Presentamos, en el marco del dossier de poesía norteamericana actual, preparado por Francisco Larios, un par de textos de la poeta Marylen Grigas. Publicada por The New Yorker, posiblemente el mayor escaparate de la poesía en Estados Unidos, Grigas ha reunido los poemas de su primer libro, Free Will With Small Yellow Truck (“Libre albedrío con camioncito amarillo”). Grigas vive en Burlington, Vermont, donde trabaja en la fabricación de vitrales.
Ciudades lejanas
Escribes que la muerte es solamente un pasaje brumoso, pero a lo mejor
es algo más definitivo, no un relajamiento de la conciencia,
un dejarse ir, savasana, la postura del muerto respirando superficialmente,
las células cerrando su negocio en quiebra, corriendo las cortinas,
cambiando el rótulo de abierto a cerrado, más bien un fogonazo de luz y ya estás
en 1908, mucho antes de haber nacido, caballos sudorosos jalando
carretas de hielo que gotean sobre calles de tierra, el carro de las legumbres
detrás del ropavejero, trapos lavados adelante, sucios atrás, y quedan aún
en la conciencia dudas, todo este aprender, todo este luchar, todo este
devenir—años gastados escalando cada nueva experiencia,
días interminables en la escuela con la vista escapando por ventanas camino a la
próxima estación del año, viajando en la mente del ojo por ciudades lejanas, donde
podrías ser de súbito lanzado a la vida real y a su dulce claridad,
una película en la cual el director ya no grita tornen hacia aquí
o hacia allá, sino que te pone en manos de tu propia certidumbre interior, una brújula
que, después de todo, ha girado calladamente desde los días en que
flotabas dentro de un vientre, y ahora la sientes moverse hacia
el norte magnético, sientes el peso del planeta, sientes
el movimiento, su fuego giratorio, su fuego explotando y disparando rayos
como las manos de Shiva, a través de tu cuerpo, a través del planeta, a través
de la Vía Láctea, a través del profundo espacio hasta su inicio, cuando
la primera célula se dividió en dos nostalgias, se hizo otra, se clonó a sí misma
una y otra vez.
Foreign Cities
You write that death is only a hazy passage, but it may be
something more definitive, not a loosening of consciousness,
a letting go, shavasana, the dead man´s pose with shallow breath,
cells shutting down their failing businesses, pulling the blinds,
turning the signs to closed, but rather a flash of light and it´s
1908, long before you were born, when sweating horses pulled
dripping ice carts down dirt streets, the grocery cart following
the rag man, cleaned rags in front, dirty in back, yet questions
of consciousness linger, all this learning, all this striving, all this
becoming–years spent clambering up each new experience,
the endless days of school gazing out windows toward the next
season, traveling in the mind´s eye to foreign cities, where you
might suddenly be released into real life and its sweet clarity,
a movie in which the director no longer shouts to turn this way
or that, but releases you to your own inner certainty, a compass
which, after all, has been silently turning since the days you
were floating in a womb, and now you feel its swing toward
magnetic north, you feel the weight of the planet, you sense
the movement, its spinning fire, fire bursting and shooting rays
like hands of Shiva, through you, through the planet, through
the milky way, through deep space to its beginning, when
the first cell split into longing, became another, cloned itself
again and again.
El músculo
Si moverse no es necesario, pues no hace falta un cerebro, lo he entendido,
de eso es prueba la ascidia, pequeña criatura que en su juventud nada en libertad,
hasta asentarse en una roca. Ahí, devora su propio cerebro.
Y espina dorsal. Sencillamente, ya no los necesita.
(¡Dios, no dejes que me asiente!). Necesidad de movimiento conlleva necesidad de músculo
El cerebro evoluciona con el fin de llevar a cabo aprehensiones, extensiones,
giros–dice un experto en el programa de Charlie Rose, que veo
en mi iPad mientras marcho sobre la trotadora para recobrar mi fuerza.
Muchas especies prosperan sin cerebro–dice. Me imagino que puede ser distinto
en otro planeta, pero en este, la evolución del cerebro es la evolución de un músculo.
Pregunte nada más a Arnold Schwarzenegger, o a un biólogo evolutivo.
Aunque así sea, la descerebrada ascidia se enoja, lanza sus chorros de agua.
Quizá es un reflejo, como cuando el cuero de un caballo tiembla para quitarse una mosca de encima.
Quizá es por eso que empecé a mover y a ordenar las piedras el pasado otoño.
Pensé que construía una terraza. Pero al final lucía más como una tumba.
About Muscle
If there’s no need for movement, then no need for a brain, I’ve learned,
a fact demonstrated by the sea squirt, a small creature that swims
freely in its youth until it settles on a rock. Then it devours its own brain.
And spinal cord. It simply doesn’t require them any longer.
(God, don’t let me settle.) Need for movement leads to need for muscle.
The brain evolves in order to plan and execute reaching, grasping,
turning, according to the expert on Charlie Rose, which I watch
on my iPad while walking on the treadmill to rebuild my strength.
Plenty of species thrive without brains, he says. It could be different
on another planet, I suppose, but here evolution of the brain is about muscle.
Just ask Arnold Schwarzenegger or an evolutionary biologist.
Yet the brainless sea squirt still gets upset, still squirts.
Maybe it’s innate, like a horse’s hide shuddering to dislodge a fly.
Maybe that’s why I started moving and arranging boulders last fall.
I thought I was making a terrace. But afterward it looked more like a grave.