Presentamos algunos textos del poeta español Daniel García Florindo (Córdoba, 1973). Es autor de los poemarios Cuadernos de Lisboa (Ediciones En Huida, 2011) y Amanecer en Pensilvania (rapsodias yanquis) (Ediciones En Huida, 2014) –edición ilustrada, revisada y ampliada de su primer libro Amanecer en Pennsylvania (2001)–. Recientemente se ha publicado su último poemario Las nubes transitorias (Guadalturia, 2015).
MIL NOVECIENTOS SETENTA Y TRES
La hierba del solar ha crecido con fuerza.
Juan Antonio Bernier
Hay un hilo de niebla en el solar
donde estuvo la casa de mis padres
en mil novecientos setenta y tres.
Este cielo es la esclusa de un poema.
Una luz incipiente se atisba por el barrio
en plena proletaria construcción
más allá de la calle Caravaca
y el descampado al fondo, en la memoria,
donde aún crecen la hierba de un porvenir intacto
y una ciudad que aprende a despertarse.
Los caballos azules de Franz Marc
vinieron a pastar aquí mi infancia,
mientras yo acuartelaba sus figuras
puras y protectoras en su color quimérico.
Como si continuaran respirando
con la luz transparente de aquellas acuarelas,
como el sueño de niebla interrumpida,
sucesiva y cortante entre mis años
ha de abrirse la esclusa de este cielo
que es un vientre embrionario. Acabo de nacer
y soy un pajarito –dice mi madre–
en mitad de noviembre.
Hace dos meses
partió Pablo Neruda de Isla Negra.
El corazón de Chile se prendió
cuando fue devorado por las hienas
manchadas con pavesas de sus versos.
Aquí el ultraje viejo y moribundo
que concibió un olvido imperdonable
fue contando sus meses de cárcel y cuartel
con la impunidad fría de la historia humillada.
En Viena Auden ha muerto convencido
de que su poesía era veraz,
veraz como esa niebla que traspone
un aire tan lejano:
el aliento
de una infancia feliz. ¿Son mis hermanos
quienes gritan ahora como sioux
cabalgando en los brazos del sofá?
¿Hasta dónde llegaron sus vislumbradas flechas?
¿Pudieron traspasar el blanco y negro
de aquel año nuboso
para decirme algo? ¿Dónde estabas?
La mesa ya está lista. A comer antes
de que se enfríe el plato –habla quizás mi padre–,
antes de que otra flecha reviente la burbuja
ilusoria del juego que apenas sospechaste.
El recuerdo es mentira, evanescente niebla
en el poema de Auden, pero estoy de regreso,
he batido mis alas y vuelo alto
como un sueño de números que sienten
el tiempo sucedido.
Ha de cerrarse el cielo de esta esclusa.
Tengo ya treinta y siete pies de altura… y no sé…
¿Adónde regresar?, ¿a qué vida posible?,
¿a qué extraño poema?, ¿a qué verdad?,
dónde esa brizna de hierba en el solar,
las hienas que usurparon tantos sueños,
los caballos azules galopando perdidos,
esa luz incipiente que anuncia otro futuro
donde estuvo la casa de mis padres
en mil novecientos setenta y tres.
RECUERDO INFANTIL
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón»
Antonio Machado
Un olor en la mano a mandarina
me acerca el sol de invierno que preside
una tarde infantil hacia el colegio:
Caravaca, Sagunto, Marrubial,
el cuartel de Lepanto, Trinitarios…
Recuerdo las moreras del camino,
las manchas de las moras, los gusanos de seda
en cajas de zapatos, la precisa
imagen de los niños en la clase
con su metamorfosis impaciente.
Cómo sospecharíamos nosotros,
compañeros de aquella clase media,
la memoria extendida de aquel tiempo,
sus nubes transitorias, la campana
tras las horas cumplidas de castigo.
Éramos solo seres quebradizos
en manos de maestros sin oficio,
de cuatrocientos golpes para Antoine
Doinel. Hice novillos con Doinel
una tarde que aún huele a mandarina.
PATRIMONIO
Sueño con tu presencia viva a veces,
que vives en un barco en el océano
pero no puedo hablar contigo.
