Presentamos, en versión del poeta y traductor español Mario Domínguez Parra, un cuento del narrador griego Aléxandros Kypriotis. Estudió Filología Germánica. Escribe obras de teatro, relatos y cuentos infantiles. Es traductor de literatura en lengua alemana. Con un cuchillo bien afilado (2013) es su primer libro de relatos.
Con un cuchillo bien afilado
Cada vez que se sienta a trabajar se enciende primero un cigarrillo. Cuando trabaja, sólo están su ordenador y él. No existe nadie más. Primero enciende el ordenador y luego se enciende un cigarrillo. Se enciende el cigarrillo cuando ya ha encendido el ordenador. Esto lo hace en cualquier trabajo que lleva a cabo. Porque no lleva a cabo sólo un trabajo. Sin embargo, cuando le preguntan en qué trabaja, contesta que es traductor. De literatura, añade más tarde. Y cuando le preguntan si ha traducido muchos libros, contesta: una decena, más o menos. Últimamente ha descubierto a un nuevo escritor en lengua alemana, de algún pueblo cuyo nombre no es alemán. Y el pueblo no fue siempre alemán. Una historia confusa. El escritor, de todos modos, se llama Schlachter. Un nombre alemán. Esto fue lo primero que le atrajo. Su nombre. Schlachter significa destazador. Un escritor destazador. O un destazador escritor. Los relatos que escribe Schlachter son cotidianos. Con personas cotidianas. Es decir, nada pretencioso. Pero a Schlachter le gusta. Cada una de sus oraciones es exactamente como debe ser. Diríase que han sido cortadas con tajadera. Y deshuesadas. Con un cuchillo bien afilado. Cada oración tiene sólo lo necesario. Sólo carne magra. Y es como si las oraciones de Schlachter, conforme las lee en voz alta, porque siempre lee en voz alta cuando trabaja, gotearan sangre, las oraciones. Como si la lengua se pegase sobre la sangre que gotean las oraciones de Schlachter. No puede explicarlo de otra manera. Lo ha intentado pero no puede. No puede decirlo de otra manera. Dice: Es como si se me pegase la lengua sobre la sangre que gotean las oraciones de Schlachter. Y cuando se sienta a trabajar piensa en ello. Que no puede explicarlo de otra manera. Y en las oraciones que él escribe en su lengua intenta que no haya nada innecesario. Sólo carne magra. Como si hubiesen sido cortadas con tajadera. Y deshuesadas. Con un cuchillo bien afilado. Para que cuando las leas en voz alta parezca que tu lengua se pega sobre la sangre que gotea de las oraciones que salieron de la sangre que gotea de las oraciones de Schlachter. Y cuando lo consigue, porque él sabe cuándo lo consigue y cuándo no, entonces se levanta. Sale al balcón de su casa y enciende un cigarrillo. Y se sienta y se fuma el cigarrillo en el balcón de su casa hasta que la sangre se le va de la lengua y ya no se queda pegajosa. Para regresar a su posición, con la lengua limpia, y para seguir con las oraciones de Schlachter. Y en el balcón de su casa, donde se sienta, fuma y espera hasta que se vaya la sangre de la lengua y para que no se quede pegajosa, repite una y otra vez la última oración que escribió. Hasta que se le vaya la sangre de la lengua y no se quede pegajosa. Y entonces regresa a su posición con la lengua limpia para proseguir con las oraciones de Schlachter. Seis meses lleva trabajando en el texto de Schlachter. Y en esos seis meses ha conseguido traducir un relato completo. Catorce páginas completas. De densa escritura. Y ha comenzado con el segundo. No es fácil trabajar con las oraciones de Schlachter. No se puede ir más rápido. Es su forma de trabajar. Porque cuando se sienta a trabajar enciende primero un cigarrillo. Primero enciende su ordenador y después se enciende un cigarrillo. Se enciende el cigarrillo una vez se ha encendido el ordenador. Después abre el archivo con el que está trabajando. No hace nada más hasta terminarse el cigarrillo. Se sienta, fuma y mira el archivo que abrió. Después, una vez se ha terminado el cigarrillo, vuelve