Presentamos algunos textos del poeta, ensayista y crítico literario colombiano Juan Gustavo Cobo Borda (Bogotá, 1948). Ha publicado poemarios como Consejos para sobrevivir (1974), Ofrenda en el altar del bolero (1981), Todos los poetas son santos e irán al cielo (1983) y Poemas orientales y bogotanos (1992). Ha desarrollado una intensa actividad editorial como antólogo y director y fundador de revistas culturales.
Pacto
Si ahora solo hay
plazos fijos
y amodorrada fatiga
porque me sacudes
con el vibrante latigazo
de tu risa?
Y pones sobre tantas
y tan erosionadas ruinas
el airoso pendón
de tu belleza imprevista?
Como cuentas de servicio
que llegan inexorables cada mes
—la luz, el agua,
la palabra y el fuego—
pareces naufragar
entre deberes ineludibles.
Pero traes también consigo
aquella legendaria ilusión
que caldea el pulso
y nos obliga a mirar,
con distracción obsesiva
el vasto enigma de la lejanía.
Por ello me consagro
a tu servicio,
honor y herida.,
entre desfallecimientos e ímpetus
para reestablecer ese sucio amasijo
de podredumbre y dulzura
de donde brota
un jardín y un circo.
Lo muy poco perdurable
que sobre esta tierra subsiste.
Vaivén
La tortuosa vacilación
de quien coloca
en el otro
sus dudas.
La neurótica angustia
de la siempre renovada
Pero sobreviene
la grave danza
de la compenetración
más profunda.
La redonda energía
con que te abres
en un grito
espumeante
de obscena saliva.
Anclado en ti
el mundo gira
desvaneciéndose
con prisa.
Epitalamio
Dame luz que yo seré tu sombra.
Dame agua que yo seré tu sed.
Es tan corta la eternidad
para empezarnos a querer.
Acúname
en la desvalida tibieza
con que todos nos sabemos
inermes y desnudos.
Cobíjame con la fuerza
que yo te daré.
Abre siempre el día
con un vibrante
sonido de trompeta.
Cierra siempre el día con la flauta dulce
que viva el fuego secreto
de la intimidad.
Conjuguemos un plural
tan férreo como libre.
Déjame ser la niña que corría en el jardín.
Déjame ser el niño que ganaba el mayor premio
y seguía jugando indiferente y feliz.
Mis sueños más oscuros se han hecho clarividentes para ti.
Respeta mi utopía, que es la tuya también.
Desdén y hastío
Ya no quedaba un gramo de nada.
Solo la obscena voluntad
queriendo sojuzgar
ese objeto degradado: tu alma.
El cuerpo que se usaba de vez en cuando
– instrumento apenas
para alcanzar la verdad descarnada.
Todo se ha envilecido, inclusive la rabia.
Y el anzuelo del sexo,
ponzoña envenenada.
Catulo aún vivo
Egocéntrica absoluta
solo peroraba
de sus aburridos asuntos:
poderes. memoriales, litigios.
Sin terminar aún de amar
ya llama a la oficina.
Considerándose muy astuta
y de paso
graciosamente oportuna
se volvió despiadadamente competitiva.
Su heroína:
Alexis Carrington,
millonaria de película.
Pero todo en realidad
disimulaba un sueño trunco:
la amplitud del currículum.
Algo, sin embargo, parecía escurrírsele
lentamente erosionado entre ruinas.
Que, en definitiva, nada quedó
de cuanto hizo.
Ni, por supuesto, estos versos
a su memoria inscritos.
Lápida
En el laberinto de la inexorable caída
podemos escupir, por fin.
ese hueso atragantado.
Esos ingenios de pacotilla.
Esas fiestas promiscuas.
Esos cantantes cursis y sublimes.
Esas ofertas comerciales
en el mercado de la risa.
Ante ese espectáculo de segunda
nuestros celos
terminaron por ser
la más barata de las baratijas.
Fantasma y tontería
No la incomodes
con historias aburridas:
ella solo se escuchará a sí misma.
Hablará de sus ovarios.
Del ruido de las cañerías.
De las incómodas llamadas
a las tres de la mañana
al anunciar una muerte
que no tenía prevista.
Déjala tranquila
reposar en su apacible tumba.
Fue hecha para su cuerpo.
Para su masajista.
Para sus nauseabundas colillas.
Para el tedio
que terminaba por emanar
de todos sus actos
al buscar ser reconocida.
No la abrumes con vanas historias,
te lo repito.
De nueve a siete
ella requiere diez horas
de sueño ineludible.
Mírate en ese espejo
donde nunca verás su rostro
cruzado de arrugas.
Los fantasmas
transcurren entre dos nadas
desvaneciéndose a medida
que los decimos.
Las madres terribles
Se creen perpetuamente jóvenes
y amigas descomplicadas de sus hijos
pero los castran con sevicia.
Expertas en el chantaje afectivo
proclaman a los cuatro vientos
lo invaluable de sus sacrificios.
Hasta que un día,
con la cara manchada por el cigarrillo,
reciben el portazo
con que sus hijos se van,
rotos pero felices,
escupiendo sobre su falacia
de carceleras honestas, francas y comprensivas.
Se quedarán atónitas
en busca de un almuerzo, una salida,
una misa, un sicoanalista.
Las comidas con bolero
guitarra y amante efímero
que aleje por pocos días
el espectro de su rostro
ya roído
por la grandeza inconmensurable
de su infinito vacío.
