Presentamos en Círculo de Poesía, una antología de poesía yucateca contemporánea preparada por el poeta Alejandro Rejón, que pretende dar cuenta de lo escrito en esa región de la península de Yucatán. La presente muestra abarca desde el poeta Raúl Renán hasta los poetas nacidos en los años noventa.
Antología de poesía yucateca contemporánea
Prólogo
La presente antología tiene por objeto reunir parte del desarrollo de la poesía yucateca a partir de la década de 1920. Aunque algunos poetas no pudieron aparecer, los criterios de selección se basaron en mostrar aquellas obras que, en el caso de los autores mayores a 50 años, han hecho escuela, o bien perfilan una propuesta novedosa y bien desarrollada, cuantificable en el marco de la poesía nacional. Al primer caso pertenece el poeta Roger Campos Munguía, quien desde una voz plenamente existencial y críptica logra mostrar una línea un tanto diferida de lo reflejado por los autores de su generación. Rubén Reyes Ramírez menciona que: “su poesía, es, en el fondo, una creación del dolor. Y esta creación es, en sí misma, una impostura. Pero en su expresión, no hay engaño. Es la dialéctica misma de su ser la que nos revela: el poeta, sin duda, está persuadido de su palabra: lo prueban, no solo la coherencia que persiste durante todo el poema, sino inclusive su actitud vital ante “ese claro relámpago” que es la conciencia de la muerte”.
Otros de la misma generación como José Díaz Cervera y el mismo Rubén Reyes Ramírez mantienen cierto paralelismo con esta línea, aunque el primero lo hace a partir de la connotación de imágenes cotidianas que hablan desde el silencio como un todo que va distendiendo su ruptura, a partir de una apreciación neobarroca. En el caso del segundo utiliza la profundización de la imagen mediante una expresión de un “yo” fenoménico que habla desde el acaecer como una carne que resiste en el tiempo, aludiendo a elementos de la naturaleza como una vía teleológica de un “estar-en-el-mundo”.
En cuanto al poeta Raúl Renán, que es el de mayor edad en esta antología, las raigambres de su poética se notan alejadas de este horizonte, hay una preocupación constante por la forma, es una poesía que trasciende la superficie de la página a través de la deconstrucción de la estructura sintáctica y rítmica con el objeto de mantener viva la perentoriedad del lenguaje.
Pasando a las décadas de los sesentas y setentas se encuentran Álvaro Chanona Yza y Fernando de la cruz, en el primero observamos una estética que se basa en lo telúrico y en imágenes elocuentes con una estructura rítmica bien lograda que la más de las veces evoca a la mirada del lector un paisaje grotesco que cuestiona el sentido de la realidad; por su parte, Fernando logra una conexión entre figuras cotidianas y una mirada tecnológica, sus versos trasminan el utilitarismo de lo ordinario mostrando su distancia con lo espiritual.
Cabe mencionar igual a la generación de los ochentas en donde se logra ver un resquicio que opta más por la imagen de lo cotidiano sin perder ese abismo existencial y de constante búsqueda, poetas como Ileana Garma o Jorge Manzanilla transportan elementos comunes a significados metafísicos que cuestionan la composición del signo dentro de una ambivalencia existencial/personal. Sin embargo, cabe señalar que como es ya bien dicho, el poema es materia abierta de la expresión del ser y por eso no extrañe ver otras líneas encaminadas hacia estéticas distintas, tal es el caso de los poetas Manuel Iris y Marco Antonio Murillo, quienes optan por tratar tópicos más clásicos retomándolos desde un plano existencial ante ese acontecer en el que están inmersos.
En cuanto a los poetas de los noventa, podemos ver a jóvenes que empiezan a trabajar una voz todavía no definida pero que da aliento a los nuevos escritores que empiezan a surgir, algunos de ellos con cierta trayectoria, trazan el camino hacia una nueva literatura a partir de lo que se hizo y se sigue haciendo por las generaciones anteriores.
En el caso de Rodrigo Quijano muestra un afloramiento de la metáfora, haciendo una lectura minuciosa que ilumina la condición humana a la que aluden los objetos, por su parte, Irma Torregrosa logra dilucidar lo mismo desde ciertas instantáneas o situaciones concretas que interpelan la posición del individuo frente a la vida como fenómeno saturado.
Wilberth Alejandro Rejón Huchin
RAÚL RENÁN
Nació en Mérida, Yucatán, el 2 de febrero de 1928. Poeta, narrador y editor. Estudió letras modernas en la FFyL de la UNAM. Ha sido coordinador de talleres literarios; editor de Papeles (pliego seriado de literatura); autor de la colección Fósforos (cajas de poesía breve) y de la revista Ensayo; ha sido coordinador del consejo técnico editorial del INBA; subdirector del CNIPL; subdirector del Periódico de Poesía; fundador de El Gallo Ilustrado; director fundador y editor de La Máquina Eléctrica Editorial. En Mérida se creó en 1998 el Premio Nacional de Poesía Experimental Raúl Renán. Colaborador de El Ángel, El Gallo Ilustrado, Estaciones, La Jornada, La Plaza, Los Libros Tienen la Palabra, Nostromo, Sábado, y Vuelta. Miembro del SNCA desde 1999; Creador Emérito desde 2011. Medalla Yucatán 1987. Premio Antonio Mediz Bolio 1992.
Tablatura
Para Nadia Borislova
MI ___ la fibra del alma extiende su hondura sagrada
SI ____zumba el insecto equilibrista sobre el nervio de la cuerda
SOL __ rina el sonido viviente del pulso abrasado por el frío digital
RE ____el tacto del silencio trensa la armonía de los cabellos de la música
LA ____de un hilo cuelga la nota suspendida y grave
MI ____el funámbulo pulsa el bajo del canto y rasga el gran final
Suite para ensamble de guitarras
Se oye inconfundible olear el pendón de los colores aéreos. Alguno se detiene largo como un cabello de ángel atado a mi frente. Otro, aliado a los demás forma la armonía de las palabras recién dichas. El aire se deja tañer para darle plata al canto de las vírgenes. Timbra en los dedos el tacto sonoro propio del roce virtual de unos ojos. Todo es vibración desde el silencio.
*
Contra los árboles no hay disgusto matinal. Ellos expresan en coro vibrante lo que luego respiramos para darnos contento. Yo digo que la palabra vuelo permanece en los gestos, el corazón aplaude en las manos celebrando la vida. Digo y calle porque es mejor oír la pasión de los colores. Rasgo el diapasón con todos los dedos, a la hora solemne.
*
Por las irradiaciones se oye al ciego en medio del océano. Tan brillante es lo narrado que no tiene ni pizca de agua y sin embargo humedece. Viene de oscuro si el ciego fuera el Homero de las aguas saladas, tan heroico como el que hoyando camina en la arena. No es ciega la especie porque trasciende el velamen de las barcas sonoras. Es cierta la voz de las aguas que rebosa la Biblia. Aquí se escucha.
*
Curada el alba de las horas de anoche se hace día bajo la tormenta del sol y el repentino festejo de las horas otoñales. Es atenta la función de lo desusado entendible gracias a la definición de la línea que persigue su forma.
*
La sexta engruesa la voz madura ya por ser de más edad en la guitarra. Hecha de hilo aullante afina su quejido de artista torturado. Su forma de curvar es tan recta que vibra fino al pie de la zarabanda. En su embrazada cuna el calor de la estación armónica, tiene el alma blanca de un fantasma. A la hora de las pautas tonales las cuerdas abren sus manos de palmera de puerto marino.
