Un poema de Guillermo Arreola

Presentamos un extenso poema del escritor y pintor Guillermo Arreola (Tijuana, 1969). Ha publicado cuento, poesía, traducción y crónica en diversos medios impresos de México y el extranjero. Es autor de los libros Tración a domicilio y Fierros bajo el agua, editados por Editorial Planeta. Ha realizado más de 20 exposiciones individuales, entre las que se encuentran Sursum Corda, 2015, en el Museo de la Ciudad de México. El olvido que me diste. Una retrospectiva, 2014, en el Centro Cultural Tijuana.

 

 

 

 

 

 

 

 

PERO ÉL DORMÍA

Guillermo Arreola

 

Donde no hay confines y un niño pinta algo.  

Venimos a comprar pobreza,

deshojando el pensamiento compramos pobreza.

 

Hora de la primera estación.

 

–¿Y no hay un dios para la piedra?

–¡No hay luz eléctrica! ¡No tienen aceite, señor, para encender sus lámparas! Pero miran de frente. Vea usted el templo: es grandioso, es azul y la entrada, angosta.

 

Pero para usted, que es extranjero, ¿quién radica en la casa de la dignidad:

    el lujo o la inmundicia?

 

Ponga su mente a sus pies y verá que llueven dioses.

¡Oh!, los dioses mendigos

el mono y la cabra piden limosna,

la vaca observa, es la reina.

 

¿Quiere un dios para su mano? ¿Quiere un dios para llenar su boca? Compre una serpiente. ¡Pura!, pero peligrosa, podría convertirlo en un adicto. Y dormir hasta el último momento.

 

En un año el camino estará terminado, se llenará de silbidos y los campos estarán colmados de mostaza. Observe: su pasado. Si no entra ahora en la belleza después no diga que la mala suerte lo ha seguido. Observe: la vaca, abriéndose paso entre la espesura de lo inmaculado, la segunda madre. Aquí todos rezan en el templo. Usted ora a la intemperie de su cuerpo. Todos rezan en torno a su joya más preciada.

 

Recorriendo caminos gravosos, atravesando polvaredas, rendidos ante la bruja comparación, cercados por un olor a ceniza mojada, venimos a comprar pobreza, compramos pobreza con los ojos; pagamos con palabras. Decimos que compramos arte, pero el arte se nutre de lo pobre,

para limpiar su corazón.

 

 

Si le es conveniente le puedo leer la mano. Muéstreme la palma de su mano. El tatuaje de su alma. What a funny hand you have! Una mano, un mapa donde brillan estrellas y ciudades por igual, su mano. Y las mujeres quisieran lamer su pensamiento, por su mirada, donde se juntan las miradas de la serpiente y el tigre. Hunden sus dedos en la miel de su pensamiento. What a funny hand you have! Flores atómicas creciendo en sus arterias, mariposas surcando las rutas de su mente. Su mano

 

Con humo formaban círculos las mujeres en medio del campo. Vestidas de ceniza y polvo. Nada poseían pero eran dueñas de palos, palos para esbozar su kharma sobre la hierba.  

 

Cuando cerraba los ojos, podía tocar a los monos,

así todos sonrientes, desdiosados.

Cuando cerraba los ojos dibujaba en la piel del camello,

pintaba en la cara del elefante.

Pero los monos se dispersaron,

porque no les ofrecí plátanos,

y huyeron a la busca de flores con que alimentarse.

¡Oxígeno!

                         Luz para tocar la piel de un elefante.

 

Dentro de poco habrá autopistas. Oiga el corazón, vibra como un teléfono celular. Desde esta barraca puede usted hablar a cualquier sitio.

 

–¿Y el brocado, tiene alguna conexión con el cielo?

–Me hiere con su idioma, señor. Su lengua me está lastimando. Hable como yo con lenguaje de espíritu. Vea: al amanecer levitamos, de noche volvemos a la tierra.

 

Polvo y seda. La seda dura tres generaciones. El polvo es para siempre. Unificados:

Plantan su futuro, señor, diez rupias la semilla. ¿Mi sonrisa?: veinte rupias. Sonreímos, somos pobres. Vestidos de blanco, blanco para los viudos, el color de ustedes, el color del luto.