Te hallas en alta mar, libre y a salvo.
Han pasado ya más de veinte años
del cáncer y los tres meses de vida,
de la noche postrera y los cristales rotos,
pero nada he perdido de tu plantel incólume,
de la raíz regada con nobleza y amor.
Conservo el patrimonio de un gran roble
cuando alcanzo a mirarte más allá
del verano feliz, de aquellas noches viejas,
más allá de aquel niño que me llama
cuando sé que estarías orgulloso,
cuando en sueños pacíficos te atisbo
y no puedo decirte nada.
Cuando soy más valiente que yo mismo
sé que tú estás conmigo. Me dejaste
tu ejemplo como un faro en el océano,
tu alegría de ser bueno e inocente,
tu dignidad de roble que salva mis naufragios.
BIBLIOTECA A DOS AGUAS
Ya sé que es bueno hacer limpieza en serio,
ordenar nuestros libros otra vez,
dispuestos hasta ahora en estancias distintas.
Es bueno hacer limpieza, hacer balance
ahora que miramos hacia dentro
y nos vemos desnudos trasladando
Los jardines botánicos de Europa. Ya lo sé.
Sé que ha pasado tiempo y nos vestimos,
que ordenamos los libros con criterio
y tenemos goteras, humedad en el techo,
que es urgente pintar esas grietas,
que prefieres guardar en el trastero
esa imagen de nómada inconsciente,
las fotos tan alegres, tan tristes de Lisboa.
Tienes razón…,
no puedo ser mejor que mis imágenes.
¿Te acuerdas? Benedetti, corazón
coraza y viceversa. Fue un regalo.
¿En qué maldito idioma babélico se burla
Borges en nuestra torre? Mejor, Cortázar:
Vuelta al día en ochenta mundos. Sé
que a veces discutimos por cuestiones domésticas
o por sandeces, qué sé yo, amor. Mira
hasta ahora los libros, así, sin anaqueles,
amontonados,
pilas que son columnas
de nuestra intimidad y nuestra casa.
Mira, las Mil mejores poesías
de lengua castellana –siempre estuvo contigo–.
Aquí podrá caber todos los clásicos.
Allí, los de política y ensayo, por favor,
a la izquierda, con arte y poesía.
Vamos a procurarles, a darnos otra vez
un lugar habitable y confundirnos
para mezclar tus libros con los míos:
tu Trilce, de Vallejo, con Neruda
–Confieso que he vivido y Residencia
en la Tierra–. Teatro y narrativa
del realismo mágico ahí delante.
Los de cine y pintura más abajo,
junto a la Enciclopedia y los volúmenes
de El mundo y sus jardines… Hay más libros
sin orden ni concierto, poemarios
a los que siempre vuelvo como a casa:
Compañeros de viaje, Tranquilamente hablando,
Poesía completa de Szymborska, Palabra
sobre palabra…
Unamos nuestros libros, sí, pero nunca olvides
cuáles te pertenecen a ti, amor,
porque no quiero ser yo quien te reste
ni quiero disolverme tampoco en tu memoria,
aunque volver atrás sea leer
al revés el palíndromo que somos
como el ave y la nada en el Edén,
en este paraíso de palabras. Por eso
confundamos, mi amor, tu reflejo y mi imagen,
tu imagen, mi reflejo… más incluso
que en todos nuestros libros. No es ficción
este amor que sostiene nuestra casa.
Porque hay un escrutinio necesario
que el tiempo compartido nos impone.
Por eso decidimos leernos mutuamente,
que sea esta biblioteca a dos aguas
el hogar donde ardamos contra el frío
de Ovidio, de Petrarca y Garcilaso. Escucha:
Quand’io mi volgo in dietro a mirar gli anni…
ÚLTIMA HORA
Buenos días. (De nuevo, la puntual
voz que extirpa los sueños.
La alarma radiofónica esta vez
me hizo colisionar y morir en el acto,
en el mismo accidente absurdo).
Hoy, miércoles, dieciocho de febrero,
son las siete, comienzan las noticias.
(Tengo que decidirme, bajo el agua,
mientras la pesadilla se evapora).
