Presentamos una muestra de la poesía de Juan Suárez Proaño. Nació en Quito, el 18 de noviembre de 1993. A los diecisiete años terminó su primer libro, A mi mundo, el cual fue publicado dos años más tarde por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Imbabura. El mismo año, terminó de escribir Lluvia sobre los columpios, libro que fue publicado independientemente en el año de 2014. En 2015 publicó poemas y cuentos en una obra conjunta con su abuelo titulada Ternuras al caer la tarde. Varios de sus relatos cortos han sido utilizados como material didáctico en escuelas y colegios de Imbabura y ha sido publicado en revistas del Ecuador. Participó en el encuentro internacional de poesía “Poesía en Paralelo Cero”. Actualmente es estudiante de Comunicación y Literatura en la Universidad Católica del Ecuador.
Un poeta que abre cerraduras
Creo que el poeta y el poema hacen muchas veces una especie de simbiosis, coexisten entre el límite del cuerpo y el silencio, es indudable sentir al poeta en su poema, la forma de ser, de pensar y de admirarse sobre todo. Existen poetas que exhalan cierto aire de extrañeza en los versos, otros que pertenecen a tradiciones de academia y son a veces poco entendibles, pero hay poetas que admiran a las simples cosas, como diría Serrat “aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas”, de esos últimos es Juan Suarez.
Un poeta consolidado en su quehacer, que hace de la palabra un oficio y lucha por él con una convicción tremenda. No cae en los vicios de creer que para ser buen poeta es necesario ser inentendible y tampoco cree que la palabra debe ser ultrajada y en pro de la sencillez escribir solo por escribir, no, este es un poeta que sabe que el oficio esta en resistir como diría Gelman, que hace del poema una forma de vida.
Hacen falta pájaros es un ejemplo plausible de lo dicho, quien no haya leído a Juan tiene dos opciones, escucharlo ahora o comprar su libro o que mejor que las dos alternativas. Este libro de poesía es el agua y la sed, aquí se vislumbran a mi manera de ver dos luchas, la del dolor y la felicidad, esa hermosa reconciliación con el pasado, con la ausencia y el descubrimiento de nuevos dolores y alegrías. Blanca Varela dice que el dolor es una mágica cerradura y el libro de Juan es eso, una mágica cerradura, en donde el concepto de los pájaros y la falta juegan en una eterna dialéctica.
Es indudable leer a Juan y pensar en la falta, desde el punto de vista psicoanalítico, ya que la falta es lo que permite dar sentido a las cosas. Donde han quedado los pájaros, o mejor dicho donde ha quedado la inocencia con la mirábamos a los pájaros. Leyendo al libro de Juan recuerdo al poeta Luis García Montero cuando dice que vivimos en una época de extremada inmediatez, donde no hay tiempo para las pausas, y amigos, la poesía es esa pausa tan necesaria en la vida, la que nos permite bajarnos del mundo, tal como diría Quino a través de Mafalda.
En el libro de Juan se esconde esa paz pequeña, esa sorpresa en cada verso, esa inocencia de cuando niños jugábamos con las hojas o a verles a las nubes formas extrañas. Este libro se abra paso como el viento que viene después de un largo viaje.
Aquí el lector encontrará las cosas hechas poesía, porque ahí esta milagro, eso es lo que hace el poeta cuando sabe que la poesía es un oficio de vida, transformar las pequeñas cosas en poema. La voz poética de Juan recorre las hojas como el paso del mar en las costas, dejando las sales en las cicatrices, llevándose lo que pesa del equipaje y moviendo la arena de los pies, no hay felicidad eterna, parece decirnos Juan, pero la vida esta compuestas de instantes que son de un gran aprendizaje:
Si me duelo
Es porque soy todos los dolores
Todas las incertidumbres
Dolor de tiempo
Dolor de muelas
Dolor de reír, si es verdad que reír duele.
Nos dice el poeta, ahí es donde el dolor se transforma en esa mágica cerradura, indudablemente. Juan Suarez es un poeta que está siendo poema, como diría Jaime Gil de Biedma, su poesía consolidada sorprende, indudablemente él es un poeta urgente, que necesita ser leído por nuestras generaciones y las que vienen, porque él, con su poesía y humildad se abre paso por los senderos, tanto difíciles de la literatura y sobre todo de la poesía, llevando en su piel al poema, sin temor al destino, siguiendo el oficio.
