Narrativa joven de Chihuahua: Karen Cano

Presentamos dos cuentos de Karen Cano (Ciudad Juárez, Chihuahua). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Chihuahua, en la facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Fue reconocida por Grupos Unidos Femeninos de Acción Social por dos años consecutivos, en sus categorías cuento y poesía; con dos terceros lugares en el 2012 y un primer lugar en el 2013. Actualmente publica para la revista electrónica México Kafkiano.

.

.

.

.

TE TENGO

 

Te lo advierto, por tu salud mental, no me mires con los ojos entrecerrados.

Te juro que soy real, no soy un sueño; si lo fuera, entonces sería una pesadilla, la peor que has tenido.

No soy tan bonita como para dejarte con la boca abierta, pero me gusta que la abras, me gusta meterte la lengua.

¿Podrás escucharme?

Entre el acelere de mi caja de vida, el recorrido de mis dedos por tu nuca y el accidentado entrar y salir del aire por mi nariz, no sé si puedas oír lo que pienso.

¡Me encanta todo esto!

Mi placer es seducirte y hacer que caigas en los abismos que quieres caer, también en los que estas evitando. Es mi talento.

¡No me ignores!, aquí estoy, agarrándote del pantalón, forcejeando con tu embriaguez, ¡Bésame!

Bésame así como no lo haces en público, como no me has besado antes.

Muérdeme la boca, tócame donde nadie más puede, así por encima de la ropa, como si fuera prohibido, ¡mmmm! así.

¡Toca más fuerte! ¡Puedo sentirlo tan dentro de mí!

¡Sigue!, ¡No te detengas mi adorado demonio!

Arráncame quejidos involuntarios

–¡Ah!…

¿Me escuchas? Lo estoy disfrutando

Siéntame en tus piernas, soy tu muñeca, juega conmigo a lo que tú quieras.

No me quites las manos de tu entrepierna, me gusta dejarlas ahí. Déjalas explorar a las traviesas.

–No hagas eso, después no me vas a aguatar.

¿Bromeas?, si eso es lo que quiero. Eso es lo que he venido buscando desde que te arrastré a esta esquina de la casa, dónde la música no suena tan fuerte, dónde puedas atender las súplicas que te hace mi cuerpo.

¡Vamos!, nadie nos mira, y si nos miran, nos ignoran. ¡Inténtalo!, acaríciame con las uñas, jálame el cabello, trátame como si quieras destrozarme.

–¿Hacer qué?

Me gusta meterme tus dedos a la boca, me gusta la cara que pones cuando tus huellas dactilares se arrastran dentro de mis labios. Me gusta verme en tus pupilas dilatadas, ¡Si te confesara que poso desnuda para ti frente al espejo!, ¡Qué en las noches sueño con este momento que quiero aproximar!

–¡Ya basta! ¡Mira como me tienes!

¿Es una súplica o una petición formal?, te tengo como yo quiero, debajo de mí. Juego con tu deseo, por mero capricho, es casi más excitante que cualquier deporte extremo. Tú me tienes como muchos quisieran, pero a mí no se me nota ¡Já!… te tengo, eso es lo que importa.

–¿Cómo?

¿Qué estas esperando? Pídeme que haga lo que quiero hacerte. Quiero hacerte todo, quiero que me adores, quiero que grites mi nombre como si fuera la única palabra que supieras decir.

–¡Ya!

¡No quiero! Me gusta demasiado. Tú eres mi presa, los depredadores no perdonamos. Sé que quieres esto, pero tu indiferencia ha terminado por convencerme.

–¿Por qué?

–Porque no podemos hacer nada ahorita.

–Si podemos, podemos encerrarnos por allá.

–Si no te quedas a dormir conmigo, no mujer.

–No puedo.

–Si puedes.

–Perdóname.

Para la otra no te me escapas…

.

.

.

.

UNA MUJER DE PALABRA

La anciana viuda todavía tenía puesto su traje negro de terciopelo cuando llamaron a la puerta esa tarde después del funeral de su esposo.

La ceremonia fue tan larga y tan conmovedora, que nadie sospecharía que el personaje en mención fue un hombre frío y desabrido, que tenía pocos amigos y pocos amores estando en vida.

Y sin embargo, al menos unas 500 personas acudieron a ese ritual de despedir a los muertos; en parte por el gran trabajo del actor difunto y en parte por el amor a Carolina, la mujer de 65 años que aún le escribía poemas de amor a su marido y gustosa le contaba a sus 15 nietos la forma en la que conoció al abuelo y lo maravilloso que este se veía sobre el escenario del teatro aquella tarde dominical del dos mil catorce, cuando fue a buscarle tras una larga pelea de novios y se generó una reconciliación que terminó en un matrimonio de cuarenta años, culminado sólo por la muerte.

Aún le brillaba la mirada cuando la mujer relataba sentada en sus sillones de madera, la forma en la que el hombre que amaba se movía y actuaba, sin sospechar que la mujer de su vida lo veía desde las tinieblas del público.