¿Abandonará la guerra para siempre, señor? ¿Se alargarán sus orejas? ¿Y quién cuidará de usted cuando sea viejo? Nadie. Pregúntele al río, al río-dios.

 

Una puerta para escapar.

 

Su cara peligrosa. ¿Por qué no tienen esposas? Las esposas son buenas. No están solas. Tienen a la vaca. Pero ustedes no tienen esposas; son adictos al veneno, al veneno de sus rostros. Su historia no tendrá peldaños: reposan adentro de un capullo como si añejaran seda, seda para recubrir al mundo. No tienen esposas ni ornamentan sus pies con henna.

 

Y su encendedor ¿por qué arroja música? Ah!, made in China. Los chinos ponen música adentro de cajas. ¡El poder de la música! ¡El poder de su mano! ¿Con cuántas manos se construye un templo?

 

But here you must say no to bear dancing

 

Adornamos con dioses nuestras casas, con flores de plástico, perfumadas con albahaca y sándalo. Debemos aprender a decir albahaca: fragancia para el espíritu. Saquea las penas. “Para saquear las penas el aroma de la albahaca”

–eso decía el hombre y nos mostraba un mono que pedía diez rupias. The monkey said: give me money and I won´t bite you! Y le ofrecí un plátano sin cáscara y el mono lo arrojó muy lejos. –El mono habla, decía el hombre. El mono habla, si lo dudas te puede morder, pero con dulzura, señor, con dulzura.

 

Hombres y mujeres fingían ser leprosos. Se mortificaban hasta provocarse llagas con sus pensamientos, para pedir dinero y beber.

Y había un dios que se deleitaba comiendo veneno, veneno negro.

(Y era feliz como nosotros, que no somos pobres.

Tenemos hambre, pero no somos pobres, así es nuestra suerte.)

 

Ponga su mente a sus pies. Visa and Mastercard accepted

 

Para los envenenados por su corazón, el sida. A cuatro dólares. Aids is very cheap. See? Un dios por cada dedo. Pasaporte al cielo, cielo roto. Sida. Un dios por cada piedra. Una selva de dioses.

 

                            Y mis huesos arden bajo mi piel, pero mi carne está dormida,

     como en un capullo, una casa para vivir a la altura de los dioses.

 

–No vine a este lugar para que me iluminaran.

–Mire la religión cobijándolos en su ventisca de oraciones.

 

 

Necesitaría siete vidas para leer los libros que contienen toda la sabiduría, por eso sólo acaricio los rollos, los hago circular.            

   En círculos se gana la iluminación –murmuran–. Mira el templo, lo sagrado vuelto un souvenir en mi mano. La diosa viva, la niña diosa, encerrada porque es pura. Cuando derrame su primera gota de sangre quedará manchada y será sustituida. Si se mantiene pura hasta los trece recibirá su dote, el dote de la tradición, su veneno.

 

–Hábleme en números, que se hace tarde.

 

Segunda madre: la vaca

   pisar el templo con los pies desnudos

la vida tiene prisa

  tu ducha de flores

¿quién puede detener un papalote?

Children like to play with kites, and who cares?

 

Mira la vaca: tu segunda madre.

¿No es una delicia mirarse en un espejo?

La leche de la segunda madre, la vaca, alimentaba al niño.

La leche no tenía grasa, era suave y resguardaba el porvenir del niño.

 

De pronto apareció el mono, el mono emergió del sueño para intentar tocarme con sus dedos y oré para él y para todos los seres que braman: te honro, te venero desde mis ojos.  

 

    Por otra parte, no admito que lo espiritual sea preponderantemente masculino… Y… he aquí una escena en la que se conjuntan eso que tú tantas veces has llamado compasión y olvido:

dos mendigos despertando muy de mañana en la calle,

se saludan y enseguida empiezan a despiojarse el uno al otro.

Ahora, si lo ves bien, podría constituir una escena amorosa.

 

–Tome este puñado de dioses para alimentar su palabra.