Al anonimato de los nombres propios
Cualquiera puede llamarse Pepe
como cualquier puede llamarse Joel.
Un usurero español
medra entre indígenas sudamericanos.
O un bodeguero francés
apila cajas de cartón hasta el cielo.
Cualquiera puede llamarse Hans
como cualquiera puede llamarse Mario.
Un comisionista inescrupuloso
expulsado de la bolsa
o un notario que envejece mal
encadenado al ilegible garabato de su firma.
Cualquiera puede llamarse Jaime
como cualquiera puede llamarse Nadie.
Un viceministro
acosa empleadas detrás de la puerta
o un poeta camuflado detrás
de las ruinas de su máscara.
Cualquiera puede llamarse María Teresa
como cualquiera puede llamarse Loreley.
Una suficiencia insegura
reafirmándose en la crueldad atolondrada
o una cándida ambición
desbaratándose contra el poder de la nada.
Cualquiera puede llamarse Carmen
como cualquiera puede llamarse Nada.
La novia de América
seduce con la vacuidad de su gracia
o ese mismo vacío
poniéndose otro maquillaje.
Como los amé a todos ellos
al intentar en vano odiarlos:
endebles pretextos
para vivir pasiones imaginarias.
Grecia de nuevo
Playas ásperas de piedra
y el sol y la luna
conviven bajo un mismo cielo.
Aroma de cordero
y las estatuas caídas,
al desgaire.
entre los matorrales del museo.
Tiendas de dulces, recargados de miel
y siempre el tropel bullicioso
de empleados públicos en huelga:
Maestros, médicos, oficinistas.
Pequeñas iglesias
saturadas de incienso
y en los muros,
del génesis al Apocalipsis,
la historia íntegra
con su dorada aura
de ícono bizantino.
Los ritos ortodoxos
se vuelven aún más puros
en el recoleto jardín de los monasterios.
Ese silencio venció a los turcos.
Grecia zarpa de nuevo
para detener, hoy como ayer,
los toscos ídolos persas
y sus reyes rudos.
Acompaño a morir a Enrique Molina
Tomo de la mano a Enrique Molina
para naufragar juntos.
Le hablo a una mente clausurada.
Aún así lograba percibir
las inconstantes ráfagas de cariño.
Con sus cafés tibios
las Parcas se afanaban en la sala:
el nuevo chivo expiatorio
para mostrar en las visitas.
Compartimos la feliz abyección del abismo.
La delicia sin par de la ruina y su caída.
Las arrugas adorables del vicio.
El fracaso del amor
y sus últimos estertores fríos.
Oxidadas anclas gimen en su ascenso
y un temblor muy dulce sacude toda la arboladura.
Cortamos las amarras y el empate de los nudos.
Las tontas amistades coloridas.
Si la bahía está podrida como una sentina
ni el látex de los condones
ni el plástico de esos refrescos
coloreados de anilina
podrán detener el loco jadeo de la hélice
que gira siempre en el vacío.
Así atravesamos, hasta las antípodas
este planeta tan incandescente como efímero.
Acompaño a morir a Enrique Molina
9 de la noche. 22 grados centígrados.
En los claustrofóbicos túneles que incomunican
automovilistas impacientes bufan por llegar a sus pocilgas.
Afuera las luces rojas de Icaro
rasgan la pétrea bóveda oscura.
Que en la matriz de Dios
una puta te acune, madre y mendiga.
Que en los moteles de la colina
explícitas las inobjetables tarifas,
una misma luz parpadee y diga:
“Amor no es pecado”.
Así volveré a estar contigo, en la Clínica del Sol,
niño aún no nacido con su saco azul marino.
Río de Janeiro, julio 2002.
Datos vitales
Juan Gustavo Cobo Borda (Bogotá, 1948) es poeta, ensayista y crítico literario. Ha desarrollado una intensa actividad editorial como director y fundador de revistas culturales (Eco y Gaceta de Colcultura), comentarista de libros (La alegría de leer, 1976; La tradición de la pobreza, 1980; La otra literatura latinoamericana, 1982; Letras de esta América, 1986), y antologista (Obra en marcha I y 11. La nueva literatura colombiana, 1974 y 1976; Album de poesía colombiana, 1980; Antología de la poesía hispanoamericana, 1985). Durante su permanencia en el Instituto Colombiano de Cultura (1975 – 1983), impulsó la colección Biblioteca Básica Colombiana, donde aparecieron obras de Baldomero Sanín Cano, Luis Tejada, Aurelio Arturo, Eduardo Cote Lamus y Jorge Gaitán Durán, entre otros. Luego de trabajar como subdirector de la Biblioteca Nacional, inició su carrera diplomática como agregado cultural de las embajadas de Colombia en Argentina y España. Cobo Borda ha publicado libros sobre el pintor Alejandro Obregón (1985); los escritores Germán Arciniegas (1987), José Asunción Silva (1988) y Alvaro Mutis (1989). Son conocidos sus ensayos “La narrativa colombiana después de García Márquez; visión a vuelo de pájaro” (1988), “La nueva poesía colombiana: una década 19701980” (1979), “Mito” (1988) -de esta revista publicó, además, una Selección de textos en 1975- y “El nadaísmo” (1988). Entre sus colecciones de poemas, publicadas en Bogotá, Caracas, Buenos Aires y México, figuran: Consejos para sobrevivir (1974), Ofrenda en el altar del bolero(1981), Todos los poetas son santos e irán al cielo (1983) y Poemas orientales y bogotanos (1992)