Aviones de papel bajo la lluvia: Gabriel Chávez Casazola

Presentamos cuatro poemas de Aviones de papel bajo la lluvia (Valparaíso, 2016), el nuevo libro del poeta boliviano, Gabriel Chávez Casazola (1972). Publicado recientemente por Valparaíso Ediciones en España. Gabriel Chávez Casazola es autor de cinco libros de poesía y ha sido traducido al italiano, portugués, inglés, griego, ruso y rumano.

 

 

 

 

 

Gabriel Chávez Casazola (Bolivia, 1972) es uno de los poetas actuales más sugestivos y reconocidos de su país. Dueño de un lenguaje sencillo y hondo, que convierte su palabra poética en palabra nueva, su proyección internacional se extiende por todos los países de América Latina, donde su poesía ha sido merecedora de la admiración unánime de la crítica.

Para regocijo de los amantes españoles de la poesía, Valparaíso Ediciones trae a España Aviones de papel bajo la lluvia, un libro fulgurante dividido en dos partes, cuyo intenso temblor poético va sin duda a sorprender a los lectores. Entre sus páginas se encuentra la poesía desnuda, sincera, sin ropajes ni escudos, de la mano del lenguaje más depurado y verdadero. No hay falsos artificios ni fórmulas en la poesía de Gabriel Chávez Casazola, sólo la autenticidad de quien se atreve a mirar a la vida a los ojos y escribir lo que ve. Culto y espontáneo, el poeta mezcla con asombrosa naturalidad la antigüedad grecolatina, el existencialismo, la música, la literatura o el cine con la crítica social y el más estremecedor lirismo. Todo es verdad entre sus versos, su palabra nace de la fuente clara de las vivencias reales. Auténtica poesía que siente y piensa y proyecta luz sobre los rincones menos iluminados de la existencia.

 

RAQUEL LANSEROS

 

 

 

 

 

 

 

Cuatro poemas de Aviones de papel bajo la lluvia (Valparaíso España, 2016),

de Gabriel Chávez Casazola

 

 

 

De la relatividad de la luz

 

Nada puede viajar más rápido que la luz.

Es una de las leyes de la física.

 

Ni el sonido, ni las partículas ni las moléculas

ni las sondas velocísimas creadas por los hombres.

 

Nada puede viajar más rápido que la luz,

ni siquiera los impulsos eléctricos que llamamos pensamiento

y tampoco los ángeles, que son seres de luz y viajan a la misma velocidad que ella.

 

No hay, no puede haber nada más veloz en el universo,

en todos los universos

reales o imaginarios, pues la imaginación es más lenta que la luz

y no puede concebir, en toda su irrealidad,

nada que sea más veloz que sí misma.

 

Incluso cuando viajas en sueños viajas más lento

o al unísono de la luz

porque los sueños no nos más rápidos que ella.

 

La luz es la velocidad por excelencia, el descapotable más fantástico de la Chrysler de Dios.

 

 

Detente ahora a mirar el sol, siente sus rayos

que calientan la piel de tu antebrazo

y las hojas del árbol del jardín.

 

De allí, de esa iluminación nace la vida

–lo intuyeron los bisabuelos de tus bisabuelos,

que adoraban un astro–

y la vida no es más veloz que aquello que la engendra.

 

Hasta la muerte llega más lenta que la luz

aun si viene como suele venir en la saeta,

pues no hay flecha capaz

–ni la flecha del tiempo, ni la que lo detiene para ti–

de viajar como ella.

 

Sí, dicen los físicos que es cierto todo esto.

 

Acaso los teólogos hagan la salvedad de Dios

pero Dios, si es, es la luz

que brilla en las tinieblas

e irradia a 300.000 kilómetros cada segundo

rasgando la noche de los tiempos

como la luz del quirófano que te hirió (y bienvino) al nacer,

como esa estrella fugaz que surca el horizonte

pero es el horizonte.

 

 

Y sin embargo,

sin contradecir en absoluto todo lo anterior,

nada hay más lento que la luz, tú lo sospechas.

 

Tarda tanto en viajar por el espacio

que su velocidad de poco sirve

a esa llamada de anhelo

o de esperanza

que en nuestras retinas es apenas

parpadeo de luz de un sol remoto,

punto que brilla entre otros puntos luminosos

suspendidos

del cielorraso de la noche.

 

Cuando a ti llega viene ya de un mundo muerto

del que jamás sabremos algo

ni de su amor

–si lo tuvo–

ni de su abrigo.

 

Cuando a otros ojos como los míos y los tuyos

llegue la luz de nuestro sol,

para ellos parpadeo remoto

punto en el cielorraso,

los millones y millones que lo vimos cada día despuntar y yacer,

esos millones

desde el Neanderthal que por primera vez hizo fuego

hasta el iluminado Boddhisatva

que desprendía iridiscencia como las luciérnagas,

desde el oscuro inventor de las lámparas de aceite

hasta Thomas Alva Edison con su bombillo eléctrico

y Truffaut con su noche americana,

 

todos

y todo

 

ya habremos entrado en la noche de los tiempos

y la luz de nuestra estrella

y su asombrosa velocidad

no acusarán recibo

de nuestro amor y nuestro abrigo y nuestro odio y nuestro desamparo.

