Poesía nicaragüense: Víctor Ruiz

Presentamos algunos textos del poeta nicaragüense Víctor Ruiz (Managua, 1982). Escribió el poemario La vigilia perpetua (2008), con el que obtuvo en 2005 el Primer Lugar en el Concurso Nacional Interuniversitario de Poesía “Carlos Martínez Rivas”, convocado por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Escribe crítica literaria.

 

 

 

 

 

 

 

Mirábate con toda la luz y la tiniebla que poseo.

                                                                                    Giórgos Seféris

 

 

NIÑO AFERRADO fui a la carne oscura de lo incierto,

columpiándome sobre una línea de ceniza,

desmoronándome en el olor desnudo de tu seno, madre.

 

No soy más ese niño,

veme ahora, naufragando sobre este cuerpo mascullante

buscándote en sus adentros, queriendo volver al círculo,

a esa huella atávica de la que fuimos desterrados.

 

Recuerdo entonces

cuando a solas, bajo los ojos arañados del silencio,

recorría tu nombre, deletreándolo, dejando que cada

sílaba se disolviera a cada golpe de mi lengua;

recuerdo entonces

cuando a solas, enmudecido por las llagas del vacío,

dormía mi pequeña soledad frente al espejo

en el que a diario te veía.

 

No habrá padre que me niegue, madre,

el incienso de tu pelo en espirales grises

soportando mi deseo;

no habrá padre que me niegue, madre,

la simiente amarga de tus huesos

ahogados en la cicatriz oscura de mi pecho.

 

 

 

 

 

 

 

AHORA PUEDES contemplarte:

Signo agrietado, informe figura de ceniza.

Eterno presente de deseo es ahora esto

Huellas del tiempo aterido sobre tu parda memoria

Deshilachándose en las líneas de tu carne.

 

En la oquedad de tus ojos aparecen

Tensos rostros hendidos por los años

Crisálidas impúberes de senos temblorosos

Bogantes caderas sobre una lívida acuosa pupila.

Todas ecos de los días de placer

En cuartos de cuerpos que se deshacen

Como elipsis de humo hilvanando

Formas sobre el vacío.

 

 Recuérdate así,

Revolcándote sudoroso bajo un tímido

Hálito de luces sobre ella. Penetrando

Su extensa concavidad edénica, su rostro

Sin nombre, su nombre sin rastro: hembra u hombre

Quizá súcubo o íncubo errabundo,

Igual que tú, buscando abrazos, besos o abismos.

 

Era el mejor de los tiempos

Edades de luces y tinieblas

Todo lo tenías y nada

Cielo e infierno juntos

Y tú, pálida Venus, efímera Beatriz

Del edén subvertido.

 

Y ahora te observas

Símbolo interrogante frente al espejo

Lejos ya del paraíso insolente

Del caminar sin prisa y a tientas

Solo ruinas de pájaro sin rumbo

Certeza recóndita de ser mañana incierto.

 

Acaso percibiste la certeza de la muerte?

Las fisuras de tu rostro grises

Surcándolo? –No. Sólo un tiempo había:

Un intervalo entre el antes y el ahora

Imponiéndose desde dentro

Y hacia el vasto litoral de huesos

Aventándote.

 

Luego vinieron ellos:

Los anónimos cuerpos en lucha

De amor trabados, impacientes

Y amontonados como nubes que se erizan

Sobre un retrato de ceniza y olvido

Lejos de la memoria, dijiste.

 

 

 

 

 

II

 

El café se enfría

Y la magdalena aún susurra

Muslos sobre tu oído.

 

 

 

 

 

 

 

 

poema para hacer llevadera la soledad

 

 

        a Alejandra

                        la vida se venga con una soledad verdadera

                                                                Cesare Pavese

 

 

para sentirte menos solo:

sacudí tu cama

dejá caer el sueño acumulado entre

los pliegues de las sábanas

desayuná con las ausencias de los alguienes

que partieron sin aviso

con el ruido de las voces

tomá un café caliente con las sobras de tu sombra

y dejá que la memoria se derrame entre tus párpados

luego

recorré el camino que lleva hasta tu baño

y al cepillar tus dientes

observá tu rostro ciegamente en el espejo

así tu soledad

se sentirá doblemente acompañada

 

 

 

 

 

 

 

HELENA

 

El mar y sus pliegues de olas irredentas

caben en las tres sílabas de tu nombre: Helena.

Digo mar y recuerdo las huellas de tus pasos

hacia la barca del bello extranjero.

Digo mar y recuerdo ese otro mar

poblado de rostros, de cuerpos, de besos que no fueron.

Mar, mar, mar: Ilíada sin descanso y sin Helena.

 

 

 

 

 

 

 

 

EN LA SOSPECHOSAMENTE HÚMEDA NOCHE DE DICIEMBRE

                                                                                                          a N. A.

