Presentamos la primera de cinco partes de la Antología de la poesía latinoamericana (1965 – 1980) que ha preparado el poeta chileno Mario Meléndez y que será publicada a finales de este año en Ecuador bajo el sello de El Ángel editor. En esta primera entrega aparecen poetas de México, Uruguay, Chile, Argentina, Puerto Rico, Perú y Cuba, en un espectro que va de Jorge Fernández Granados a Mario Bojórquez.
Antología de la poesía latinoamericana
(1965 – 1980)
El presente libro reúne algunos de los autores más significativos de la nueva poesía escrita en este continente. Los distintos imaginarios y tesituras que desfilan a través de estas páginas, sus herencias y derivaciones, dan cuenta de una realidad necesaria, amparada en una tradición cuya impronta permanecerá en la memoria colectiva como un testimonio vital. Los poetas incluidos, acusan influencias diversas, que van desde lo clásico, lo neobarroco, lo experimental, lo lúdico, lo anecdótico, teniendo como base un marco teórico y referencial sustentado en las diversas lecturas en las cuales se inserta dicho proceso. Esto se ve reflejado en la apertura hacia otras estéticas, en la convivencia con múltiples fuentes que vienen a complementar su escritura. Son autores que han logrado generar obras significativas, reflejadas en un sentido de búsqueda permanente, en un trabajo con la palabra amparado en el rigor y la síntesis, en una visión abierta al diálogo con otras lenguas que han ampliado su campo de acción, resultando funcionales a la hora de enfrentar la página en blanco. La publicación de este libro permitirá al público interactuar con estas voces, cuyos ecos derivan, a su vez, de otras voces mayores que han nutrido nuestro acervo literario de manera decisiva. (Mario Meléndez)
Jorge Fernández Granados
(México, 1965)
TAO
mi madre era una mujer que llevaba su casa a todas partes
mi padre era un hombre que llevaba sus ruedas a todas partes
mi madre era una mujer que dondequiera que vivía buscaba arraigarse
mi padre era un hombre que dondequiera que vivía buscaba la hora de irse
mi madre era una persona que necesitaba un espacio para hacerlo suyo
mi padre era una persona que necesitaba un espacio para recorrerlo
ella quería saber siempre el nombre del lugar a donde llegaría
él quería saber la hora anticipada en la que emprenderían el viaje
ella hacía todo lo posible porque pasara lo que pasara las cosas volvieran a su sitio
él hacía todo lo posible por remover el lugar fijo de las cosas
ella medía el tiempo en círculos
él medía el tiempo en una línea de fuga
lo que aún es un enigma para mí
es por qué en los últimos años de sus vidas cambiaron de papeles
y cuando tuvieron un jardín
mi madre sembró plantas que dan flores
pero mi padre sembró plantas que dan frutos
(de Principio de incertidumbre, 2007)
Luis Fernando Chueca
(Perú, 1965)
OCASO DE SIRENAS
ocaso de sirenas, esplendor de manatíes
-José Durand-
No sirenas, sino horrendos manatíes
mamíferos obesos que la ansiedad y la distancia
volvían provocativos cuerpos de mujer
Y sin embargo, cuando de tarde en tarde,
alguna noche o al amanecer de mis desveladas jornadas
oigo que atraviesa la ventana un canto agudo
y dulce que pronuncia nombres al azar
y siempre son
el mío el mío el mío
¿No eres tú, sirena?
¿No es tu voz la que me llama en cada palabra que pronuncias?
¿No es tu mágico chillido el que se escucha?
Entonces yo, ¿qué espero para dejarlo todo y
seguir tus huellas en la mar?
¿Será una duda razonable que me impide dar crédito total a mis oídos?
¿Un resto de cordura?
¿Un frío impulso que me advierte de un futuro irreversible y desquiciado?
¿O tan solo estas amarras que me detienen en mi lecho,
estas gruesas sogas con que he pedido que me aten
tarde a tarde,
alguna noche o al amanecer de mis desveladas jornadas
cuando la fiebre invade mis sentidos
y presiento el engaño de tu canto?
¿Estos lazos, digo, que me sujetan en la cama,
a otra sirena,
o más bien, a otro obeso manatí igual que tú?
(de Animales de la casa, 1996)
Nelson Simón
(Cuba, 1965)
DESCAMPADOS 1
Y andamos como perros,
rastreando la mínima rosa del sudor
entre zarzales. Los ojos encendidos,
cuajarones de sangre que inyectan la mirada.
