Presentamos algunos poemas y aforismos de Miguel Floriano (Oviedo, 1992). Es estudiante de Filología Hispánica en la Universidad de Oviedo y poeta. Ha publicado el volumen de relatos Cuentos para adornar los sueños, ganador de un certamen literario, y los libros de poemas Diablos y virtudes y Tratado de identidad. Durante el mes de mayo de 2015, ha participado en el FIP (Festival Internacional de Poesía de Granada).
Lope revive, escribe unos versos y se vuelve a su sepulcro
En la extraña verdad en que habitamos
apenas sé quién sois ni quién soy yo
(ambos amparamos discretos simulacros).
Así, pareciera que me nombro y solo soy
ausencia de vos, patrimonio del vacío.
Así, pareciera que os nombro y solo sois
el ligero provecho de tantísima quimera
vuestra: caricia
que ríe confundiendo
lo que tienta y toca. De limpio
amado yo, pues, súbitamente, de limpia
amada tú, a idioma
de costumbres yo, a quebrantada
amante tú; y esto en tan solo
un segundo, mujer.
En la extraña verdad en que habitamos
ya no sé quién sois vos ni quién soy yo.
Con tal grandiosa duda voy bordando
un incomparable, un bello enigma.
Narciso, creyéndose un ínclito poeta,
Se pone a cavilar una madrugada
A mi padre
Sembrar en mí la paz. Eso quisiera
esta noche, eso mismo solamente.
Que la deuda del tedio, la obediente
penumbra me aplacase, me durmiera.
Después, soñar aquello que la fiera
ignora y, bajo el túnel de mi sueño,
encontrar un espejo muy pequeño
para admirarme en él como debiera.
Sembrar en mí la paz. Romper la herida
que enlaza el corazón con su desvelo,
disfrazando este insomnio de agonía.
Y al alba, abrir los ojos, y enseguida
repetirme otra vez, mirando al cielo.
Contemplarme en la nueva edad del día.
Quizá el fervor
Desconoces el miedo. Eres valiente
de una forma crucial, definitiva.
Lo sé por experiencia: si la noche
impone su doctrina de silencio y
de súbito, en un acceso de amargura,
mis dudas se detonan en un ímpetu
de palabras feroces, tú, en lugar
de admitir un temblor, vas y compones
una clara sonrisa para luego
proponerme en voz muy baja, candorosa,
armar una canción, pulir un verso,
salir a pasear por las dormidas
orillas de Poniente o San Lorenzo.
No conoces el miedo. Has aprendido
–no sé cómo decirlo– a confundirte
con una grácil y desnuda primavera.
Apiádate de mí, entonces, o al menos
desentierra el secreto de tu fuerza.
De mí, que no conozco
más que el don abyecto de la fragilidad
y el lujo avaro de la cobardía.
Todo es lejanía
Es la vida, en efecto, como un viaje.
Xaime Martínez
Al suave y melancólico compás
de los paisajes sucediéndose,
se comprende que todo es lejanía.
Porque todo muere si se aparta de los ojos.
Porque todo recuerdo es tacto ciego,
vasallo de una sombra suplicante.
¿Y de qué lugar, o acaso
de qué palabra, de qué instante, de qué cuerpo
estamos lejos siempre? ¿Qué paloma
es la que sobrevive en lo remoto?
Visita el viento un último horizonte.
Ya vuela transitoria la distancia.
Sondeo de armonía moderna
Sitiado por el vocerío de las proximidades
un niño rompe,
de súbito, a llorar. (Nadie
repara en ello, excepto yo). Tras la fugaz
divisa de tal llanto –limitada
aquí por dos rebordes
de quietud o reposo–, el fingimiento
de la imagen que alentó su simulacro.
Más abajo, de espaldas a mi sombra
y a la lejanía, inquietantemente,
unos pasos se anticipan a su origen
brindándome el eco necesario
para la madurez de la tensión.
Me muevo entonces, escruto
la penumbra, pero apenas
consigo percibir silueta alguna.
Después prosigo rumbo y nada,
silencio. (Un silencio
desprendido, celoso, ávido acaso
de lo inaudible).
Prueben a medir (I can’t get no satisfaction)
Ah, este exiguo interludio en el que somos
escabrosamente jóvenes. Ignoro
el qué o a quién podré ver aquí, sobre
mi sitio, cuando,
consumado el desquite de los años,
eche la vista atrás. Solo, supongo, los papeles
pretéritos y trasnochados de mis días, solo
los escombros de esta perniciosa
impaciencia. Solo, solo
oquedad, especulación, cincel de olvido.
Charada
No sé si me gustaría que me comentases, cielo, con suma vehemencia y asiduidad, que lo mejor de una historia en común son los enigmas –o los escombros, quizá– de su porvenir, y que por ese motivo debiéramos amarnos más, más activa, más férvida, más furiosamente.
Porque seguro que si así lo hicieras yo podría asumir, como aquella primera vez, que el querer reside entre unas fauces y que por eso nadie lo entiende.
Soneto pedagógico
A Julio Rodríguez
La tarde hostil, el corazón sereno,
la luz acomodada en la blancura,
su memoria en las manos y esta oscura
soledad con su arista y su veneno.
