Presentamos una muestra de la más joven poesía ecuatoriana preparada por Sharvelt Kattán. “Ecuador en nueve voces”, reúne autores de todo el país nacidos entre 1985 y 1994. Aparecen aquí poemas de Kélver Ax, Yuliana Marcillo, Pablo Flores Chavez, Calih Rodríguez, Mariela Toranzos, Jossué Baquero, Giovanny Bayas, Felipe Mancheno e Isabel Espinosa Figueroa. La imagen de portada es de David Kattán Hervas.
ECUADOR EN NUEVE VOCES
Nueve poetas ecuatorianos componen esta muestra. Nueve nacidos durante un período de nueve años (1985-1994). Y este trabajo no se trata de una imposición de agendas de lectura ni mucho menos —debemos aclarar—, sino que busca mostrar, a breves rasgos, cómo y sobre qué empiezan a escribir los jóvenes poetas. Y pareciera que cada uno lo hace desde un espacio distante al del otro, pues no se percibe en ellos una tradición poética nacional definida que los aglutine de alguna forma, sino que se superponen en un torbellino estético donde no aparecen coincidencias, ¿o sí?
Para esbozar una respuesta, debemos tomar en cuenta un hecho que, a brincos y tropezones, comienza con esta generación: el internet. Este espacio indefinido, carente de toda limitación física, ha permitido que los poetas indaguen, experimenten, intercambien. Ahora ya no hablamos de tradiciones poéticas que se circunscriban a los territorios porque, con esta nueva patria virtual, la capacidad de estar en muchos lugares a la vez ha sido determinante para que cada uno salga de su nación poética, limitada por las fronteras nacionales, y conozca y conviva y congenie con voces diversas.
Así, la muestra que tienen frente a sus ojos está pensada para detonar, como en una reacción en cadena, la búsqueda, por parte de los lectores, del resto de voces de la poesía joven ecuatoriana. Para que el sentido de patria se restituya durante la peregrinación virtual por los territorios de la poesía.
Sharvelt Kattán
KÉLVER AX
(Loja, 1985)
Corea del Norte
el cielo
-horadado desde siempre por dioses-
es un suelo sembrado de monumentos
cada hombre
preserva una lluvia torrencial bajo su camisa
y se hace posible el mar entonces
una piedra duerme en otra piedra
nota escrita en una libreta de calificaciones
algunos van a la escuela en automóviles de costosas marcas
otros en caballos escuálidos
o asnos
en dromedarios
en hipopótamos
y está el solitario cabalgando siempre un monumento de jirafa
tan distintos
excepto cuando su maestra les pide que retraten a sus padres
y ellos dejando la hoja en blanco
canjean su vacío por pésimas calificaciones
porque las voces quebradas de los maestros están a ese precio
luego los viejos (aún enternados) lloran es sus casas abrazando a sus hijos
o no hacen nada
pero recuerdan todo como si lo hubiesen hecho
Confesión de una joven afgana antes de ser mutilada
“hay hombres que caen en otoño como hojas”
y luego son despedazados por hormigas
o transportados en partes por escarabajos peloteros
a esos hombres todo los abandona
excepto el brillo en sus ojos
que perdura incluso cuando ya no existen ojos
YULIANA MARCILLO
(Chone, 1987)
La soga
Y el martes cuando nos despidamos se detendrán las olas
y al tercer día resucitaré en medio de animales
mugrienta y con tu sabor en mi boca
arrastraré mi cuerpo hasta esta tierra
le diré a los amigos que no pasa nada
que los huesos son de adorno y que la carne sigue fresca
regaré a tus niños para que crezcan
inventaré que soy buena en la cocina
te daré lo mejor y lo peor de la casa
limpiaré mis líneas para que vayas sin huellas
procuraré peinarte de la misma forma como llegas
ella debe verte radiante y esponjoso
lleno de letras, vacío de poetas
borraré mis colores de tus cuadros
sacudiré las luciérnagas de la puerta
vestiré de alegría y te daré un adiós pausado
no hay dos en uno ha dicho el rey
entonces que sea uno y uno ordena la reina
lo demás estorba
lo demás no es más que una cubeta llena de sueños
que terminan quebrándose al amanecer
y tú seguirás escribiéndole cosas bellas
y yo iré con lo mío hacia algún lado del mundo
a ese sitio que entre camino y camino se me fue perdiendo de vista.