a leer en voz alta, porque siempre lee en voz alta cuando trabaja, vuelve a leer en voz alta todo lo que ha escrito en su lengua hasta ese momento. Y luego la lengua comienza a pegársele sobre la sangre que gotea de las oraciones que salieron de la sangre que gotea de las oraciones de Schlachter. Y cuando ya ha leído todo lo que ha escrito en su lengua hasta ese momento, entonces sonríe. Primero sonríe y después se levanta. Sale al balcón de su casa y enciende un cigarrillo. Y se sienta y se fuma el cigarrillo en el balcón de su casa hasta que se le haya ido la sangre de la lengua y que no se quede pegajosa. Para regresar a su posición con la lengua limpia y para proseguir con las oraciones de Schlachter. Y en el balcón de su casa, donde se sienta, fuma y espera hasta que se vaya la sangre de la lengua y que no se quede pegajosa, repite una y otra vez la última oración que leyó. Hasta que se le vaya la sangre de la lengua y que no se quede pegajosa. Y luego regresa a su posición con la lengua limpia para proseguir con las oraciones de Schlachter. E intenta, en las oraciones que escribe en su lengua, que no haya nada innecesario. Sólo carne magra. Como si hubiesen sido cortadas con tajadera. Y deshuesadas. Con un cuchillo bien afilado. Para que cuando las leas en voz alta parezca que tu lengua se pega sobre la sangre que gotea de las oraciones que salieron de la sangre que gotea de las oraciones de Schlachter. Y cuando lo consigue, porque él sabe cuándo lo consigue y cuándo no, entonces se levanta. Primero sonríe y después se levanta. Sale al balcón de su casa y enciende un cigarrillo. Y se sienta y se fuma el cigarrillo en el balcón de su casa hasta que se le haya ido la sangre de la lengua y que no se quede pegajosa. Quiere contarle todo esto al editor con el que tiene una reunión. El editor no quería verle, pero insistió. Finalmente lo consiguió. De un momento a otro, su secretaria le dirá que se pase por allí. Llegó algo temprano a la reunión, pero no le importa esperar todavía un poco. Lleva trabajando seis meses en el texto de Schlachter. Y en esos seis meses ha conseguido traducir un relato completo. Catorce páginas completas. De densa escritura. Y ha comenzado con el segundo. Ahora se sienta y espera por fuera de la oficina del editor. De un momento a otro, su secretaria le dirá que pase. Busca en el bolsillo exterior de su chaqueta para asegurarse de que ha traído consigo lo que necesita. Porque puede que necesite mostrar al editor qué se siente al leer las oraciones de Schlachter. Si es necesario se lo mostrará. Con un cuchillo bien afilado. Lo hará. Si el editor no entiende qué quiere decir cuando escribe: Es como si mi lengua se pegase sobre la sangre que gotea de las oraciones de Schlachter. O si el editor dice que su lengua no se pega sobre la sangre que gotea de las oraciones que salieron de la sangre que gotea de las oraciones de Schlachter. Entonces lo hará. Con un cuchillo bien afilado. Entonces será necesario cortar la lengua con el cuchillo, la del editor, y obligarle a que vuelva a leer las oraciones que salieron de la sangre que gotea de las oraciones de Schlachter. Le obligará a la fuerza. A leerlas en voz alta. No se la cortará mucho, la lengua. Sólo un poco. Para que poco a poco comience a pegarse sobre la sangre. Para que entienda al fin qué quiere decir cuando dice: Es como si mi lengua se pegase sobre la sangre que gotea de las oraciones de Schlachter.
Datos vitales
El escritor y traductor griego Aléxandros Kypriotis nació en Atenas. Estudió Filología Germánica. Escribe obras de teatro, relatos y cuentos infantiles. Es traductor de literatura en lengua alemana. Ha traducido, entre otros, a Thomas Mann, Franz Kafka, Jenny Erpenbeck y Elfriede Jelinek. Es profesor de traducción. Con un cuchillo bien afilado (Μ’ ἕνα καλὰ ἀκονισμένο μαχαίρι, ΙΝΔΙΚΤΟΣ, 2013), que incluye el relato homónimo aquí traducido, es su primer libro.