Poesía boliviana: Paura Rodríguez Leytón

Presentamos una muestra de Pequeñas mudanzas, el más reciente libro de Paura Rodríguez Leytón (La Paz, 1973). Poeta y periodista. Ha publicado Del Árbol y la arcilla azul azul (Argentina, 1989); Ritos de viaje (La Paz, 2004; Caracas, 2007, ed. digital);  Pez de Piedra (La Paz, 2007) y Pequeñas mudanzas (Colombia, 2017). Este libro, Pequeñas mudanzas, recibió el Accésit del Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador” 2017 convocado en Salamanca, España. La edición premiada será entregada el 26 de octubre en Salamanca, en el marco del XX Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca. Se incluye además el prólogo que hizo Piedad Bonnett.

 

 

 

Prólogo

 

Una de las funciones de la poesía es interrogar al mundo sin pretender encontrar una respuesta. Es decir, señalar el misterio, el vacío, la incertidumbre. Pequeñas mudanzas, de Paura Rodríguez Leytón, traduce una búsqueda, que si bien arranca de una voz, la suya, la del individuo, nos remite a una más absoluta y definitiva, la de la especie misma. Su cadena de preguntas –explícitas e implícitas– apunta, pues, a lo puramente existencial, al origen, al tiempo de que estamos hechos, a lo que hay en nosotros de animal y también de trascendente. Su materia es, por tanto, neblinosa, inaprehensible, lo que le confiere a su palabra esa oscuridad expresiva propia de tanta buena poesía. Eso hace que a  su fondo lleguemos guiados por la intuición del lenguaje y no por ninguna lógica gramatical, pues Pequeñas mudanzas está construido sobre la metáfora, única vía posible para escapar al silencio que implicaría la renuncia a la búsqueda.

“¿Qué huesos edifican nuestra sombra?”, pregunta la voz poética. Y otro verso pareciera contestarle: “Mi amnesia no halla sosiego”. Palabras  que le dan sentido al epígrafe de Giovanni Quessep: La nostalgia es vivir sin recordar/ de qué palabra fuimos inventados. Como “un animal herido”, el hombre cava y tapa sus “pequeñas madrigueras para anidar nuestros miedos”, naciendo cada mañana, viviendo pequeñas muertes,  cada uno hablando de “su pequeña vida”, cada uno construyéndose como por primera vez en el tiempo, el cual “quizá no existe fuera del cuerpo que avanza en río”. Y en eso consiste el camino, que hacemos a tientas, aupados por la desmemoria, por la palabra, que apenas si roza el ser de las cosas, como “ángeles desalados” que no recuerdan el cielo, si es que alguna vez lo hubo.

“De un antiguo mar/ nos queda la sal/ que viene a escribir los nombres”. Con esa sal ha escrito Paura Rodríguez estos versos dejando un sabor áspero en nuestros paladares y abismándonos a nuestra pequeñez, a nuestra herida, a algo que sabemos perdido y cuyo empeño en buscar tal vez nos justifica.

 

Piedad Bonnett

 

 

 

Pequeñas mudanzas

 

La nostalgia es vivir sin recordar
de qué palabra fuimos inventados.

Giovanni Quessep

 

1

 

Destejer

equivoca

el curso

del tiempo,

enturbia

el agua.

Un nombre pretérito

moldea el contorno de tu rostro.

La epidermis de los días

no se resquebraja fácilmente.

 

Al final,

transaremos con lo desconocido

como ilusos viajeros

piaremos

si es que el hambre nos deja un hueco en la memoria.

Nuestra frente será dichosa.

 

¡Ya

trina

el cielo!

 

 

 

2

Pequeñas mudanzas

 

¿Será la desmemoria perpetua

la que nos lleva de la mano,

tanteando los abismos?

 

Morar este pequeño espacio

es ser un amasijo de almas.

 

Cavar y cubrir

el hueco

con la misma sed

nos hace brillar con aura de animal herido.

Las breves

muertes

de cada día

marcan

la distancia

entre nosotros

y nosotros.