 

 

Sospechosamente llueve esta noche de diciembre. El agua se desgaja en las persianas, podés ver las gotas aferrarse a los cristales: ariscas, desesperadas, crecer, estirarse, en un instante desprenderse, en el aire deformarse y estallar como risas sobre el borde de la ventana, sí, ya sé, Cortázar nuevamente: Aplastamiento de las gotas; pero es una imagen que me gusta: imaginar esos pequeños corpúsculos de agua asidas a la superficie, dilatando inútilmente su existencia: no sé, de alguna forma nosotros somos esas gotas, aferrándonos a nuestra pequeña porción de tiempo. Monet, el gato de Mario, retoza entre Zagajewski y Auden, qué le importan a él las palabras, solo su instinto persigue, su sombra que se alarga sobre el piso, su rostro repetido sobre el agua, sus gestos descubiertos en otros ojos, en otro cuerpo, la noche en la que supo que no estaba solo: sobre los techos de las casas existe un paraíso en el que todo, incluso el dolor, está permitido, más allá de la culpa, tan solo por el placer. Nada anuncia tu llegada en esta sospechosamente húmeda noche de diciembre, el silencio se extiende en este cuarto poblado por palabras, Beethoven y su novena echados sobre el lecho de mi oreja, los versos de Moro en mis labios: Guárdame junto a ti, cerca de tu ombligo en que principia el aire; cerca de tus axilas donde se acaba el aire. Cerca de tus pies y cerca de tus manos. Guárdame junto a ti. Nada te anunciaba, sino el silencio, nadie te esperaba sino mi boca, mi cuerpo, mi cama.

 

 

 

 

 

CAMINO UNA CIUDAD SIN ROSTRO y sin centro, una ciudad donde los únicos habitantes que se sienten parte de ella son seres seniles viviendo al borde del llanto o del miedo. Ves sus ojos y solo sombras contemplas moviéndose en sus pupilas. Estos pequeños seres, deformados por el tedio y la nostalgia, pueden decirte perfectamente en qué lugar se desbordó el vaso de esta ciudad que nació anfibia pero con el tiempo transformose en serpiente que repta sobre el polvo. Les preguntas, abren sus bocas y escuchas gritos contenidos en sus gargantas: aguas turbias abandonadas, la mujer de fuego que corre con un niño entre sus brazos, una mano que florece entre las ruinas, calles lisas que se volvieron pliegues sobre pliegues y más pliegues. Atónito entonces descubres que no entiendes sus palabras,  son entes petrificados, signos varados sin referentes; desean orientarte, señalarte el lugar exacto que buscas, salida o entrada, pero no comprendes o mejor dicho, al fin comprendes: esta ciudad, sus lugares y sus calles, al igual que sus habitantes son fantasmas viviendo en los escombros de la memoria.

 

 

 

 

 

CABANGA

 

En Papeles falsos Valeria Luiselli comenta la intraducibilidad de la palabra portuguesa saudade. Otros idiomas apenas rozan su significado. No es nostalgia ni melancolía, pero estas palabras acarician las esquinas de ese sustantivo, de ahí que cualquier lector recuerde la trágica condición de Werther, o ese estado sin sosiego de Marcel esperando el beso nocturno de la madre. En Sol negro Julia Kristeva estudia en algunos escritores la depresión y la melancolía como forma de ver la vida, de enfrentarla, o simplemente, eludirla, sin embargo aquí tampoco logra un hueco la palabra saudade. Vemos a Gerard de Nerval paseándose por las calles de París, buscando un rincón en la hormigueante ciudad baudelariana para depositar la sombra de su cuerpo meciéndose en la farola, lo vemos y sabemos que vive la saudade; vemos a Fernando Pessoa sostenido a un vaso de cerveza, desdoblándose, multiplicándose porque afrontar la vida como uno es obsceno, lo vemos y los vemos y sabemos que viven la saudade; las últimas líneas  de Cesare Pavese, el 18 de agosto de 1950, en su oscuro diario El oficio de vivir, nos dice: “Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”, nueve días más tarde sabemos que no soportó la saudade. Valeria Luiselli recorre algunas lenguas para encontrar equivalencias de la palabra saudade, pero no existe para ese sol negro que se dilata en la primera sílaba y  se hincha en la segunda y tercera mejor sinónimo que nuestra triste cabanga.

 

 

 

 

 

VIVIMOS PARA LLENAR EL PASADO DE IMÁGENES: un rostro sin gesto dormido a tu lado después de una noche en la que hemos perdido todo, menos el deseo de seguir perdiendo todo, un par de adolescentes que se aman con prisa sobre sábanas con restos de otros cuerpos, dos besos: el de la madre al niño y el de la amante que oprime sus labios contra la boca amada, depositados con la secreta convicción de que se ha vencido al tiempo. Vivimos para llenar el pasado de imágenes. Sin ellas, lo que espera es una cáscara seca por el sol y la vida, un montón de cenizas mojadas por la lluvia.