RUBÈN REYES RAMÌREZ
(1953). Poeta, ensayista y antropólogo. Nació en Mérida, Yucatán. Estudió el doctorado en Ciencias Filológicas en la Universidad de la Habana. Se ha desempeñado profesionalmente en el INCA Rural, Dirección General de Culturas Populares, Banrural Peninsular Fideicomiso Henequenero y la UADY. Destaca su actividad en revistas y periódicos desde 1976, habiendo colaborado en Páginas (ICY), Granma (La Habana), Unomásino, Reforma, Acentos, Signos, Diario de Yucatán, Unicornio, Diario del Sureste y otros. Ha dictado conferencias y presentado ponencias en diversos eventos culturales. En la Universidad Modelo dirige la Escuela de Humanidades que imparte las licenciaturas en Letras Hispánicas y en Comunicación, así como la especialidad en Literatura Contemporánea de México y el Caribe. Parte de su poesía está contenida en Pequeño brindis por el día (1987), Ocupación del aire (1922), Centinela del espejo (1993) y Conjugación de hojas para un crepúsculo (1995). En autor de la serie en dos tomos La voz ante el espejo, Antología general de poetas yucatecos y la colección integrada por diez títulos La huella del viento, editada por la UADY, que contiene ensayos sobre la vida y obra de escritores fundamentales en la literatura yucateca. Recientemente publicó “Delio Moreno Cantón, poesía, narrativa y teatro”.
Consagración del fuego
(fragmentos)
I
Era la lumbre ritual en intención del vuelo,
humeaba el tálamo de la alborada
y un gesto ingenuo,
de rosas asombradas por el sitio,
vertió la túnica
bajo el hervor de la consagración del aire
transgrediendo en el orden un designio.
VI
El huerto es una construcción de mi silencio.
Sólo esta tarde podía traerte:
tus manos
o tu sombra en la orilla del instante.
El limo en la lluvia me hace humilde:
como al principio, puedo creerte.
para vivir, basta el velo húmedo del incendio
la desnudez del hallazgo que mora en ala de ternura
y roza la cercanía íntima del pecho.
El gesto entre la lluvia es eco en fuga del ave.
Todo en la tarde tiene actitud de desvelo;
pero el olvido en la arena envejecida del risco
se resiste a venir,
ser nombrado en la hora insomne, navegante del aliento.
Todo en la tarde tiene magnitud de exilios;
pero el aire, sólo el aire vencido que construyó mi gesto
deposita en la ronda del espejo un verdor matutino del instinto
y organiza en medio de la sombra,
(como ritual secreto de la piel en el agua)
el naufragio por el fuego.
Resplandor en la arena
II
El corazón es una mecha que lagrima en el silencio, en una llama sola:
purísima como la mirada; sin límites como el deseo.
La herida que rezuma es un acíbar en el aire cancelado de la calle. Un
viejo incendio
derramándose por los bordes taciturnos y callados de la luna.
Arde el instante de la claridad.
Algún espejo llora su propia resplandor insomne.
Cuando nace la pupila, en el entrecejo se desagarra un velo como lágrima
en el suicidio
de la transparencia.
Sólo la ternura entiende que en el instinto del agua hay una edad de
ausencias y que el
derrumbe tiene en sus cuchillos un halo inasible de llovizna.
sólo la ternura entiende de la diáspora en el gesto y los gritos
soterrados de la lluvia.
Tras el muro
en el inmenso espejo de su luna
y un prado de agua gris
le incendia la mirada.
Irene Duch Gary.
La noche residual se asienta;
trasiega un prado inmenso.
Garza madre
la luna estiba los ecos,
desvelos de infinito en la humedad.
Ensalivada de ausencia,
la consigna del silencio
inunda el espejo gris del aire.
Se astilla la soledad
en cada resplandor de incendio.
Tras el muro
escarba el tiempo una mancha,
grito despeñado en el umbral.
No hay colinas en el sitio.
Remolinos sin barreras
El paso de la noche arrastra las pupilas
En los surcos clandestinos del rencor.
Hojas de lluvia,
rescoldos de puño y sangre
naufragados
ensombrecen la quietud.
Brota en carne el dolor.
Es un cuchillo en la herida del porvenir,
alarido que revienta
en la oquedad limpia de la sien.
Se quiere ser un relámpago,
cincel de muro y sombra que escudriñe
como el látigo
y desgarre con su yesca
el tiempo y la soledad.
Y esta larva de futuro
-inflorescencia-
esta certeza de niños,
pueblo desatado,
se me quiebra en el silencio más fugaz.
Dispara el corazón la antorcha.
Garza madre
la luna estiba sus lienzos,
como gritos,
espejos incendiados de la voz.
ROGER CAMPOS MUNGUÍA
(Mérida, Yucatán, México, 1955). Fue maestro de literatura universal e hispanoamericana de 1976 a 1983 en el Colegio Americano y de psicología rural. Becario de investigación en el Centro de Estudios Económicos y Sociales “Dr. Hideyo Noguchi” de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Colaborador de la Enciclopedia Yucatán en el tiempo. Miembro del consejo editorial de la revista “Signos” (1992). Actualmente prepara una antología de literatura yucateca, la cual abarca desde el siglo XVI hasta nuestros días y un libro sobre Pablo Picasso.Sus primeros trabajos literarios los publicó en la antología “Siete poetas, poesía joven de Yucatán” (1979). Junto con Joaquín Bestard, fundó y dirigió el taller de literatura de la UADY, 1986-1988.Diseñó y coordinó en ese mismo lapso, con Francisco López Cervantes, el programa editorial del Instituto de Cultura de Yucatán (ICY).Ha publicado sus trabajos en “Síntesis” (1977), “El Búho” (suplemento cultural del Diario del Sureste), “Ahora”, “Contraseña”, “Integración”, “Camaleón” (1991-1992), “México en el Arte” y “Unicornio” (suplemento del periódico “Por Esto!”). Fue coordinador editorial de la revista “Páginas” (1986-1987) y miembro del Consejo Editorial del Gobierno del Estado.En 1986 participó en el encuentro de Escritores en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.Fue presidente del jurado en el género poesía libre de los juegos Florales de Mérida de 1992. Ha escrito más de 100 obras, muchas de las cuales se encuentran aún inéditas.
El muro sobre la hiedra
Nadie sabe si dios vive o está muerto. Todos se preguntan a sí mismos, cansados ya de tanto sufrimiento, de tanto escalofrió verdadero: ¿Por qué estamos aquí? ¿para qué? La noche vuela sin cargamento como una torre ciega. Uno se desespera de no encontrar ningún eclipse en desierto deshecho. ¿Qué esperamos rodeados de tanto dolor despiadado? ¿De tantas manos al borde del llanto? Todo es un túnel sin descanso, anegado de islas al borde de un acantilado. Estamos humillados al fondo de la carne, al fondo de células en banderillas negras, somos toreados en un ruedo, desnudos y atados a un reloj de techo o de pared o de pulso o de bolsillo sin huesos. Estamos huecos en corredores de miel y floreros. Nos hundimos desiertos en los altos veranos de fuego frío. ¿Quién sabe si dios está despierto o si ya vive más que muerto?, hemos olvidado los resplandores de esta existencia torpe, escuchado el ay de los que agonizan en la pared de enfrente. La lluvia se detiene, oímos el goteo del tiempo, su última pisada después de haber llorado sin párpados en los postigos hambrientos. Algún mendigo le ha dejado un mensaje a cristo: “He dejado mi carne derramada en tu costado, arde con ella, mis manos sufrieron al no tener ninguna moneda, ningún pan para saciar los clavos de mi hambre”. Aquí estamos solos, abandonados de calles y callejones, heridos en la sombra, ateridos de sangre en albarradas rotas. Existimos, estamos existiendo al borde de un acantilado diario. Somos hiedra en muros desolados, carbonizados, devastados, inútiles como la resurrección de la carne. Andamos caídos en islas sin sol, sin horizonte. ¿Dónde está dios que no escucha el llanto del muro sobre la hiedra?.
