Presentamos un poema de Última Oda a Barcelona (La Gurúa, 2016), libro escrito en coautoría por Jordi Valls (Barcelona, 1970) y Lluis Calvo (Zaragoza, 1963). Última oda a Barcelona nos propone un “viaje iniciático por la Barcelona metropolitana -del Fondo en San Cosme, de Ciudad Meridiana en la Modelo- de dos de los poetas más inquietos de la poesía catalana actual”.
CAMINO DEL FONDO
Puedes resumirlo todo en un solo verso:
la Tierra es un hogar en el que no siempre te esperan.
Treinta grados a la sombra y un eterno sube y baja
entre los roídos edificios de los setenta
y el sol desconcertado sobre la cabeza.
Dí que esto es el mundo: lo has acertado.
Camino del Fondo, final de la Línea 1.
Ascendemos por las escaleras mecánicas
donde la memoria empieza a fundirse
en la Plaza del Reloj. Bandadas de viejos
sentados en los bancos sacan pecho esperando
el paso de las horas: nómadas trashumantes,
marcharán definitivamente de la plaza
para subir a la barca de Caronte.
Vuelven a su origen, ahora que la lentitud de Confucio
ha ocupado los puestos vacantes.
La voz de Camarón —como el Caronte de la Isla—
surge desde un balcón con diez mil macetas.
Y Miguel Poveda, no como Monsieur Teste,
desafía las inclemencias del mediodía.
La acción también va deformando los recuerdos,
como una plastilina. Necesito, Lluís, recordar
los rincones que más nos impresionaron,
pero yo los mezclo con mi infancia
y todo se acaba confundiendo.
Que las musas nos ayuden, pues,
a no caer en nuestro propio pozo,
ensimismados en el engaño de la pura evocación.
Y que las palabras sean los picaportes
y no la efervescencia de nuestro deseo.
Guíanos, pues, por las calles de la amnesia.
Y tú, geógrafo audaz, déjate llevar por los pies
y los ojos. Este viaje que iniciamos
nos evoca un día delirante de mercado:
Niña, la braguita de abujerito,
te compras dos y te llevas tres!
Hojas de lechuga, cajas de ropa vacías,
colillas de Ducados, jugos indefinidos en la acera,
tantos recuerdos como detalles ofrecidos al peatón:
la fritanga que atasca los extractores
de los bares de siempre y regala el hedor más indigesto.
Somos el desbarajuste que ordena la ciudad.
Pero tus soliloquios me imantan, como imanes,
cuando explicas que los cerros suburbanos
te recuerdan la ciudad, tan cercana, de Argel.
Y me sorprende que me hables de una guerra intuida,
hace años,
por las calles de la Casbah y de Djamaa el Djedid.
Aquí también el árabe señorea en las calles
con aires magrebíes y minaretes de plástico.
Vuelve a jalar conmigo, en el bar Marhaba,
y digamos si has notado algo
entre el arroz y el tajín.
Porque en el cuarto de los trastos alguien reza.
El librero de la Catalònia no es el de Kabul,
pero el Éufrates desciende, de golpe, como el Besòs
y alguien llega, cruel, de Oriente.
Aquí puedes dar la vuelta al mundo
y ensayar caminos sin rodeos.
Es muy sencillo: al dejar atrás el Hindu Kush
bajas del río Ganges hacia el Índico
y llegas, valeroso, al centro de Karachi
siguiendo el tren rojo.
Pero, al fin y al cabo, no eres un galán de Bollywood:
Amitabh Bachchan es un espejismo
y la canción, esta vez, no suena para ti.
La calle Pirineos sube hasta Badalona
y el latido de los cerros es un tatuaje
que sella tus ojos. ¿Qué palabras
te acosan en las ciento setenta lenguas
de quienes han venido a refundar la tuya?
La savia corre, no se estanca.
Y tú, Mohammed, eres el nuevo tamborilero del Bruc,
de la calle Bruc del Fondo, aquí, en Santa Coloma.
