Presentamos un texto del poeta mexicano Álvaro Solís (Villahermosa, 1974). Publicó en Argentina recientemente Ríos de la noche oscura (suri porfiado / Círculo de poesía, 2015). Solís ha obtenido tres premios nacionales de poesía en México y el Premio Alhambra de poesía americana por obra publicada en 2013. Ha publicado libros de poesía en México, España y Costa Rica. Poemas suyos se han traducido al italiano, al francés, al portugués y al inglés. Actualmente es profesor de literatura y coordina un taller de poesía en la ciudad de Puebla, en donde reside. Según Raúl Zurita, “Los poemas de Álvaro Solís son definitivos, de una contundencia y de una fuerza excepcional, pertenecen a lo más hondo de una tradición que tiene a Gorostiza y al gran Rulfo que acá se renueva. Me emociona su absoluta verdad”. Sobre la poesía de Solís, el poeta cubano Waldo Leyva dice: “Estoy seguro que el lector agradecerá la existencia de estos versos, que nos confirman la presencia entre nosotros, de una de las voces más auténticas de la nueva generación poética de Latinoamérica”.
EL AGUA Y LOS SUEÑOS
Siempre quiso ser un pez.
Caían rayos y nadaba sin parar, se negaba al cansancio,
buscaba el rostro de mi abuela en las aguas del río que le vio nacer,
nadaba por horas y extrañas aletas se le emparejaban,
lo miraban como si fuera un pez
y mi padre dormía bajo el río, pero despertaba antes de ahogarse,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua lo tomaba por el cuello,
lo sacudía una y otra vez,
entonces despertaba y seguía nadando contra la corriente,
siempre contra el río a quien nunca pudo vencer.
Mi padre, solo por el mundo de las idolatrías,
esperaba la vuelta de mi abuelo que se embarcaba en el Carmen
y se dormía al esperar,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua,
que lo sacudía por el cuello,
lo injuriaba.
Y mi padre se despertaba entonces,
subía al mástil de los barcos,
se lanzaba al río
queriendo ser un pez que sabía volar,
nadaba por horas contra la corriente
hasta el cansancio, hasta el sueño
donde un inmenso cuerpo de agua lo sacudía por el cuello
y le cantaba las canciones que mi abuela no pudo.
Mi padre pasaba horas enteras sentado en las bancas del parque
creyendo que Dios era una mierda,
se quedaba dormido y sudaba las aguas del aire,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua lo abrazaba de pronto
con cariño maternal,
y se reconocía en el sueño, sin querer despertarse
recordaba los bailes alrededor de mi abuela
y nadando de frío por las calles silenciosas de la ciudad,
se emparejaba a furibundas aletas describiendo diminutas eses en el agua.
Mi padre encontró la felicidad en el nado,
en la imagen femenina del agua, diría por esos mismos años Gaston Bachelard,
quien trabajaba en lo mismo,
quien soñaba con inmensos cuerpos de agua que lo tomaban
por el cuello queriéndolo injuriar,
y muy temprano con el canto de las aves, mi padre y Gaston
salían a las rutas que el servicio postal les asignaba,
repartían las cartas mientras ambos pensaban en el agua,
en los sueños femeninos, en la imagen ausente de la madre
y nadaban,
uno por el agua de los sueños,
mi padre contra el agua lunar.