Jorge Luis Bustamante Álvarez
Hoja de vida
Sobre el papel
la vida se convierte en una simple palabra
escrita con la intención de preservar algo
de su tibieza.
También escribimos nuestros nombres
nuestra edad
nuestra dirección domiciliaria
y la vida se completa
cuando agregamos un solitario punto
al final de nuestro número telefónico.
De vuelta a casa
ni yo mismo sé lo que he escrito.
Vivo en la calle Juan,
mi nombre es quinientos cuarenta tres ochenta y cinco
tengo dos calles a la izquierda
de vida.
He arrojado mi información a la basura.
Comprendo que a veces mi nombre no es Juan
que mi hogar no queda a dos calles hacia la izquierda
ni tampoco tengo un número donde encontrarme.
Somos una nota en blanco
el sobre que contiene una esperada carta,
la primera palabra de un poema
escrito en el insomnio.
Niño
It is not now as it hath been of yore;
Turn wheresoe’er I may,
By night or day,
The things which I have seen I now can see no more.
Wordsworth.
De grande tendré barba espesa y profunda,
haré algo por la paz del mundo,
seré noble
seré un buen hombre.
Me miro al espejo.
Solo esta barba
solo esta guerra
solo este hombre.
Del padre al tiempo
Más allá del tiempo
observo los ojos de mi padre
proyectar la sombra fría
de un cazador vencido.
Escudriñan la casa.
El ritmo de la memoria
mueve sus párpados.
Dicen que mi hermano tiene sus mismos ojos
y que yo tengo el mismo brillo inquieto
por el futuro.
Cuánta tristeza necesitaron ver
para convertirse en una caricia,
cuánta alegría llenó el pozo de sus lágrimas,
cuántos amaneceres
para convertirse en hombre.
¿Serán los mismos ojos que miraron a mi madre?
¿Los mismos que miraron la noche bajo la sombra
del secreto?
Sus párpados brillan
como pequeños inviernos en la historia.
Tengo los mismos cristales
en los ojos.
Yo también miro
como un cazador vencido.
Manos
Está el verano del 98
primera vez el mar.
El recuerdo de la espuma
tan parecido a descalzarse sobre el césped.
Abril del diez. Ya no le pregunto a mi padre
por qué la gente mata cada día.
Mis ganas de matar tienen la respuesta.
Noviembre del catorce.
Ni matar ni morir, por ahora.
El limpio río del amor
lava la sal de mi cuerpo.
Hoy
las cosas que escribo van más allá de mis ojos
y el verano del 98
el amor fértil de noviembre
tienen su propia carne.
Mis manos han aprendido a tocar el tiempo
fuertes y sobrias como mis años
con el mar
con las ganas estériles de la muerte
con el río.
Capítulos
Hay capítulos en la vida
que se entienden en soledad.
Si quieres
te los puedo contar uno a uno
en esos días en que la ciudad y su tiempo
nos permiten platicar de cualquier cosa.
Están mis noches de insomnio, por ejemplo,
abundantes en mi niñez cansada y envejecida de forma prematura.
Sé que tenía miedo.
No sé más.
Está la historia que bien conoces de mi padre,
mi miedo al exilio
mis esperanzas como árboles.
Te puedo contar también las cosas de mi cuerpo.
Cicatriz en la mano derecha. Cinco años. Caída de un árbol.
Creía que no era tan alto.
En esos tiempos era más optimista.
Rodilla, catorce años. No puedo inclinarme.
A veces me canso de estar de pie.
Costillas. Dicen que las hizo Dios
con un pedazo de mujer,
guardan mucho de lo que tengo
para ser hombre.
Por lo demás, no me conozco a mí mismo.
Hay capítulos que se comprenden solo en la sombra
de la intimidad.
Desnúdame pronto.
No hay tiempo.
Ábreme la memoria del futuro.
Ayúdame a entender.
Pájaros
Tras el cristal, el olor a lluvia
y una dudosa mañana
que nos mira por detrás de los árboles
con la misma prontitud que la alegría.
El día ha creado tu cuerpo dormido como un lago
las posibilidades que tiene la esperanza
y esta forma segura de mirarnos a los ojos.
Desnúdate, compañera:
en esta ciudad
solo faltan pájaros.