde puede morar Ometéotl ¿Vive en algunos de los pisos celestiales que están por encima de la tierra, o tan sólo aquí en este mundo, o acaso en la región de los muertos, a donde van los descamados? La solución hallada por los tlamatinime nos la da, entre otros, un texto, proveniente esta vez de Texcoco y conservando asimismo dentro de la Colecciona de Cantares Mexicanos de la Biblioteca Nacional. Escuchemos la respuesta en la que se designa a Ometéotl, Dios Dual, como Madre y Padre de los dioses, el dios viejo de las antiguas culturas:

 

Madre de los dioses, padre de los dioses, el dios viejo,

tendido en el ombligo de la tierra,

metido en un encierro de turquesas.

El que está en las aguas color de pájaro azul,

el que está encerrado en nubes,

el dios viejo, el que habita en las sombras

de la región de los muertos,

el señor del fuego y del año.

 

Tal es la respuesta: el que es Padre y Madre de los dioses da raíz o verdad a la tierra “tendido en su ombligo”. Por otra parte, está más allá de la tierra, “en las aguas color de pájaro azul”, que circundan al mundo; está por encima de las nubes y asimismo se halla presente “en la región de los muertos”. Es, en una palabra, Tloque Nahuaque, Dueño dcl cerca y del junto, Señor del espacio y el tiempo. Y como una nueva afirmación de la omnipresencia del Dueño del cerca y del junto, tanto en el espacio como en él pensamiento mismo de los pueblos de habla azteca o náhuatl, encontramos numerosos textos de carácter ritual que se repetían en ceremonias como la del nacimiento de una criatura, el matrimonio, la educación de los hijos, la muerte de alguien, etc;., en los que se mencionan expresamente los diversos títulos de la divinidad suprema. Así, por ejemplo, cuando había venido a este mundo un nuevo ser humano, después de haberle cortado el ombligo y haberlo lavado, la partera náhuatl lo levantaba y pronunciaba las siguientes palabras, invocación del Dios Dual, Señor del cerca y del junto:

 

Señor, amo nuestro:

la de la falda de jade.

el de brillo solar de jade.

Llegó el hombre

y lo envió acá nuestra madre,

nuestro padre,

el Señor dual, la Señora dual,

el del sitio de las nueve divisiones,

el del fugar de la dualidad.

 