Aire de vértebras oscuras
Soportamos el aire para no morir
para vivir en lágrimas de vértebras oscuras
dentro de nuestra propia soledad en llamas
sin raíces que crezcan bajo la sangre del agua
bebemos raíces de hueso diluido por las nubes
somos vértebras en la luminosidad encendida del día.
Los árboles
Las hojas caen.
Una luz chisporrotea entre las flores.
Se insinúa un pájaro entre las ramas.
En soledad de sombra crece la hierba al margen.
La lluvia inunda la tierra bajo las raíces.
Un hombre canta, su canto resuena entre la savia.
Murmullo, aire.
Entre las hojas pasa el viento.
Todo lo inventa el rayo de la aurora.
Variaciones
MANDARINAS
(variación de un tema de Clemente López Trujillo)
Las mujeres colgaron sus ombligos
en los árboles del huerto
para que los hombres sintieran su dulzura
en la punta de la boca.
NANCENES EN UNA NOCHE DE LUNA CLARA
(Variación de un tema de Carlos Moreno Medina)
Pepitas de oro
suspendidas en los gajos de la noche
Pequeños soles amarillos
incendiados en el universo del árbol.
La belleza pura no es necesaria
(Piet mondrian)
La pureza original de los colores encendidos uno a uno
la esencia detrás de la esencia
los colores atrapados en las líneas
pequeños océanos de belleza
el cuadro dentro del cuadro
la vertical y la horizontal
dos líneas dos soles transparentes
el rojo el azul el amarillo
el oriente el occidente
la escalera las ventanas
la pureza del ojo
la claridad abierta en la retina.
JOSÉ DÍAZ CERVERA
José Díaz Cervera (Valladolid, Yucatán, 1958) ha publicado los libros de poesía Licantra, Manual del fingidor, Para astillar la longitud del rayo y La piel, ganador del premio Efraín Huerta; además de la colección de ensayos Elocuencias del delirio. Ha colaborado en diversos periódicos y revistas del país y coordinó el taller de poesía de la Casa de Cultura de Coyoacán. Actualmente cursa la maestría en Filosofía e imparte clases en la Universidad Modelo.
Poema de perfil
Afilada en la luz,
como un amanecer doctorándose en el agua,
te miro reclinada sobre el imán de ti,
cual un reloj de sueño
en la edad sudorosa del planeta.
Es musical el vuelo en los pellejos del instante;
es nube el fuego para el plumaje del delfín;
es una cicatriz que viaja desde la comisura del insomnio
hasta el párpado azufre de un mostrenco dios.
El hombre soy,
el ojo soy pulsando la armonía del estruendo,
la incurable ternura de asfixiarme en las manos del olvido.
Y porque platico a solas con tu nombre de finas muchedumbres,
y porque estoy en el alvéolo de un polvo sin regreso,
sólo te miro en la nítida estrategia de la cal
y en la sabia inconstancia del vinagre.
El hombre soy,
el sueño soy,
el ojo.
Escrito en el vaho de un cristal
Tengo esta fe preñada de gallinas negras.
Urgente voy al agua golpeando en la deshora
la costilla del pan,
y soy apenas
un débil dios rasguñando el peso del espanto.
Aquí la tarde es llaga y me gusta mucho más
porque está en latitud de amamantar cuchillos
que son la piel del sueño en que me nombras.
Mira con qué trabajo venzo los sonidos;
mira este amor de alambres y equinoccios
cavando mar y mar, pala y palabra.
Tengo esta fe lagarta y quevediana,
ubérrima y peluda como la paz del llano;
esta fe ronca de decirte ausencia,
de acariciar la ubre adolescente del vinagre
al pie de la bravura.
Cruje la luz mientras estoy cantando
para el felino corazón de tus guarismos
y el lápiz se me escurre hasta la mala carne
de saber quién soy,
ventana abierta al músculo del llanto.
Coágulo, beso y fe,
agua longeva de decirte ausencia en el relámpago:
aquí mi corazón terrible y polimorfo
te ama en la leche simple del dolor que estalla.
Diente de sal, riñón de humo descalzo,
¡ay, médula constante de la llama! Espejo.
ÁLVARO BALTAZAR CHANONA YZA
Álvaro Baltazar Chanona Yza (Mérida, Yucatán, 1962). Asistió al Taller de Literatura Elías Nandino del Departamento de Bellas Artes de Jalisco (1979-1981) y al Taller de Poesía de la Universidad Autónoma de Baja California (1982-1990). Ha publicado Catarsis, La alforja de los desprendimientos, Preludios para Cáncer y El evangelio turbio de Virgo. Obtuvo la Rosa de Oro de los Juegos Florales de la ciudad de Tijuana en 1985 y los Premios Municipales de Poesía de esa ciudad en 1987 y 1988. Mención de Honor 2010 y 2012 en el Premio de Poesía José Díaz Bolio.
El evangelio turbio de Virgo…
b.)
Hay un hombre de piedra colgado
en el antiguo museo de la noche
con los brazos sangrantes y abiertos
como un Cristo judío…
No sabe rezar, no quiere disculparse
no conoce los alcances del perdón…
Con los ojos cerrados ve muertos caminar
por todas partes
niños lavando a toda hora
los cadáveres de sus padres
y algunos juguetes…
Es un artesano que infatigable
repara las cabezas de granito
de otros dioses celosos
sedientos de sangre y de venganza…
Su casa, su taller
todos sus instrumentos
de fe y de labranza
han sido quemados entre la purificación
y la blasfemia…
Quiso tener el corazón de Ruth
en las tierras de Moab
donde comían los hígados crudos
de sus hermanos
los chacales de la idolatría
las hienas de Gomorra
los huevos tiernos de sus críos…
Piensa que algún día tendrá
la edad suficiente para creer
en la causa noble de los sacrificios
que la paz que aún no conozco, Señor:
sea con él
y sea contigo…
g.)
Aún veo temblar
los escalpes humeantes
de todos mis hermanos israelitas
en el helado crematorio
de los nazis…
Los clavos y los tres maderos
que sostienen el abrazo fatal
de un carpintero
que no quería ser rabí…
En la pantalla de plasma
el estrecho bigote de un nuevo dictador
la insoportable huella de un oso carnicero
hundirse sobre la nieve resignada
de Siria, Auschwitz y Terblinca…
Los nietos hermosos de Palestina
inmolarse como pájaros de fósforo azul
junto a los gritos ensordecedores
de una ambulancia o un mortero…
Mientras escucho un shofar
llorar sin descanso
el corazón de María en los suburbios
de Getsemaní
en cuyos muros pretéritos
no ha dejado de orinar
piedras y sangre
ese viejo gorila llamado
Herodes El Grande…
El solo hecho de mirar
me hace culpable
ser parte de esto
es mi castigo…
FERNANDO DE LA CRUZ
Fernando de la Cruz , M.A. Poeta yucateco nacido en Monterrey, Nuevo León, México, en 1971. Tras graduarse del Máster en Español por Ohio University, fue profesor fundador de la Escuela de Creación Literaria del Centro Estatal de Bellas Artes, en Mérida, Yucatán, donde laboró por cuatro años. También impartió dos semestres del Seminario de Escritura Creativa en la Universidad de Quintana Roo. Actualmente coordina el plantel Centro Histórico del Centro de Idiomas del Sureste. Es autor de varios títulos de poesía y ha recibido dos premios nacionales, dos regionales y dos estatales. En sus libros, publicados e inéditos, transita del poema lírico al narrativo, de la tradición a la ruptura, del amor a la sátira (mejor reír que llorar) y viceversa.