Evocación de noches por el seno
exacto de su cuerpo, hacia la dura
certeza de que el fuego no perdura
más de lo que consiente el tramo obsceno.
(Aunque creo hoy mi verso ni siquiera
alcanzará el solar de su silente
recuerdo, en el que un día fui acogido).
Caer pues en porfía no quisiera:
he querido nombrarla y solamente
le canto ya sin voz a lo perdido.
The nest of lovers
Y yo te veo porque yo te quiero.
Es el amor que no tiene sentido.
Claudio Rodríguez
Esta noche el tiempo nos observa sin moverse.
Es el amor, que no tiene sentido,
y no es más que materia de ambición y duelo.
Qué quieres que te diga, Ángel, maestro
(Paréntesis para una razón del desasosiego)
Qué quieres que te diga, Ángel, maestro:
como noto que mi respiración
no es ni tolerable ni llevadera,
me dispongo a estimarlas con presteza
–y me refiero, claro, a las palabras–
para así brindarles un orden tierno.
Pero me ocurre que a mitad
del poema me paro, rememoro
el motivo de mi osadía
pareciéndome escaso, vano. Las observo
entonces con estática inquietud y qué
quieres que te diga, Ángel, maestro:
no es que me resulten inútiles,
es que ya me aburre hasta desvestirlas.
Mil formas de morirse hay cada día
A Ángel González,
in memoriam
Mil modos de morirse hay cada día.
Mil formas de morirse levemente.
Quizá la más tranquila sea dejarse
llevar por la visión de lo que fuiste
aquella noche entre mis brazos;
celebrar hoy la suerte frágil, el sereno
infortunio de ser solo memoria.
Porque es ahí, en el propio
recuerdo que revive
tu olvido, donde mora esa muerte.
Mil formas de morirse hay cada día.
Elijo la que tú me has enseñado.
The last poem
En solo unos segundos quemaré
mis últimos poemas. Hasta entonces,
mientras dure esta música postrera
–Trouble in mind, interpretada
por The Killer–, un Chivas
sin hielo y unos cuantos
cigarros, tres o cuatro. (Si ejerciesen
ahora el portento de su imaginación,
les sería posible contemplar
cómo el humo, aprehendido a mi presencia,
asciende por el aire vertebrando
esta indócil penumbra). Pero no
quisiera traicionarles. He afirmado
que en solo unos segundos quemaría
mis últimos poemas. Aproximo
ya entonces el mechero con la mano
izquierda, lo sostengo
trémulo, y prendo
su llama. Mis papeles
tiritan levemente. Los enciendo
por una esquina. Ardo con ellos.
Dieciséis Chiribitas
– Toda paradoja es trama, suspense y resolución al mismo tiempo.
– Cualquier decisión comporta su desierto.
– Cada uno de sus poemas era una efeméride de la distancia: sangre exiliada muy lejos de su cuerpo.
– El hombre inconsciente, además de cargar con su yo en el hábito y la pauta, tiende también a fanatizar lo absoluto y a desatender los detalles.
– En última instancia, por codicia y por deber, somos latifundio del desorden.
– Inapetentes resultan los poetas que no son víctimas de sí y verdugos de su lector.
– El buen poema es un hallazgo de la incertidumbre. El mal poema, un chiste del entendimiento.
– Si todos los hombres persiguiéramos el olvido, el poema no sería posible.
– Algunos poemas tienen hipo.
– El poeta se despierta por la mañana y tiene que buscarse pero, si por él fuese, no se encontraría.
– Soy un hombre que no conoce aún la sensatez: me entusiasma mucho más lo tentador que lo práctico.
– Existen individuos que, debido a su incapacidad de réplica frente a las disyuntivas del entorno, se vuelcan por completo en una labor de escollo: en el goce de la destrucción hallan el confín de su dicha.
– Un poema generando realidad, imponiéndola si me apuran, es precisamente lo contrario a la distancia.
– Idéntico candor ingenuo confunde el desaire con la vanagloria y la naturaleza con el propósito.
– El deseo nunca tiene protagonistas, tiene súbditos. Intérpretes, a lo sumo.
– Lo que más se parece al mundo son las excusas.
Datos vitales
Miguel Floriano (Oviedo, 1992) es estudiante de Filología Hispánica en la Universidad de Oviedo. Ha publicado el volumen de relatos Cuentos para adornar los sueños (2012), ganador de un certamen literario, y los libros de poemas Diablos y virtudes (2013) y Tratado de identidad (2015). Varias de sus piezas han sido incluidas en la I Antología Internacional de Poesía Contemporánea, promovida por la Asociación de Estudios Universitarios. Es colaborador en la revista literaria Anáfora, dirigida por los poetas asturianos Cristian David López y Pablo Núñez, además de irreductible púgil en las filas del Patarrealismo Salvaje, una secta oculta fundada por varios poetas y narradores ovetenses. Ha participado en la XII Edición del FIP (Festival Internacional de Poesía de Granada). Ejerce esporádicamente la crítica literaria para la revista VozEd, liderada por Humberto Bedolla. Recientemente, acaba de fundar ‘El país de Ammyt’, un proyecto de antología de poetas jóvenes nacidos entre 1985 y 1995. Reside en Oviedo.