Poesía argentina actual: Andrea Ocampo

Presentamos en Círculo de Poesía, una muestra de la poeta Andrea Ocampo (Buenos Aires, 1968), reside en Rosario, desde 1972. Coordinadora talleres de escritura creativa en instituciones públicas y privadas. Columnista de literatura  y conductora de programas culturales en radio (Radio Nacional Rosario, Radio Universidad de Rosario, LT 8, Meridiano, Del Plata Rosario). Estudió Letras en la UNR. Colaboradora en la organización del Festival Internacional de Poesía de Rosario. Capacitadora en programas de promoción de la lectura del el Ministerio de Educación de Santa Fe dirigido a maestros de nivel primario, inicial y especial. Libros editados: Lo bueno breve (1998, Ciudad Gótica), Dale brazos (2001, Ciudad Gótica), Góndola (2011, Ombú Bonsai).

 

 

 

Para todo lo demás

 

No entiendo esa propaganda.

Las otras sí. Las de antes.

Nos divertimos

de sobremesa comentando

propagandas viejas.

La emoción fácil de

tararear jingles.

Evocamos productos,

usos y costumbres

un pasado compartido

de afiches y slogans.

En el aire, en las calles,

en parques y escuelas

la publicidad arrastra

palabras nuevas, ideas nuevas.

Relucen

como trocitos de vidrio,

como piedritas gastadas

por el agua,

se han ido cayendo de carteles,

radios y televisores.

En la casa de la

propaganda se han refugiado

algunos poetas.

Han roto los baños

y vaciaron la heladera.

Duermen en el piso

y meten los dedos sucios

en sus frascos de colores.

No entienden la propaganda.

Dicen que es más fácil leer poesía.

 

 

 

Sirenas

 

La solución quizás sea sentarse

en lo alto de la góndola

y esperar. Pasarán

los cadáveres de nuestros enemigos

empujando sus changuitos

por el pasillo de sopas y conservas.

Me encantan las sirenas,

silenciosas y kafkianas.

Calladas se  defienden.

Ahí está el peligro:

no vienen a mí: yo voy hacia  ellas.

Derivo del billete

a la moneda, al papel, al plástico.

La metonimia perfecta:

una foto, tu firma y

cuántos meses

para que el miedo pierda interés.

Miro sus bocas sin oírlas,

sé de lejos el precio

de lo que ofrecen y qué vale:

humilde esperanza humana de vivir

para pagarla.

 

 

 

Largo alucinar

 

Cada mañana mi vecina abraza

la prenda seca que antes lavó.

Baila y murmura…

amo lo que amas amo que laves

–yo te amo– amo que laves mi ropa

–amaría que amaras

todas las cosas que no quiero lavar–

Con la íntima emoción

de lo prohibido

mezclaba en mi patio cloro y detergente

y en siestas de calor

aparecía Jim Morrison. Desde el mosaico,

crecido repetía

enciende mi fuego, nena,

antes de escurrirse por la rejilla.

Las madres fregadoras

celebrando su tarde

en la tabla de madera

con jabón la perdiz, veían

en la espuma,

no sólo la amenaza a la juventud

de sus manos, sino también

la cara de Gardel cantando

bajito: percanta que me amuraste.

 

 

 

Silbidos

 

Y nadie silba por la calle.

Hemos por fin anulado el molesto

sonido del otro,

convidado de piedra en la caminata diaria.

Es el siglo de los ojos.

Nadie silba y la calle es pura visión,

imagen que presume movimiento

y se me hace sueño videoclip. Nadie silba

en la película absurda donde siempre

es lunes o jueves o a quién le importa si

los días son iguales

como iguales los temas sucesivos

del auricular al cerebro, del ojo

al zapato, al asfalto, a los coches,

la gente y el semáforo. Sube

en el rebote de los pasos, hasta los labios sube.

Un huracán.  La silbo hasta el trabajo,

desentono, la canto, me equivoco, silbo otro poco,

le invento una letra

más o menos, a veces hasta sonrío.

 

 

 

Rioja ida y vuelta

 

Hombres al ras, como nuevos relucen

todavía colonia en los dedos

del primer cigarrillo.

Fumamos antes de levantar las persianas

y exhibir las sonrisas del contrato.

