Presentamos la poesía de Ángel Gustavo Rivas (Culiacán, Sinaloa, 1986) estudia la licenciatura en Letras Hispánicas en la UAM-Iztapalapa; creó y dirige desde 2015 las Tardes Literarias de la Honorable Casa Nacional del Estudiante, desde donde promueve la literatura y el diálogo en torno a ella; en la misma HCNE ha impartido diversos cursos sobre lengua y literatura; escribe cuento y poesía.
La flecha de Píndaro
Engañado por un dios –pobre mortal-
Píndaro fue parte para continuar la guerra.
Miserable acción romper acuerdos
de una forma deshonrosa.
Traición, se llama.
Rompe el viento
rompe el pacto y la paz.
La flecha de Píndaro
quien no era descollante
ni en fuerza ni en valor
reinició la guerra en mala forma.
A la mudanza de la hermosa Helena
la arrogancia del atrida
y la cólera de Aquiles
debe en culpas sumarse
la imprudente ilusión de este guerrero
que engañado fue por su ignorancia
con argumento de poca inteligencia
y ha causado la muerte a muchos griegos.
Vicario de mí mismo
deambulo
habito el silencio
observo los astros imaginarios
de mi constelación (imaginaria)
En forcejeo con el mundo
a veces me encuentro
para ayudarme
las represalias
no son mi signo
sigo caminando
por parajes de silencio.
Qué solo estoy
cuando estoy con alguien
que no está
porque no sabe
consigo mismo.
Alguien que repite diez veces
que le gusta el café
y exagera el gusto
mientras lo prepara
y repite a cada trago
“!Ah, qué bueno es el café no cabe duda!”
Los pies tienen frío.
Los dedos se doblan
buscando la tierra.
El corazón
también tiene frío.
Pero nadie
se ocupa de nosotros.
He caído en un hoyo sin orillas.
Quise agarrarme con las uñas
y rasgué el vacío.
Escribo en mi piel
y sangran mis palabras.
Quiero hablar
pero me duele el lenguaje en el cuerpo.
Los mosquitos se esconden
debajo de la cama.
Acechan la carne
árbol donde saben
su fruto de sangre.
Diminutos y efímeros
esperan que el sueño
derrote los párpados.
Acróbatas
saben esquivar las palmas.
Detestan el aplauso
aprecian el anonimato.
Pican.
Se reproducen.
Mueren.
Caras Tristes
Aquí la tristeza
tiene rostro de mujer
y se presenta
en cuerpos informes
caras tristes que sonríen por oficio
“mi amor” dicen a todos
y sirven la cerveza.
Es la noche
el aullido del perro.
Una mirada
me distrae el costado
y lo inefable
se traduce en silencios.
Afuera
la noche me toca la puerta
entonces
cierro la ventana.
La luz de luna
encuentra un filtro
y un rayo pequeño
ilumina un papel
donde está escrito tu nombre
donde tu mirada y la mía
se encuentran
calladamente.
El silencio está escrito.
La noche sigue tocando.
Tengo la sospecha / de que la lluvia de la tarde es un charla.
Sospecho también que la noche tiene ojos que lo ven todo
que en mi cuarto las paredes me conocen.
La soledad
no es como la pensamos
no es la ausencia de la gente que no está
es la ausencia / solamente
de no saber estar.
Quien sabe estar nunca está solo.