 

¿Cómo cavar mudamente la atmósfera?

¿Cómo desandar estas pequeñas mudanzas?

 

Esta cueva

insondable

será la amnesia,

el engaño

de habitar recuerdos

de remoto origen.

 

 

 

3

 

Nombres

atados

en extraños nudos,

hijos de cuerda floja.

Y cae

el verano

saturado

de abalorios.

 

Del antiguo mar

llega el impulso

de abrazar

una suave prenda en el recuerdo,

una calidez en peligro de extinción.

 

Y secretamente ruegas,

reclamas lo divino.

De un antiguo mar

nos queda la sal

que viene

a escribir

los nombres.

 

 

 

4

 

Tiempo dado que ejerce la frescura de un cuenco de agua.

Agua que se vacía sobre las manos:

tarea inacabada,

distante reflejo del pasado

en el que no fuimos

ni héroes ni testigos.

 

Un hueco

horadado

de tanto gotear

al cielo

se hunde

como velo gris

de humo.

 

El alma ciega

sabe cómo

abrir un candado,

palpa

el borde

de la vida,

teje los caminos a punta de huellas.

 

 

 

 

5

 

Privilegio

de admirar

las estrellas

y deshojarlas

como dalias secas

en un baile difuso.

 

Intuyo

el desgarro

de la luz agonizante

cuyo grito aún se reparte

más allá de las aguas

que aquel loco navegante nunca temió.

 

La oscuridad se muestra larga,

su voz es un ladrido.

Un vicio por lo oculto

cubre

los desvelos del día.

 

 

 

6

Pasmosa ensoñación

 

Lo frío de la nada no ahuyenta a las hormigas

que siguen alimentando el ritmo de su cueva

como el humus que vuelve la vida eterna

en un largo sueño vegetal.

 

Lo crudo en el olor de la arena,

no nos ahuyenta:

ese soberbio mar

ruge

erizado

y azul.

 

Pensar

es una tarea exorbitante:

una minucia del lenguaje que acontece despacio

y el tiempo

quizá

no existe

fuera

del cuerpo

que avanza en río.

 

 

 

7

Pensando en Anastasia

 

Hablo

de un tiempo

rebobinado como hilillo de araña entre los dedos.

La melodía nos llegaba al amanecer,

nos recordaba el agua que fluía eterna

en el pilón donde nadaban los patos,

mientras la muerte

paseaba

por el paladar de la abuela desconocida

que íbamos a ver.

 

El extravío había comenzado cuando olvidó su nombre

y guardó su dinero dentro de un libro de la biblioteca.

 

Ella,

que conjeturaba fantasmas

yo,

que los encontraba en las manchas de las goteras.

Ella,

que respiraba moscas por la boca.

 

Los goznes habían sucumbido

y la herrumbre alcanzó el cielo.

La búsqueda de algo perdido

(que no se sabía qué),

había hecho que toda la casa se vaciara al patio.

 

Corríamos por encima de las sábanas,

tratábamos

de salvar

nuestros pies.

 

 

 

 

8

 

El cielo

tiene

un aullido

de lobo,

nos lame

larga y anchamente

con ternura de vaca.

 

Nos doma

en tarde rosada

que casi sangra,

vacía de silencios.

 

Acontece

entonces el tiempo:

ralo,

escueto,

digamos que corroído por el uso.

Insurrecto

resbala entre los dedos:

es nada.

 

 

 

9

 

Rumiar la palabra,

ahogarse

en silencio

en tiempo de aridez,

los ojos se refugian en pantallas gigantes:

tiempo

ruidoso

que se incrusta

en las células

como ola ardiente.

¿Acaso

no seremos

primitivos

de nuevo?,

¿acaso

ya no

descubriremos

el

fuego?

 

 

 

10

 

Quizá mordiste demasiadas veces la tristeza.

Te sangró la palabra.

Por el ojo de la ceguera

te manó el olvido.

Te salvaste.

Arropaste tus huesos.

Puliste tu alambique.

Con el corazón abierto,

latiste .

 

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