Oda al dolor del mundo
¿Será común decir “me duele el mundo”
como duelen los pies sobre el asfalto
lleno de vidrios rotos en estrellas
o como duele el humo de los coches
que con el sol invade mi ventana?
No hay remedio
contra las balaceras que caen por temporadas
y desbordan los ríos, ni contra terremotos
ni crisis financieras; nada alivia a los niños
que trabajan en los supermercados
ni aquellos reclutados por ejércitos,
grupos de choque o mafias.
Y los extorsionados que cierran su negocio
por no poder pagar; y los maestros
con sus “quinientas horas semanales”,
como reza el poeta, el maestro Parra; y las violadas
y también los violados;
y el que quiere votar y ya no puede
porque un pariente o jefe vendió su credencial…
Y todos los etcéteras del universo entero.
Duele el miedo
de salir a la calle. Duele el paso
que damos los migrantes
como duelen también los que se quedan
sin posible salida en su dolor.
Es un lugar común imprescindible
decir “me duele el mundo”
pero no es suficiente
pues el dolor que cabe en una frase
es menor a la suma de sus partes
Kaláshnikov
Hablando de poetas explosivos,
fallece hoy el maestro.
Su primer poemario fue un best-seller: el “T-34”
con tiraje de cien mil ejemplares
de fino blindaje, cadencia sostenida, gran poder expresivo,
traducido con letras escarlata a las lenguas de millones de civiles…
Ya en el postboom, su nueva obra maestra,
“AK-47”,
hoy canónica, un clásico moderno,
goza de tal demanda que se halla en colecciones
públicas y privadas; y su terso lenguaje,
tensión dramática, tono contundente,
metáforas que afloran en el pecho de lectores de todas las edades
en ráfagas de versos…
Descansa en paz, poeta Mijaíl Kaláshnikov.
Tocaste nuestras almas:
nos cambiaste la vida ciertamente
a millones y millones
de fantasmas.
AGUSTIN ABREU CORNELIO
Agustín Abreu Cornelio (México DF, 1980) Es Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Modelo, Maestro en Bellas Artes por la Universidad de Texas en El Paso y actualmente estudia el doctorado en Literaturas Hispánicas en la Universidad de Pittsburgh. Es autor de los poemarios Extinción del testimonio (2014), Los reflejos (2009), Caramelo de muerta (chapbook 2002) y “El impuro descanso”, en el libro colectivo El éter de las esferas (2006). Co antologizó Sin lugar para la ternura. Antología poética, de Óscar Oliva (2012). Recibió el Frank and Polly Ann Morrow Award (2012) y la beca Allien and Paul C. Davidson (2012-2013), ambos concedidos por la Universidad de Texas en El Paso.
Germen de las islas
I
La sombra del panteón persiste en tu mirada.
Te digo que llorando apagarías el aroma de los cirios,
pero no quieres reanimar las flores
y te ocultas en tu voz y miras hacia el techo
de cinc que siega una borrasca, esta noche
trae más silencio que agua,
como si el viento fuese un machete mudo
y astillara tu sueño desde adentro.
Bajo tus párpados, miles de cadáveres necesitan podrirse,
miles de insectos roen la humedad y la luz,
¿pero nada deshace la certeza de haber muerte?
Sé que duermes desnuda. El temblor de tus rodillas
remueve el óxido inmenso de nuestra habitación.
Debajo de la sábana te extiendes para ganar
centímetros al husmo; pero la tormenta
gasta el polvo destinado a nuestra noche.
Mañana, quizá se haya perdido. Todo emprende
su marcha por la carretera del día próximo
como en un navío, contoneamos nuestras manos.
Nos habíamos recostado en el panteón y nuestro aliento se confundió con el fuego fatuo.
Mil manos se vertieron en nuestro goce y las aves se depositaron tiernamente en las ramas de los árboles.
Entonces miré el envés de los sepulcros, los ataúdes, los clavos carcomidos que aún mordían la madera. Vi el moho. Vi la sonrisa en el rostro de una pareja que volvió a reunirse. Tu sonrisa, tan verdadera e incontestable, acrecentaba la profundidad de mi mirada. Vi tus caderas, el vaho de tus piernas entrelazado con la noche, y pude olvidar el ruido de los muertos que iban llegando al cementerio.
Pero tú siempre miraste hacia el cielo.
¿Qué de cosas habrás visto?
II
Como largos túneles fueron mis ojos, donde apenas pude alcanzar tus manos.
Los autos llegaban al cementerio como quien no sabe morir. Y de este lado del sonido estabas tú, sobre mí, vuelto un nudo de amargas hierbas. El sol, deslizándose detrás de la pared, ardía en mis ojos y en mi cabello. Yo estaba bocarriba; miraba unos pájaros bestiales ahuecando el aire con sus giros, sintiendo que sus sombras se vertían en mis poros. Sentí que era el envés de los sepulcros y la tierra apisonada que impide sacar la mano para decir adiós.
En la apagada luz de mis movimientos, sólo podía dejarte ir. Era piedra en aquel instante.
A lo lejos escuché a la gente bajando el peso de sus muertos y el sonido de una alarma de automóvil que sabía quién no regresaba.
Fue cuando se me rompió un grito en la garganta.
No te diste cuenta
y no puedo fingir
que respiro, que no olvidé tu idioma.
Soy la mar desterrada bajo una sábana
de mangle. Soy un nombre desvirgado
y me estoy apellidando en el hedor.
Tu voz de muro derruido me pide que llore
y reanime las flores ya gozadas,
pero mi cuerpo nutre con su sal
el óxido que está creciendo
en el techo de nuestra habitación.
Sería mejor desocupar esta palabra
muerta, arrancarla del envés de mis oídos
y no logro escapar de tu
nostalgia.
MANUEL TEJADA
Manuel Tejada Loría. (Mérida, Yucatán, 1981). Estudió la licenciatura en Literatura Latinoamericana en la Universidad Autónoma de Yucatán. Es articulista en la sección cultural del diario POR ESTO! y del portal Encuentro Digital. En el 2015 obtuvo el Premio Estatal de Poesía “José Díaz Bolio.Es coautor del libro “El éter de las esferas” (Fondo Editorial del Ayuntamiento de Mérida, Yucatán, 2006) con el poemario “Lo otro que me habita”. Ha publicado en las revistas Camino Blanco (Instituto de Cultura de Yucatán), Soma (Yucatán), Tropo a la uña (Quintana Roo), La Urbe (Universidad de San Carlos, Guatemala), Arenas Blancas (Universidad de Nuevo México, EUA) y Generación (México).
Mirando la ciudad desde las entrañas de una ceiba
1
Afuera:
un millón de luces rojas se alebrestan.
Aquí,
en el vientre de esta Ceiba estilizada,
me observo mirar la urbe iniciando
su elevación arquitectónica
hacia los astros.
Resplandor de acero,
prominencia del cristal y del granito:
¿quién mantendrá la imagen viva
de lo que ahora,
frente al ventanal de la memoria,
observo?
