Roger Campos Munguía: un claro relámpago para el dolor

Presentamos a continuación una reseña de Alejandro Rejón Huchin sobre la poesía de Roger Campos Munguía, dentro de la nueva serie El aire del agua, que nos acercará a la poesía del sureste mexicano. Alejandro Rejón Huchin (Mérida, 1997) Estudiante de la Licenciatura en Literatura Latinoamericana en la UADY. Becario del Festival cultural ISSSTE-INTERFAZ, Los signos en rotación, Mérida en 2016. Actualmente es miembro del colectivo Naufragio y dirige la revista literaria Marcapiel. Poemas y artículos suyos han sido publicados en revistas como Almiar, Triplo V, Letralia, Sin fin, Letras s5, Revarena, Carruaje de pájaros y en la antología de poesía hispana Nómada (2016). Ha participado en distintos encuentros literarios como el XVI Congreso de Poesía y Poética realizado en la BUAP.

 

 

 

Nota

 

La presente serie tiene el objeto de brindar al lector un esbozo breve sobre temas literarios desde una perspectiva filosófica, de esta forma se busca no solamente determinar una visión lingüística, sino más bien, una cartografía tanto ontológica como fenoménica de los tópicos tratados, de igual manera, la propuesta es visualizar un panorama enfocado en el sureste de México, en donde se tratarán entrevistas con diversos autores, reseñas, entre otras cosas con el fin de que se conozca lo que se trabaja actualmente en la región.

Wilberth Alejandro Rejón Huchin

 

 

 

 

Roger Campos Munguía: un claro relámpago para el dolor

 

 

“El tiempo es la carne que envuelve la soledad de la muerte”

Roger Campos Munguía

 

Uno de los autores que más importante ha sido en las últimas décadas en la literatura yucateca es Roger Campos Munguía, autor que si bien casi no tiene una lectura tan frecuente en las nuevas generaciones, es necesario mencionar.

Hablar de la poesía de Roger Campos Munguía, no solamente es hablar de las aristas que contiene la perentoriedad del lenguaje, es distenderse en una voz que va consumiéndose así misma hasta trastocar las fibras más profundas de una cuestión plenamente existencial por el ser, no se trata pues, de una poesía que simplifica “esa piel sobre el desierto de sal de nuestro cuerpo” sino que es un grito interno convencido de su propia sustancialidad, uno entra a la imagen como se entra a la distancia con una realidad “supuestamente objetiva”, estas islas tan claras y a la vez oscuras que se refractan la ausencia, la distancia del “ser” frente a su constitución, son el punto de partida por el cual se desarrolla ese dolor en la memoria, a sabiendas de que como dice Proust, en el momento en el que creemos haber localizado en nosotros una parte de esa unidad, se nos escapa, no es fugaz ser parte de ella, pues es ulterior al horizonte de la cognición como tal.

Roger Campos Munguía dice:

y todo eso es el instante.

el que somos y vivimos.

El instante de nacer a la belleza trágica del mundo”.

 

Aquí hay un paralelismo con la filosofía existencial francesa, pero a la vez, hay un esbozo fenoménico muy claro que llama la atención; si bien hay un reconocimiento de un aspecto trágico, también hay en cierto punto una intuición teleológica que es quizás una aceptación de ese estatus ontológico, visto desde la óptica de la fenomenología de la percepción de Merleau Ponty, ese distanciamiento existente con respecto a la composición infinita de los objetos es justamente la antesala del reconocimiento de un mundo que “está- ahí”, hay una descomposición verdaderamente prismática donde a pesar de que la pregunta está por arriba de todo, esta ese espectro importante que emite del poeta, el de buscar un sentido desde el “sin-sentido” de las palabras, y esto, únicamente puede revelarse ante lo limítrofe del verso y su discurso implícito, pero siempre presente de analogicidad.

 

 

 

 

 

El muro sobre la hiedra

 

Nadie sabe si dios vive o está muerto. Todos se preguntan a sí mismos, cansados ya de tanto sufrimiento, de tanto escalofrió verdadero: ¿Por qué estamos aquí? ¿para qué? La noche vuela sin cargamento como una torre ciega. Uno se desespera de no encontrar ningún eclipse en desierto deshecho. ¿Qué esperamos rodeados de tanto dolor despiadado? ¿De tantas manos al borde del llanto? Todo es un túnel sin descanso, anegado de islas al borde de un acantilado. Estamos humillados al fondo de la carne, al fondo de células en banderillas negras, somos toreados en un ruedo, desnudos y atados a un reloj de techo o de pared o de pulso o de bolsillo sin huesos. Estamos huecos en corredores de miel y floreros. Nos hundimos desiertos en los altos veranos de fuego frío. ¿Quién sabe si dios está despierto o si ya vive más que muerto?, hemos olvidado los resplandores de esta existencia torpe, escuchado el ay de los que agonizan en la pared de enfrente. La lluvia se detiene, oímos el goteo del tiempo, su última pisada después de haber llorado sin párpados en los postigos hambrientos. Algún mendigo le ha dejado un mensaje a cristo: “He dejado mi carne derramada en tu costado, arde con ella, mis manos sufrieron al no tener ninguna moneda, ningún pan para saciar los clavos de mi hambre”. Aquí estamos solos, abandonados de calles y callejones, heridos en la sombra, ateridos de sangre en albarradas rotas. Existimos, estamos existiendo al borde de un acantilado diario. Somos hiedra en muros desolados, carbonizados, devastados, inútiles como la resurrección de la carne. Andamos caídos en islas sin sol, sin horizonte. ¿Dónde está dios que no escucha el llanto del muro sobre la hiedra?.

 

 

 

Aire de vértebras oscuras

 

Soportamos el aire para no morir

para vivir en lágrimas de vértebras oscuras

dentro de nuestra propia soledad en llamas

sin raíces que crezcan bajo la sangre del agua

bebemos raíces de hueso diluido por las nubes

somos vértebras en la luminosidad encendida del día.

 

 

 

Los árboles

 

Las hojas caen.

Una luz chisporrotea entre las flores.

Se insinúa un pájaro entre las ramas.

En soledad de sombra crece la hierba al margen.

La lluvia inunda la tierra bajo las raíces.

Un hombre canta, su canto resuena entre la savia.

Murmullo, aire.

Entre las hojas pasa el viento.

Todo lo inventa el rayo de la aurora.

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