 

 

 

 

 

5.30 a.m

 

Asómate, las calles se incendian de pasos; el aire, desgajado sobre las ramas, descansa en el murmullo de unos labios. A estas horas, ni los perros se atreven a ladrar, tienen miedo de escuchar sus voces reflejadas en el eco. Encerrada en su cuarto, una muchacha sueña con la mano que anoche se posó sobre sus muslos, una lengua serpeante en su cuello y en la concha de su oreja. A estas horas, rodillas inclinadas elevan plegarias al cielo en busca de un perdón que no les llegará, pues nada arriba asciende ni nada abajo desciende, el paraíso es un cementerio de palabras, un jardín poblado de susurros, Dios recolecta vocablos y los guarda en su bolso, domador de palabras abandonadas.

Asómate, sobre el suelo luminarias exangües, un hombre camina con un cigarro en su mano, te dice algo, las palabras salen de su boca y se confunden con las formas del humo y se deshacen como las formas del humo, y apenas percibes un cartílago de consonantes, fragmentos de vocales muertas. A estas horas, sobre el camino, tú regresas, vuelves a mí como si nunca nos hubiéramos despedido, tu rostro poblado de sombras, aun así puedo ver en tus ojos la callada lumbre que me guía en esta oscura caminata.  Asómate, la memoria es un pozo anegado de fantasmas.

 

 

 

 

 

 

MI DELICIOSAMENTE IMPURA, hoy te vi caminar por los pasillos de la universidad, un sorbo de café atravesaba mi garganta y Crimea, el Vaticano y Venezuela iban y venían de las bocas de mis amigos, pero te soy sincero, poco importa el mundo cuando tu cuerpo asalta las esquinas de mis párpados. Nada más importante que el fogonazo oscuro de tus ojos arrancándome de la vana conversación; que ver tu culo moviéndose armonioso a la sintaxis de tu cuerpo; nada más importante, entonces, que tus senos erguidos, rebelándose a tus veinte a las leyes infames del tiempo que nos arrastra a la inexorable caída.

 

 

 

 

 

TATUAJE

 

I.

 

SOLO mirarás el fondo blanco del techo y luego el negro fondo del sueño. Te quitarás la ropa y serán mis ojos sobre tu cuerpo como una mano que te escruta y te violenta amorosamente. Enmudecida, caerás en una cama de vértigos, de aires lacerados y voces fragmentadas que te nombran. Ahora prepárate, caerás en un lecho de sombras, donde sólo tú y yo, ajenos y distantes, nos amaremos sin nombres, nos confundiremos en una roja marejada de silencios, seremos un nudo de víboras mordiendo, envenenándonos. Será mi lengua socavando tu perfil atormentado, mis dientes hiriendo el diluvio de tus muslos, ávidos y sangrantes, mi aliento gozándose en este nuestro vicio.

Despiertas, entre tus muslos una rosa de cenizas líquidas. Ese mismo sabor incierto entre tus labios como si toda la noche, durante el sueño, hubieras mordido la piel del humo y no te quedara más que una costra de hollín en la boca. Encenderás un cigarro para quitarte el sabor a sombras, a noches, a sueños. La memoria es una cortina de humo que se disuelve como una brisa de saliva sobre el cuerpo de una muchacha insomne. Y tú eres esa muchacha, en tu espalda, los tatuajes de las voces abigarradas, ese texto interminable, inteligible, intermitente como un párpado, como un beso interrumpido o una mano descubierta bajo la falda, y tú, al borde del grito o del llanto, cerca de ese vértigo de cuerpos amalgamados. Pero es imposible y lo sabes, las imágenes se diluyen, el paisaje sin rostro es apenas un cartílago, una fisura por el que su fugan figuras informes.

Quieres fijar en tu memoria el rostro, aferrarte a sus gestos, a sus ojos abismos en el que te sumerges, a sus labios orlados de vidrios y púas que laceran los tuyos y te muerden, amor, en este juego de vacíos y te perforan, amor, tus pezones cópula de un vientre tácito y lamen, amor, tus muslos espejos cóncavos en el que encontramos esferas del destierro. Ahora levántate, caminas hacia el baño y mírate y reconócete en ese charco de agua cayendo sobre tu cuerpo, reconócete y reconóceme, soy yo tu yo, tuyo este rostro al que te aferras… Ahora limpias tus muslos y sientes un centenar de hormigas trazando un texto, una memoria que aquí comienza, en este negro fondo del sueño:

 

 

 

 

II

 

