Cien años de Revueltas

En esta nueva entrega de El síndrome de Esquilo, el narrador Vicente Alfonso nos lleva de manera entrañable a dar un recorrido por la atormentada vida y la portentosa obra de José Revueltas, a propósito de los 100 años de su nacimiento.

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Con José Revueltas ocurre algo extraño: su imagen nos resulta tan familiar que a veces caemos en la trampa de darlo por visto porque podemos resumir en tres o cuatro pinceladas su paso por la tierra: militante comunista, autor de El apando, recluido en las Islas Marías y en Lecumberri. Pero más allá de este mínimo retrato hablado, suele ser muy poco lo que sabemos de un autor cuya obra reunida abarca veintiséis tomos.

Bajo militante empedernido, más allá de la ruidosa polémica que persiguió a sus últimas novelas, José Revueltas se nos revela, ante todo, como un escritor. Un escritor que cultivó todos los géneros literarios, que hizo guiones de cine y redactó notas para la sección policial de El Popular. Un escritor que antes de cumplir treinta años obtuvo el Premio Nacional de Literatura con El luto humano, novela que en su momento fue traducida al húngaro, al italiano y al inglés. Tres décadas más tarde, a inicios de los sesenta, redactaría Los errores sin un peso en el bolsillo, abrumado por las deudas y asilado en casas de amigos, cargando para todos lados una maleta con pocos libros, algunas prendas y las cuartillas que le iba arrancando a eso que alguna vez definió como “el horrible vicio de vivir”. Un escritor que aconsejaba: “nunca escribas con alcohol en la barriga”.

Acaso en la forja de este escritor es decisiva la madrugada del 3 de octubre de 1940, en la calle de Doctor Velasco, en la capitalina colonia de los Doctores: en esa fecha, el amanecer sorprende a José trabajando en su escritorio. Con veinticinco años de edad, está escribiendo su segunda novela. Es un joven autodidacta que en sus ratos libres lee a Einstein, estudia historia de México, anatomía y economía. En el terreno literario sus lecturas son Neruda, García Lorca, Verlaine, Pellicer, López Velarde, Stefan Zweig, André Gide y Thomas Mann.

En algún momento cercano al amanecer pone el punto final a la novela que llamará Los muros de agua. Allí recrea, usando los privilegios de la literatura, el ambiente que priva en el penal de las Islas Marías, a donde cinco jóvenes comunistas son enviados en una cuerda de delincuentes comunes: prostitutas, ladrones, drogadictos. Su hermano Silvestre, en ese momento ya un músico prestigiado, es su principal consejero en asuntos literarios. Median entre los dos casi quince años, pues Silvestre es el mayor de los doce hermanos y José el penúltimo. Ha sido el compositor quien un par de años atrás, tras leer la primera novela de su hermano, titulada El quebranto, le ha escrito una carta en donde dictamina: “Me parece que te domina una gran preocupación literaria y de forma, que estrecha y oscurece tu relato. Hay sobra de ideas metidas en un puño, apretadas, sin libertad”. Y le recomienda: “de tu trabajo puedes hacer algo muy bueno, ya tienes el material, la base, ahora diafaniza tu material, cuida cada idea y háznosla conocer íntegra”.

José y Silvestre viven en la misma calle, a muy poca distancia, en una colonia ubicada en ese ámbito sórdido que se extendía más allá de la calzada de La Piedad. El joven autor espera que el día acabe de formarse para llevarle la novela recién terminada a su hermano. Escucha entonces que alguien llama a la puerta: es Ángela, la esposa de Silvestre, que viene a avisarle que el músico está muy grave. Corren ambos hasta el departamento donde Silvestre delira: la fiebre apenas le permite al músico reconocer a José. La muerte, que sobrevendrá veinticuatro horas después, no le permitirá leer Los muros de agua. La experiencia dará origen a varios relatos en la obra revueltiana; acaso los más claramente alusivos sean los cuentos “La frontera increíble” y “Lo que sólo uno escucha”, ambos contenidos en Dormir en tierra, libro dedicado a la memoria de Silvestre.

Comentarios: vicente_alfonso@yahoo.com

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