Presentamos algunos textos de Alejandro Baca (Estado de México, 1990). Ensayista, crítico y poeta. Director del Colectivo Órfico de Poesía. Director del Proyecto Centauro de Cine-Poesía. Coeditor en Cuadrivio Ediciones. Forma parte del consejo editorial de la revista Ritmo de UNAM y del consejo editorial de Proyecto Almendra de INFOCAB. Publicó el poemario“Apertura del cielo” en editorial Naveluz (proyecto de UNAM).
.
.
.
.
[Mi patria es el diluvio]
Mi patria es el diluvio
que no terminó de caer
alguna vez
en alguna parte.
El temblor de los trenes
por la mañana,
esos trenes de arena
que delinean
las mañanas
de las tardes,
las tardes de las noches.
Mi patria no es de pan y vino.
El vino lo bebemos,
el pan lo almacenamos
en alacenas derruidas.
Mi patria
son las alacenas derruidas
que nos alejan
de los gusanos-devora-sueños.
Es la madera carcomida
de sol y sombra.
Mi patria es la lluvia
que hizo de la alacena
un hervidero de musgo.
Mi patria no es el musgo,
es la combustión
y el desconsuelo.
Algunos que como yo
escapamos del derrumbe
acomodamos la humedad
que se forma en nuestras sienes
y nos preguntamos
¿quiénes somos?
también nos preguntamos
¿dónde somos?
por último nos preguntamos
¿qué somos?
Nos sabemos tan perdidos
como el pan que nos forma,
nos sabemos al vino agrio,
a la ventisca.
Sabemos que afuera llueve
y cada paso
es un dado arrojado al abismo.
Un siete.
Un grito exorbitado que se pierde
en la intermitencia de los grillos,
en el diluvio que alguna vez
no terminó de caer.
Mi patria no es mi lengua
pues los que abandonamos la colmena
nunca nos comprendimos
con el resto de los refugiados.
Hoy nos reconocemos
al tocar nuestra espalda,
al tacto helado que nos enmascara.
Mi patria es el camino,
los cuarenta días,
las cuarenta noches.
Mi patria somos
y nosotros somos
los que comemos,
bebemos
y nos formamos del diluvio.
Las gotas secas,
la intermitencia.
Alguna vez alguien nos habló
de las tierras blancas
de las tierras de miel tan agria
que empalaga.
Ese día algunos creímos.
Ese día comenzaron las preguntas,
el camino,
y mi patria
fue el temblor
de los trenes
por la mañana.
.
.
.
.
[Ángeles vuelan…]
Ángeles vuelan cerca de mis manos,
en las llanuras incandescentes
se respira el olor a barro
con el que moldearon las figuras
de mis ojos
y sólo un aleteo bastó para formar,
de las grietas,
el holocausto seminal
del que hoy brotan las almendras.
[Los ángeles vuelan]
Los ángeles vuelan
cerca de mis manos
se esconden
en el parpadeo de las mañanas
en las turbas revoltosas
de las aves tormenta que en gris
se desvanece
los ángeles viven en abril,
en sus lluvias de sol y viento,
en el azul de sus faros rotos.
En las heridas de los niños
que guardan navajas en las cicatrices.
A veces quisiera gritar un poco,
olvidar mi nombre,
recordar los meses fríos,
la aridez del pavimento,
y antes de arrancar tres letras
de mi cuello aparece Abril
y los ángeles vuelan cerca de su rostro.
Las flores se marchitan
ante la exhumación del viento
y de la blancura del invierno
sólo queda la mirada
en la que se bañan todas las palomas.
.
.
.
.
[Tiro los ruegos]
Tiro los ruegos al viento
y sólo la luna refleja los rostros
carcomidos por las charcas.
Una noche creí escuchar al alba
posarse en los alambres
que se enredan
frente a mi ventana,
sólo era un ave.
Un ave que se miraba en el agua
estancada
con el rostro de la noche y plumas.
.
.
.
.
[Alguna Vez]
Alguna vez has sentido que la noche
te aborda
por la comisura de los labios,
y se esparce entre los andenes
de un cuerpo siempre paralelo.
Has sentido el frío;
te pregunto,
el temor, el miedo.
La inexorable tristeza de no saber
la hora exacta
del amanecer o del ocaso.
Cuando el repetido e incesante
goteo
de la lluvia que se ha ido
se cuela por la ventana,
y sordo te preguntas
si todos los naufragios iban cargados
de piedras preciosas
o sólo llevaban troncos partidos
para apuntalar las fortalezas.
Yo sé que lo has sentido,
sé bien que tu espalda ha temblado
y te has enroscado del dolor
bajo los árboles sin sombra,
que sembrados una noche de verano
nos enmarcan.
Sabes tan bien de la intermitencia
de los ríos
y la dieta de las sirenas
(que nadan en la gruta).
Y todavía te atreves a llorar frente a mis huesos.
.
.
.
.
El espíritu de los centauros (fragmento)
Carta I
Cuando los barcos partieron; nosotros, el musgo que crece alrededor de las catedrales habíamos terminado de cubrir todas la letras, éramos el olvido, y la lluvia que se alejaba nos mostraba la vida en un chubasco. Nadie recordaba los empedrados caminos que nos devolverían a nuestra patria, agradecíamos cada piedra pintada bajo el canto del cenzontle. Era la danza de la armónica. Habíamos perdido el camino y la voz del norte era cellisca negra, pólvora y cal.
.
.
.
.
El espíritu de los centauros (fragmento)
Carta II
Cuando, secos, los tallos se fundían con los pastizales adoquinados y las estepas formaron un paso al cielo, comprendimos que la fuga era imposible desde el arco quebrado que nos enmarcaba. Éramos las flechas clavadas al suelo y el verano terminaría muy pronto.
.
.
.
Datos vitales
Alejandro Baca (Estado de México, 1990). Ensayista, crítico y poeta. Director del Colectivo Órfico de Poesía. Director del Proyecto Centauro de Cine-Poesía. Coeditor en Cuadrivio Ediciones. Forma parte del consejo editorial de la revista Ritmo de UNAM y del consejo editorial de Proyecto Almendra de INFOCAB Ha publicado narrativa, poesía y ensayo literario en periódicos y revistas como El Columnista, El Clarín Puebla, Revista Ritmo CCH, Suplemento cultural Laberinto, Revista Flint, Invisible Gazzete, El Avispero, Revista Moria, entre otras. Ha sido publicado en las antologías de poesía nacionales e internacionales. Publicó el poemario“Apertura del cielo” en editorial Naveluz (proyecto de UNAM).