El amor camina hambriento, fastidioso, inconforme
nada te calza, todo te sobra
termino sudando como ladrón asustado
guardo los labios hasta la primavera
y como aquí no hay primavera ¡qué se mueran los labios!
que se esfumen, que se pierdan, que salgan del cuerpo
que no me pertenezcan
seré una rama humana sin miedo a caerse
como cuando era niña y habitaba en árboles
abajo me esperaban unos brazos con olor a fierro
nada importaba más que eso
uno creía que la vida se detendría y con ella el futuro
nunca estuviste en los sueños frustrados ni en las clases de guerra
jamás consideraste retroceder las horas
todo lo que tienes calza en tus piezas
y te ves hermoso rodeado de tanta buena hierba
todas esas bocas y cuerpos siguiendo tus pasos
aflojando tu mano mientras subes la vereda
¿ves como todo viene hecho de par en par y en la misma fecha?
no es tu culpa vida mía, es que entre palabra y palabra
uno termina volviéndose soga.
PABLO FLORES CHÁVEZ
(Quito, 1988)
Vehemencia y negación del objeto sagrado
1
Evito el amanecer,
con cada cerca alzada evito el amanecer.
Mi fe se alimenta de la espera.
He vuelto con el aluvión del acíbar palpando la flor ensangrentada
y no puedo despertar.
Con el vientre corroído desde una herida sin luz,
cabo a cabo la vigilia ha ido llenando mi alma de tempestades.
Y es el trazo alienado por la estampida que no atraviesa su ahogo,
una nada estallando su cristal al fondo de un túnel.
El que concede el bien a la muerte,
aun sabiendo de su existencia,
él mismo, quien rehúsa a ver las luces del firmamento
bajo el zumbido de la lascivia,
retuerce como un raíz en su ceguera más ardiente:
Pausada,
toda voracidad de silencio es una piedra rota sobre alma fría que nunca tuve.
Un torbellino precipita el destierro del génesis
en cada sombra que en tropel es mi rostro.
Embellece entonces abandonar este apócrifo descanso
entre las ruinas que jamás volveré a ver:
puedo no violentarme con aquella daga
si se clava profundamente,
pero el torrente de mi halo,
al bajar la montaña encaminará a los súbditos
hacia la triturada máscara de su dios en mis manos.
Evito amanecer.
Ahora que la severidad de los portentos
abruman el vocerío del hembraje:
Me bendicen hereje de toda culpa,
me dicen y continúan diciendo:
Algo tienes que dar para atizar el friso de los látigos
y no aguardar el sorbo de la copa volcada:
mi propio miedo es mi propio quejido:
paraje creo conocer entre los reventones contra una muralla.
Comprendo entonces la plena cabalgata de la muerte como el agua en movimiento.
Para aquel que construye su propio templo
enardecido por la claridad del aullido alrededor:
˂la orfandad de los mortales es más grande que lo aparentado˃
He aquí el alarde del deliquio imponiendo su enseñanza de recuerdo falso:
Aquella retirada
Origina el tambaleo de un abalorio asido a su lumbre.
Tales sus adivinadas dádivas:
fendiente a la cura del cetro
y mi sangre derramada de una hostia,
fendiente a la cura del inquisidor
y mi sangre derramada por lo alto de su cabeza colgada.
Al regocijo de las Pléyades
enceguece el agua turbia una vez más
la caída del poseído.
CALIH RODRÍGUEZ
(Macas, 1988)
Proclamación
Soy un uroboros
que se mastica a sí mismo
única satisfacción
de engendrar su asesino
(Solo hay humo en el contenido del cuerpo)
Marina
A María Cristina
Ven otra vez a la mutilación acústica de la flauta de pan
Y deja al hijo ensangrentado recoger los frutos de la ira
Yo seré el que se nutra de los inviernos de plomo
Con mis pulmones construidos con humo
El arpegio fue un gris Pegaso al que adormecieron las alas
Y el despojo de tus vestidos en la crueldad misma de la
afanosa espía
fue la iniciación a la cumbre fálica de mis ojos de hierro
la sordera pasa la lengua por la erección de mi espanto
como la sacerdotisa que hace de sí misma el sacrificio de la carne árida
el crimen perfecto es dormir solo y despertar
con dos mujeres crucificadas a la quijada del Júpiter áspero
de la impotencia
y girasoles adelgazando a las criaturas de luz
que latiguean rezos femeninos bajo un sol sumiso
amarse con las garras que llevan nuestras mejillas
las bestias a las que asaltamos ya no necesitan las caricias
oh novia mía
derrama la trampa de osos sobre mis naves
cuando el opio de un atardecer peligroso enamora
Me entregue al sueño como alguien que bebe otra vez la leche carmesí del desmayo
Ven otra vez a la mutilación acústica de la flauta de pan
Luna mísera que insulta
En el centro rojo de mi garganta hay un corredor lleno de elefantes enmohecidos que se hacen puño para que tu virginidad celebre a este monstruo como su esposo ilegitimo
Lucia mira el azul y las golondrinas decapitadas me sonríen
El milagro de nunca conocer milagros es desgarrador
Me destruye el genocidio de todas las garzas que nunca amanecieron vivas y siempre vivas se destrozan en la orfandad azulmarina o de lobos marinos o de escarabajos marinos de piedras faraónicas marinas de grabados marinos o sombras marinas que se tragan la lira marina del Neptuno marino
De tus ojos
Deidad líquida de lo transparente
o ave altanera que va a lo plateado
en la orgullosa condena de este Edipo en miseria que hoy se baña por primera vez en el mar
Me arrodillo ante ti poesía
MARIELLA TORANZOS
(Guayaquil, 1988)
Viñetas de un espejo trisado
I. Ayer rasgué mis alas. Destrocé con el filo del bidé sus pliegues translúcidos. Me abalancé sobre el azotándolas contra el filo como una loca, gimiendo de placer y asco al verlas desmembradas, en hilachas, una y otra vez hasta quedar vacía.
