A propósito del Premio Internacional Puentes de Struga 2015 otorgado a Paula Bozalongo, presentamos esta crónica de Andrea Cote (Barrancabermeja, 1981) quien recibiera el mismo reconocimiento en 2005. En este textos la autora colombiana relata su visita a Macedonia. Andrea Cote es autora de los libros de poemas:Puerto Calcinado, Cosas Frágiles y Chinatown a toda hora (Libro Objeto). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia en el año 2003, Premio Internacional de Poesía Puentes de Struga (2005) y el Premio Cittá de Castrovillari Prize (2010).
Vista de Macedonia
por Andre Cote
Vista desde arriba Macedonia ya parece una cosa antigua; ese es el aire que le dan los valles de los cipreses y las torres de las mezquitas de las villas turcas y albanesas, que así nos avisan que esta tierra también se reclina en brazos de Oriente.
Cruzar las puertas de Skopje no es una primera prueba demasiado difícil para el viajero, incluso si se es colombiano y se viaja sin visa la bienvenida es generosa por parte de los que dicen que sí, que no se ven muchos colombianos por aquí pero que, por supuesto, como todo el mundo, ellos también nos conocen.
Ya vista desde abajo Skopje es extremadamente humana, con calles repletas y también maltrechas como las nuestras, sin derecho y sin revés, como una ciudad colombiana, pero de una tristeza más recia. La verdadera sensación de extrañeza la produce lo extremadamente otro que es el lenguaje, el encuentro con la inentendible -impronunciable- presencia del alfabeto cirílico y con la, a veces reseca, fortaleza de la lengua eslava.
A dos horas de camino desde Skopje se encuentra el lugar en el que se celebra el festival de poesía más antiguo del mundo, es un poblado minúsculo a orillas del lago de Ohrid, llamado Struga. La pequeña ciudad es otra de las tantas particulares que rodean el lago de Ohrid y que dependen de una u otra manera de la presencia del que es el lago má claro y profundo de toda Europa. Es en Struga donde las aguas de Ohrid se convierten en el río Drim, que de Macedonia va a dar al Adriático donde termina el camino que empieza al otro lado del lago, en las fuentes del Monasterio de San Naum.
En cierto modo este camino del agua es el símbolo de una aventura espiritual, basta con tratar de recorrer las cercanías del lago para percibir las huellas de lo que el alma de Macedonia ha sido y, más aun, las huellas de lo que el alma de Macedonia ha tratado incansablemente de ser. Las marcas de ese trabajo están erguidas aún en las colinas del lago, donde los monasterios, las más de trescientas iglesias, la exhuberancia del agua y la terquedad de ciertas piedras -después de siglos intáctas- son la huella visible de las victorias y las derrotas de una empresa que no es otra que la lucha por la independencia, representada en la búsqueda de un propio nombre y un propio lenguaje
Sobre la historia de Macedonia pesan los nombres de muchos que al haber perdido dejaron para ganancia de otros el deseo de seguir batallando. De eso se cuenta aquí, por ejemplo, la historia del rey Tsar Samoil, famoso en toda la península por haber sido vencido en Besálica en el año 1014 por los ejércitos del emperador Bizantino, Basilius II, que combatió para sofocar la independencia del reino de Samoil. Hoy día, ascendiendo por las colinas del fuerte, en las orillas de Ohrid, se recorren los pasos de la tragedia de este rey que conmovido, avergonzado y aterrado murió en su casa a causa de un ataque al corazón que le produjo la impresión de ver venir sus tropas y descubrir que la totalidad de sus 15.000 hombres habían sido cegados por sus enemigos quienes; no obstante, se cuidaron de dejar un ojo en uno de cada cien hombres para que se arrastraran hasta el fuerte y dejaran saber su desgracia.
Fue precisamente en el tiempo de Samoil cuando se fundaron los monasterios que permitieron el nacimiento del primer alfabeto cirílico que fue originado aquí, en Macedonia. Mucho tiempo después, en el siglo XIX, la batalla de un pueblo que ha sido tantas veces forzado a cambiar su lenguaje encontró para sí los nombres de los hermanos Dimitri y Kostatin Miladinov que murieron en la prisión después de años de encierro merecido por intentar enseñar la lengua de Macedonia en las escuelas donde era una obligación educar en griego. Es en honor de los dos hermanos que se celebra en Struga el festival de poesía más renombrado de Europa: ‘”las noche poéticas de Struga”, que hace más de medio siglo se inauguran con la lectura del poema “T’ga za jug”, que quiere decir: “anhelo por el sur” y que fue escrito por Konstantin Miladinov en sus años de estudio en Rusia, poema que es además, hoy día, el nombre del vino más famoso de Macedonia.
Debe ser precisamente porque la Macedonia actual no parece aun una nación entera, sino un territorio celosamente compartido con los gitanos, los turcos y los albaneses y porque los Macedonios son los que aun pelean con los griegos para poder ostentar ese nombre, que es fácil entender que un pueblo cuya identidad reposa profundamente en la batalla por la palabra reconozca un lugar importante a la poesía, que sepa y quiera contar que es en nuestro lenguaje donde reposan las claves de nuestra libertad.