A continuación, Miguel Floriano, reseña Lied de lluvia para una piel ausente (Alhulia, Granada, 2014) de Raquel Vázquez (Lugo, 1990). Y nos presenta a la poeta:
Lied de lluvia para una piel ausente
Raquel Vázquez (Lugo, 1990) es licenciada en Filología Hispánica, y actualmente reside en Córdoba, ciudad donde disfruta de una estancia en la Fundación Antonio Gala para jóvenes creadores. No obstante, Raquel es, por encima de todo, una joven poeta redomadamente hacendosa y prolífica, que tiene ya en su haber, a pesar de su corta edad, varios galardones de poesía joven (Juan Calderón Matador y Gloria Fuertes) por sus anteriores volúmenes de versos, además de algunos primeros puestos en varios concursos de microrrelatos. Lied de lluvia para una piel ausente, libro que hoy comento, es su cuarto libro de poemas, editado en Alhulia.
Lied de lluvia para una piel ausente es un libro, cuanto menos, peculiar. El título nos brinda, en efecto, algunas someras pistas sobre lo que pudiere ser posible hallar en el interior del volumen. Ante la intransigente y agria ausencia del ser amado, conjetura uno, la palabra y la declinación verbal son el único amparo posible para la voz de la añoranza, cuyo incesante emanar acabará por inscribir los contornos de esa ausencia evocada por la poeta. Así, el volumen se abre con una cita en inglés cuya autoría, deducimos, pertenece a la propia autora, y, página después, con tres sugerentes versos (Bajo su gabardina, / Leonard Cohen también quiere erigirte / en un arpegio de agua interminable), que, deducimos también, son fruto de la más que aguda inventiva de la joven vate. Estos tres versos ya nos previenen, mediante una refinada metáfora, de lo que nos aguarda páginas adentro: cadencias interminables como torrentes, acompasamientos largamente acaudillados por la voluntad del pensamiento y el espejo sensóreo.
El libro se promedia en tres secciones, tituladas de un modo verdaderamente original y atractivo: A, B, A’. Nada parece, a priori, justificar las mencionadas rúbricas, sino que, de hecho, dan la impresión de haber nacido desde un dictamen veleidoso. Sin embargo, tras la lectura completa, uno tiene la impresión de que los versos van ahondando cada vez más en las profundidades del quehacer introspectivo, volviéndose cada vez más mordientes, abisales y hondos, y de que las secciones, por ende, juegan el papel de niveladoras. Porque el lector pacta, ya digo, con ese mismo atroz desasosiego, con ese abatimiento hecho pureza y convicción lírica que los poemas alojan y destilan, desde los primeros versos. Mediante metáforas resueltas, casi acrobáticas, y un gran dominio de la correspondencia fónica, Raquel no deja rincón del intelecto por explorar (en la sangre según va combando esta noche / y llueve tan despacio y de rodillas / que hasta tendré que llegar a pedir / perdón por desearte). Sorprende, y mucho, la incontestable agudeza verbal que Raquel ostenta. La poeta se deja seducir por el ritmo que los poemas le reclaman, llegando a alumbrar piezas verdaderamente luminosas y sugestivas, y todo ello sin prescindir de los desvíos gramaticales más violentos y de la solución de continuidad entre cada poema (dónde va todo el helio de este mundo / el eco del eco último se parte / y ahora es todo de repente un ya no). Empero, en el último tramo del libro, se percibe en el yo poemático cierta resignación ante la no presencia de esa piel ausente, cierto acatamiento de ese vacío emocional que el desamparo y la soledad erigen (cuando ya solo sepa / lloverte y recordarte).
Lied de lluvia para una piel ausente es un libro, no hay ninguna duda, que encierra interminables secretos semánticos, y del que se podría hablar con bastante más profundidad. Son versos escritos con sangre, en aras de la inclemente certeza de una ausencia efectiva. Son poemas que no dan tregua, que se hunden más allá del pecho del lector para viajar hasta la memoria. No aptos, en fin, para lectores que busquen tras la lectura una ruta de sosiego y templanza.
Miguel Floriano