Presentamos el prólogo del libro La vida en mi plato de pobre del poeta panameño Javier Alvarado (Santiago de Veraguas, 1982). El prólogo fue escrito por el poeta y narrador argentino Enrique Solinas (Buenos Aires, 1969). Javier Alvarado Ha merecido distinciones como el Premio de Poesía Pablo Neruda 2004, Premio de Poesía Stella Sierra en el 2007, Premio Internacional de Poesía Rubén Darío de Nicaragua, etc.
Javier Alvarado y el exceso como poética original
por Enrique Solinas
La poesía de Javier Alvarado funda su espacio poético desde la tradición barroca latinoamericana. Es indudable que el proceso de su escritura es el resultado de la asimilación de una tradición poética que reconoce y que podríamos corporizar en Sor Juana Inés de la Cruz y José Lezama Lima hasta el neobarroso rioplatense de Néstor Perlongher. Su poesía es tal porque otros han escrito antes que él y se adentra en esas expresiones, por eso respeta a los creadores que lo han enriquecido y lo enriquecen para su propia expresión.
Desde lo formal, en La vida en mi plato de pobre, el desborde de la forma condice con la temática principal o primer nodo temático a abordar, que es de contenido social. Se trata de la pobreza en su esplendor, por esta razón, el lenguaje es llevado hasta el exceso de sí, hasta más allá de su propio límite. Las imágenes creadas nos muestran una naturaleza en movimiento violento, como si se tratara de una mirada apocalíptica sobre la realidad. Estas imágenes son creadas con lenguaje surrealista, por lo tanto, entre los recursos más utilizados, tenemos la imagen extraordinaria como también la metáfora que alcanza diferentes niveles de significación.
El segundo nodo temático que podemos vislumbrar es la conversación con otros poetas sobre la temática planteada y que se manifiesta a partir de apelativos directos como así también de diferentes citas de distintos autores que acompañan el texto. La utilización de este recurso sirve para reafirmar el primer nodo temático que es el que logra la firme unidad del conjunto.
La pobreza es violencia en sí misma y lo abarca todo, a una velocidad que sorprende y que registra el discurso con claridad. Siempre desde el yo, el sujeto de la enunciación describirá primero la pobreza del espacio (el propio, el familiar, el conocido) para luego describir la expansión de la misma hacia diferentes direcciones (la galaxia, el mundo). Por consiguiente, esta pobreza avanzará hacia el amor y el resultado directo es el vacío, la nostalgia del pasado, la injusticia, la imposibilidad de crear lazos sinceros más allá de las relaciones intrafamiliares. Pero siempre en la aceptación de la pobreza y también en la imposibilidad de salir de ella.
La vida en mi plato de pobre es un gran libro del gran poeta que es Javier Alvarado. Profundamente musical, sus imágenes nos atraviesan, dejándonos sin respiración. Belleza y crueldad habitan sus páginas y, por sobre todo, verdad y poesía.
RESPLANDORES EN EL MAPA DE LA TIERRA
Ahora que somos intocables,
Que hierve en nosotros el mapa de la tierra
Que admitimos morder el cielo sin bosquejar una palabra
Un arrullo de Dios o una cerbatana de serpiente,
Cuando se enrosca el verano en nuestros pies como una anguila planetaria
Jugamos entonces a ser extraños en el lenguaje de las piedras
Escarbamos y escarbamos para hallar las sucesivas muertes
Que transcurren en el gallo,
Esos soles castrados
Que se acurrucan entre las raíces seculares del almendro,
Cada día que pasa
Con su sementera a cuestas,
Con sus huesos de opio y con la alquimia eterna de los sauces
Volviendo al contrapunto original de la saliva y en nosotros.
Si Él me conduce por las rutas de su escape
Donde no vuelve el viento ni la alocución que da el anillo al moro
Ese coloquio del mundo con las aguas,
Como si fue a abrir un reino contenido,
Una porción de animales que se vuelven a tus ojos de temibles pescadores;
Si eres como una red vacía,
Un lagarto habitando el fondo del averno,
Una llamarada de voces que se cuajan entre los vociferantes de la nieve;
Si palpo cada páramo y cada crueldad de estepa que se adviene en tus dedos arrugados.
Yo soñé que tenía un gladiolo en los brazos y tú un papo que se deshacía en tu boca.
Nunca aprenderé el significado grandilocuente de las flores.
Ese gesto de las islas que absorben la metamorfosis de la playa.
Ese alud de pájaros que se encabrita hasta mi córnea.
Ese párpado de estrella que hace lo posible por cegarme.
CAPIRA
Alucino con Capira y con sus ramos
De mariposas en el aire,
Con sus árboles acuosos donde
Una lechuza ha parpadeado.
Quedan mis brazos inmóviles al tocar sus tierras,
Sus casas que nos hablan como sardinas en el barranco de la sangre,
Sus calles y senderos
Donde caminamos con el temor de despertarla,
Mientras alzo mi machete campesino
Y corto los gajos
De las presentes soledades.
Invoco a la lluvia y los goterones se deslizan por la piel
Taladrándome iluminándome ante la deserción de los espejos;
Al oír gruesos y delgados
Los cantos perennes de las aves que demoran las puestas de sus nidos.
Quizás es un territorio joven
El tapir y el venado nos lamen suavemente los ojos;
Hallamos un río perdurable
Y nos avivamos contando el oro de las faenas;
Los eclipses que se posan en la boca de los vivos
Y en el cabello enraizado de los muertos. Capira
Es una leyenda a pie, un trote por las venas
En la yegua desbocada de este mundo.
Quiero entrar en sus dominios como una respiración a mis espaldas,
Como una caricia donde se procrean mis dos mitades,
El agua heterosexual que domina sus recuerdos,
La homofobia de terciar una llave y abrir un hogar
Donde me esperan los panes y el café
Y el día supremo con sus geometrías sagradas,
Con sus hábitos de vacada o de leche,
De sus ancestros que nos bosquejan un mapa.
Si percibir Capira es un regocijo, una marca de paz
O un arcoíris dilatado en la conciencia.
Por eso entra en ella sin invocar el habla,
Sólo con señas que ella reconoce.
Camina por sus senderos y sus calles,
Entra en la luz deletreada en el sueño.
Mantén siempre el temor de despertarla.