El cuerpo es la palabra de dios sobre la arena. Si la escritura es la representación gráfica del sonido de la voz, entonces nuestros cuerpos son fonemas, somos el grito de dios sobre el vacío, somos el aullido sin sosiego de un dios agónico en la soledad, somos como dijo Mario Santiago, el aullido del cisne. Así, yo te evoco, digo tu nombre sobre la arena, trazo tu nombre sobre la arena, lo escribo sobre este cuaderno poroso, sobre esta costa de costras y caracoles. Digo en silencio tu cuerpo para que no se fugue como esa ola que se arrastra silenciosa bajo los pies desnudos, digo tu nombre en secreto, deletreo cada sílaba de tu cuerpo para que nazcas de la arena, soplo sobre este polvo calcinante y dialogo con esta materia inane que pronto será todo tu cuerpo-nombre articulándose con esta arena, bebiendo de la espiral salobre de mi boca el néctar de la vida, respirando el hálito de las palabras que te nombran.

Quién eres?/la voz que te nombra/y ese eco?/es la palabra de alguien nombrando a alguien/tengo miedo de ser un nombre/no temas, todos desde el principio, lo hemos sido, ves ese pájaro que se arrastra sobre las alas del aire, es la sonrisa inquieta de un niño mirando por primera vez a su madre/y tú, eres un nombre?/no, soy el deseo de un cuerpo y tú, el objeto de mi deseo/pero el deseo es incorpóreo/pero no la palabra y la palabra es cuerpo y el cuerpo la in-corporación del deseo/no me dejes/aunque quisiera no podría, tú y yo somos un signo tatuado en la memoria del tiempo, en la memoria del cuerpo.

Una caricia de cuchillos amarillos se tiende sobre la sintaxis del mar, los cuerpos tostados de los jóvenes bañistas se alzan esbeltos de la arena: torsos y muslos esmerilados por una lengua de fuego sobre la carne; una muchacha camina alfonsina y sonámbula y se abisma en esa gramática de luces y no vuelve, será una sombra balanceada por las olas, su muerte una ofrenda a la vida; un par de adolescentes desnudos reconocen sus cuerpos con sus manos, así como tú, cuando niño, frente al espejo rozabas tus dedos en tus miembros y sentías como el contacto contigo mismo templaba la corteza tu piel y despertaba un mundo de sensaciones innómines ; tomadas de las manos, ellas caminaron sobre la costa, al fondo, el crepúsculo se extendía como una manada de tigres exhaustos, ella murmuró algo en su oído y luego se deshizo…

 

 

 

III

 

Tu cuerpo es la página en la que se escribe esta historia. Nada hay afuera. Solo el irritado roce con el vacío y la agonía de los rostros ateridos a la multitud. Quédate aquí, en tu cuerpo, en esta página inmácula en la que se narra nuestra historia, déjalos a ellos en su nada, en su vida de escaparates y lentejuelas, en su indómita mansedumbre de costumbres. Ahora escribe, sólo la escritura es real, conjúrame con tu verbo y seré cuerpo, el cuerpo de la palabra que me nombra, invócame y seré sobre tu carne la callada materia de tu sueño.

Dúctil dardo ingrávido, el humo garabatea siluetas sobre el vacío, fijos al techo tus ojos siguen ese rastro de grises serpeantes, se prenden al blanco y exasperados buscan la salida. Arrójalo o te quemarás los dedos. Ahora regresa y recuerda…

… el fondo negro del sueño

Cuerpos trenzados y huellas sobre la arena, de fondo incrustado el sol anuncia el ocaso y una cortina ocre se cierne sobre tu espalda, salamandra, te tomo de la mano y te arrastro a mi lecho de costras y caracoles, me acerco a tu oído, te digo algo, recuerda, las palabras cayeron como húmedas mandorlas en la cuenca anegadas de anémonas y reptiles, recuerda, salamandra, el viento zarandeaba tu cabello de crespa modorra y tu sonrisa iba y venía como la sidra ardiendo en los miembros y venas, recuerda salamandra, algo te dije al pie de tu silencio, recuerda, salamandra y escribe, escribe las palabras que te dije, sólo así recogeremos los fragmentos de nuestra historia, fíjame en tu memoria, mandorla, vuélveme…

 

 

 

 

 

Datos vitales

Víctor Ruiz es Poeta y crítico literario, autor del poemario “La vigilia perpetua” (2008), con el que obtuvo en 2005 el Primer Lugar en el Concurso Nacional Interuniversitario de Poesía “Carlos Martínez Rivas”, convocado por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Su poesía ha sido incluida en las antologías Cruce de poesía, Salvador-Nicaragua (2006), Novísimos, poetas nicaragüenses del tercer milenio (2006) y Poetas, pequeños Dioses (Leteo, 2006). Ha sido profesor de literatura en la UNAN-Managua, y brindado talleres de creación poética. Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas. Colaborador de la revista de literatura el Hilo Azul y la revista Alice.

 

 

 

 

 

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