No vengas más por aquí. Me he cansado de adorar a tu forma como un templo.
II. Descalza, camino un desierto de espejos. Piso los cristales hasta que se rajan y me cortan los pies. En el reguero de sangre dibujé el retrato de mi madre. Mi corazón se duplicó mientras dormía, ahora no me cabe en el pecho.
III. Hoy quiero morir mil muertes entre tus brazos. Te susurraré al oído las palabras que inventé para llamarte. Cierra los ojos mientras te beso y deja que mis lágrimas se cuelen por tus párpados. Dejaré en el lunar de tu mejilla, las tardes que quise a tu lado. Mañana volveremos a ser extraños.
Despedida
Durante el mes que te tomó dejarme
llené el tanque de gas con treinta y tres dólares y treinta y tres centavos.
Te dije que era un regalo porque era
tu número favorito.
Organicé nuestras cosas.
‘Amor, acá están los sweateres’,
‘Acá está tu cepillo’.
Como si al llamar las cosas ‘nuestras’
me pudiera incluir en lo que tú llamabas ‘casa’.
Le compré flores a un vagabundo.
Quería traértelas, marchitas y feas,
para demostrarte que podía devolverles
la vida.
Hay una cicatriz con la forma de tus dedos
justo sobre mi seno izquierdo,
que quedó como resquicio de todas las noches
que me sostuviste
como solo se sostiene algo
que se resbala.
Ahora hay seis provincias entre nosotros,
entre la última vez que nos besamos y hoy,
guardadas como flores marchitas al interior de un libro.
A veces aún te siento como un ruido atascado en mi garganta.
JOSSUÉ BAQUERO
(Tena, 1990)
Esa noche la lluvia lo barrió todo
Incluso las palabras que traíamos reposando en nuestra lengua Se llevó nuestra conversación hasta los márgenes de su propia noche
Esa noche volvimos a bañarnos juntos como cuando éramos niños
Volvimos a colgarnos del techo de zinc en busca del corte
y el tétano que nos hiciera engullir nuestra propia lengua y callar el misterio de la desnudez de un niño
Esa noche recordamos que las gotas siempre nos parecieron un montón de focos
y que bailábamos solamente en medio del silencio para escuchar el golpe de los pies contra el cemento
En esa noche nos encontramos nuevamente desnudos y volvimos a acostarnos como los niños que se bañaron bajo la lluvia
Que encontraron en la herida de su mano el pretexto para seguirse hablando
para volver en la mañana sobre los cartones empapados en busca de la noche que habían perdido
(Encuentros nocturnos; fragmentos)
– Rezo porque nuestro diálogo no se sujete sólo del temor de la noche
Del temor
De la noche
Rezo porque entiendas que la luz que vuelca nuestros sueños en cifras no es la misma que a nosotros nos ha vuelto cifras Pero se parecen Pero se confunden Pero se aparean dentro de nuestro apartamento Bajo el parquet de la sala Bajo la ducha En su propia luminancia lánguida En el escape delgadísimo de la puerta del closet En la estática del televisor que nos acompaña más que nosotros mismos Y que siempre es ella Aunque a veces simule lo legible y olvide que ya no necesita convencernos de nada
– Escucha el idioma de la noche y de la calle El lenguaje destruido de los pasos que podríamos dar fuera del cuarto Escucha el lento paso del tiempo cuando se oye música en la cabeza Cuando sólo se escucha música en la cabeza
[…]
–Te digo que cada vagabundo anida un dios en la barriga No en los ojos En el vacío de su barriga
[…]
Y escuché triturar niños en la lavandería de junto en nombre de la humildad Devorarlos para que no sueñen luego con ser inmortales
-Recuerdo la infancia como una mano con el dorso enrojecido Como una respiración breve y hueca Como un nudo en el estómago que sólo puede recordarme el llanto
-Y por eso hemos vivido Porque traemos lleno el estómago de pánico
GIOVANNY BAYAS
(Guayaquil, 1990)
PROFECÍAS
Un ángel descubre una virgen vestida de luna.
