Arte: La pasión por lo feo

En una primera entrega nuestra editora de la columna de arte Diana Caballero, nos presenta un texto sobre algunas ideas que considera han constituido el rechazo de la fealdad artística.

 

 

 

 

 

Notas sobre las aproximaciones del rechazo a la fealdad provocado por el absurdo antagónico

 

 

 

“Lo bello es feo y lo feo es bello…”

Macbeth, primer acto

William Shakespeare

 

 

 

 

Escribió Lao-Tsé «Cuando sobre la Tierra todos reconocen la belleza como belleza, así queda constituida la fealdad». Las sensatas palabras del filósofo construyen una idea muy general pero sustancial de ambos conceptos. Ha existido constantemente una fascinación por los opuestos, dependiendo de cómo se comience el relato, la belleza puede ser fealdad y la fealdad belleza, todo responde a las perspectivas esenciales y a la versión que apetezca.  La palabra «absurdo», utilizada en el título, responde al trabajo que las grandes corrientes artísticas han separado a través de la Historia, la belleza vs. la fealdad, estimándolos antagónicos, cuando en realidad incluso es necesaria y posible una lectura desde el panorama de la convergencia, de tal modo la fealdad no sería la negación totalitaria de la belleza sino el otro lado del puente; sin embargo, más allá de distinguir el concepto de fealdad en un desarrollo de correspondencias estéticas, ha tenido que resistir a los embates del rechazo.

            Ya decía Hume que podemos dividir nuestros recuerdos en impresiones e ideas y basándonos en ello fomentamos el juicio de la verdad o los juicios estéticos. Esta definición al mismo tiempo tan sencilla y colmada de significado enmarca ―bajo toda lógica― cómo la humanidad en su proceso de auto aprendizaje ha creado, copiado y traspasado una ciega necesidad de diferenciar, así como definir la belleza y la fealdad.

            La distinción entre Historia del arte y Estética plantea la guía de la disertación. El objetivo de la primera es el arte como obra (producto), la producción artística de un tiempo y un espacio determinado; en el segundo el objetivo es el concepto de belleza y arte (el verdadero conocimiento es el sensitivo)[i]; Souriau recalca en varias ocasiones «Para la Historia del arte, el arte en sí mismo es una práctica, mientras que para la Estética es reflexión sobre esa práctica y sus obras».

            La obra de arte en cuanto a experiencia puede ser únicamente medible bajo las pautas del dolor o el placer, sobre ello Gadamer considera dicha experiencia como una consecuencia directa del conocimiento, por lo tanto lo enunciado por Platón en cuanto a un don previsto sólo para algunos, puede advertirse en realidad como el bagaje respecto a la Estética, al arte y a todos sus componentes. El no contar con la capacidad de distinguir la fealdad artística ―tan excepcional como la belleza― es el resultado de haber cerrado filas en obediencia a las manifestaciones artísticas universales gracias al poco o nulo entendimiento.

            La Estética como Filosofía de la belleza, de acuerdo con Platón, es una idea dentro de la dificultad de la belleza. Desde el siglo VI a.C. los Memorables de Jenofonte distinguen tres categorías estéticas: la belleza ideal, representada por la naturaleza; la belleza espiritual, que expresa el alma a través de la mirada y la belleza útil o funcional; premisas que dominaron los contenidos de aquel periodo. La visión platónica de la belleza como cualidad de un objeto ―más allá de la relación de un sujeto con el objeto mismo― la coloca en una categoría metafísica constituyendo así los fundamentos de la reflexión estética a los que se suman tantas concepciones como sean buscadas. Pero es en el siglo XVIII cuando la practicidad y el principio de Hume ―basado en que todo conocimiento deriva de la experiencia sensible― resume que la belleza existe sólo en la mente de quien la contempla. Aclarado lo anterior y partiendo de la premisa ―en la cual la belleza se encuentra en la base de las reflexiones estéticas―  situamos también ahí, el concepto de fealdad.