 

 

Entreveradas las sombras se confundían con ceniza y polvo,

congregaban a extranjeros calzados

con babuchas, protegidas las caras con tapabocas,

el aire amortajado con canto y mariguana.

 

(Su hambre es su fuerza, el misterio de perderse.)

   

Y, bueno, podría suceder en cualquier sitio. En México, me acuerdo que una vez visitamos un pueblito que se llama Peba. La travesía fue gozosamente agobiante, el amigo que nos condujo hasta allí decía que si sentíamos la vista cansada por el viaje era porque no es lo mismo monte que selva, ni mente que salvaje.

Luego nos detuvimos a comprar unos refrescos en unos abarrotes de nombre Pensamiento.

 

Para oler y escanciar el ámbar: cielo y vacío, ¿en qué lengua celebran nupcias? ¡Y la ciudad! ¡Es del color de una rosa color arenisca!

Se canta.

Alborozo para la lengua, anís para el aliento.

 

(A phone-call can easily be interrumpted.

What about a phone-call to God?)

 

Pruebe a ser mordido por una cobra. El sabor de la cobra. ¡Será santificado! Que la lengua repte ante el cortejo de la vista. Que sus manos orifiquen la trama en el telar. Mármol y horóscopo.

 

Sobre el tiempo horizontal se acurrucaba tu sombra

para enaltecer calamidad y escombro. Mármol y horóscopo.

Un signo para sus bocas vacías. Empuñar un símbolo.

Aquí consultamos el futuro, el devenir de los  hijos,

la flor oculta del pecado.  

Precisión: un agujero negro devorando una estrella.

Pero eso sucede lejos, muy lejos.

Vea: esta es la trama. Así se elabora un brocado.

 

Please horn and mind your head!

 

–Pero ¿qué efectos dice que podrían tener las posturas del kamasutra en el imparable desarrollo de su país?

–Cuando el escorpión asciende por el cuerpo de la mujer y se detiene cerca de su entrepierna, la mujer no puede contener sus deseos. El hombre no controla su energía. Al no poder controlar su energía el hombre llama a un emergency phone number y obtiene una respuesta.

Entre el griterío buscabas, como si buscaras a tu enemigo, al guía de tu buena y de tu mala suerte que te condujera al río, al río-Dios,

donde piel y huesos adquieren una cierta forma, digamos, de intimidad definitiva.

(Anís para el aliento. ¡Incienso para calmar su ira!

Su ira tan callada)

 

¿Ves? Algo inmenso: un grano de mostaza, un grano de arroz.  

Aquí besamos las estatuas, las estatuas de nuestros dioses las perfumamos. Nuestros dioses son amigos del silencio: controlan la palabra. No riñen con el tiempo.  

La mirada define la casta. Presume sus ruinas.

¿Cómo consolar con gritos su desabrigo?

 

Y había un joven –creo que de nombre Budha–. No tenía el cabello rizado ni teñido de rojo. Sus orejas eran larguísimas y en su nuca llevaba incrustados unos cables que, al parecer, se conectaban con la parte baja de su espina dorsal. Y este joven trabajaba de mesero en un restaurante y regalaba pulseras a los turistas. De noche tocaba a la puerta de nuestra habitación. Cuando preguntábamos quién era, respondía bromeando: soy el infinito que viene a saludarte. Hacía preguntas sobre cómo una postura sexual determina la curveada política del espíritu, y de su posibilidad de expatriarse. “De no hacerlo a los treinta años, mi familia…”, decía, y se pasaba el dedo índice por el cuello representando un degollamiento.

Nos confió que acostumbraba a ver la vida desde el interior de un armario, que meterse en un armario era una manera de pedir auxilio.

 

 

Un niño pinta algo

en una tela o en un grano de arroz  pinta algo

donde no hay principio

 

y el templo es grandioso: es azul, y la entrada, angosta.

 

 

(Llegamos rodeando la noche, rodeando la noche en el cielo. Bajaban y subían las estrellas, bajaban y subían para aluzar la tierra,

la tierra hundida, la tierra oculta, la tierra.

Al pisar el suelo, rojo era un color impuro y no quise ver su secreto.)

 

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