Habían durado apenas unos meses como pareja, pero una decepción amorosa previa en él lo había invadido de temor y lo había hecho tomar la determinación de dejar a Carolina para siempre, pensando que sería lo mejor para ambos.

Y sin embargo, esa noche del estreno de la obra teatral de la compañía de actores a la que el pertenecía en sus inicios como artista, la vio sentada en primera fila, con un vestido rojo que no le bajaba de las rodillas, con los ojos llorosos, aplaudiendo de pie fervorosamente, mirándolo fijamente.

Tras la separación, esa noche él se dio cuenta que la amaba con locura, como nunca antes había amado a nadie en su vida, y bajó del escenario para arrodillarse frente a ella y pedirle matrimonio.

El gesto fue lo suficientemente conmovedor para que ella perdonara todo lo anterior, y aceptara tal propuesta precipitada y amorosa, al mismo tiempo que unas mil 500 personas festejaban en el teatro un amor que duraría toda la vida.

El difunto fue entrevistado muchas veces al respecto sobre ese acto que marcó su carrera, y siempre contaba la misma historia; y hasta hubo una adaptación al cine, misma que se había estrenado en un festival de cortometrajes apenas el verano pasado previo a su muerte, en el dos mil cincuenta y cuatro.

Y fue por eso que la viuda todavía vestía de negro cuando escuchó que alguien tocaba la puerta seis veces, y no tenía que ser un genio para saber quién era y que quería.

Habían pasado cuarenta años desde aquella noche fatídica en la que estaba llorando sin sentir consuelo alguno, en la que veía fotografías, preguntándose qué hacer o qué decir para que su novio regresara y la quisiera de nuevo.

Entonces, se encontraba con los ojos hinchados, tirada en el suelo, con unos dolores en el vientre que le hacían creer que el estómago se le consumía en ácido, víctima de los efectos de setenta y cinco pastillas para dormir.

–Haría lo que sea, no puedo seguir viviendo de esta forma y tú no me escuchas. Seguramente debes de estar riéndote de mí, después de todo tú permitiste que todo esto pasara. –balbuceaba mientras la vida se le extinguía, resentida con Dios.

Un ente apareció frente a sus ojos y ella pensó que eran las alucinaciones por el envenenamiento que se había provocado para morir.

Tenía ya dos meses llorando desquiciadamente cada noche. Su familia ya no sabía qué hacer con ella, y ese día le habían anunciado que, de seguir así, sería internada en un psiquiátrico.

Pero este hombre que ahora tenía enfrente, era alto y flaco, portaba un traje sastre, su piel era blanca y limpia, y su cabello negro y lacio estaba sujeto por detrás de los oídos. No, no era el hombre que amaba, era alguien de quien sólo había escuchado hablar en la iglesia.

–¡Qué desperdicio de vida es el amor! –dijo el mismo demonio mirándola sin compasión.

–¿Qué quieres? ¿Vienes a llevarme al más allá? Pensé que eso de la vida después de la muerte eran puras pendejadas. –exclamó Carolina, con una voz apenas entendible.

–¡No seas pendeja, tú! Vengo a ofrecerte un trato.

Ambos dialogaron durante algunos minutos, y el pacto fue tan sencillo que no fueron necesarias más que una firma y una gota de sangre para que Carolina obtuviera lo que quería.

Al día siguiente despertó en su cama, sana como siempre. Y un par de semanas después, estaría contando de la mano de su prometido el incidente del teatro.

Por eso no era de extrañarse que la viuda no se inmutara cuando escuchó tocar seis veces la puerta de su casa. No tenía miedo, si acaso, algo de curiosidad.

Levantó su cuerpo de sesenta y cuatro años para abrir la puerta y descubrir ante ella aquel personaje mítico que muchas veces creyó parte de sus fantasías.

–¿Lista? –preguntó Lucifer, muy cortésmente para ser el mismísimo amo de la oscuridad.

–Soy una mujer de palabra –espetó ella, tomándolo del brazo, apoyándose en él para dar los primeros pasos hacía una eternidad de sufrimiento.

Al abrir las puertas del inframundo, el fuego de un millón de almas sonrojaron su rosto senil y pálido por la pena. Y por primera vez en cuarenta años, se preguntó sí el trato había sido justo.

.

.

.

 

 

Datos vitales

Karen Cano. Estudio Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Chihuahua, en la facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Inició a trabajar en los medios de comunicación en la rama de periodismo desde el 2009, siendo reconocida en el 2011 por su labor como reportera con la Columna de Plata a la Mejor Nota del año, presea otorgada por la Asociación de Periodistas de Ciudad Juárez. Además, fue reconocida por Grupos Unidos Femeninos de Acción Social por dos años consecutivos, en sus categorías cuento y poesía; con dos terceros lugares en el 2012 y un primer lugar en el 2013, así como la Rosa de Oro, máximo reconocimiento que otorga dicha organismo. Actualmente publica para la revista electrónica México Kafkiano y trabaja en producción de una red estatal de noticias en el norte del país.

También puedes leer