            En los dos términos y bajo la luz prudencial de la Historia o la Filosofía, existen determinados criterios que amparan la valoración del supuesto antagonismo y el rechazo que surge a partir del mismo. Para el orden universal tanto las cosas agradables como las desagradables son necesarias. Lo feo como concepto relativo únicamente puede ser comprendido en relación con otro concepto que es el de lo bello, lo feo existe porque existe lo bello y al revés, al no encontrarse alguna de las dos concepciones no podría existir la negación de ambas.

            Aún en la doctrina medieval, cuando la materia creada puede diferenciarse por color, peso, límites, figura o número entonces la belleza aparece en el mundo. No obstante, también las cosas feas se componen por contraste y proporción. El mal en el orden se vuelve bello y bueno porque de él nace el bien. Los monstruos están incluidos en el diseño de Dios[ii], gracias a ello la divinidad no puede verlos como una perturbación alejada de la creación bella. En La ciudad de Dios, San Agustín, enuncia «Los monstruos también son criaturas divinas, y en cierto modo pertenecen también al orden provincial de la naturaleza».

            Vinculando trabajos más contemporáneos, en la elaboración de Estética de lo feo, Karl Rosenkranz trabajó la analogía entre mal moral y fealdad, sugiriendo que la fealdad es un error contenido en la belleza, por lo que consideraba que cualquier estética o ciencia de la belleza está obligada a abordar el concepto de fealdad; aquella natural, espiritual o artística, la repugnante, la deforme, e incluso su paralelismo con lo horrendo, lo criminal y lo satánico, que va más allá de lo opuesto a la belleza.

            Se huye de la fealdad más por una enseñanza adquirida que por el conocimiento de ella. En la instrucción individual suele estar presente la asociación de «feo» con lo malo, inaceptable, diferente, raro, entre otros términos; por lo tanto, la reacción automática a la fealdad es el rechazo ante el miedo de experimentar el dolor o incluso lo desconocido cuando en realidad se debería desarrollar también la sensibilidad ante la fealdad artística puesto que en ella se halla igualmente el gozo estético.

            No es invento de la sociedad de nuestros tiempos, desde el nacimiento de la humanidad la belleza ha estado relacionada con la juventud y la salud, mientras que la fealdad con la vejez y la enfermedad. Umberto Eco propone un principio que al parecer practicamos una y otra vez en la vida diaria: ante el más mínimo indicio de fatiga, senilidad, agotamiento, convulsión o parálisis de color, forma y olor, transformamos la visión en pensamiento bajo la etiqueta de un juicio de valor que suele estar en lo desagradable. La belleza no siempre corresponde a lo que se ve, Platón[iii] creía que el cuerpo era una prisión para el alma postulando así la idea (ya mencionada), de una «sensibilidad especial» que ha de ser practicada y aprendida a través de la filosofía misma, aún por selectiva que parezca sostiene que no a todos les es concedido captar la verdadera belleza.

            Desde la Antigüedad hasta la Edad Media lo feo fue una antítesis de lo bello, el arte servía para pintar bello lo feo o para expresar asimismo la denuncia de la fealdad pero de manera hermosa con el objetivo de convertir su rechazo en aceptación. Posterior al Renacimiento, la fealdad comienza a declarar un rechazo de la imitación de las reglas permitiendo el nacimiento de otros preceptos. De acuerdo a Rosenkranz «El infierno no solo es ético o religioso, también es infierno estético. Estamos inmersos en el mal y en el pecado, pero también en la fealdad. El terror de la deformidad, de la vulgaridad y de la atrocidad lo tenemos a nuestro alrededor representado en una gran cantidad de figuras, desde los pigmeos hasta las deformidades gigantescas cuya maldad infernal nos observa rechinando los dientes». La época manierista abre la brecha para reflexiones más allá en torno a la totalidad opuesta entre lo feo y lo bello, la juventud y la vejez, la enfermedad y la salud[iv].  Desde Aristóteles hasta Kant existe un recorrido de toda la fealdad, lo repugnante, lo extravagante y lo que es aceptable e incluso se vuelve agradable de acuerdo a la cultura donde se manifieste. Kant indica que «Una belleza de la naturaleza es una cosa bella; la belleza artística es una bella representación de una cosa. Para juzgar una belleza de la naturaleza como tal no necesito tener con anterioridad un concepto de la clase de cosa que el objeto deba ser, es decir, no necesito conocer la finalidad material (el fin), sino que la mera forma, sin conocimiento del fin, place por sí misma en el juicio».

