Poesía mexicana: Manuel Gutiérrez Nájera

Hoy 16 de septiembre recordamos el que muy probablemente sea el primer poema moderno de México, “La duquesa job” de Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), escrito en 1884. Plateros, San Francisco, Madero es, posiblemente, la avenida más significativa de la historia de México.

 

 

 

 

 

 

 

 

La duquesa job

 

En dulce charla de sobremesa,

mientras devoro fresa tras fresa,

y abajo ronca tu perro Bob,

te haré el retrato de la duquesa

que adora a veces al duque Job.

 


No es la condesa de Villasana

caricatura, ni la poblana

de enagua roja, que Prieto amó;

no es la criadita de pies nudosos,

ni la que sueña con los gomosos

y con los gallos de Micoló.

 


Mi duquesita, la que me adora,

no tiene humos de gran señora:

es la griseta de Paul de Kock.

No baila Boston, y desconoce

de las carreras el alto goce

y los placeres del five o’clock.

 


Pero ni el sueño de algún poeta,

ni los querubes que vio Jacob,

fueron tan bellos cual la coqueta

de ojitos verdes, rubia griseta,

que adora a veces el duque Job.

 


Si pisa alfombras, no es en su casa;

si por Plateros alegre pasa

y la saluda madam Marnat,

no es, sin disputa, porque la vista,

sí porque a casa de otra modista

desde temprano rápida va.

 


No tiene alhajas mi duquesita,

pero es tan guapa, y es tan bonita,

y tiene un perro tan v’lan, tan pschutt;

de tal manera trasciende a Francia,

que no la igualan en elegancia

ni las clientes de Hélene Kossut.

 


Desde las puertas de la Sorpresa

hasta la esquina del Jockey Club,

no hay española, yanqui o francesa,

ni más bonita ni más traviesa

que la duquesa del duque Job.

 


¡Cómo resuena su taconeo

en las baldosas! ¡Con qué meneo

luce su talle de tentación!

¡Con qué airecito de aristocracia

mira a los hombres, y con qué gracia

frunce los labios —¡Mimí Pinsón!

 


Si alguien la alcanza, si la requiebra,

ella, ligera como una cebra,

sigue camino del almacén;

pero, ¡ay del tuno si alarga el brazo!

¡Nadie se salva del sombrillazo

que le descarga sobre la sien!

 

¡No hay en el mundo mujer más linda!

Pie de andaluza, boca de guinda,

sprint rociado de Veuve Clicquot,

talle de avispa, cutis de ala,

ojos traviesos de colegiala

como los ojos de Louise Theo.

 


Ágil, nerviosa, blanca, delgada,

media de seda bien restirada,

gola de encaje, corsé de crac,

nariz pequeña, garbosa, cuca,

y palpitantes sobre la nuca

rizos tan rubios como el coñac.

 

Sus ojos verdes bailan el tango;

nada hay más bello que el arremango

provocativo de su nariz.

Por ser tan joven y tan bonita,

cual mi sedosa, blanca gatita,

diera sus pajes la emperatriz.

 


¡Ah! Tú no has visto cuando se peina,

sobre sus hombros de rosa reina

caer los rizos en profusión.

Tú no has oído que alegre canta,

mientras sus brazos y su garganta

de fresca espuma cubre el jabón.

 


Y los domingos, ¡con qué alegría!,

oye en su lecho bullir el día

¡y hasta las nueve quieta se está!

¡Cuál se acurruca la perezosa

bajo la colcha color de rosa,

mientras a misa la criada va!

 


La breve cofia de blanco encaje

cubre sus rizos, el limpio traje

aguarda encima del canapé.

Altas, lustrosas y pequeñitas,

sus puntas muestran las dos botitas,

abandonadas del catre al pie,

 


Después, ligera, del lecho brinca,

¡oh quién la viera cuando se hinca

blanca y esbelta sobre el colchón!

¿Qué valen junto de tanta gracia

las niñas ricas, la aristocracia,

ni mis amigas del cotillón?

 


Toco; se viste; me abre; almorzamos;

con apetito los dos tomamos

un par de huevos y un buen beefsteak,

media botella de rico vino,

y en coche, juntos, vamos camino

del pintoresco Chapultepec.

 


Desde las puertas de la Sorpresa

hasta la esquina del Jockey Club,

no hay española, yanqui o francesa,

ni más bonita ni más traviesa

que la duquesa del duque Job.

 

 

 

 

 

 

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