Pero también vosotros, Xin, Rishi, Kevin,
tocáis el gran tambor: no me olvido.
Urdu, chino, bengalí, rumano: nuevos acentos,
nuevas voces.
El conde Mohammed va como el viento,
volando por las alturas de los colomenses.
Este es el nuevo Canigó: el pollo del Pollo
oteando la frontera, un millón de barretinas
con acentos mezclados, el mar al fondo
y el horizonte como un confín
para que conservemos, juntos, un hito sin fin.
La fuente nunca lleva la misma agua,
la esencia es un perfume con olor a pachulí
y ciertos filósofos ya sobran.
La Selva Negra, aquí, es ecuatorial como una pluvisilva.
Vosotros latinos: ¡bailad este merengue,
que suene el reggaeton y se rompa la calle!
Ni corcho ancestral, ni montañas sagradas,
ni alpargatas gastadas ni trinos de alcanfor.
Todos somos turistas de un mismo infierno.
Y el paraíso, si existe, lo soñó Kant.
Haciendo metafísica, ciertamente,
pero de las costumbres.
Porque la Ilustración no es un grafismo,
ni una pose, ni un truco malsano de gobernante.
Esta es la verdad, el cante Fondo
que surge de muy adentro.
¿Qué poema escribiría aquí, el Maestro Foix?
Decidlo claramente, comemierdas de la parte alta.
Y vosotros, Calvo y Valls, no ejerzáis de pontífices,
que un pobre poeta no es, exactamente,
un poeta pobre.
Tener vista es no perder el mundo de vista,
es decir que cada uno debe hacer su camino
sin mitos absurdos ni voces edulcoradas.
Que ahora todo es multicultural, multicolor y multisala.
Y por eso hay que decirlo todo bien claro:
al cerebro rapado, colleja y caña,
la palabra siempre al acecho, la rima bien sincera.
Y a la beata del loft, que nunca viviría aquí,
una estancia larga en el piso patera.
Aquí huele a rape, pero hoy he comido buey,
como gato por liebre indiferente.
Vinyoli, en cambio, fue por completo realidad.
No me hacen falta tres copas para remacharlo:
Mi quiosco, mi farola,
son las de esta plaza.
Como Màrius Sampere, que vio a Dios
bajar por el Besòs, cerca de donde estoy ahora:
el Sanatorio del Espíritu Santo, al fondo,
y el templo de Can Peixauet
donde la gran dama Maria Font
oficia la ceremonia de la seda
con el chino mandarín y los libros resplandecientes.
Puedes tomar un cortado en el Descanso de la cuesta,
pero la poesía es mucho más que eso.
Abre bien los ojos, si es necesario con belladona,
con una bella mujer que te recuerde
los cuentos inmortales de Sherezade.
¿Te has perdido? Yo te guiaré. Si me sigues
te mostraré las mil y una maravillas del olvido.
Estamos en la Serra d’en Mena,
por encima de Montigalà.
Llefià a un lado, Lloreda al otro.
Sagarra, sentado en la Cruz, vierte versos:
Viñas verdes junto al mar,
ahora que el viento no rezonga.
Este olor a mar en la calle Circunvalación…
Tenías razón, Lluís: vivimos de espaldas al mar,
mascullamos demasiado en la frontera estricta
y estamos en una ciudad que es y no lo es.
Desde el Pasaje de San Pascual,
como una tregua de los sentidos,
bajamos por la calle de Mas Marí,
y caemos, desconcertados, en el absurdo Monturiol.
Pero nunca encontraremos la continuación de la calle
entre el Parque de los Pinos, conocido como Motocross.
El pueblo es así: bautiza los lugares por lo que fueron
y no como nos gustaría que hubieran sido,
maquillaje histórico para embellecer un viejo producto
que nos venderán como nuevo.
Sudamos mucho, un bochorno peligroso nos empapa
de prejuicios, somos conscientes de ello.