             Trasladándonos más allá de la simple belleza, convergen ciclos anteriores y posteriores en donde imperó la utilización de modelos prioritarios basados en el ideal del hombre y es así como se retoma la concepción de la vida espiritual del siglo XII,  que plasmó una dialéctica matemática fundamentada en la perfección, Hugo de San Víctor afirmaría que cuerpo y alma reflejan la perfección de la belleza divina, el cuerpo por ser un número par, inestable e imperfecto mientras que el alma como un número impar perfecto y determinado. La belleza abandona su estado natural para acercarse a la divinidad; entretanto la fealdad ocupa los escalones del repudio observado principalmente en el rostro de la enfermedad. La estética de la perfección ―o por lo menos lo más parecido a ello como propuesta― surge de la mirada del hombre al considerar bello todo lo que devuelve o se parece a su imagen, la medida de la perfección ha sido impuesta por la imagen misma del hombre. Consecutivamente se advierten los arquetipos del siglo XX y XXI donde las labores artísticas dejan de lado las representaciones espirituales y religiosas para aproximarse a la degeneración de las formas corporales persiguiendo con ello la fealdad y poniendo a prueba la capacidad de los artistas para hacer un uso armónico de la misma, pues tal como Weisse señala en el Sistema de Estética, lo feo es una parte integrante de lo bello y una presencia con la que tiene que contar la fantasía artística.

            Se estiman de valor positivo la belleza y la salud,  buenas porque también son armonía de las partes corporales mientras que en los cuerpos feos y enfermos la proporción sufre infinitas transformaciones permitiendo que tanto fealdad como enfermedad o ambas en el mismo cuerpo sean consideradas bondades menores para convertirse después en auténticos males.  La enfermedad es fea de acuerdo a Karl Rosenkranz, cuando produce la deformación de los huesos o tiñe la piel, como la ictericia, aunque puede ser también hermosa cuando el mal confiere al organismo un aspecto casi etéreo: «Qué espectáculo realmente luminoso ofrecen una niña o un jovencito en el lecho de muerte, víctimas de la tuberculosis». Ese aparente romanticismo, esa luz del semblante enfermo es la misma luminosidad con la que se ha consignado a lo bello.

            El romanticismo retomará el tema de enfermedad y fealdad que produce dolor y maldad. Surgirá así un largo camino para la comprensión ante el defecto humano, rostros grotescos o cuerpos lastimados muestran la enfermedad como una fatalidad temporal aunque las interpretaciones permutan de acuerdo al siglo, ejemplificado durante una extenso lapso, el apego a la visión de la burla por los desventurados (ciegos, cojos, jorobados, enanos, etc.). La mayoría de las deformaciones que en la actualidad pueden explicarse de inmediato gracias a la mirada médica, eran entendidas en siglos anteriores como cuestiones mórbidas cuyo origen era relacionado con el alma y la espiritualidad. Imposible parece observar la fealdad corporal y la artística bajo iguales circunstancias pues en el referente artístico la fealdad señalada por Eco y otros teóricos es una fealdad formal «como desequilibrio en la relación orgánica entre las partes de un todo».