 

 

Solos en la noche última

nos habremos oscurecido para siempre

aunque la tibia luz de este martes siga viajando lenta

y toque –ya fría– una retina de otro ser al cabo de los siglos.

 

 

El firmamento es un cementerio de esperanzas muertas,

de anhelos desvanecidos.

 

Cada vez que lo mires, reza un responso por los seres del Universo

–pequeños cometas de alocada melena–

que creyeron en la luz de las estrellas

y en el pasado o en el futuro

se aferraron a ella

como la primera mañana en que la luz se hizo

y era buena.

 

Apiádate de ellos, de nosotros un momento.

 

Nada puede viajar más rápido que la luz

pero este es un conocimiento perfectamente inútil.

 

 

 

 

 

The Walking Dead

 

El arte actual, ese zombi, camina hacia no sabe dónde.

¿Avanza o retrocede o da vueltas en círculo?

 

Vaciado y viciado de sentido,

despojado de la obligación de la belleza,

obligado a su vez a los grillos del escándalo,

banal,

como un triste exhibicionista,

se abre el abrigo.

 

Con el vacío por sol y por sombra,

performance de la prensa rosa,

happening donde nada sucede, bienal

que ya dura medio siglo, instalación definitiva,

camina el zombi hacia el mismo precipicio que sus perpetradores.

 

Olvido lo aguarda con sus brazos abiertos

para poseerlo sin siquiera darle un beso en la boca

de zombi

duchampiano,

esquivando su halitosis moderna

y experimental.

 

 

 

 

Tatuajes

 

Una mariposa de tinta se ha posado en la espalda

de esa muchacha.

 

Una mariposa de tinta que durará más que la lozanía

de la piel donde habita.

 

Cuando la muchacha sea una anciana, allí estará,

joven aún, la mariposa.

 

¿Cómo se verá la espalda de la muchacha

cuando la lozanía de su piel haya pasado?

 

¿Cómo se verá la muchacha que ahora ilumina

la verdulería, como una fruta más para mi mano?

 

¿Los viejos de mañana se verán como los de hoy

y los de siempre?

 

¿O serán diferentes, ellas con piercings en los senos caídos

y ellos grandes aretes en las orejas sordas?

 

¿Volarán mariposas en la espalda de las muchachas viejas,

arrugarán sus alas sobre camas del coma, se marchitarán flores

de tinta dibujadas donde se abren sus nalgas?

 

Tal vez no pueda verlo, ya yo estaré ido para entonces

con mi mano temblando bajo un jean de mezclilla

o con la mente ausente en la cannabis

procurando aliviar dolores cancerígenos.

 

 

Ah, una mariposa de tinta se ha posado en la espalda

de esa muchacha.

 

Una mariposa de tinta que durará más que su aire.

 

Cuando ella haya exhalado por vez última

allí estará la mariposa todavía.

 

¿Echará a volar cuando incineren su morada de carne?

 

¿Se pudrirá en la tumba como una concubina egipcia?

 

¿La escuchará alguien volar o quemarse o pudrirse

y podrá venir para contarlo?

 

¿Escuchará alguien la historia desde la soledad de sus audífonos,

de los grandes aretes en sus orejas sordas?

 

 

¿No son estas las viejas preguntas de siempre?

 

¿Volveré a ver a algún día a la mariposa?

¿Volveré a ver a la muchacha?

¿Continuarán existiendo las verdulerías?

 

 

Esa desconocida

Es maravilloso haber llegado al punto

en que ya no es preciso buscar la razón de tu vida

el amor de tu vida

el norte (y sur) de tu vida

porque ya has encontrado todas esas cosas

o ellas te han encontrado

y ahora puedes llamarlas, casi familiarmente,

con un sustantivo,

sea éste el nombre de alguien

–aquí puedes poner el que desees–

o de algo misterioso, como la poesía.

 

Y sin embargo, lo más maravilloso de todo esto

es que debes seguir buscando,

buscando

porque todas las cosas y los seres

que se encuentran

así como llegan se alejan.

 

Incluso la poesía, a momentos.

Esa desconocida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Datos vitales

Gabriel Chávez Casazola (Bolivia, 1972)  Es autor de cinco libros de poesía, entre ellos El agua iluminada (La Hoguera, 2010), La mañana se llenará de jardineros (El Ángel, 2013; La Hoguera, 2014) y Aviones de papel bajo la lluvia (Valparaíso España, 2016). Se han publicado también antologías de su obra en Colombia, Ecuador, Argentina y su país, con los títulos El pie de Eurídice (Gamar, 2014), La canción de la sopa (El Ángel, 2014) y Cámara de niebla (El Suri Porfiado, 2014; Plural,  2015).

Ha sido traducido al italiano, portugués, inglés, griego, ruso y rumano. Poemas suyos se encuentran incluidos en antologías bolivianas e internacionales. Imparte talleres de poesía y escritura creativa; dirige dos espacios de poesía en periódicos bolivianos y colabora con revistas internacionales de literatura. Entre otros premios, recibió la Medalla al Mérito Cultural del Estado boliviano. En 2013 fue finalista del Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo.

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