Carlos Drummond de Andrade, por Alfredo Fressia

Presentamos uno de los poemas canónicos de la tradición Brasileña, “La máquina del mundo” del poeta Carlos Drummond de Andrade (Minas Gerais, 1902 – Río de Janeiro, 1987), poeta fundamental de la poesía brasileña del Siglo XX. Acompañando de la espléndida versión de Alfredo Fressia(Montevideo, 1948), una breve, pero esclarecedora nota del mismo Fressia.

 

 

 

 

 

 

CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE REVISITADO

LA MÁQUINA DEL MUNDO

por Alfredo Fressia

 

En el Canto X de los Lusíadas, Luis Vaz de Camões (Lisboa, aprox. 1524-1580) inicia el relato del retorno a Portugal de su héroe, Vasco da Gama. En el camino, Venus premia al héroe y a sus marineros por su triunfo en las Indias con una “isla del amor” habitada por ninfas. Una de ellas, Tetis, lleva a Gama a una cumbre donde le muestra la platónica, prístina “Máquina del Mundo”. Es un globo, “Uniforme, perfecto, en sí sostenido”, brilla desde el centro hasta la superficie y reproduce toda la mecánica celeste, lo que fue y lo que será. El héroe ve entonces “lo que no puede [ver] la vana ciencia/ de los errados y míseros mortales”.

Es uno de los momentos altos (y lo de altos va en varios sentidos) del poema de Camões. Si para muestra basta un botón, sirvan estas estancias, las del comienzo del discurso de Tetis (79 y 80), en mi traducción literal:

 

(…)

Dice la Diosa: “El modelo, reducido

en pequeño volumen, aquí te doy

del Mundo a tus ojos para que veas

por dónde vas e irás y qué deseas.

 

Ves aquí la gran Máquina del Mundo,

etérea y elemental, que fabricada

así fue del Saber, alto y profundo,

que es sin principio y meta limitada.

Quien cerca alrededor este rotundo

globo y su superficie tan limada

es Dios: mas lo que es Dios nadie lo entiende,

que a tanto el genio humano no se extiende.”

 

En 1951 Carlos Drummond de Andrade (Itabira, estado de Minas Gerais, Brasil, 1902-1987) publica el libro Claro Enigma, un grupo de poemas en explícita sintonía con los clásicos (Camões entre otros), bajo el epígrafe de Paul Valéry “Les événements m’ennuient”. En este libro aparecerá el poema “La máquina del mundo” (así, con minúscula), que establece inmediatamente un diálogo con la Máquina del Mundo de Camões y sin duda con la Divina Comedia, de la que reproduce la estructura en tercetos, con la métrica de las terzas de Dante (lo que la prosodia española llama “endecasílabos” y la portuguesa llama “decasílabos”).

Pero si Vasco da Gama y Dante conocían durante su marcha una revelación y llegaban al Paraíso y a Lisboa, el hombre que anda por este camino de Minas Gerais –la tierra natal de Drummond-, también en viaje inhóspito (el camino pedregoso, como la selva oscura o las tormentas promovidas por los dioses enemigos), es más bien el hombre laico, que en medio del siglo XX resulta incapaz de aceptar la revelación de la máquina del mundo, la que sin embargo se presenta en medio del camino y enseña “la naturaleza mítica de las cosas”.

El poema guarda en buena medida el lenguaje clásico. El hombre cansado está “laso”, e, indiferente, es “incurioso”. Pero la marcha del hombre de Drummond, en estos endecasílabos blancos, acaba en un fracaso, o en una caminata sin sentido conocido ni “derrotero” por el sendero pedregoso de Minas Gerais.

Se trata de un poema difícil y, sin embargo, tan claro como el oxímoron del Claro Enigma que es el nombre del libro que lo contiene. Exige bastante del lector, como suele hacerlo la poesía, y tal vez se acceda realmente a él después de varias lecturas. Esos días en que los lectores estamos “lasos” e “incuriosos”, es mejor que nos abstengamos de la lectura. Va recomendada en cambio para quien quiera penetrar en lo mejor de la lírica en idioma portugués, y entrever, quizás, la “máquina del mundo”.

