Una conversación con Luis García Montero

Presentamos una entrevista en la que el poeta, narrador y ensayista español Luis García Montero (Granada, 1958) habla del carácter histórico de los sentimientos, el tratamiento del tema femenino y el optimismo melancólico en su poesía. García Montero ha publicado recientemente, en la colección Palabra de Honor de Visor, el volumen Balada en la muerte de la poesía. A continuación, una charla que sostuvo con Carmen Medina.

 

 

 

 

 

Espacio urbano y proceso temporal como elementos determinantes del sentimiento amoroso en Ángel González y Luis García Montero

 

 

Carmen Medina: He tratado de mostrar los diferentes registros poéticos observables en tu poesía amorosa y en la de Ángel González considerando que, en vuestra poesía, el proceso amoroso está estrechamente vinculado con el marco en el que se inscribe, es decir, el espacio temporal y el eje espacial, eminentemente urbano.

Respecto a esto podríamos decir que, debido al espacio referencial donde se localiza, la mirada que se desprende es más positiva que la que emana en la poesía de Ángel González. Aunque, como tu afirmas, hay en Ángel González dos ritmos históricos diferentes: uno pesimista y otro vitalista. Leyendo detenidamente sus poemas, me ha resultado que ese vitalismo se localiza generalmente en un espacio atemporal, en un futuro impreciso, alejado del presente actual, en poemas como «Empleo de la nostalgia» o «Futuro»:

 

Mañana he decidido ir adelante,

y avanzaré,

mañana me dispongo a estar contento,

mañana te amaré, mañana

y tarde,

mañana no será lo que Dios quiera.

 

En tu poesía, el optimismo se inscribe en el presente del poema, no tiene esa carga atemporal. ¿A que podría deberse esta diferencia en vuestras poéticas?

 

Luis García Montero: Varias cosas me planteas. En la poesía de Ángel hay una distinción entre el porvenir y el futuro. El futuro es un mundo por el que hay que luchar, hay que imaginar y hay que construir y esa idea de futuro es optimista en la medida del compromiso político de Ángel, que cree que la Historia se puede transformar. El porvenir tiene más que ver con la realidad, su pesimismo nace de la lucidez. Él veía que las cosas cambiaban poco y no era ingenuo. El porvenir para él es triste, no hay arreglo, pero no renuncia a pensar que en un futuro el ser humano sí puede cambiar. Es ese doble lenguaje del futuro y el porvenir. Este doble lenguaje tiene que ver con la época y que yo reescribí en Mañana no será lo que Dios quiera. Le tocó un mundo donde todos los sueños se derrumbaban y el tiempo se paralizaba y no cambiaban las cosas. Fue el derrumbe de la República, la Guerra Civil ganada por los militares golpistas y una dictadura que ocupó cuarenta años de la Historia de España, entonces el porvenir de Ángel González estaba marcado por esa situación de injusticia absoluta.

Mi realidad fue distinta. Yo me formé en unos años donde la dictadura se estaba acabando y donde era posible conseguir la democracia. Había unas transformaciones del país que invitaban a la ilusión, por mucho que a partir de un libro que se llama Las flores del frío, yo tomara distancia del optimismo al ver que los sueños se iban pudriendo por dentro. Pero la realidad que yo he vivido históricamente es mucho más amable que la que vivió Ángel.

Otra cosa que has planteado. Yo me formé como lector de Antonio Machado, estudiante de la Universidad de Granada y discípulo de Juan Carlos Rodríguez, en la idea de que los sentimientos son históricos, en el proyecto de la otra sentimentalidad. Ya que tan histórico es un sentimiento amoroso como la manera de entender la sexualidad como una revolución o una constitución. Todo es histórico. Y en ese sentido, en mi poesía la mirada amorosa forma parte también de la mirada de la realidad, del compromiso de la realidad y de un campo de emancipación. Cuando yo empiezo a escribir, hay un debate muy fuerte entre poesía social y poesía esteticista. Los sociales corrían el peligro de caer en un panfleto que negara cualquier cosa que tuviera que ver con el «yo» y con la subjetividad, y los esteticistas negaban cualquier acercamiento a la realidad. Para nosotros, comprender que los sentimientos amorosos eran una parte de la historia nos abrió la puerta para mantener el compromiso sin caer en el panfleto y sin renunciar a una poesía de indagación personal. En una operación que tiene que ver con el concepto de ideología. En el abanico de las posibilidades de la poesía, para mí fue fundamental encontrarme con la obras de Ángel González y Gil de Biedma porque ellos habían unido su compromiso político con la indagación moral. Más que hablar objetivamente de la realidad, indagar en la formación histórica, sus propios sentimientos y su propia subjetividad. Y ahí se sitúa mi poesía amorosa. Incluso el amor se ha convertido en un refugio para poder mantener mi compromiso. Es la crisis de la ideología, la puesta en duda de las utopías que hay en poemas como el «Insomnio de Jovellanos» o en libros como Las flores del frío. Es la necesidad de buscar la emancipación en el terreno de la intimidad, crear espacios de libertad y de formación en las relaciones amorosas por mucho que haya ideales y banderas que se hayan manchado de fracaso. Ese compromiso a mí me ha permitido mantener cierta mirada optimista sobre la realidad y sobre la relación con la intimidad.