Hoy miércoles, ya saben, de ceniza,
cielos nubosos, las temperaturas
no subirán de doce grados
(tengo que decidirme) en el suburbio,
ni bajarán de tres, tráfico denso
en el cinturón.
De nuevo las prisas
han provocado un grave (no consigo abrocharme)
accidente. Mantenga el ritmo diario
(llego tarde a la lucha diaria), nunca
es tarde cuando le habla su emisora,
su radio favorita. Un consejo
para los navegantes en sus vehículos:
cólmense de paciencia, hay retenciones.
(No debo esperar más. Se lo diré
sin más, directamente). La crisis ya remite,
ha declarado ayer la portavoz
del Gobierno. La guerra,
sin embargo, se alarga en medio mundo
y se mantiene un tráfico (no quise
molestar, pero quiero que lo entiendas)
de armas sin precedentes. «Estabili-
dad» es nuestra palabra clave, aclara
la ministra sin muchos aspavientos.
(He vuelto a las andadas, ya lo sabes,
no hay remedio, quisiera decirte algo).
Y una buena noticia para el mundo:
(no volverás a verme) la bacteria del pian,
«treponema pallidum», que ha borrado los rostros
de miles de niños (me voy lejos)
en África, Asia y zonas del Pacífico
(es tarde para mí) podría erradicarse
(no te lo he dicho) en cinco años,
volveremos con más noticias aún
(sé que es mi último día) de última hora,
(y no te dije nada) tras la publicidad
(pero te quiero y mi alma se levanta
en el rito del día hacia el mismo accidente).
SUBLIMACIÓN
Ella trabaja duro,
muy duro, en el control de calidad
comprueba los envases, sus formas ovaladas,
cada lata perfecta, una por una,
con su etiqueta: el código de barras,
el código de barras, el código de barras…
Él trabaja la carne triturada
en la misma cadena productiva,
se impregna de un intenso olor a sangre,
a músculo nervioso que fatiga
el cansancio: ese absurdo mecanismo
de meter y sacar latas y latas —piensa—
mientras se sincronizan el metal,
la carne y el salario de los días.
Así, en las ocho horas laborables él y ella
sobreviven dejándose la piel en la cadena,
pero, al llegar a casa, dejan fuera la rabia
de ese mundo tan áspero, los ladridos del jefe
de línea que sudaba como un perro rabioso,
aunque ellos, él y ella, solo lo compadecen,
ven en él a un cachorro de loba abandonado
en su tierra baldía,
en un erial remoto.
Porque la tarde escapa de su jauría triste
y en las ascuas del día reverbera un milagro:
la noche que cobija las almas devoradas
por un dolor salvaje se demora
sobre la cenicienta de sus cuerpos.
Entonces, él y ella mutuamente ventean
sus heridas, se buscan y se lamen y aúllan.
Y el calor de sus cuerpos es más fuerte
cuando bajo las sábanas
exhuman impacientes esos huesos perdidos,
médulas del suburbio que se incendian
en la noche sublime.
Amanece:
el día trae un sol roído entre sus fauces
y un olor a estiércol en los campos.
Datos vitales
Daniel García Florindo (Córdoba, 1973) es editor de diversos proyectos educativos relacionados con la enseñanza de la lengua y literatura hispánica, tras una etapa en la que ejerció la docencia de la misma materia en centros de enseñanza secundaria y universitaria en Sevilla y en Lisboa, ciudad esta última donde fue profesor del Instituto Cervantes, entre otras instituciones (Lycée Français Charles Lepierre, Universidade Nova, Instituto Español Giner de los Ríos o la Consejería de Educación de la embajada de España en Lisboa). Desarrolló su investigación de postgrado estudiando la obra del poeta Juan Bernier, del que ha realizado la edición de su Poesía completa (Pre-Textos, 2011), así como el estudio-antología titulado La compasión pagana (Universidad de Córdoba, 2011). Es autor de los poemarios Cuadernos de Lisboa (Ediciones En Huida, 2011) y Amanecer en Pensilvania (rapsodias yanquis) (Ediciones En Huida, 2014) –edición ilustrada, revisada y ampliada de su primer libro Amanecer en Pennsylvania (2001)–. Recientemente se ha publicado su último poemario Las nubes transitorias (Guadalturia, 2015).