Presentamos textos inéditos del poeta y crítico español Pedro Larrea (Madrid, 1981). Es autor de dos libros de poemas: La orilla libre (Madrid, Ártese quien pueda, 2013) y La tribu y la llama (Madrid, Amargord, 2015). Ha publicado poemas y reseñas en ABCD, Cuadernos de Valverde, Nayagua, Calidoscopio, Lateral, Generación XXI Deriva y Fósforo. Actualmente vive en Virginia, EEUU.
3
No deberían arder las ciudades
sino los hornos de pan y las farolas,
el combustible de los repartidores de gardenias
y las baldosas naranjas del paseo con sol reciente.
No deberían arder las ciudades
porque una ciudad es una cebra fogosa,
una ofrenda necesaria de sombra y luz
para aplacar la mandíbula del león humano.
No deberían arder las ciudades,
ni la que tiene piscina de leche para baño de unicornios
ni la poblada por escorpiones y tentáculos que los devorarían.
No deberían arder ni la torre ni la madriguera.
Deberían arder la muerte y su geometría.
Debería moldearse un cuerpo nuevo que recordara por sí mismo
cómo llegar al pantano en que se oculta la salamandra de la respiración.
Deberían arder las corazas. Deberían arder todos los círculos.
Pero no deberían arder las ciudades.
7
No te pinches al leer la palabra cactus.
No te ahogues al oír la palabra trasatlántico.
No temas al tocar la palabra anguila
ni pienses en otra edad al escuchar la palabra tintero.
Todo lo que pasa por ti lo llevabas ya contigo
y lo nuevo es una sombra de lo viejo, pero es tuyo.
No pueden quitarte lo que no tienes y está en ti,
no saben lo que tú sabes ignorándolo todo.
Quieres llegar a más, cruzar puentes, volar a un planeta,
y no te das cuenta de que la formación de los cuásares
tiene lugar en la más mínima de tus arterias,
o quizá en tu corazón tan sensible al fuego.
Hay parábolas con que los matemáticos explican el picor
y fórmulas que resultan en la consistencia de la piel humana.
Hay quien crea y quien destruye con sólo seguir los gráficos.
No es información lo que llevas en el puño
sino una herramienta ante la cual las coordenadas importan menos
que el hueso de las aceitunas en la anatomía.
No sabría decirte, y sin embargo comparto contigo esa posesión.
Te la puedo explicar tocando la ocarina o dibujando un mamut en la arena.
Puedes entenderla escuchando la quietud de un iceberg
o sintiendo en los pies el bamboleo de las placas terrestres.
Hay distintos puntos de vista, pero es mejor que no preguntes a nadie
y que dejes de leer estas inconsecuencias de quien te comprende y arde todavía.
15
Cuando mueves las manos me enseñas a blandir tulipanes.
Esa dosis de armisticio que propagan tus uñas
es una escuela de cómo domar dromedarios.
Quiero dibujar tus dedos pero ya están trazados por delfines
o por la lluvia que espolvorea semilla de yuca
sobre el jardín salvaje de un llanto incomprendido.
Cuando mueves las manos combates el hambre
y te reconozco en tu postura de ninja durmiente,
de húsar que ofrece su espada a un sintecho.
Eres una valkiria que toca una tuba oxidada
en la terraza de un sórdido rascacielos.
Aunque alimentan, nadie sabe entender tus yemas todavía.
Cuando mueves las manos entran en ritmo
las sonrisas de toda una ciudad en donde importan.
Tienes algo indescriptible en los nudillos,
algo así como bongos olvidados en la jungla
pero más profundo: quizá el cuero de una darbuca abisal.
Hay artefactos que no comprendo sin que tú los hagas música.
De pronto tus manos no se mueven. Sé que descansas,
que ahora no vas a crear más dulces conflictos
y que después atenderás a los quiromantes.
Mientras, yo vigilo tus guantes y difundo tu sueño.
Cuando no mueves las manos petrificas koalas.
Te esperaré batiendo palmas y forjando anillos.
20
No hay nada como verter
un cubilete de azahar sobre tu blusa,
abrirte el balcón y anunciarte
que aún no ha llegado el correo de las islas.
No hay nada como hacerte ver
que un nómada te sostiene la sombrilla
cuando vas a remojarte los pies a la charca con luna.
No hay nada como tener celos de un vestido.
No hay nada como escoltarte a la bañera
y abrirte el tarro de sales y algas.
Nada como alcanzarte la toalla
que ayer te plancharon las sirenas chipriotas.
No hay nada como tenderte una mano
y que la tomes. No hay nada como cerrar los ojos
y verte. No. No hay nada que nos falte,
nada que se nos olvidara en la costa.
No hay nada como ensartar todo lo nuestro
en un collar de minutos para el cuello de la esfinge,
nada como un vaso de zumo de nuestro tiempo.
No hay nada que se resista a nuestra doble soledad en punto.
Sí lo hay. Hay pensar que en el solsticio de mañana
nos habremos olvidado de acordarnos,
y que a partir de esta noche faltarán constelaciones
para que no sepamos reinventar la madrugada.
Datos vitales
Pedro Larrea (Madrid, 1981) es autor de dos libros de poemas: La orilla libre (Madrid, Ártese quien pueda, 2013) y La tribu y la llama (Madrid, Amargord, 2015). Ha publicado poemas y reseñas en ABCD, Cuadernos de Valverde, Nayagua, Calidoscopio, Lateral, Generación XXI Deriva y Fósforo. Ultima dos nuevos libros de poemas, y es inminente la aparición, en la editorial española Renacimiento, de su libro de ensayo Federico García Lorca en Buenos Aires. Se licenció en teoría de la literatura y literatura comparada por la Universidad Complutense de Madrid, y obtuvo su maestría y su doctorado en literatura por la Universidad de Virginia, donde ejerció como profesor de lengua y literaturas hispánicas. También para la misma institución dirigió la Casa Hispánica Bolívar y participó en varios programas como UVA in Valencia y Semester at Sea. A partir del otoño de 2015 impartirá clases para Randolph-Macon College (Virginia, EEUU).