 

CM: Por otro lado y en relación con el proceso amoroso, en tu poesía hay una consciencia absoluta de la finitud, de la vida como un proceso cerrado y por tanto se desprende de tus versos este darse cuenta de intrascendencia. Así sucede en el poema «La inmortalidad». Sin embargo, en la poesía de González, aunque afirma esta misma conciencia, «No creo en la eternidad», podemos matizar que sí aparece con respecto al sentimiento amoroso una esperanza de transcendencia: «No creo en la eternidad, pero si algo ha de quedar de lo que fuimos, es el amor que pasa», o en el poema «Inmortalidad de la nada»:

 

Todo lo consumado en el amor
no será nunca gesta de gusanos.


Los despojos del mar roen apenas
los ojos que jamás
porque te vieron,
jamás
se comerá la tierra al fin del todo.

Yo he devorado tú
me has devorado
en un único incendio.

Abandona cuidados:
lo que ha ardido
ya nada tiene que temer del tiempo.

 

¿Cómo identificas esta diferencia con respecto a la creencia de la transcendencia del sentimiento amoroso?

 

LGM: Respecto al tema que tú planteas tanto en la «Inmortalidad» como en los poemas de Ángel, yo creo que hay glosas personales de una idea tradicional, de un tópico de la poesía que en España elaboró Quevedo en su soneto «Amor constante más allá de la muerte». Entonces a mí me parece que ni Ángel ni yo teníamos idea de trascendencia religiosa. La historia es la historia de la vida, de los seres humanos, que somos seres mortales. En ese sentido, todas nuestras ilusiones y todos nuestros deseos nos van a vivir después de nuestra propia muerte, pueden quedar en los demás. En el recuerdo de los demás, en el amor de los demás. A partir de ahí, lo que creo que hay en los dos es una idea de que la dignidad no tiene por qué ir unida a la inmortalidad. El hecho de que seamos mortales no impide que haya zonas de plenitud, zonas de dignidad humana y el amor tiene que ver con eso. Entonces todo lo que se vive plenamente se justifica por sí mismo sin necesidad de una coartada de tipo religioso o de eternidad religiosa. Yo creo que eso está en la base de mi poema «La inmortalidad», por eso digo «me basta con la vida para justificarme». Y en lo que tú me has leído de Ángel, tratado de una manera más conceptista, me parece que en el fondo es lo mismo. Yo creo que lo une con una historia amorosa, en el fondo siempre infeliz y de malos finales. No es ya como en el poema «La inmortalidad», la muerte no podrá quitarme el amor que yo he sentido por ti, no va a borrar la importancia de este amor. En la poesía de Ángel yo también creo que hay una conciencia temporal sobre el propio hecho del amor, he dicho el amor, porque los amores de Ángel siempre han sido desafortunados. Se ha casado un par de veces, ha tenido una historia amorosa importante, en su juventud, pero nada ha terminado bien. Ninguno de sus dos matrimonios, ni la historia de amor. Entonces también está la reflexión de decir, bueno, el amor pasa pero la profundidad de lo que hemos sentido se justifica por sí misma. Y eso es lo que él plantea diciendo: todo se degrada, pero como nosotros hemos tenido pasión y hemos ardido en la pasión, lo que ya se ha consumido no se puede degradar. Y eso no lo mancha el deterioro, no ya de la muerte, sino el deterioro de nuestras propias relaciones.