Un murmullo de pasos,
como antigua cabalgata,
resuena en los pasillos interiores
de este gran árbol
levantado a través de los siglos
de alegrías y dolor.
(Porque el dolor es el mismo
en cada uno de nosotros.
Porque el dolor es uno,
y nada más.)
Será la vida
concluyendo su vuelta calendárica,
serán los milenios suspirando
por una pausa, un tiempo muerto:
pero la vida continúa,
vibra la ciudad
bajo el manto incorruptible de la noche.
A pesar de lo fugaz
Crece la ciudad. Crecemos.
Crezco yo.
En el ojal de mis días
asombros e incertidumbres
arden.
Soy. Lo más profundo
lo más edulcorado
en la grisácea voladura
de escandios, vigas y paneles
que suben, trepan, van
llegando al cielo donde mis ojos
aún recuerdan la llanura.
Ven sombra pero no aplaques
la euforia de mi sangre.
Mis ojos se hacen tarde,
mis penas tantas,
pero soy. En la hendidura del aire
lo más profundo.
A pesar de lo fugaz.
KARLA MARRUFO HUCHIM
(Mérida, Yucatán, México, 1982) Miembro fundador de la Asociación de Estudios Literarios y de Cultura, A.C. (ADELyC); miembro del consejo editorial de la Secretaría de la Cultura y las Artes del Estado de Yucatán (SEDECULTA); coordinadora y miembro del consejo editorial de Libros de Baubo, Biblioteca digital gratuita de estudios sobre la risa; coordinadora de las primeras Jornadas Literarias y de Cultura convocadas por la ADELyC (marzo 2015).Primer premio de narrativa “Dolores Castro” 2014 con la novela Mayo; Becaria del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico de Yucatán (PECDA), cuyo resultado fue el libro de crónicas Arquitecturas de lo invisible; Premio Nacional de Teatro “Wilberto Cantón” con la obra Lluvia para siete insomnes en la Bienal de Literatura Yucatán 2005-2007.
Leyes de gravedad
He sido ya en otro tiempo un muchacho y una muchacha, un matorral y un pájaro, un mudo pez en el mar.
Empédocles
1.
las mañanas se hicieron para recordar
que en el vuelo de ciertos pájaros
se cifra nuestro destino
:
hay líneas exquisitas trazadas en el escenario del viento
que sólo en la grisura del alba
describen el nombre de algún poblado
alumbran nacimientos fechas impostergables
a veces son figuras
mapas como una vena imperiosa aferrada a la pantorrilla
planos de latitudes extraordinarias muy semejantes a una cicatriz terrible y encubierta
la altitud en el vuelo de las aves es directamente proporcional a su voluntad para dar signos
manifiestos de nuestra fortuna
dicen
:
a mayor altitud mayor materia que descifrar
la condena está en nuestra tendencia a despertar volando bajo
en nuestra vocación para el olvido
por eso a veces deambulamos inseguros
con el gesto severo de quien recibe en la cabeza una desgracia blanca caída repentinamente
de los cielos
:
devotos somos de las leyes de gravedad
2.
desde hace siglos con letras de oro
con sistemas complejísimos de líneas que se abrazan y forman círculos
con figuras en contienda en un beso de vértices
inescrutable
con las huellas de las manos en los cuerpos en las cuevas en los árboles
en el entrecejo de un anciano ciego absorto en la visión de un cruel futuro
en el vientre de la madre y del niño
en las mejillas del ciervo
en la frente de cualquier mamut
desde hace siglos el hombre
ha dicho el hombre
ha escrito el hombre
ha intentado descifrar su destino
echando las vísceras al fuego
volcando su sed de bestia muda
sobre las cenizas
pero arriba
un poco más arriba
desde hace siglos
están las aves solitarias con sus propias cartas de navegación
3.
sin embargo no todo está perdido
porque hay mañanas claras en las que uno despierta con el recuerdo vivo de la misión de las
aves
:
son días generosos abiertos como un árbol viejo
si miras cielo arriba en una mañana así no sólo verás tu nombre y el color de tu bandera
sino una constelación de otros cuerpos muy semejantes al tuyo
rutas de polvo y playa
espejismos de primaveras adolescentes y uno que otro garabato
también podrías encontrar un sendero de vuelta a aquellos reinos apagados con las noches
más oscuras y encender una vela blanca inextinguible
sólo quien atiende al vuelo alto de la memoria más lúcida podrá encontrar los signos del
futuro
aunque de ahí
dicen
no hay vuelta atrás
4.
lo triste es que a veces uno no puede más que mirar el vuelo tonto de las palomas en las
plazas
es un vuelo fugaz
titubeante como un estornudo plumario
lleno de imprevistos y fracturas
lo malo de esas veces es que uno se concentra y tropieza siguiendo pistas apócrifas
coordenadas que no cruzan punto alguno
estas rutas con la vista suelo abajo suelen llevar al laberinto blanquecino
sin salida
del sueño de las aves
del que por cierto nadie ha regresado ileso
ahí ha enloquecido mucha gente
dicen
olvidando que en las alturas del cóndor se encuentra la dirección precisa
de la persona amada del hijo ausente del sueño en fuga
:
el camino certero para volver a casa
5.
yo comienzo desde cero
:
por ahora me basta con recordar para qué existen las mañanas
MANUEL IRIS
Manuel Iris (1983). Licenciado en literatura latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán, maestro en literatura hispanoamericana por la Universidad Estatal de Nuevo México (EEUU), y doctor en lenguas romances por la Universidad de Cincinnati (EEUU). Ganador del premio nacional de poesía Mérida (2010) y recientemente ganador del premio regional de poesía Rudolfo Figueroa (2014), otorgado por el estado de Chiapas a poetas del sur de México y poetas de Guatemala. Autor de Cuaderno de los sueños (Tierra Adentro, México, 2009), coautor, junto con el poeta brasileño Floriano Martins, de Overnight Medley (ARC Edições, Brasil, 2014), e igualmente autor de Los disfraces del fuego (Atrasalante, Mexico, 2015). Fue compilador del libro En la orilla del silencio, ensayos sobre Alí Chumacero (Tierra Adentro, 2012). Fue becario de la fundación Charles Phelps Taft de la Universidad de Cincinnati (2012), y del PECDA del Estado de Campeche, en la modalidad de poesía, en la categoría de jóvenes creadores, en 2013. Ha publicado poesía, ensayo y traducción en revistas como Tierra Adentro (México), Asymptote (Estados Unidos), Triplo V (Portugal), Casa de las Américas (Cuba), Sibila (España) o Mapocho (Chile); además su obra ha sido incluida en antologías nacionales e internacionales, destacando las antologías binacionales Postal de Oleaje, poetas mexicanos y colombianos nacidos en los 80, publicada al mismo tiempo en México y Colombia, y la antologia Espejo de doble filo: Antologia binacional de poesía sobre la violencia, que igualmente reúne poetas mexicanos y colombianos. Poemas y ensayos suyos han sido traducidos al inglés y al portugués. Actualmente es miembro del seminario de investigación sobre poesía mexicana contemporánea de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Victoria del amor
[Yo] que me niego a reconocer los hechos…
Rafael Cadenas, Derrota
Yo
que me enamoro de mujeres inauditas
que comprendo más que nadie a los que lloran en los aeropuertos
que he visto ya todos los rostros del amor cuando se marcha
que he dicho “para siempre” y he soltado sus manos
que todavía sostengo que el amor existe
que he sido amado, odiado y olvidado por la mujer más justa
que me río de mí
que soy el “pasará” , “no es mi intención”, “todo es mi culpa”
que aún creo en la esperanza
que lucho por tener una sonrisa presentable
que a veces compadezco a quien espera algo de mí
que no merezco nada
que escribo de vergüenza
que llego a mis poemas como quien se cae
me levantaré del polvo para decir tu nombre
y sonreír con expresión de enfermo, todavía.
