Poesía mexicana actual: José Díaz Cervera

Presentamos, dentro del dossier de poesía del sureste preparada por Alejandro Rejón Huchín, un poema de José Díaz Cervera (Valladolid, Yucatán, 1958). Ha publicado los libros de poesía Licantra, Manual del fingidor, Para astillar la longitud del rayo y La piel, ganador del premio nacional Efraín Huerta; además de la colección de ensayos Elocuencias del delirio. Ha colaborado en diversos periódicos y revistas del país y coordinó el taller de poesía de la Casa de Cultura de Coyoacán. Actualmente imparte clases en la Universidad Modelo. Lo antecede un fragmento escrito por Juan Cameron sobre su obra.

 

 

 

“El placer de la palabra en cercanía al barroco corresponde a lo caribeño y la frondosidad del paisaje que lo habita. Sin duda detrás de todo ello puede divisarse la sombra tierna de un Jaime Sabines a veces tan querido o mal amado por sus vínculos de sangre- dictando la melodía y el sentir del texto. Otras veces, en la adjetivación o en los términos elegidos afloran las lecturas contemporáneas y los poetas nuestros. Como Gonzalo Rojas, cuando Díaz dice “Tengo esta fe lagarta y quevediana/ ubérrima y peluda como la faz del llanto”. Y de cierto modo ese Neruda monumental que aún reaparece como un enorme Buda fiscalizador de la poesía: “Escucho el mineral de los sentidos”, “La piel como una almendra genital”, “pinta en tus rodillas el estatuto noble de la sal”. Pero no solo en ciertos versos, sino también en las palabras cargadas de significados de Residencia en la tierra como peluquería, sastre, calcetines, sombrero de fieltro, etc.

Pero más que contemplar el poeta yucateco parece observar y mostrar, para comprometer al lector con los significados de lo cotidiano sin involucrarse -como corresponde- en algún inútil juicio de valores. A lo más la narración de su estar en este mundo podrá describir su estado desde un punto de observación más alto que el nivel de la emoción: “Aquí, presto animal de las ampollas,/ descifro las inicia-les más modestas/ del zumo de la tierra”. O, en otro caso, recurrirá al truco de hacer hablar, por él, a un personaje histórico: “Yo, François Villon,/ poeta finisecular,/ cantor sin gloria en la edad prostibularia del anatocismo”. “

Juan Cameron

 

 

 

PARA ARRULLAR A UNA MUJER QUE CANTA UNA CANCIÓN

 

Canta

—como un río ensimismado—

el secreto de las cosas rancias.

 

Abre semillas imprevistas.

Sueña con ventanas rotas.

Nombra el pulso del rayo.

 

Cultiva párpados para aliviar nuestra pobreza.

 

Yo rompo el sueño que dibujó su voz

y salgo por una ventana

para ir a otra cárcel.

 

Ayuno en laberintos, deshojado por la música,

desfigurado por la espuma.

 

Escribo para no lamer el suelo.

 

Escribo un país

de lenguas que se oxidan

(paisaje de puertas cerradas y tobillos de lodo),

un país

de guitarras sin cuerdas.

 

Canta

—como un cielo que se alimenta de relojes—

para no romperse;

canta para no tener que seguir cantando,

para hacerle creer a los días que su oreja derecha

es un niño remojando la memoria

en un río de aguas dóciles.

 

Dice mi nombre;

dice mi silencios de puerta que rechina:

pesadilla,

mariposa de las cicatrices.

 

¿A dónde va detrás de esos paisajes

que se llevaron nuestros pies?

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