Robamos minutos para ver el cielo

aunque sea a través de una personal nube

de humo. Temprano la vereda

lavada se respeta somos una tribu limpita

y silenciosa:

cruzarnos a diario no implica el saludo.

Compartimos

la rutina y su látigo en detalle:

la corbata, el maquillaje, el reloj, los tacos.

Y recién empieza. Y no tiene orilla.

Después son las horas innumerables,

la conciencia de un infinito misterioso

y ajeno.

Me pienso a la hora del regreso

la misma calle con el sol de frente,

los colores cansados, el cigarrillo de la vuelta.

¿Qué puedo pedir?

Ser una golondrina  y cruzar el mar

sin mirarlo.

 

 

 

Chica material

 

Cuarenta mil

ovocitos preparados listos ya.

Algunas perforaciones

primitivas en las orejas.

Un millón

de platos por lavar, secar y acomodar.

Muchos métodos depilatorios.

Un puñado de amistades varias.

Cien lunes de dietas empezadas.

Ocho horas extras

de alquiler de fuerza de trabajo.

Infinitas mamaderas tibias.

Decenas de amores posibles e imposibles.

Un poco de paciencia ante el destino.

Dos talles de diferencia.

Miles de consejos desoídos.

Últimas felicidades cosméticas.

Un pecado original.

Ninguna duda.

 

 

 

Barcos

 

No es verdad que los barcos

olviden el camino de regreso.

Huelen en el agua

el norte del hogar y aúllan

a la luna con voces

que empujan lejos

la nostalgia. Los hombres,

en cambio, navegan

asomados a la borda,

obsesionados con sirenas

(como las de antes).

Ellos, los desesperados,

partidos en pedazos contra

una realidad acantilada

de mujeres

que nunca aprendieron a tejer

ni a esperar.

 

 

 

Querubines

 

Parecen caritas con rulos y cachetes.

Asomados hacia abajo, las cabezas aladas sonríen

en el empapelado quizás gris de fondo o celeste clarito

aunque ahora pestañea brillante verde neón

por la cruz furiosa de la farmacia de enfrente.

La alfombra se traga mis pasos por la casa ajena.

De la cama a la pared hay unos metros

(paredes anchas, techos altos). Vaso de agua en mano

pego los ojos a la pared: azul oscuro se revelan los ramitos.

Flores redondas con hojas grandes a los costados

reemplazan los querubines y obligan la risa.

Pura mueca, porque no quiero despertarte.

 

 

 

Infinita

 

Los primeros motores traen el alba a la rastra.

Cuerpos como lazos en la burbuja azul eterna

fondo de un mar perfecto para las caricias.

Tu forma imaginada de animal prehistórico.

Todavía el viento de la noche hace temblar

las lámparas públicas y en el vaivén de sombra

fosforecen las flores de los palos borrachos.

¿Si durara esta noche para siempre?

Cubrimos cada grieta, cada mínimo redondel

por donde se filtran agudos gritos de luz.

Permanecemos sin esperar, se sabe que

tarde o temprano el día va a tirar la puerta abajo.

 

 

 

Newton

(inédito)

 

El hombre apartaba los vasos del borde de la mesa.

La mesa giraba, giraba yo. Orbitando la cena,

la escena: mi pollera el mantel de otros manjares

que no se servirían esa noche. Hacia el centro seguro

empujaba el hombre con decisión los vasos.

Lo escucho, lo escuché, explicarme en detalle

razones de vectores y cuerpitos transparentes.

No era ese el hombre que buscaba pero hagamos

como si fuera como si la mesa fuera

viento concéntrico disco de vinilo calesita.

Sorbiendo al centro mismo de los vasos

y el aliento del miedo espumando sus frágiles bocas.

Mis esfuerzos por desordenar el servicio resultaron inútiles.

Y volví a la calle antes del café.

El hombre apartaba los vasos del borde de la mesa.

¿Sabría que de las dos fuerzas

que atraen los objetos hacia un centro,

una es cierta y la otra es imaginaria?

La real tropieza con su paso y lo detiene. La imaginaria

enlaza su vida a los objetos. Por suerte, afuera,

el cielo resplandece en su gran fiesta de cristales rotos.

 

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