La piel abierta al polvo, la polución entrando
con sus finos tatuajes, ácaros del deseo
royendo la epidermis, dejando lentamente sus estrías
y cada vez más pálida la cara, sin fotosíntesis
a lo largo del largo invierno. La muerte en los montículos
de escombros. La muerte entre los hombres
agrupándolos. Y entre las piedras y las barras de hierros
retorcidos, flores del descampado: cajetillas de Fortuna,
pañuelitos blancos que huelen a mentol
y semen ya vencido, látex para salvarse de la muerte
en los montículos de escombro, y el miedo.
¡El sol!
El sol está tan frío que me asusta, que pierdo mi control
y no me reconozco. Me arrastro, casco mi cuerpo
contra una roca como si fuera un huevo
y mi temor aumenta, me derramo,
mi vaho va a estrellarse en el espejo que yo mismo levanto,
Licor del Polo, podredumbre bien disimulada
empañando mi imagen, ocultándome
entre los montículos de escombros donde la muerte
taconea en su tablao flamenco. Me arrastro,
apunto hacia la isla con mi hocico, la vida
se me enreda en los zarzales, luna menguante es ya
mi juventud, tordo gris mi perfil que vuela.
Parásito ya ando. Gusanillo del placer. Ave vacía.
Dibujo círculos sin sentido sobre los montículos
de escombros y hay hombres retorcidos
temblando
entre los hierros deseosos.
(de Las viles maniobras, inédito)
Pablo Thiago Rocca
(Uruguay, 1965)
el escultor
no podría si quiera
soñar tu cara de esmeralda partida
y pulida con brutal esmero
ni limar silente las aristas de tu cuerpo
hasta que una delgada brisa
parecida al tiempo
esparciera ese aserrín perfecto de carpintero viejo
ese trabajo de dioses juntapapeleros
aunque fuese un verdadero escultor
escultor de la muerte que heredé
picapiedras pica papeles inamovibles como cadenas
aunque tuviera
la prueba de tu infamia
y los golpes los besos de un mar de desencuentros
me ayudaran a reconstruir
la fatiga de nuestro único sueño
y así sin embargo con el cincel de la imagen
como labrar el agua
no podría
(de Poemas y otras mentiras, 1989)
Manuel Lozano
(Argentina, 1965)
PLEGARIA
Crucificado en el árbol de la ciencia del bien y del mal,
adormezco el llanto con rumores
que obstinan mi oficio de profanador.
Quítame el reflejo de este aparecido.
Herrumbrosa azucena, no dejes caer
la lúcida sangre del crimen.
En tu cueva de ahogados, él se viste de luto.
¿Cuándo bajaremos?
En el declive encuentras el trébol venenoso,
los postigos raídos de esa puerta
que ya nadie abrirá bajo guirnaldas.
Linajes de fragmentos quemados
colocarían sobre el pedestal de la separación.
El labrador invoca la sombra derritiéndose
en las patas del lobo.
Nunca lo pliegues contra tu áspera carne de Adán.
Fueron largos años de exilio y migraciones.
¿Quién canta entonces prosternado en el jardín?
¿Y quién se trepa a su lápida futura
con el viento feroz entre los médanos?
Déjame la intemperie, la incerteza lujosa
del vuelo de la herida.
Arrópame en ese traje de lastimaduras.
¡Que no vean los gusanos a trasluz del rocío!
Hijo del desierto me llamaban.
Desfigúrame con alacranes de seda.
(de Mansión Artaud)
Mario Antonio Rosa
(Puerto Rico, 1966)
PASAJE O ALMA
En la carretera un silencio
un arpa de hojas, alguien que se siente y solo es sombra;
esa lejanía desconocida sin transeúntes
esa voz de luz, indescriptible de todo.
El subir quebrado y perfilado de los robles secos
como el rostro de un patriarca dormido
la ausencia del agua, y lo que la imaginación duerme
como un corazón, a mapa de muchos ojos.
Miro al silencio,
toco el silencio y es el aire en panderos vivos
chasquea en los dedos sus auras nocturnas
se suben a la frente, no avisan su vacío,
oh la voz de la luz me va naciendo lejos
o tú, paisaje, en esa cortadura tibia de tu cercanía
vas abriendo artesanos surcos de ecos,
y nadie te ofrece, yo no te ofrezco, mis ojos se han ido,
contigo en otra noche sin encontrarnos,
alma y no sé qué cosa de tu desnudez, de tu valija,
donde siempre un eclipse guarda milagros
mientras voy en el auto, esta invasión solemne
se callando conmigo, todo es alma, en luces y desgarres,
o todo pudo haber sido yo
lejos de la palabra.