Ecos
Mordida por su edad
mi abuela le habla al anterior
que la vio por mis ojos:
¿No te dolió jamás
dejarme así, con cinco niños?
¿No nos pensabas nunca?
Me siento culpable del silencio
que mi rostro, antes de mí, guardó
pero le aclaro: amor, yo soy tu nieto,
el primer hijo de tu hijo menor,
soy el que vive lejos.
Ya decía yo, me dice, que no tenía sentido
que yo fuera una vieja
y tú siguieras igual.
Me abraza con alivio,
como si esa conversación
entre nosotros
acabara
pero sucederá, como es costumbre,
la siguiente vez que nos veamos.
ILEANA GARMA
Ileana Garma (Mérida, Yucatán, 1985). Fue Becaria del FONCA en el área de Letras, especialidad Poesía, período 2013-2014. Es Diplomada en Literatura, Protocolo y Periodismo por la Editorial Santillana. Egresada de la Escuela de Creación Literaria de la Sociedad General de Escritores Mexicanos.. Premio Estatal de Poesía “José Díaz Bolio” del Patronato Pro Historia Peninsular PROHISPEN 2005. Premio Nacional de Poesía “Charles Bukowski” 2008. Premio Nacional de Poesía “Francisco Javier Estrada” 2008. Ganadora del torneo de poesía Verso Destierro 2009. Mereció el Premio Nacional de Poesía “Caza de Letras” de la UNAM por su libro “Ternura” 2012. Ha publicado el libro de poesía “Itinerario del agonizante” 2006, y el libro de poesía “7 Obra poética” 2012, ambos por el Ayuntamiento de Mérida. Actualmente estudia la licenciatura de Artes Visuales en la Escuela Superior de Artes de Yucatán. Libros en Red en coordinación con el Ayuntamiento de Mérida acaba de publicar su libro “Días de fiesta y otros cuentos”.
Hogar
Las niñas juegan
Las niñas juegan a la plastilina
y dicen
en esta casa hay muchos cerrojos.
En esta casa no pueden entrar papás.
Sólo niñas y niños y mamás.
En esta casa no puede pasar nada malo.
Y no tenemos miedo.
Yo tengo miedo, por las noches.
Anda claro, por las noches todas tenemos miedo.
Y pesadillas.
Mira qué bonito lo que estoy haciendo.
Qué bonito.
Mada Alderete Vicent
***
mi madre es maravillosa en muchos sentidos en otros me asusta la televisión encendida toda la noche el uniforme de empleada departamental que no se quita desde que yo era una niña y la observaba abriendo a medias la puerta a media noche me asusta el cigarrillo que comenzó a fumar desde ese tiempo y que hasta ahora es imposible detener me asusta que cante comerciales completos mientras se peina frente a la refrigerador mi madre es maravillosa en muchos sentidos cuando se corta las uñas es un globo índigo que atraviesa la ciudad de plomo (otras veces tengo miedo porque no cierra los ojos) porque el presidente está dando un discurso y ella no puede cerrar los ojos porque en la secundaria un chico le robó un beso y no existían las tiendas departamentales el plomo la tristeza
***
recuerdo el parque la sonrisa verde un poco oscura de las tardes algunas veces trepaba hasta un árbol de frutos rojos frutos que se rompían entre mis manos y soltaban una leche venenosa abajo mi hermana corría en círculos mi hermana y mis primos y los días quedaban abiertos como esos frutos suaves tiempo después el árbol fue arrasado por las tormentas de septiembre suplantado por uno más joven crecer es olvidar árboles esos dos o tres importantes para mí un árbol de tamarindo una palmera y aquél árbol del parque olvidar árboles y dejar que las tormentas se lo lleven todo lo mismo que a los años (los múltiples rostros de mi hermana y la pintura de los columpios) la casona aledaña los pájaros y todo eso ornamental tan indispensable/(( tan permanente))
***
era muy sencillo primero te guardabas de la abuela en una caja de cartón gigante que arrojabas por las escaleras luego nos guardábamos de las escaleras dentro del jardín para comer verdolaga esas cosas que le gustan a las ranas luego nos escondíamos de las ranas cuando la llovizna ya era tarde y corríamos a aquél árbol solitario luego había que escondernos de la oscuridad y del abuelo que llegaba de la fábrica oliendo a tabaco volvíamos a las ranas por un segundo y al gato y a las escaleras espiábamos a que llegara mamá y nos hacíamos a las dormidas (entonces era más difícil aprender a escapar de nosotros) pero ya ves aprendimos
***
este sol este sol este sol no es bueno para nadie mamá nos llevaba al zoológico los domingos ahí parecía estar más cómoda con nosotras este sol no es bueno para nadie yo pensaba en los animales en caminar a cuatro patas en pastar alguna vez (quise ser una ardilla) un tejón un venado pastar y echarme y estaba bien pastemos como las vacas hermana mía como los dulces corderos que no seremos nunca que no sabremos ser nuestro sol nuestro sol nuestro sol no es bueno para nadie
***
el abuelo me regaña cuando voy de visita cuando no lo veo desde hace una década los autobuses lentos siguen pasando detrás de casa (detrás de las palabras del abuelo) viejo alcohólico de mierda siempre fui la nieta que leía sus libros rojos que subía al muro para esperar su llegada que escondía sus cigarrillos para alejarlo de la tos ((ataques que despertaban a los gatos y que me hacían bajar las escalaras a las tres de la mañana)) para vigilarlo mientras dormía mientras lo veía temblar cada vez más delgado y amarillo este año va a morir odiaba que los autobuses lentos acallaran sus últimas palabras desde hace décadas las últimas qué tiene él qué decirme viejo alcohólico que no sabe abrazar
***
entonces queríamos plazas solitarias una rueda de la fortuna que no se detuviera nunca mi hermana y yo nos sentíamos extrañas junto al novio de mamá queríamos verla sonreír verla besar a alguien por vez primera queríamos que se dejara llevar nunca supo hacerlo (había algo malo en los hombres) algo roto algo que no valía la pena entonces queríamos plazas solitarias una rueda de la fortuna que no se detuviera nunca entonces quiero
***
sólo un poco bastante huérfana para saber de charcos cuando todos estaban tomando el vaso de leche el dictado el miedo era haber hecho algo mal ((que el abuelo hablara con mamá en silencio)) sólo un poco unas cuántas piedras lanzadas a la casa del vecino para concentrarse con fuerza en los pájaros en el repaso del día con el último sol de frente esos matorrales que los gatos adoran mientras pensaba qué hice hoy una piedra tras otra veamos repasemos
***
dianita habla de egoísmo toda la noche está molesta porque he tirado a la basura esas fotos de cuando éramos pequeñas y nadábamos en una piscina que ya no existe (comíamos almendras debajo de un almendro que ya no existe) y estábamos con Luis y Karla que ahora tampoco tengo sueño habla de una maleta que yo regalé a la beneficencia donde ella guardaba una muñequita rubia llamada Katherine ((ella quería tener una hija y ponerle así)) y regalarle esa muñeca de una navidad en la playa donde llevábamos vestidos rojos y nos bañamos con cerveza esos restos en las botellas sin adultos amanecía en el mar en nuestro cabello largo oscuro y nos bañamos con las muñecas con su Katherine y la mía (vamos Dianita tengo sueño)
Ternura
Hela aquí, temerosa, recargada sobre un arbolillo
mezclada con piedritas que han escuchado
mar y rojo y príncipes que no volverán
Hela aquí, como un pequeño pájaro triste
me ha dicho quédate callada
me ha dicho, estúpida quédate callada
Otras noches, por los pedacitos de pan, se acerca despacio
Hela aquí, una tonadita de polvo que me dice
no seas tonta quédate callada
queridita mía quédate callada
corazón, pequeña mía, quédate callada.
