Poesía nicaragüense actual: Jazmina Caballero

Presentamos dentro del dossier de poesía nicaragüense actual que prepara el poeta Víctor Ruiz, una muestra de Jazmina Caballero. Poeta, periodista y filóloga. Nació en León, Nicaragua en 1977. Ha publicado en suplementos culturales y revistas literarias del país y de España. Ha participado en el I Festival Internacional de Poesía de Granada 2005; XIII Encuentro Internacional de Mujeres Poetas en el País de las Nubes, Oaxaca, México, 2005; Recitales de poesía en Berlín, Alemania, 2006. En recitales de Poesía en Elche, Alicante, Orihuela Irán, San Sebastián, Granada, Ogijares y Cádiz, España 2008. Fue becada por la Fundación Rafael Alberti de Puerto Santa María, Cádiz, para asistir a su congreso titulado “Poesía Ultima 2008” (España 2008). Es miembro de ANIDE. Su primer poemario, Epicrisis, fue publicado en el 2007. Ha publicado en las siguientes antologías Retrato de poeta con joven errante”/ Muestra de poesía nicaragüense escrita por jóvenes (Leteo ediciones, 2000-2005. Mujeres Poetas en el País de las Nubes/ Anuario 2005, México. Antología Irregular en Tonos Blanco y Azul/ Proyecto conjunto El Picudo Blanco y Casa Azul editada por Speedy el Ratoncito de la Tinta Oxidada. Elche (Alicante, España, 2008). Mujeres de Sol y Luna/Antología Poesía Nicaragüense. “La Estafeta del Viento”/Antología de Poesía Nicaragüense del Siglo XX /España: Visor, 2010. Vita Plena, Antología de Poesía Joven Chile-Nicaragua. El Material de tu Sueño: Cuatro Voces de la Nueva Poesía en León, Antología de Poesía-Siglo xxi León: Ediciones Promotora Cultural Leonesa, 2015

 

 

 

 

Para no estar sola

fue necesario inventarme a mí misma.

 

 

 

Hay alguien llamado Pablo.

Es invierno que lacera,

hurga el ropaje pieza por pieza,

se sumerge como una criatura

dócil y agria,

envenena.

 

Habita la morada de noche,

arranca torturas,

desecha presagios,

sueños

y muerde sin razón

aguardando los bramidos de la presa.

 

Su voz se prende del viento,

se ancla,

destruye el cáliz.

 

Permanece con la quietud necesaria

ebria de su ponzoña,

anochece con los huesos en la hierba.

Interrumpe el movimiento terráqueo

y palidecen las quejas

agazapadas,

sufriendo el alma

lo que da la carne.

 

Hay alguien llamado Pablo.

Es destrucción y calma,

se remonta paso a paso

en las ideas sangrantes,

me cambia,

abraza el bronce y la piedra

y aún no descubro quién es.

Se llama Pablo,

solo eso sé.

 

Le siguen los cuervos,

es de una estirpe de demonios

nocturnos,

martilla en mis soledades,

avanza por los muros,

es desenfreno y corroe todo.

 

Junta las osamentas,

canta lujuria,

hay una imagen que no olvido

engendrada por el fuego;

hay un espacio que no olvido

engendrado por la rabia.

Su imagen y su espacio.

 

 

Se llama así,

tan insignificante podría ser.

Me atormenta.

Fue creado para desesperar

y aún no descubro quién es.

 

Que muera.

¡Mátenlo!

Y ya muerto vuélvalo a matar.

Solo así yo podré vivir.

 

 

 

Es la hora de dar el pésame.

Un ataúd en el centro nos guía.

Un día recorriendo las calles

se encontró muerta a sí misma.

 

Es ella,

la mataron en agosto.

Ahora va por las calles

con grillos en su vientre.

Murió desnuda,

con un ojo abierto y otro cerrado.

 

 

 

Nadie vive en este pueblo insepulto.

Las casas en ruinas no hablan,

no comen;

el tiempo camina

con un gusano en su espalda,

apenas una mantis salta de portal en portal.

 

Salgo al mundo

y todo es guerra

una y otra vez;

asciendo

y la ciudad es guerra.

 

La tierra llora

en este singular cuadro pintado con relieve

sin norte y sin oriente,

en un pacto que solo las libélulas conocen,

atraídas por esta gravidez

que nuestra espalda sospecha.

Una pesadilla cuelga de las paredes:

pesadilla con labios y metal.

Solo puedo creer que existo

porque se enredan los incestos en mis trenzas.

 

 

 

Me parezco a las seis de la tarde.

Por eso, al anochecer no me encuentro

 

 

 

Cuando los fantasmas tejen mi casa,

se enredan en mi pelo como una cualidad

y el escombro del calendario me siente salobre:

 

Llévame, demonio

Llévame a cantar la muerte

Celebremos el castigo.

 

Llévame lejos entre los despojos,

hazme ceniza, sálvame del presidio,

Vuélveme hoja, sal.

Llévame, amor impúdico,

Violenta los principios de vivir a ciegas.

 

Demonio mío que bendice,

demonio que pierde al mundo,

Sálvame que solo tú

Vociferas en mi pequeño infierno.

 

 

 

Y los amantes emprendieron su retirada:

cada uno por sendas diferentes.

Entre tinieblas,

entre los cuerpos insepultos

y el perfume de la mañana

abandonaron su desnudez,

todavía frágiles y torpes,

todavía reconocibles,

aún con las balas mordiendo sus heridas,

aún con el beso irrumpiendo en sus entrañas.

 

Se mezclaron entre los demás restos humanos;

en su afán de supervivencia

se alejaron uno del otro

degradando el holocausto

porque ellos mismos emprendieron

su viaje al final.

 

Se diseminaron como víctimas de una hecatombe,

un vendaval,

una explosión,

o simplemente

una despedida.

Tomaron sus cuerpos todavía con vida

y se traspusieron en otros campos,

abandonaron la guerra y las armas,

el corazón y la piel.

 

Los amantes emprendieron la retirada

sin arrepentirse,

aunque turbados.

 

Dieron los primeros pasos de hierro

y se encaminaron

al hosco olvido.

 

 

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