Presentamos la poesía de Ramón I. Martínez (Villa de Seris, Sonora, 1971). Maestro en Letras Hispánicas por la Unam. Es autor de Cuerpo breve (Voces del Desierto, 2000). Colabora con medios de circulación nacional como las revistas Siempre, El Universo del Búho o Tierra Adentro. La revista española Turia, dirigida por la escritora Ana María Navale, publicó una selección de sus poemas. Obra suya se encuentra en antologías como Poetas del mundo (2005) o Alas de alacrán. Actualmente cursa el Doctorado en Humanidades en la UAM-I.
ANTÍFONA
Aquí las águilas, los tigres,
el corazón prestado; en préstamo
dados el gozo y la amargura;
la muerte, acaso para siempre,
por hacerte vivir; por alegrarte
tengo, entre huesos, triste el alma
Rubén Bonifaz Nuño
1.
Lo único que tendría aquí lugar,
sería volver sobre su cuerpo
de vaho y sus hombros derruidos
en la memoria, volver
sobre sus pasos idos quién sabe sobre cuál
senda de olvido y ceniza,
volver sobre los escombros que
soy entre sombras y maleza,
amargura vegetal postrada al pie del árbol
que canta de la tarde
su sangrienta huida.
2.
Lo que tendría aquí lugar
no son sus ojos tristes de tanto tropiezo,
sus largas piernas golpeadas, sus cicatrices
de vida que no se rinde,
ni su voz claridad de agua en los guijarros.
Nada sino abrir de su presencia ida
la flor morena re descubierta
con sorpresa de quien
nunca esperó –ni suplicó– otra gracia
que seguir cantando su ida sombra.
3.
Si esta presencia
de arcángeles no animara su mirada avellana;
si el hambre que de mi corazón
vuelve garra intacta y sangrante no fuera siempre;
si por mi garganta la palabra
no fuera sed de acariciar su oído –candor de violenta paloma;
no estará en sus zureos ni en su corazón,
ni sería la herida bendita
en el verbo generoso de su alma.
4.
En rotación candente
el viento baila en las ramas del árbol
que azaroso lo recibe.
Verlo es adivinar
el cuerpo del polvo, confabular
cómo llegar a contemplar
un florecer en la heredad de la ceniza.
5.
Busco cicatrices completas
cerrando en una nube de figuras,
los seres desmoronándose
en sus círculos de sangre y agua.
Estaturas simples dispuestas
siempre a volver al fuego preciso.
6.
Los ojos desgastados se resignan al camino.
¿Cómo si no dejan de sangrar los puentes? ¿Si se nos entrega completa una sombra fiel, un baile frente al espejo
donde –tal vez– se abandonan los deseos?
¿Simplemente cómo olvidar?
7.
Sólo sonidos lúcidos del árbol
el crujir de la rama: es media tarde.
El columpio maravilla de ágil
péndulo al borde de la luz.
Vuelve y no vuelve el canto a sus orígenes.