MARCO ANTONIO MURILLO
Marco Antonio Murillo (Mérida, Yucatán, 1986). Estudiante del MFA en Creative Writing por la Universidad de Texas en El Paso. Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos, en 2009. Premio de Ensayo de Crítica Universitaria (CONARTE), y segundo lugar en el Premio Regional de Poesía José Díaz Bolio, en 2011. Campeón del Torneo Express de Poesía Verso Destierro, 2013. Premio Estatal de la Juventud en artes, 2014. Así mismo, ha obtenido la beca de Jóvenes Creadores del FOECAY (2009), y la Grant de la Universidad de Texas en El Paso (2013-2016). Es Autor de los poemarios Muerte de Catulo (La Catarsis Literaria, 2011; Rojo Siena, 2013) y La luz que no se cumple (Artepoética Press, 2014), y coautor de la antología Casi una isla: Nueve poetas yucatecos nacidos en la década de los ochenta (SEDECULTA, 2015). Colaboró como dictaminador en la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea.
Alfabeto de pájaros
(Terredad) Nombrar la condición tan extraña del hombre en la tierra, de saberse aquí entre dos nadas, la que nos precede y la que nos sigue.
Rafael Cadenas
Los niños juegan con pájaros
los sacan de sus jaulas
amarran un hilo casi invisible en sus patas
y los devuelven al viento.
Entre risas
la felicidad es una imagen
donde el cielo coincide con la tierra
y sólo existe el mirar.
Entre risas
los pájaros buscan
cumplir su misión de semilla migratoria
pero no saben que el círculo
trazado de plumas y enigmas
no vence la mirada de los niños.
En secreto cada pájaro
representa una casa entregada al aire
un deseo por levantarse más allá
de este arte de dibujar poemas
con hilos y alas en el calor de junio.
Por la noche cada pájaro vuelve a su jaula
y cada hilo de la vida es devuelto
cautelosamente
a la madre
para que lo zurza u olvide
en la camisa que vestiremos mañana.
Si el hilo se rompiera
tal vez perdieran para siempre
su ritual de todos los días
su ocarina circular de cielo y de tierra.
Si pasara, en ese instante
en que el vínculo se rompiera
y sólo quede el vuelo, la mirada perdida
y por fin no exista la distancia
en ese instante
serían un poco más felices:
escucha el canto entre dos umbrales: uno ávido, de aves lejanas, extiendes la mano, su alfabeto es inasible. El otro, más cercano al sueño de tus pies, está lleno de pesadas aves, sus plumas han encontrado en la tierra un pequeño rincón de pereza. Yo prefiero imaginar la quietud de estas al vuelo de aquellas otras. Su canto es el sonido de las cosas que hunden sus alas en la tierra. El canto del cuerpo apenas toca el aire, aletea, y dibuja contra la arena la pesadez de las sombras o la levedad de la luz
amodorrados bajo una palma o en su nido de tierra, los pájaros anteceden a las islas, pero suceden a los cúmulos que se alzan sobre el mar. Hoy sé que algunas aves pueden escuchar las raíces de una larga caída y atisbar vocales interiores, extrañas, incluso para mi sangre
la terredad de un pájaro es su canto, no: su canto es el sonido, la parte invisible de nuestra terredad. Cuando pienso en un ave, pienso en una balanza entre la bravura del aire y lo manso y maternal de la arcilla. Los pájaros sueñan con el tiempo, con la duración que transcurre y con la que se queda. Reúnen en sus alas el reloj de sol y la vela marítima
el alfabeto de un pájaro no es sólo de tierra. Algunos han abandonado el aire y se han sumergido en el agua. El mar en junio es un acuario de aves. Al amanecer escucha en la algarabía de los muelles nuevos umbrales sumergidos; escucha, porque nada en la tierra, nada que sea boca u oído es ajeno al canto
alguna vez dije: “Los peces no sueñan, son los seres más profundos del alma nadie puede tocarlos”. Pero leí sobre los pájaros de agua, y supe que para estas aves levantar el vuelo es trazar rápidas siluetas en la lentitud, ir dejando las ondulaciones de un alfabeto de aire en la resistencia de las olas. Los pájaros entran y salen del agua como una adivinanza
algún día preguntarás por cualquier ave, y sabrás que nunca dijiste lo que en tu lenguaje querías nombrar. Pero lo escuchaste todo: Los pájaros usan los oídos del hombre para comunicarse entre sí en un lenguaje transparente y sin palabras
el cuerpo de un pájaro es su propio canto: al respirar son una gaita y cuando sueltan el silbido adelgazan como un flautín. Otros son libres en la mañana como un cilindro musical y al atardecer se encierran en un arpa. Me gustan aquellos cuyas consonantes son un monocorde. Así puedo escuchar con prudencia e interpretar las pausas que va dejando mi vida
pájaros. Los he visto extender las alas anchurosas. Los he visto abrirse más que el canto del gallo que despierta al pueblo, o las aves migratorias que miran en cada ciudad iluminada sus propias constelaciones. Pájaros. Abren sus alas y son más anchas y pesan más que mi canto
JORGE MANZANILLA
Jorge Manzanilla Pérez. Licenciado en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Guerrero, ha publicado los siguientes libros de poesía: Que me sepulten recostado en la palabra (Catarsis literaria el drenaje, 2011), Escarnio (Editorial Verso Destierro, 2014), Diáfano 23 (Fondo Editorial Tierra Adentro, Col. La Ceibita, 2014) y Vitral de todos mis cuerpos (Diablura Ediciones, 2015). Obtuvo el galardón José Díaz Bolio en el 2013 y el Premio Estatal “Espíritu de las letras” en el 2015. Fue acreedor a la mención honorífica en el torneo adversario en el cuadrilátero 2010 por la editorial Verso Destierro y la mención honorífica en el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Mérida 2015. También fue becario del Pecda en la categoría jóvenes creadores en el 2014. Obra suya se ha traducido al portugués. Actualmente es estudiante del MFA en Escritura Creativa por la Universidad de El Paso, Texas.
Luzma, 1990
I
Cierro los ojos en el cuerpo enfermo de tu padre
la cabellera de la niebla arropa el copal
de todos mis nombres.
Ramiro es el hijo más pequeño de las aguas
el único sin la parvada de odio.
Vivimos a las fueras del féretro
aquí todos mueren
con el vaso de leche
en los huesos.
Estamos solos con el sueño atragantado
ya nadie digiere la rutina.
Me duele hasta el filo de los fríos.
II
Ramiro ve por la leña verde
mañana usaremos la fogata por los ojos.
Mi dinero está en el último bolillo
guarda mi hambre en tus encías.
Me llamo Luzma cuando el café
empieza a hervir lejos del viacrucis
sin el Cristo en llanto
sin la cabeza al olvido.
Cortamos la semana santa
con el cordón umbilical.
Ramiro ve por la leña verde
Dios quiere quemarnos de salmos.
III
El cielo duerme atrás de la puerta
afuera están las vísceras del mundo.
