En el marco del dossier de poesía de Lituania preparado y traducido por Dovilė Kuzminskaitė, presentamos los poemas de Mindaugas Nastaravičius (1984). Después de graduarse en periodismo cursó Filosofía y estudios literarios. Ha publicado dos poemarios: Dėmėtų akių (De los ojos con manchas) en 2010 y Mo en 2014. Además, se dedica al teatro y colabora con diferentes compañías y grupos artísticos de Lituania. Las presentes traducciones son de Dovile Kuzminskaite y María Sebastià-Sáez
cita a sordas
ella: ¿y cómo me ves?
él: la verdad es que pensaba que iba a ser mucho peor.
De una conversación escuchada en la calle a propósito
cuando nos vimos por primera vez, después de dos
horas dijiste que no habría nada
después de un mes yo también afirmé que no habría,
y tú, yéndote, te giraste, en realidad
nada pasa
después de medio año confluimos los libros en una común
existencia –mira, algunos coinciden,
pero te parecía que esto todavía no significaba nada
después de un año miré alrededor –mira y tú que pensaste que
no habría nada, aquella noche no hubo nada,
todo empezó después
al despertarte dijiste que en nuestra vida de alguna manera
no pasaba nada, por alguna razón nada se movía, muy
tranquila estaba este agua
a la mañana siguiente te diste la vuelta, porque te pesaba la vida,
porque yo ni siquiera me acordaba que día nos habíamos visto,
qué había dicho al separarnos
el nueve de agosto decidimos salir de estas aguas:
estabas segura de que necesitábamos
una vajilla a juego
yo también me esforzaba, dije que podía
tatuarme algún pez
en la axila porque ahora todo iba a ser de nuevo
el cuatro de septiembre ya estábamos intentando distinguir
qué libros eran los tuyos y cuáles los míos, los peces
salían ya nadando de la vajilla tuya y mía
pero cuando nos vimos por primera vez, después de dos horas
abrí la boca, qué rápido
pasó este tiempo, huecos eran los segundos
sin agujerear los minutos, porque no vi cómo fluías,
porque no escuché cómo corrías afuera, torrencial año de
inexistencia
tres meses chorreando, ocho días salidos
del cauce, porque no podría decir la hora exacta
disparo desde la calle Statybininku
cuando me invitó detrás del establo Jaroslavas dijo que todo estaba
claro: que las gallinas las mataba algún gato
negro que había visto su madre
observamos el recinto sangriento, las gallinas blancas
con los traseros arañados, en las marrones la sangre
se notaba menos, pero todo estaba claro
hay que cargarse al gato, con lo cual los hombres de la calle
Statybininku, nosotros, dos chicos de doce – lo haremos
con nuestras propias manos y las madres ya no llorarán
Jaroslavas dio a elegir: o coger hachas
y esperar o hacernos arcos, en las flechas poner
un clavo y entonces todo iba a estar claro
un mediodía él estaba buscando enebros o fresnos, mientras
alrededor de los establos de la calle Statybininku buscaba hilo de estraza,
me dejó montando guardia
claro, lo aproveché: uno tras otro llevé
a casa los huevos de las gallinas ajenas, pero todavía vivas, y nada más
entrar en la cocina me hacía un gogel mogel
y al gato lo esperamos hasta que anocheció y cuando ya
no se veía nada, lanzábamos flechas porque sí hacia los establos,
hasta que una de las mías le dio a la cabeza a Jaroslavas
claro, no se murió, pero durante dos días no salió
de casa, después le llevé de la mía
un sándwich con salchichón y le pedí disculpas y ya está
luego intenté escribir sobre todo aquello, pero
como diría Jaroslavas, todo aquí está muy claro:
había que elegir hachas, por lo menos uno de nosotros
ahora estaría ausente, ya que después intenté escribir sobre todo aquello
hasta que se derrumbó la calle Statybininku, las gallinas picotearon
a los gatos hasta la muerte y estos ahora defienden a Jaroslavas
movimiento estático
cuando tenía unos diez años un Moskvitch
amarillo atropelló a nuestro perro Topsikas
lloré un poco, pero luego ya no lloraba,
porque había que empezar a hacer algo, moverme
levanté a Topsikas del asfalto, lo llevé detrás de la casa
y me tumbé al lado, porque sabía, que había que hacer algo
tengo que cerrar los ojos, creer mucho y cuando los abra de nuevo
Topsikas respirará otra vez, respirará y respirará
cuando tenía unos quince años estaba tumbado
con mi padre junto a la hoguera, ardían nuestros ojos
y mi padre dijo que ya estaba, que su vida
se había acabado, entonces cerré los ojos
luego volví a abrirlos pero mi padre seguía
mirando la hoguera, ardían sus ojos y los de las ascuas
cuando tenía justo los veinte estaba tumbado
junto a la lápida de mi padre, no tenía fuerzas para cerrar los ojos
pensaba que ya estaba, que la vida había terminado,
me levanté y me llevé a la hoguera
pero esta noche todavía existo y sé que si de repente
abriera los ojos, nada habría cambiado,
nada se movería tampoco si abriera los ojos lentamente,
si no los abriera nunca más
por eso estoy tumbado, con los ojos cerrados, escuchándote respirar
y entonces – en paz con todo – me duermo