Mexico City Poetry Festival: Emilio Coco

El poeta italiano Emilio Coco (San Marco in Lamis, Foggia, 1940) estará en el Encuentro Internacional de Poesía Ciudad de México. Coyoacán, capital mundial de la poesía. Ha publicado los siguientes libros de poesía: La memoria del volo (2002), Il Tardo Amore (2008), Il Dono de la Notte, (2009) y Ascoltami signore (2012). Obtuvo diversos premios entre los que sobresalen: el Premio Proa a la trayectoria poética, Premio Alessandro Ricci-Città di Garessio, Premio Città di Adelfia y el Premio della Giuria Alda Merini. Dirige las colecciones I Quaderni di Abanico (Levante Editori, Bari) y Uni-versi (Sentieri Meridiani Edizioni, Foggia), y es editor de I Quaderni della Valle. En 2011 el Colegio de México le concedió una medalla de plata por su trabajo de traductor de autores mexicanos.  La traducción corre a cargo de Marco Antonio Campos.

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Me llamo emilio coco
y moro en un edificio en tercer piso
de calle La Piscopia 89.
Cerca de cuarenta años enseñé francés
pero he amado siempre y sólo el español
y dejé la escuela con escasa amargura.
No tengo prisa por alzarme en la mañana.
A sorbos bebo un tazón de agua caliente
y luego desayuno
café con leche y copos de trigo,
que aseguran –está escrito en el paquete–
un pleno bienestar.
Voy al baño y en el lavabo lavo
la herrumbre de los años,
pero la luz por la rendija abierta
me clava sus reflejos como insultos.
Ya sentado en la mesilla me estrujo el cerebro
buscando un bello verso
pero desisto pronto: es mejor concentrarme
sobre algún mexicano,
uruguayo o chileno:
de un año hasta la fecha
no me interesan más los castellanos.
Terminada la cena, me acuesto en el diván
y me adormezco
con cualquier transmisión:
sea ficción, año cero o puerta a puerta.
No me ducho los sábados,
absuelvo mis deberes conyugales
no semanalmente,
pero como y cuando puedo:
no me invento problemas si es que fallo.
Inesperadamente me socorre
un murmullo de sangre
si intento una caricia sobre su cuerpo
y aunque no responde
me enfervorizo al descubrirme joven
por no haber perdido aún las ganas
de encontrarla debajo de la sábana.
Regreso al verso que traduje mal,
me roba el sueño contar sílabas sobre
el pecho, me alzo,
diez gotas del lexotan,
mascullo las plegarias en la noche
y espero que la noche me sea leve.
En tus inescrutables designios,
Señor, me has asignado
una vida de poeta menor.
A los grandes no les toca una existencia
tan pareja y vulgar.

 

Anhelé siempre
poseer una casa toda mía,
un trozo de jardín donde escribir
mis versos más bellos
a la leve claridad de la luna.
Pero vivo en un oscuro condominio
y da mi estudio hacia una calle
lacerada por el bramido de los coches.
Siempre he soñado un árbol,
no me importa si un sauce o si una encina
a cuya sombra sentarme
y componer románticos poemas
con el trino de los pájaros de fondo
y el suave susurro de las frondas.
Pero salgo al balcón y sólo veo
contenedores plenos de inmundicias
y neumáticos viejos apilados
al lado de una vulcanizadora.
El cielo desteñido escruto
y nada me conmueve
ni siquiera esa nube desflecada
que asoma tras el monte.
Si una tormenta reventase al menos
con truenos y relámpagos y féretros abiertos
me inspiraría un canto inigualable.
Pero todo transcurre banalmente.
Por haberme ahorrado tanto estrago
te doy gracias, Señor. 

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