Mi refugio está en la única playera de Ramiro
la saliva de su padre
reseca los infiernos.
Junta mis palabras en silencio.
Todos los días el pueblo
nos llega hasta el estómago.
La luz maldice con nosotros
aquí falta todo, incluso despertar.
IV
Desde el fuego siembro mi alma
uso al viento contra el sueño de Ramito.
Hace falta dormir
extrañamos dormir.
Quiero arrancar la hiel
pero la oscuridad nos está soñando.
Has cambiado Ramiro
apareces en sandalias rotas
y con el rosario en la boca.
Miro tu espalda y cosecho el silencio.
RODRIGO QUIJANO
(Mérida, Yucatán; 1992). Miembro de la Red Literaria del Sureste y Licenciado en Licenciatura en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán. Es coautor de las traducciones de poesía ghanesa publicadas por la revista electrónica Círculo de Poesía (2012), e instructor de talleres de sensibilización literaria en espacios como la Escuela Preparatoria Dos de la UADY y la Feria Nacional del Libro de la UNACAR. En 2013, adquiere el segundo lugar del Certamen Regional de Poesía José Díaz Bolio con el poemario La sal Enferma, obra editada en 2015 por la Secretaría de la Cultura y las Artes del Estado de Yucatán. Entre algunos de sus encuentros con la Poesía, cuenta haber participado como becario del programa Los signos en Rotación que auspicia la Caravana Interfaz del ISSSTE, y desempeñarse como profesor de Literatura en la escuela preparatoria Francisco Repetto Milán. Parte de su producción poética ha sido recogida en publicaciones como las revistas Morbo, Morbífica y Vozquemadura.
Fandango
¡Qué altos están los cerrojos!
¡Qué cortos mis dedos de hierba!
Le pediré a Febrero que traiga
sus alas de luna bermeja,
que quiero alcanzar los pestillos
de un cuarto desnudo en la niebla
―que quiero zurcir las paredes
con hilos de plomo y centella.
¡Rogad a Febrero que corra
con pasos de lluvia ligera!
que debo sellar los sepulcros
de un kiosco varado en la sierra.
¡Ay, corazón de la Noche,
granada de carnes morenas,
prestadme tus alas de lumbre!
¡Prestadme tu paño de pena!
Nocturno
Dos sombras,
Dos silencios,
Se sientan frente al mar de los recuerdos.
Mojan sus pies
En crónicas de espuma;
Blancas memorias
Revientan en la noche de sus dedos.
Dos sombras,
Dos espejos,
Escuchan el oleaje de su pecho.
Cubren las astillas
de sus labios;
No saben que la mar
se mece con el ritmo de sus sueños.
IRMA TORREGROSA
Irma Torregrosa (Mérida, 1993). Es egresada de la Escuela de Creación Literaria del Centro Estatal de Bellas Artes. Tercer lugar en el Segundo Premio Nacional de Poesía Jorge Lara Rivera 2010; ganadora del Primer Consurso Universitario de Poesía UADY y Premio Regional de Poesía José Díaz Bolio 2012. Becaria de verano de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2011 y 2012. Ha publicado en Círculo de Poesía, Revista Hysterias,Prisma Volante, Anders Behring Breivik y se le incluyó en Astronave. Panorámica de poesía mexicana (1985-1993), de próxima aparición. Estudió la licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Autónoma de Yucatán.
Morning sun
En mí no florece la mañana.
La observo subir a las narices
de los que trabajan todo el día
o toda la noche
o toda la vida.
Florecen los colores de las casas,
los besos de despedida
que no conozco
y la risa de los niños en la escuela.
En mí la luz no dibuja nada.
Solo invade mi habitación
para hacerla interminable
la espera del que no regresa
del que nunca estuvo.
La mañana no toca la puerta,
se mete por los ojos
y destierra de mi
todo lo que no sea soledad.
Extraviarse
Nadie vuelve de vos a lo que fue, dice Gelman.
Nadie en esta sala se atreve a negarlo. Sin querer su voz dibuja tus pasos bajando la escalera. La calle, doblando la esquina y nadie vuelve de vos a lo que fue. Mis párpados dibujan tu sonrisa, lejana, verdadera. El frío nos hace más sinceros, decías. Que tu habitación es mejor que la mía porque tiene vista a la madrugada. Que cuando quisiera hallarte me sumergiera entre el desorden, y que allí estarías, esperando. Entre las calles mías que ahora están repletas de la voz de Gelman que dice que yo no vuelvo de vos a lo que fui. No hay cartógrafo para nuestras voces, no hay respuesta para nuestras cartas.
Camino sobre tu silencio y llego al sillón, a la aventura de la incertidumbre. Al instante en el que dudo si apagar el café o dejarlo consumir, para que al menos la casa te recuerde conmigo cuando le platique lo que dice Gelman, pero yo creo que nadie vuelve de vos.
Nadie pasa bajo la lluvia sin herirse.
ALEJANDRO REJÓN
Wilberth Alejandro Rejón Huchin (Mérida, Yucatán, México 1997). Estudiante de la licenciatura en literatura latinoamericana en la UADY. Ganador del primer lugar en el X y XI concurso estatal de poesía de los colegios de bachilleres de Yucatán (auspiciados por el sedeculta), participó en el XXIII encuentro académico de jóvenes escritores realizado en la ciudad de Huatulco en el 2014 y en el primer encuentro literario del sureste realizado en la ciudad de Mérida en el 2015. Ha publicado artículos y poesía en revistas como: Circulo de poesía, Letralia (de Venezuela), Triplo v (de Portugal), Almiar (de España), Morbífica, Monolito, Revarena, Bitácora de vuelos, Revista sin fin (del estado de México), carruaje de pájaros, Rojo siena, a buen puerto, Mal de ojo y letras.s5 (de chile). Dirige la revista de difusión literaria “Marcapiel”. Terminó el taller “Grandes poemas del siglo XX” impartido por el escritor José Díaz Cervera. Fue incluido en la antología de poesía hispana “nómada” (2016) y en la antología virtual poetas del siglo XXI. Es fundador del grupo surrealista “Agartha” junto con el poeta chileno Rodia Ibaveda y miembro activo del colectivo naufragio.
Canción del sueño
La nada se entreteje con los parpados del aire,
llueve como hilera entre el envés de los sueños.
Aquella hilera dulce de joyas y escamas
ya no acongoja tu vientre,
se ha vuelto salitre de luz,
impávido surco que se extingue de mareas.
Cierro la memoria.
En este borde flotan riscos que se extienden hasta el alma.
Flotan pies que se abren con las nubes,
Se detiene un círculo entre la niebla,
Dibuja sus manos con luciérnagas de agua.
Hay una ruina líquida detrás del sueño,
Tus cabellos se mecen,
Moléculas explotan en el incesto de los astros,
El ángel se incinera la vista con sal y opio.
Las hileras han vuelto, amor,
los días caen a mis espaldas,
Entran como silbidos en la migraña de la casa,
Y nosotros,
Otro pliegue entre el agua de tu sombra.
Niebla de sol
Donde la boca del alba siembra tus labios
el agua corre hasta el caudal del sueño,
se desata toda tu piel hasta
callar la noche como un alma que gime
sobre los focos de aceite
que tiñen los espejos,
disipan todas las aguas en tu color
despertando en lienzos donde
los bondadosos racimos se abran
como la arena entre los ojos,
figuras de ángel se incrustan en los tallos
hasta que tu vientre anidando los poros
dispersos en los pastos de aire donde va nuestra vida
refracta una gota de ceniza
como todas las lecturas
del barro que transporta nuestra carne.