Poesía mexicana: Francisco Hernández

 

Presentamos uno de los poemas más celebrados de Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, Veracruz en 1946), “Domingo”. Recibió el Premio de Poesía Aguascalientes en 1982 por el libro Mar de fondo. Algunos de sus libros son: De cómo Robert Schumann fue vencido por los demoniosHabla ScardanelliSoledad al cuboÓptica la ilusiónDiario inventoImán para fantasmasEl corazón en su avispero, Palabras más, palabras, menosDiario sin fechas de Charles B. WaiteMi vida con la perra.

 

 

 

 

 

 

 

Domingo

 

Me gustan los animales domésticos

de la casa de fieras de tu alma.

Tristan Tzara

 

 

Además de ratas, hay niños en el parque.

Yo quisiera como ellos estar bajo la claridad

y correr de un muslo a otro sin previo itinerario.

Pero estoy como las ratas, a la sombra,

y cuando muerdo

una rebanada de jícama muerdo una pequeña

mariposa blanca.

Por mi pelaje fluye la sangre mineral del bosque.

Los pájaros me ven y levantan el vuelo de un bostezo.

En el agua podrida del estanque las nubes son los restos

de algún incendio recientemente naufragado.

El calor es azul, como el domingo,

y una gran gota de sudor

cruza mi vientre recordándome el beso

de una joven muerta.

A lo lejos, los nauseabundos muros de Mixcoac

con azotados por el mar.

Estoy tan sólo, que cualquiera diría que estás conmigo.

Pasa un avión tan cerca,

que se lleva tus última palabras.

Pero aún así la ciudad es un miserable tragafuego

que impide el vuelo de las corolas amarillas.

¿En qué paramos estarás diseminando tus orgasmos?

Me río de quienes pasean a sus amantes y a sus perros

porque yo no tengo perro ni amante que me ladre.

Sudo miles de gotas de calor.

¿Caminaré al anochecer sobre las aguas frescas?

Husmeo entre los caños y me encuentro con una niña

que ha pasado toda su vida a la intemperie.

Busco en tu mirada perdida y me encuentro

con un sueño

que se insola bajo la protección de tu memoria.

Más allá de la línea del horizonte, alguien le venda el cráneo a la locura.

La libélula escapa de mis labios y eso significa

que ha llegado el momento de macerar

la carne de la mosca.

El amor es lo que estos niños felices desconocen.

Lo contrario del amor es una realidad olvidada

en lo más amoroso de nosotros mismos.

Limpio mis uñas y mi rabo en la huella que dejan los que aman.

Estoy tan solo que cualquiera diría que regresaré

a roer las entrañas de los animales domésticos

de la casa de fieras de tu alma.

Pero no.

No regresaré nunca.

Desde mi madriguera veo cómo el sol descubre los cristales de la tierra y cómo un pequeño

de cabellera oscura le arranca los ojos a un gorrión.

 

 

 

 

 

 

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