Presentamos una muestra poética de Daniel Jones que nació en Canadá, en el distrito obrero de Hamilton, en 1959. En 1977 se trasladó a Toronto para estudiar en la universidad y fue merecedor de dos premios Norma Epstein en poesía antes de abandonar sus estudios y convertirse en escritor y editor. Su única colección de poemas, The Brave Never Write Poetry (1985), del que provienen los poemas aquí incluidos, apareció cuando su autor contaba apenas con 26 años de edad. Jones fue colaborador de varias publicaciones canadienses como Piranha, What!, y Paragraph, de la cual fue editor en jefe. Escribió las novelas Obsessions: A Novel in Parts (1992), y la póstuma 1978 (1998), sobre el fin de la escena punk en Toronto. Su volumen de relatos conexos The People One Knows apareció en 1994, poco después de que el autor se quitara la vida. Las versiones están a cargo del poeta costarricense G.A. Chaves.
Los valientes nunca escriben poesía
Los valientes toman un tranvía a sus trabajos
temprano en la mañana, tienen accidentes de tránsito,
roban bancos. Los valientes tienen hijos, relaciones,
hipotecas. Los valientes nunca escriben estas cosas
en sus cuadernos. Los valientes mueren & quedan
muertos
Hay que tener cojones para ver televisión,
arreglarse el cabello, hacer una barbacoa. Hay que tener cojones
para volarse la fábrica de bombas de Canadá & declararse culpable
arriesgando veinticinco años
Josef Brodsky estuvo en el exilio por su poesía & ahora él
vive en la tierra de los valientes. Ahí a la gente
le gusta su poesía. Pero los valientes no la leen &
en Moscú hay gente haciendo cola en las calles
para comprar comida. Hay que tener cojones para conocer algo de felicidad
& no escribir un poema al respecto
& solo en mi habitación
clamo ahora a alguien, a quien sea. Deme alguien
la fortaleza para ser & no cuestionar el ser. Alguien
deme la fortaleza para no asomarme a los cafés &
a las bibliotecas. Deme alguien la fortaleza para no enviar solicitudes
al Consejo Canadiense para las Artes. Alguien
deme la fortaleza para no escribir poesía
Pero nada. Nadie. Las calles no han
reventado. Los tranvías pasan. El reloj se ha
movido otra pulgada
Ernesto Cardenal no escribirá poemas mientras
los EE.UU. hagan guerra en su país. Esto lo leo
en la revista Playboy. Al rato miro la imagen
de una mujer desnuda, sus piernas abiertas sobre
el desplegable & comprendo, mientras corre el semen por mi mano,
que ella nunca escribiría poesía
Es primavera en Toronto. Estoy enamorado.
Mejor calidad de vida gracias a la química
Toronto ya empezaba a cansarme,
me sentía asediado, aburrido,
tal vez hasta homicida. Fui a ver
a un loquero
“¿Y como qué sería
el problema?”, me preguntó
“Bueno”, dije yo,
“la cosa es esta: toda la gente que conozco parece
escribir poesía. Están en todo lado,
me sofocan, no se imagina lo
terrible que es eso”.
El loquero se recostó
en su silla & cerró sus ojos. Luego
de un rato se sacudió & empezó a murmurar:
“Um…
paranoia esquizofrénica… stelazine”.
Firmó
una prescripción, me dio la mano & volvió
a su cuaderno. Al levantarme para irme
lo miré de reojo: estaba escribiendo un poema.
Corrí a la farmacia.
Fui a un café
un par de semanas después. Había
unas treinta personas sentadas, bebiendo
té herbal, con cara de aburridas, dobladas sobre
cuadernos & maletines. Una a una fueron
hasta el micrófono & leyeron de sus trozos
de papel:
la mujer de un tipo lo había dejado & él
no podía encontrar a otra;
alguien más había experimentado
algún tipo de iluminación existencial mientras
olía una bellota;
una mujer rememoró,
con lágrimas en sus ojos, la muerte
de su abuela.
Todo fue muy hermoso. Yo
me sentía de maravilla. Entoné una suave alabanza
a la stelazine. No había ni un poeta entre el gentío.
Un breve amorío
Salí de la cama & me fui a
orinar. Al regreso, ella estaba en
su escritorio, escribiendo en un diario. Al
rato, ella fue a orinar. Abrí
su diario:
31 de diciembre de 1984:
Sexo con Jones. Fue razonablemente
atento. Bastante agradable.
Nos fumamos un cigarrillo & nos dormimos,
espalda contra espalda. Por la mañana me fui a
casa & escribí este poema.
Chamba
Tomé una chamba temporal con la Liga
Canadiense de Poetas & la noche antes
de empezar pedí veinte dólares prestados
deducibles de mi salario & salí a beber
Al día siguiente desperté enfermo &
llegué una hora tarde. Mi escritorio estaba repleto de
libros que debía empacar & enviar
por correo. Me fume un par de cigarrillos
& leí algunos de los libros. La gente no paraba
de moverse de aquí para allá hablando de becas para artistas
fechas de entrega & problemas varios con la
fotocopiadora. Yo encendí otro cigarrillo &
empecé a empacar los libros. Luego de
armar como tres paquetes bajé para ir
a la oficina de correos. De camino entré
a una taberna y pedí una chela. Me la bajé
rápido & pedí dos más
Cuando volví
a la oficina, el teléfono estaba sonando. Lo
contesté: un poeta de la U de Montreal
no iba a poder venir a una lectura:
‘no se preocupe,’ le
dije, ‘de por sí nadie iba a asistir’
Sonó otra vez el teléfono: que ella había escrito
un libro de poesía & quería saber qué
hacer con él ahora. Le di la dirección
del poeta de la U de Montreal & sugerí que se lo
hiciera llegar
La otra gente en la oficina
me miraba con extrañeza
‘Me voy a almorzar,’
dije & salí de allí
Me fui de vuelta a la taberna
& me tomé dos chelas más. Debería comer algo,
me puse a pensar, pero ya era muy tarde: salí
de la taberna & vomité sobre
la nieve fresca & unas palomas se acercaron al punto
Fue
un bonito y soleado día. Se sentía bien otra vez
tener chamba
Nuestra generación
Al final lo que nos jodió fue
el miedo a la aniquilación.
La vasta mayoría nunca superó
la segunda guerra & lentamente se derritió
frente a sus sets de televisión. Para los demás
el proceso fue aun más lento. Fue la pérdida
de esperanza lo que nos agarró al inicio &
luego las peleas entre nosotros. Les dimos la espalda
a nuestros desunidos tractos & en soledad
murieron nuestros hígados. Ya no dormíamos o
dormíamos demasiado. Pronto se fue nuestra osadía &
nuestras extremidades temblaban visiblemente. Los ojos,
locos & sueltos en sus cuencas, se nos querían
salir. Nuestras mentes se fusionaron en
una nada repetida. Colapsamos desde
adentro. Habíamos olvidado cómo amar
así que no hubo niños. Sólo quedaron
las cucarachas & unos pocos poemas dispersos, testamentos
de esta ceguera nuestra.