 

CM: En cuanto a la figura de la amada, en la poesía de Ángel González observamos que hay una variedad de registros que no se da en tu imaginario femenino, es decir, vemos en Ángel González diversos tratamientos de la musa, desde la imagen de una amada idealizada insertada en un espacio natural, de corte clásico, hasta la visión escéptica del amor en el ambiente urbano, donde incluso se trata el tema de la prostitución. Hay a veces un tono burlesco en su poesía erótica. Vemos como lectores que esta figura femenina no es una única, sino que el poeta recurre a diferentes arquetipos, que incluso llegan a oponerse entre sí. En tu poesía, sin embargo, la figura femenina parece tratada de manera única, se trata en general de una musa de «corte realista», cotidiana, con una gran presencia corporal. Y la variedad de tonos en tu poesía amorosa no se da tanto con respecto a esta figura, sino debido a las diferentes situaciones amorosas: el encuentro, la ruptura, etcétera, en las que se localiza ella mujer. ¿Estás de acuerdo con esta idea?

 

LGM: Estoy de acuerdo en que en mi poesía, más que descripción de mujeres distintas, tienen más importancia situaciones distintas que pueden ser las situaciones que tú planteas: relaciones coyunturales de una noche, una experiencia concreta, en algún sitio, o relaciones a largo plazo, de una historia amorosa más profunda y más verdadera con capítulos que tiene que ver con cualquier relación de convivencia, de separaciones, reencuentros, vida cotidiana, etcétera.

Quizá en mi poesía, yo he intentado insistir en el tema del amor como una manera de reflexión sobre el carácter histórico de la propia intimidad. Eso me parece que lo hice de forma abstracta, inventándome una historia de amor en Diario Cómplice y después de forma concreta en otro libro que tiene relación porque quiere tener argumento a través del tiempo con sus distintos capítulos en Completamente Viernes. Yo intento plantear el tema de la dignidad en relación con la propia intimidad. Hay otro poema donde planteo eso que se titula «Mujeres» de Habitaciones separadas. Ahí se cuenta un poco la relación que hay con una amiga, y acompañándola al trabajo en el autobús vemos un cartel de la mujer modelo, de la mujer virtual, de los paradigmas sexuales de la publicidad y comparo la mujer de carne y hueso, la experiencia de carne y hueso, con las realidades virtuales y opto porque la dignidad es intentar no crear paraísos virtuales, sino dignificar la experiencia de carne y hueso. Eso, de alguna manera, está también en las historias de amor. Parto de la base de que más que nombres concretos o personalidades concretas lo que hay es la necesidad de dignificar la experiencia en distintas situaciones con distintas mujeres o en distintos momentos con la misma mujer.

 

CM: Respecto a lo que veníamos diciendo de la musa como una figura cotidiana, de corte «realista», y también respecto a la concepción temporal de tu poesía, vemos que hay una labor de desacralización, en tanto que te alejas de visiones idealizadas y  de verdades absolutas. Logras esto sin que tu visión llegue a ser irónica o escéptica, ¿Cómo consigues este equilibrio?

 

LGM: Yo creo que el respeto al otro pasa por situarlo en la experiencia de carne y hueso. No intentar sublimarlo, porque eso ha resultado muy peligroso. Yo soy muy lector de Bécquer y sé lo que significa eso de «Poesía eres tú», es decir, poesía eres tú, pero el poeta soy yo. Es decir, tu eres una diosa, es decir, no sirves para dirigir un banco, ni para trabajar, ni para meterte en política. Eres una cosa irreal. Entonces la desrealización de lo femenino es una versión embellecida de la explotación de lo femenino. Una de las estrategias de explotación machista de lo femenino ha sido convertirla en un ideal que la excluya del mundo de la carne y el hueso, del mundo de la realidad. Y yo sí me he planteado, dentro de la preocupación por la intimidad, por la ideología y por la historia, intentar no caer en el idealismo y tener muy presente el cuerpo, la materialidad, el paso del tiempo, la degradación y también la situación real de personas que no somos perfectas, que tenemos nuestros defectos y que tenemos que aprender a convivir con ello. Crear príncipes azules o divinidades significa crear estrategias de embellecimiento para la explotación.

 

CM: Me interesa hacer una pequeña reflexión sobre los diferentes matices con respecto a la noción de soledad. En Ángel González, tomando una declaración del propio autor, accedemos a su visión de la soledad: «No puedo concebir mi vida sin amor de alguna manera, si no encontrara a nadie a quien amar, inventaría un amor. Sin amor, la vida tendría aún menos sentido. El amor te permite escapar de esa trampa tremenda que es la soledad». Vemos que el amor se corresponde con una tabla de salvación frente a una realidad terriblemente individualista. Sin embargo, tu concepción amorosa parte de la toma de conciencia de esta soledad insalvable: « Yo voy sin idiomas desde mi soledad,/ y sin idiomas voy hacia la tuya». Pero que sin embargo si se puede compartir. ¿Podríamos afirmar que es una manera de luchar contra esta sociedad invidualista, más que de refugiarse de ella?