Obra canónica, si las hay, el poema conoció otras traducciones al español, pero esta que ofrece Río Grande Review, además de intentar superar algunos posibles errores, tiende a la literalidad justamente porque se presenta junto al original, con la intención de oír al otro y, dentro de lo posible, de invitar al lector a aventurarse en él y con él. El camino puede ser arduo, pero éste no resultará “pedregoso”.

 

 

 

A MÁQUINA DO MUNDO

Carlos Drummond de Andrade

 

 

E como eu palmilhasse vagamente

uma estrada de Minas, pedregosa,

e no fecho da tarde um sino rouco

 

se misturasse ao som de meus sapatos

que era pausado e seco; e aves pairassem

no céu de chumbo, e suas formas pretas

 

lentamente se fossem diluindo

na escuridão maior, vinda dos montes

e de meu próprio ser desenganado,

 

a máquina do mundo se entreabriu

para quem de a romper já se esquivava

e só de o ter pensado se carpia.

 

Abriu-se majestosa e circunspecta,

sem emitir um som que fosse impuro

nem um clarão maior que o tolerável

 

pelas pupilas gastas na inspeção

contínua e dolorosa do deserto,

e pela mente exausta de mentar

 

toda uma realidade que transcende

a própria imagem sua debuxada

no rosto do mistério, nos abismos.

 

Abriu-se em calma pura, e convidando

quantos sentidos e intuições restavam

a quem de os ter usado os já perdera

 

e nem desejaria recobrá-los,

se em vão e para sempre repetimos

os mesmos sem roteiro tristes périplos,

 

convidando-os a todos, em coorte,

a se aplicarem sobre o pasto inédito

da natureza mítica das coisas,

 

assim me disse, embora voz alguma

ou sopro ou eco ou simples percussão

atestasse que alguém, sobre a montanha,

 

a outro alguém, noturno e miserável,

em colóquio se estava dirigindo:

“ O que procuraste em ti ou fora de

 

teu ser restrito e nunca se mostrou,

mesmo afetando dar-se ou se rendendo,

e a cada instante mais se retraindo,

 

olha, repara, ausculta: essa riqueza

sobrante a toda pérola, essa ciência

sublime e formidável, mas hermética,

 

essa total explicação da vida,

esse nexo primeiro e singular,

que nem concebes mais, pois tão esquivo

 

se revelou ante a pesquisa ardente

em que te consumiste … vê, contempla,

abre teu peito para agasalhá-lo.”

 

As mais soberbas pontes e edifícios,

o que nas oficinas se elabora,

o que pensado foi e logo atinge

 

distância superior ao pensamento,

os recursos da terra dominados,

e as paixões e os impulsos e os tormentos

 

e tudo que define o ser terrestre

ou se prolonga até nos animais

e chega às plantas para se embeber

 

no sono rancoroso dos minérios,

dá volta ao mundo e torna a se engolfar

na estranha ordem geométrica de tudo,

 

e o absurdo original e seus enigmas,

suas verdades altas mais que todos

monumentos erguidos à verdade;

 

e a memória dos deuses, e o solene

sentimento de morte, que floresce

no caule da existência mais gloriosa,

 

tudo se apresentou nesse relance

e me chamou para seu reino augusto,

afinal submetido à vista humana.

 

Mas, como eu relutasse em responder

a tal apelo assim maravilhoso,

pois a fé se abrandara, e mesmo o anseio,

 

a esperança mais mínima — esse anelo

de ver desvanecida a treva espessa

que entre os raios do sol ainda se filtra;

 

como defuntas crenças convocadas

presto e fremente não se produzissem

a de novo tingir a neutra face

 

que vou pelos caminhos demonstrando,

e como se outro ser, não mais aquele

habitante de mim há tantos anos,

 

passasse a comandar minha vontade

que, já de si volúvel, se cerrava

semelhante a essas flores retincentes

 

em si mesmas abertas e fechadas;

como se um dom tardio já não fora

apetecível, antes despiciendo,

 

baixei os olhos, incurioso, lasso,

desdenhando colher a coisa oferta

que se abria gratuita a meu engenho.

 

A treva mais estrita já pousara

sobre a estrada de Minas, pedregosa,

e a máquina do mundo, repelida,

 

se foi miudamente recompondo,

enquanto eu, avaliando o que perdera,

seguia vagaroso, de mãos pensas.