(de Kilómetro sur, 2013)
Jaime Huenún
(Chile, 1967)
EN LA CASA DE ZULEMA HUAIQUIPÁN
Junto al río de estos cielos
verdinegro hacia la costa,
levantamos la casa de Zulema Huaiquipán.
Hace ya tantas muertes los cimientos,
hace ya tantos hijos para el polvo
colorado del camino.
Frente al llano y el lomaje del oeste,
levantamos la mirada de mañío
de Zulema Huaiquipán.
Embrujados en sus ojos ya sin luz
construimos las paredes de su sueño.
Cada tabla de pellín huele a la niebla
que levantan los campos de la noche.
Cada umbral que mira al río y los lancheros
guarda el vuelo de peces y de pájaros.
Bajo el ojo de agua en el declive
donde duermen animales de otro mundo
terminamos las ventanas.
Y en la arena hemos hincado nuestras sombras
como estacas que sostienen la techumbre
de la casa de Zulema Huaiquipán.
(de Reducciones, 2013)
Damaris Calderón
(Cuba, 1967)
LA SOÑANTE
Larva hombre mujer
barrida por el viento sur
va la muerte portando su fanal.
En los patios con olor a lejía
hunde su cetro
cierra los ojos
sueña un capullo
para sí.
El cuerpo
una mortaja
crisálida
de bien morir.
Quien trafica con vísceras:
el cuerpo no obedece
se desvanece
y se convierte
en sombra.
No el aullido
la sutileza
de la sombra.
La soñante:
sin otra tierra que el país de los párpados.
Henchida por el sueño
rompe la red de sus propias visiones.
Las venas descarnadas
el árbol, que se te parece
y la caída de las hojas
la conversación silenciosa
la claridad de morir.
Venga la noche.
Venga la madre y lance su carnada
al remoto país imposible.
(de Las pulsaciones de la derrota, 2013)
Francisco Véjar
(Chile, 1967)
CITA EN EL PACÍFICO SUR / 1999
Es bello flotar, así flotan los extraños objetos
que amanecen en las playas y que nadie reconoce.
¿Vienen de algún naufragio? Y qué importa, todos
venimos de algún naufragio aunque no lo sepamos.
-Rosamel del Valle-
El mar es nuestro refugio
En días de navegación por el Pacífico Sur
Ese curioso resplandor
Ha sido la única piedra filosofal
Que hemos llegado a poseer
Anoche la vaguada costera viajó con nosotros
Y todo parecía detenerse en ese instante
Tan claro como la luz de la luna
Plateando arena, mar y muelles
Una extraña ave vino a morir a nuestros pies
Mas sobrevivimos burlándonos de nosotros mismos
Y viendo pájaros acuáticos donde sólo había silencio
O poniendo libros sobre mesas de restaurantes marítimos
En comunión con los demás
O con las discriminaciones silvestres a que incita el cielo
La brisa del mar insiste en desordenar el texto
Y repentinamente estas palabras
Relatan – es su derecho –
Lo que ellas son entre nosotros
(de País insomnio, 2000)
Mario Bojórquez
(México, 1968)
CASIDA DE LA ANGUSTIA
I
Un ácido durazno
una escaldada lengua de durazno
un picante y ardiente y amargo y picante durazno
en la escaldada lengua, oh tristes,
eso es la angustia.
¡Ah! sonrisa estudiada, aligerada, ensayada en el espejo
de lo que no digo.
¡Ah! estúpida respiración despepitada, oprimida, deletreada
veneno inocuo
ulceración.
Qué frágil corazón para el que sufre angustia
qué lenta máquina, qué desastrada
y lenta máquina es el corazón.
II
No conoció la fiebre
mi lengua no conoció la fiebre
no se alzó enardecida para un canto febril
sólo un cantar alegre
oh tristes
sólo un cantar alegre
cantaba mi lengua en su canción.
III
Este veneno ya estaba en mí
en mi sangre
antes de mí, mi sangre ardió,
antes de mí, mi sangre envenenaba a otros,
mi padre y su padre y sus abuelos, todos heridos
hasta el principio primordial.
Todos ardían como yo
todos arden conmigo.
IV
Pero el veneno escalda la lengua más feliz
¡oh, tristes!
Hablo de mí, sólo de mí.
(de Diván de Mouraria, 1999)