            En diversos discursos, en su mayoría de Antropología y Sociología se asume la idea de la obra de arte como gestación directa de una sociedad, su política y cultura, pues los dos últimos contenidos hacen que la obra de arte atienda su origen social para dejar a un lado el criterio de la obra tomada en sí misma. Tras el recorrido ejecutado hasta aquí, la demanda primordial para descifrar nuestro casi innato rechazo, surge en torno al ¿por qué nos acostumbramos tan rápido a la belleza y no a la fealdad? Encuentro varias respuestas para dicha pregunta; por consideraciones que nos acompañan a lo largo de nuestro desarrollo (recurriendo a todas las vertientes de la educación académica e informal), las actividades diarias, el yugo de alguna religión o política partidaria e incluso la curiosidad personal. No olvidemos un factor importantísimo en la sociedad contemporánea y faltante en las sociedades remotas, me refiero al factor publicitario. La industria publicitaria, encargada de producir arquetipos, proponer modelos de vida, facilitar el consumo y demás cuestiones mediante la investigación, el análisis y el estudio seguramente de más disciplinas de las que podemos imaginar, hace muy bien su parte. Omnipresente y cónyuge de los medios de comunicación, en la actualidad no hay mejor dictador de la visión estética por una simple razón, esta pareja es la más global. Se necesita dejar a un lado la idea de que la belleza y la fealdad son todo lo propuesto, exhibido o marcado por la industria publicitaria, apartar la creencia de que es la productora de frustraciones y tormentos funcionales precisamente ante la falta de juicio estético de la sociedad contemporánea. Agotemos apresuradamente el asunto con la finalidad de no detenernos más en un tema que evidentemente merece su propia discusión; aún cuando la competencia es feroz entre los modelos de belleza actuales, el abanico de la fealdad ofrece (tal vez por su falta de uso) más posibilidades de las agotadas por el canon.

            Si se acatan reglas de cierta cultura y sociedad, en la mayoría de los casos es posible analizar que la atribución de fealdad o belleza es una asignación como ya he subrayado, que en nada o en poco se debe a los criterios estéticos y/o artísticos. A lo anterior le sumamos la falta de elementos artísticos equiparables y aun así las diversas nociones en cuanto técnicas y otros elementos que circulan alrededor de ambas concepciones, que no permitirían jamás por su naturaleza misma una homologación entre sí; sería utópico incluso pensar en ello pues implicaría la eliminación total de la riqueza artística y su concepción filosófica a través de los siglos. Eco en su Historia de la Belleza expone ambos conceptos en relación con las épocas y las culturas (incluso con los planetas) pero ello no significa que no se haya intentado siempre definirlos en relación a una idea totalitaria y estable.  Las preferencias en las formas pautadas por diversas temporalidades dan como resultado una producción artística con características específicas[v]. No elaborada hasta ahora una teoría de la fealdad como la señalada por Friedrich Schlegel, carecemos de una guía para la comprensión del concepto desde la Antigüedad hasta nuestros tiempos pues es evidente lo aventajado de la belleza como idea predominante simplemente por su aceptación. Después de Hegel se ocuparán del tema Solger, Wischer, Ruge, Fischer y Rosenkranz entre otros. El último construyó una fenomenología de lo feo, desde lo incorrecto hasta lo repugnante, pasando por lo horrendo y múltiples variantes. Para Rosenkranz la necesidad de la belleza es una determinación por sí misma «En la vida ordinaria todo mundo puede seguir su propio gusto, y puede juzgar bello lo que para otro es feo, y viceversa. Pero si se quiere elevar esta casualidad del juicio estético empírico por encima de su falta de seguridad y claridad, hace falta someterla a la crítica y, por tanto, a la ilustración de los supremos principios»[vi].

            Me arriesgo a sugerir el empleo más allá del texto de lo que Ricoeur señala frente a su comprensión «La toma de conciencia que sustenta la tarea de reflexión tiene implicaciones éticas propias; por ello la reflexión es el acto inmediatamente responsable de sí». Para aceptar la fealdad se deberá imitar tanto como se imita la belleza; es una responsabilidad dejar de ver la belleza como una idea fusionada siempre con la bondad o el narcisismo. En una visión generalizada no es obligatorio construir nuevos juicios con la intención de disolver los anteriores sino aceptar que existen en los absurdos antagonismos, cualidades suficientes para empatar a los opuestos.