El ángel enferma,
se rebela ante la historia.
Teje sus redes
fragua el nacimiento
de un nuevo mundo.
Se propone reescribir los libros.
Veintiún siglos de hacerlo todo al revés
Desciframos códigos humanos,
Construimos pirámides doradas,
Palidecemos por nuestros dioses.
Pero somos incapaces de cortar el pecho
y abrir ventanas
al beso húmedo,
al roce tembloroso de promesas
al tacto febril de caderas
al paraíso perdido
que nos fue arrancado desde el alfa.
El ángel fulminante aguarda su Magdalena.
Desde el libro de la vida,
ha sido proclamado.
Por voceadores callejeros,
por diarios de consumo masivo
libros de autoayuda y
falsos profetas, está anunciado.
Llegará el día, en que una virgen
oscura e improbable en su retorno
rompa los sellos que contienen los vientos.
El ángel ronda almohadas y emerge por ti,
Magdalena.
Insomnio de la carne
gotero oropel de sonrisas
Silueta adorable de la infancia
intérprete cautelosa de las sombras
máscara de alevosía
girasol nocturno entre jardines rosáceos,
Magdalena.
Los telones de la incertidumbre se abren,
Magdalena
Las capitales lloran tu partida,
Magdalena
Los tiranos empeñan sus joyas,
Magdalena
Los niños saltan del nido al abismo,
Magdalena
Corren atlánticos por las avenidas,
Magdalena.
Y desde ese día,
el ángel caído
empezará a escribir
la historia de la humanidad.
FELIPE MANCHENO
(Quito, 1992)
[[Famelia]]
Y al aplastar un pedazo de pulmón, murmura:
Se nombra la casa
No se la mide
Se la recuerda
en el espesor de cada placenta transitada
en la resequedad de la pulpa más profunda y atorada
Se nombra la casa
Como el ladrido mercúrico de un niño que no llega
y especta su reflujo hacia la vieja carne
El continuo cercenar del plasma sobre el plasma
El amén ahogado de una vulva
Se la recuerda
porque esta es la casa que nos formó y que nunca mencionamos
Es el firmamento
su ladrillo siempre derruyó nuestro seso para fonar las cadencias de la alegría,
con cinemática de lo muerto
logró llamarnos entre milmillones de piernas apretadas
prologando esa condición vital que ríe en lo infecto
y que al primer crepitar
hogar – casa – hoguera – hueco
hundió el desolor de la natalidad
dentro de aquello innomine,
fundó la casa
Línea
Deja que el ceso se descascare hasta la pepa…
Y cuando seas feto deja expirar la voz de tu cuerpo cuenco, que dice:
pálpate las horas
recuerda con las uñas las tres máscaras que hacen tu cráneo
tu intimidad
(aunque también digas)
sátiras reventadas
Eres tú mismo olla podrida
obsesivo colector de filigrana de materia (o de mente)
¿Para qué?
Todo tiempo Todo espacio
granito que no olvida nombrarte
línea al vacío
ISABEL ESPINOZA FIGUEROA
(Quito, 1994)
299 792 458 m/s
A esta hora, más o menos, empiezan las pesadillas.
No eres Teseo, nunca lo fuiste.
El olor a azúcar y brea.
El calor.
Este laberinto es pequeño
y no es tuyo.
Se nos acaban las esquinas donde escondernos
Minotauros
Hambrientos.
Y cuando corres por ahí,
una sombra ajena te persigue
y esa voz.
La voz que te dice:
BIENVENIDO AL PRIMER DÍA DE TU VIDA.
Pero nadie te da ovillos de hilo
y los puñales no te los puedes sacar de la espalda.
Este laberinto es pequeño
y no es tuyo.
Siempre te gustó caer en los agujeros de los que no puedes salir.
La muerte es un asunto casi seguro.
Pero tocas fondo
TOCAS FONDO
TOCAS FONDO
Y no pasa nada
Tabaco
-¿Quién puede vivir así?-
Otro tabaco
Otra vez esa voz,
pero ahora te dice lo que perdiste.
Te dice que te perdiste.
¿A quién quieres engañar?
Para perderse,
hay que tener a donde ir.
Espera sentado,
Callado,
No te muevas…
Sería más triste que nadie llegara por ti.
¿Cierto?
Este laberinto es pequeño,
y a nadie le importa.
Otro tabaco
Y al sepulcro.