Pero tú Jordi, querido colomense,
no me lo enseñas todo;
tampoco Julià de Jòdar —Al-badaluní—
se moja con el presente:
los minaretes de la CNT ya no son una antorcha
de insurrección popular, los murcianos
de antes de la guerra
ahora ostentan zapatos lustrosos y hablan
«con acento del Ampurdán», luciendo
sonrisa inmobiliaria
y cantando habaneras en Calella.
Algunos de los que viven aquí
no han notado la muerte de Franco,
la extorsión y los crímenes, la otra cara
de la legalidad que convive con el pueblo viejo:
la Santa Coloma bonita, sostenible y solidaria
con los países del Tercer Mundo,
que los de casa bien que se espabilan,
aunque hablan mal al paso del recién llegado.
Hemos perdido el norte y hemos olvidado el sur.
Algunos sueñan con la pequeña Dorothy
y el hombre de hojalata en el país de Oz.
La realidad, sin embargo, es un joven
con chándal del Pryca
y rasurado al uno que detiene el coche tuneado
y, con la música hipnótica a todo volumen,
a gritos reclama: ¿Jessi bajas?
Y Jessi, como diosa suburbial,
hendiendo el viento con voz furiosa, responde:
¡Bajaré cuando me salga del coño!
Esta es la manera de mostrar el amor:
así la dulce Dorothy, la idolatrada Beatriz
y la excelsa Margarita de Goethe
—ya ultrajadas, pisoteadas y estropeadas—,
abren paso a la encantadora Jessi:
la nueva flor que reina en la ciudad.
Hoy todos somos magnates de nueva quinta
y, envalentonados al borde del fracaso,
comemos caviar con los dientes podridos.
Pero, ¿nosotros qué éramos hace treinta años?
La maleta de cartón la hemos enterrado
bajo diez mil kilos de cal muerta.
Necesitamos recuerdos, un lapso de memoria.
¿No te ves a ti mismo, jugando en la plazoleta?
Chico, las balas te atrapan, ruedan hasta ti.
No te disfraces de pingüino, ni hagas tanto la rosca
a los pasmados del poder. Porque cuando jugabas
a polis y ladrones sabías muy bien cuál era tu bando.
Quien nació en un barrio siempre será un chaval.
No reniegues del pasado:
desabróchate la camisa y tómate un calimocho
para unirte al sabio Bruce Lee,
que te mira desde el fondo de las confecciones Wen Xin
donde tres mil chinos duermen en una sola estancia.
Este barrio es una isla:
como aquella de Enter the Dragon
donde los espejos multiplican una dura lucha.
Pues los represores no saben Kung Fu,
pero todo lo confunden con malas artes,
a menudo también marciales.
Pero esto no es taekwondo, ni karate,
ni la película transcurre en Hong Kong:
demasiados errores inducidos alteran los hechos.
Siniestros personajes se deslizan por las calles
y ya no sabes si sueñas o si escribes.
Todo esto te recuerda, vivamente,
a la Masía de los Banús,
el crimen más sangriento del Fondo,
descrito por Galobardes con pelos y señales.
¿Fue entonces cuando se gestó Babilonia?
La nueva ley de la naturaleza es una geografía hundida
en las noches de bochorno cuando duermen los niños.
Vigila los monstruos, abre las ventanas.
Un nuevo temor acecha al temor antiguo
desde un espejo que enciende los viejos sueños.
Indiferentes al mundo que ahora nos sobrepasa,
nos ahogamos en un silencio extremo.
El tiempo tiene mil fragmentos y la vida le es sierva,
pero necesitamos componer lo que se desvanece.
Tejados, luces, antenas y autopistas
se agazapan en el olvido,
como un mendigo cgupado que se marcha sin aviso.
Las palabras nos dicen quiénes fuimos.
Y decir el mundo es hacerlo hablar.
El destino se cierra aquí, en el Fondo del abismo.
Y cuando todo el amor se muere en la ciudad
vemos, bajo la noche escurridiza,
los tramos desterrados del camino nuestro.
De Última Oda a Barcelona, Lluís Calvo y Jordi Valls
Trad. Joan de la Vega – Agustín Calvo Galán