            Evidentemente creo (como muchas otras personas) en el deleite de una obra artística donde exista la fealdad, encuentro placer e incluso más gusto en el viaje por algunos relatos de Valle-Inclán o en la contemplación de un cuadro de Gironella. Claro que artísticamente me gusta lo bello y así también su absurdo antagonismo. La fealdad artística no es mayoritaria ni colectiva; es misteriosa y al parecer cada vez más difícil de encontrar.

            Es indispensable dejar de ver la fealdad como algo inferior, como lo débil, lo enfermo, lo malo. La visión de la fealdad es tan necesaria como la belleza, exceder[vii] cualquiera de los contenidos termina por ser atroz, cansa el horror igual que las situaciones simpáticas o alegres y sus etcéteras pues terminan provocando nauseas. No afirmemos el triunfo de la fealdad o de la belleza, estimo más funcional la aceptación de ambos conceptos como resultado del entendimiento de la razón y la consciencia o en todo caso del equilibrio que pueden formar.[viii]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas

[i] Los peculiares métodos para abordar el estudio del arte son lejanos al análisis estético como una rama de la Filosofía que estudia nociones relativos al arte y la belleza. De acuerdo a Baumgarten la Estética es una ciencia cuando los conceptos y las preposiciones se articulan lógicamente, configurando un sistema del cual se obtendrá un conocimiento objetivo.

[ii] Los monstruos están incluidos en el diseño de Dios, gracias a ello la divinidad no puede verlos como una perturbación alejada de la creación bella. En La ciudad de Dios, San Agustín, enuncia «Los monstruos también son criaturas divinas, y en cierto modo pertenecen también al orden provincial de la naturaleza».

[iii] Para Platón lo feo se identifica con el No Ser y existe únicamente en el orden de lo sensible, por otro lado en su Poética, Aristóteles refiere la posibilidad de realizar lo bello imitando lo que es repelente.

[iv] El medio para despertar los sentidos artísticos no puede estar falto de color, el color es causa de la belleza, sobre todo los colores nítidos o el espectro causado por un espejo cuando es tocado por el sol, mismo espejo donde se reflejarán alteradas las proporciones de gigantes y enanos entre otros. En la representación del color Hegel, subraya por un lado la presencia de Dios en el cuerpo terrenal y la fragilidad de la naturaleza humana y por otro la presencia corpórea que guarda lo negativo y la apariencia del dolor. Para el pensador alemán el arte bello revela su majestuosidad al describir bellas cosas que en la naturaleza serían feas o desagradables, argumento evidente en la Crítica del Juicio de Immanuel Kant «Las furias, enfermedades, devastaciones de la guerra, etc.; pueden ser descritas como males muy bellamente, y hasta representadas en cuadros; sólo una clase de fealdad no puede ser representada conforme a la naturaleza sin echar por tierra toda satisfacción estética y, por lo tanto, toda belleza artística, y es a saber, la que despierta asco pues como en esa extraña sensación, que descansa en una pura figuración fantástica el objeto es representado como si, por decirlo así, nos apremiara para gustarlo, oponiéndonos nosotros a ello con violencia, la representación del objeto por el arte no se distingue ya, en nuestra sensación de la naturaleza, de ese objeto mismo, y entonces no puede ser ya tenida por bella».

[v] Tal es el caso de todo lo retratado en el siglo XIX en la literatura realista y en el arte en general, pues fueron grandes exhibiciones de la cotidianeidad, cuando en siglos anteriores se creía había obscenidad y fealdad en todo ello.

[vi] En El infierno estético.

[vii] Retomo la idea del exceso recordando la cita de San Agustín «Todas las cosas son tanto mejores cuanto son más moderadas, hermosas, ordenadas. En cambio son tanto peores cuanto menos moderadas, hermosas y ordenadas». (De la naturaleza del bien).

[viii] El Laocoonte de El Greco (1609) donde el dolor del cuerpo y la grandeza del alma están distribuidos de igual modo y parecen mantenerse estables.

 

 

 

 

Datos vitales

 

Diana Caballero

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