Y nótese expresamente que esta invocación se formulaba no solamente en ciudades como Texcoco, Huexotzinco y Chalco, donde con mayor fuerza prevalecía el influjo de los tlamatinime, sino aun en la misma México-Tenochtitlan, en la que reinaba el pensamiento militarista de Tlacaélel, con su dios Huitzilopochtli. Para acabar de comprender la concepción náhuatl acerca de la divinidad a base de flores y cantos, transcribiremos aquí las primeras palabras que se encuentran en otras varias plegarias o invocaciones como la citada anteriormente. Pudiera decirse que se trata de los grandes títulos con que se mencionaba a la divinidad suprema al dirigirse a ella. La presencia de dichos títulos de tan numerosas plegarias, hace desvanecer por completo la afirmación algunas veces insinuada de que el dios supremo era para los nahuas una especie de “rey holgazán” que, situado en lo más alto de los cielos, se había olvidado del mundo, así como los hombres se habían olvidado de él. Las palabras con que es designado y que constituyen algo así como sus atributos fundamentales, son las siguientes: Tlacatle, Tloque-Nahuaque, Ipalnemohuani, Yohualli-Ehécatl, Moyocoyatzin, cuya traducción al español, lo más aproximada posible, es: Oh Señor, Dueño del cerca y del junto, Dador de la vida, Noche y Viento, El que se está inventando a sí mismo. El primér título, Tlacatle, Oh Señor, es una afirmación bien clara del dominio y del poder del que es Señor y Señora de nuestra carne, el Dios Dual, Ometéotl. Tloque-Nahuaque, Dueño del cerca y del junto, es la afirmación explícita de la omnipresencia de la divinidad suprema. Se trata de un nuevo símbolo, flor y canto, en el que aparece el Dios Dual como dueño de la cercanía (tloc) y del anillo inmenso que circunda al mundo (náhuac). En otras palabras, que siendo el dueño del espacio y la distancia, estando junto a todo, todo está también junto a él. Ipalnemohuani es otro interesante término que, analizado desde el punto de vista de nuestras gramáticas indoeuropeas, es una forma participial de un verbo impersonal: nemohua (o nemoa), se vive, todos viven. A dicha forma se antepone un prefijo que connota causa: ipal- por él, o mediante él. Finalmente al verbo nemohua (se vive), se le añade el sufijo participial -ni, con lo que el compuesto resultante Ipal-nemohua-ni significa literalmente “Aquel por quien Se vive”. Se atribuye, pues, con este titulo al Dios Dual el carácter de vivificador de todo cuanto existe, plantas, animales y hombres. Yohualli-Ehécatl, Noche y Viento. En estrecha correlación con el ya mencionado título de Tloque – Nahuaque, que implica uña afirmación de la omnipresencia del dios supremo, este titulo, asimismo metafórico, significa la creencia en su carácter de algo invisible como la noche, e impalpable como el viento. Como si con un bello símbolo, flor y canto, los sabios nahuas quisieran designar metafóricamente la trascendencia del principio divino. Finalmente el último título mencionado, Moyocoyatzin, es palabra compuesta del verbo yocoya: “inventar, forjar con el pensamiento”; de la terminación reverencial -tzin que se acerca a nuestro “Señor mío” y del prefijo reflexivo mo- (a sí mismo). Reuniendo estos elementos, la palabra Mo-yocoya-tzin significa “señor que a si mismo se piensa o se inventa”. Tal título dado al Dios Dual, expresa de hecho su origen metafísico: a él nadie lo inventó; existe más allá de todo tiempo y lugar, es Noche y Viento, pero al mismo tiempo es el Dueño del cerca y del junto. En una acción misteriosa que sólo con flores y cantos puede vislumbrarse, esa divinidad suprema se está inventando siempre a sí misma. Su rostro masculino es agente y generador, su rostro femenino es quien concibe y da a luz. Tal es, según parece, el sentido más hondo del término Moyocoyatzin, analizado y entendido en función de lo que los textos nahuas han dicho acerca de Ometéotl, Dios Dual. Éste fue el clímax supremo del pensamiento náhuatl, que según creemos bastaría para justificar el título de filósofos, dado a quienes tan alto supieron llegar en sus especulaciones acerca de la divinidad. Habiendo estudiado así brevemente algunas de las ideas principales de estos seguidores de la poesía, flor y canto, que supieron oponerse al pensamiento militarista de Tlacaélél, parece conveniente recordar el origen último de sus ideas. Tlacaélel se había aprovechado de los textos toltecas, pero interpretándolos a su antojo después de la célebre quema dé códices. Se valió de la antigua tradición para crear una mística guerrera capaz de elevar a su pueblo hasta convertirlo en el Señor de la región central y sur dé la actual República Mexicana. El pueblo náhuatl,, principalmente el de las ciudades dominadas por los aztecas, seguía lo que pudiera llamarse sincretismo religioso introducido por Tlacaélel. Tenía una cierta idea, más o menos vaga, del supremo Dios Dual. Consideraba asimismo como un dios casi omnipotente a Huitzilopochtli, identificado plenamente con el Sol y adorado, junto con el dios de la lluvia, Tláloc, en el templo mayor de México-Tenochtitlan. Para el pueblo, los numerosos títulos que desde tiempos antiguos habían dado los sabios y sacerdotes al Dios Dual, en función de sus distintos atributos, se convertían de hecho en otras tantas divinidades, difíciles de clasificar y en cierto modo inumerab1es. Existían así numerosas parejas de dioses, entre las que pueden mencionarse a Tláloc y Chalchiuhtlicue, dios y diosa de las aguas; Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl, Señor y Señora de la región de los muertos; Tezcatlipoca y Tezcatlanextla, Espejo que por la noche ahúma y durante el día ilumina a las cosas; Quetzalcóatl y Quilaztli; Coatlícue, la madre de Huitzilopochtli; Xipe Tótec, Nuestro señor el desollado; Xochípilli, divinidad en cierto modo andrógina, Señor y Señora de las flores y las fiestas, etc. Tales son únicamente los títulos de algunos de los principales dioses del panteón náhuatl popular. Formular una lista completa de ellos, describiendo sus diversos atributos, exigiría un libro aparte. Los tlamatinime, por su parte, preocupados por los eternos enigmas que se plantean al hombre de todos los tiempos, en lo más hondo de su corazón buscaron un camino diferente. Quizás algunas veces tuvieron que transigir exteriormente con el culto sangriento de Huitzilopochtli, pero, como nos consta expresamente respecto de figuras tan bien conocidas como Nezahualcóyotl, de Texcoco, y Tecayehuatzin, de Huexotzinco, su pensamiento se hallaba muy lejos del culto exigido por el militarismo azteca. Refugiándose en el estudio de las antiguas doctrinas toltecas y desarrollando por sí mismos nuevas y originales concepciones como la de la flor y el canto, llegaron a crear un cierto renacimiento dc la grandeza tolteca. En el capítulo siguiente, al tratar de lo que llamaremos “legado del México Antiguo”, se presentarán algunos textos que muestran algunas de las cimas alcanzadas por los tlamatinime en sus concepciones acerca del hombre, la educación, el arte y su visión estética del universo. Sus ideas acerca de esto parecen constituir el aspecto menos estudiado de su herencia cultural, pero quizás sean lo más interesante y valioso de la misma. Por una ironía de la historia, es posiblemente en esas ideas donde mayor resonancia y simpatía podrá encontrar el hombre contemporáneo respecto del mundo prehispánico. A través del arte y los textos indígenas podrá tal vez atisbarse el mensaje de la antigua cultura.

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