 

LGM: Tienes razón. En mi poesía y en mi manera de ser, la soledad tiene un doble significado. Estoy completamente de acuerdo con Ángel en la reivindicación del amor. Yo, por ejemplo, en un par de libros de prosa, No me cuentes tu vida y en una colección de artículos que se llama Una forma de resistencia, he reivindicado mucho los cuidados, porque los cuidados son los que crean afectos, comunidad. La comunidad necesita vínculos y para mí el amor es eso, necesidad de cuidar, necesidad de comprender que uno necesita ser cuidado. Y yo creo que no hay comunidad, ni ilusión colectiva posible si no se parte del amor. Eso para mí es fundamental. Respecto al tema de la soledad: sí es verdad que yo le he otorgado una doble significación. La parte negativa: ver situaciones donde no se puede compartir, donde uno tiene las limitaciones, donde uno no puede dar, o donde uno no recibe. Pues ahí tiene un lado negativo de desarticulación, de vida deshumanizada, de experiencia en las grandes ciudades. Por ejemplo, las canciones de amor de Las flores del frío. La canción lírica para historias que no soportan un argumento minucioso porque todo está marcado por el desconocimiento, por la deshumanización y lo único que hay son sugerencias y estados de ánimo. Y hay algunas canciones que denuncian el sentimiento de la soledad generado por la sociedad moderna. Ese es un aspecto. El otro aspecto: yo he necesitado dar una visión positiva sobre la soledad, en el sentido de que la soledad puede ser también un ámbito de independencia. El ámbito de defensa de la propia conciencia. En una época que homologa las conciencias, donde se imponen pensamientos únicos o en una época donde hemos descubierto los peligros de las ideologías totalitarias, pues alguien siente miedo de diluir su propia conciencia en el Todo, en las ideas dominantes, en las consignas de la cultura del partido dominante; entonces es necesario defender la propia conciencia, y ahí he intentado establecer un ámbito de soledad en el que uno se niega a diluirse en el Todo y en el totalitarismo. Y por eso la soledad adquiere aquí un ámbito positivo. Mi referencia en este caso es Cernuda. Hay un poema que se llama «El soliloquio del farero» donde se habla de una soledad solidaria. Y el farero se aísla del mundo para mantener su propia independencia pero eso no significa distanciarse del mundo, sino que se sube a un faro, fuera del mundo para vigilar la navegación colectiva y evitar que haya un naufragio. Con esa idea de poeta me identifico yo.

 

CM: Respecto a este doble lenguaje de la soledad que propones, he destacado que se ha denominado esta posición intermedia como «optimismo melácolico». De hecho, en un artículo tuyo de Los dueños del vacío relacionas erotismo y tristeza.

 

LGM: En la literatura contemporánea, me llamó mucho la atención la unión del amor con la tristeza en muchos poemas. Y lo que yo hago en ese artículo es decir que la cultura interioriza en la intimidad los problemas sociales. En épocas donde no se cree en un contrato social feliz se escribe una poesía amorosa que no cree en la felicidad. Y en épocas donde se cree en la ilusión colectiva se escribe una poesía amorosa de carácter feliz. Y, bueno, a mí me ha llamado mucho la atención que Bécquer, Rubén Darío, Cernuda y tantos poetas unieran amor y muerte, amor y fatalidad, y es porque escribían desde la conciencia del fracaso del contrato social moderno. Eso se interioriza culturalmente, porque claro, la relación amorosa es una reducción de la convivencia social, es una convivencia de lo privado. Y cuando la convivencia social fracasa pues fracasa el amor. A mí me parece que no se puede optar ni por renunciar al amor, al diálogo o a la sociedad, ni por cerrar los ojos al amor, al diálogo y a la sociedad. Por eso yo casi siempre estoy en una postura intermedia de reconocer los problemas pero seguir caminando y participar en lo social, pero aprendiendo a quedarme solo y defender mi soledad. Pero sin renunciar al mundo o a la sociedad. Por eso se crea esa mezcla que es lo que han llamado «el optimismo melancólico», que es por una parte no renunciar al futuro y por otra parte reconocer los problemas del futuro.

 

 

 

 

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