Círculo de Poesía y Valparaíso México invitan a las lecturas del poeta mexicano Luis David Palacios (Los Mochis, 1983), quien estará leyendo parte de su obra en Puebla dentro del marco del XVI Congreso de Poesía y Poética, así como en la Ciudad de México dentro del marco del Festival DiVerso. A continuación dos poemas de Un árbol donde el sueño (2016), publicado por Valparaíso México.
Diana
Tus piernas dibujan las alas de la mariposa;
un pistilo plástico alimenta tu sueño.
La bocina de tu corazón se enciende en una máquina,
es la llegada del tren que nos reúne en turnos junto a tu vuelo caído
donde no ha entrado el sol o su ausencia.
Diciembre es terrible. Tu padre habla y rema
contra el amor de otra madre y su canto,
contra la cuna nocturna de los brazos donde te meces,
contra blancos No vestidos de hombre,
contra su propio peso hundiéndose en el mármol de este hospital.
El amor aquí no sirve,
no te levanta con el amanecer.
Tu llanto nos haría reír, Diana,
te sacaría de esta playa de algodón
en donde tomas poco a poco la noche de su cuerno.
Tu respiración enflaquece
y ahorca prematuramente los días
y ganamos absurdas ecuaciones que no reparan la hondura de tu vientre.
Humedecemos la arena que florece en tus labios.
No hay otro sonido más que el picotazo pendular del cuervo en tu corazón sin miedos, apagándose.
No hay herida dónde poner bálsamos.
Tu dolor es un papel negro y transparente,
viene callado de la base del sueño
a machacarnos junto contigo.
Rosa
Dos lunas de carbón levantan el aroma
a sueño café de sus ojos de madre.
Dos veces el amor ha dado en ella sus pétalos de sombra;
abrió de tajo la ventana tibia de su vientre.
Aquí mis ojos dan de beber en su nombre
y no tengo ojos para dar de beber a su nombre – Rosa,
suspendida lágrima en el filo de la osamenta–
y me duele la caída de sus ojos
ante la tierra abierta donde sembró mariposas.
En la cocina llueve sordamente
y su cuerpo cae en la unidad acostumbrada,
sus labios guardan esas alegrías de cuna sin abrir.
Ella mira pasar los estigmas de la lluvia
y no hay afrentas en la noche de su día.
Viene y va su llanto descompuesto
por el tiempo mordido de la sala,
por la lluvia herrada de la ducha.
En las manos del amor hay alacranes
pero ensaya su sonrisa anaranjada,
su andar a ciegas por el día
que se oye ladrar bajo la puerta.
La orfandad y sus índices
le enseñaron el escudo del silencio desde niña
pero su maternidad se derrama sobre el hueso de la cera que arde
y el calostro se oxida dentro de sus dos sueños redondos
y la pregunta de cinco años que está sobre sus piernas la hiere
porque no hay forma de explicar un puerto que se abandona
o la lluvia encallada en la cocina.