 

 

LA MÁQUINA DEL MUNDO

Versión de Alfredo Fressia

 

 

Y como yo recorriera lentamente

un camino de Minas, pedregoso,

y al cierre de la tarde una ronca campana

 

se mezclara al son de mis zapatos

que era pausado y seco; y las aves planearan

en el cielo de plomo, y sus formas prietas

 

lentamente se fueran diluyendo

en la oscuridad mayor, venida de los montes

y de mi propio ser desengañado,

 

la máquina del mundo se entreabrió

para quien de penetrarla se esquivaba

y sólo de pensarlo se plañía.

 

Se abrió majestuosa y circunspecta,

sin emitir un son que fuera impuro

ni un destello mayor al tolerable

 

por las pupilas gastadas en la observación

continua y dolorosa del desierto,

y por la mente exhausta de especular

 

toda una realidad que excede

su propia imagen delineada

en el rostro del misterio, en los abismos.

 

Se abrió en calma pura, y convocando

cuantos sentidos e intuiciones restaban

a quien por haberlos usado los perdiera

 

y tampoco desearía recobrarlos,

si en vano y para siempre repetimos

los mismos periplos tristes y sin derrotero,

 

convocándolos a todos, en cohorte,

a aplicarse sobre el pasto inédito

de la naturaleza mítica de las cosas,

 

así me dijo, aunque ninguna voz

o soplo o eco o simple percusión

atestiguara que alguien, sobre la montaña,

 

a otro alguien, nocturno y miserable,

en coloquio se estaba dirigiendo:

“Lo que buscaste en ti o fuera de

 

tu ser restricto y nunca se ha mostrado,

aun afectando darse o rindiéndose,

y a cada instante retrayéndose más,

 

mira, repara, ausculta: esa riqueza

sobrante en toda perla, esa ciencia

sublime y formidable, pero hermética,

 

esa total explicación de la vida,

ese nexo primero y singular,

que no concibes más, pues tan esquivo

 

se reveló ante la busca ardiente

en que te consumiste… ve, contempla,

abre tu pecho para abrigarlo.”

 

Los más soberbios puentes y edificios,

lo que en los talleres se elabora,

lo que pensado fue y enseguida alcanza

 

una distancia superior al pensamiento,

los recursos de la tierra dominados,

y pasiones e impulsos y tormentos

 

y todo lo que define al ser terreno

o se prolonga hasta en los animales

y llega a las plantas para embeberse

 

en el sueño rencoroso de los minerales,

da vuelta al mundo y se vuelve a abismar

en el extraño orden geométrico de todo,

 

y el absurdo original y sus enigmas,

sus verdades altas más que todos

los monumentos erigidos a la verdad;

 

y la memoria de los dioses, y el solemne

sentimiento de muerte, que florece

en el tallo de la existencia más gloriosa,

 

todo se presentó en esa mirada furtiva

y me llamó para su reino augusto,

por fin sometido a vista humana.

 

Mas, como yo resistiera en responder

a ese reclamo tan prodigioso,

pues la fe declinara, lo mismo el ansia,

 

la esperanza más mínima – ese anhelo

de ver desvanecida la tiniebla espesa

que entre los rayos del sol aún se filtra;

 

como difuntas creencias convocadas

presto y vehemente no se produjeran

para de nuevo teñir la neutra faz

 

que voy por los caminos demostrando,

y como si otro ser, ya no aquel

habitante de mí hace tantos años,

 

pasara a comandar mi voluntad

que, ya de sí voluble, se cerraba

semejante a esas flores reticentes

 

en sí mismas abiertas y cerradas;

como si un don tardío ya no fuera

apetecible, despreciando más bien,

 

bajé los ojos, incurioso, laso,

desdeñando recoger la cosa ofrendada

que se abría gratuita a mi ingenio.

 

La más estricta tiniebla ya se había posado

sobre el camino de Minas, pedregoso,

y la máquina del mundo, repelida,

 

se fue recomponiendo poco a poco,

mientras yo, aquilatando lo que había perdido,

seguía vagaroso, con las manos pendientes.

 

 

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