Presentamos una reseña de Diego Mora sobre el libro Las direcciones estelares, título más reciente de la poeta costarricense Paola Valverde Alier, poeta y gestora cultural. Por 4 años dictó el taller literario del centro penal C.A.I. La Reforma (2002-2006). Fue Productora General del Festival Internacional de Poesía de Costa Rica. Por su parte, Diego Mora es escritor, docente e investigador. Ha publicado varios libros, entre los que se encuentran Estación tropical y Monóxido de carbono. También se incluye una breve selección del libro.
Las direcciones estelares de la cultura prehispánica centroamericana:
Oralitura en la poesía de Paola Valverde
Por Diego Mora
En el intento por recuperar la palabra no hegemónica y las producciones indígenas que han quedado muchas veces por fuera de los cánones literarios occidentales, el surgimiento de la oralitura ha permitido integrar el acervo cultural oral de estos pueblos con la escritura, sin reemplazarla ni jerarquizarla, sino integrándola. El cambio surgió hace poco más de sesenta años, en medio de la discusión sobre la integridad y autoría de los poemas homéricos. En contra de las tendencias tradicionales de los estudios clásicos, el investigador norteamericano Milman Parry interpretó el conjunto de la obra homérica como producto de un sistema altamente sofisticado de producción oral formalizada. Desde esta perspectiva, los textos homéricos -pináculo indiscutible de la literatura universal- se ubicaron en la misma línea interpretativa de la poesía prehispánica: cantos orales transmitidos generacionalmente, trasladados a la “tecnología escrituraria”.
Como concepto, la oralitura proviene del escritor haitiano Ernest Mirville, asociado a las literaturas caribeñas dentro del contexto postcolonial, como una posible reconciliación entre la voz y el marco restrictivo de la escritura, “dejando intacta la fuerza de expresión”. Para el poeta mapuche Elicura Chihuailaf la oralitura es escribir “a orillas del pensamiento de nuestros mayores y, a través de ellos, de nuestros antepasados”. El poeta guatemalteco Humberto Ak’abal también reivindica las voces amerindias y reconoce la importancia de este diálogo intercultural. En este sentido, de acuerdo al poeta maya yucateco Jorge Miguel Cocom Pech, la literatura indígena puede dividirse en cuatro etapas historiográficas: prehispánica, indianista (relacionada con los frailes), indigenista (escritores no indígenas que simpatizaban con las tradiciones orales) y literatura indígena, entendida como una “transposición de la oralidad no documentada con la ‘prestada’ escritura”.
En Costa Rica, el hecho de que antes del siglo XIX no se recogiera prácticamente ningún texto literario tradicional de las lenguas indígenas (solamente algunas versiones libres muy abreviadas, aunque algunos de los observadores las hablaran y escribieran), indica que no existió comprensión de sus valores estéticos y sociales. Este panorama cambió en buena medida con el aporte de Adolfo Constenla Umaña (1948-2013), considerado la máxima autoridad mundial en lenguas chibchas, fundador en 1998 del Instituto de Investigaciones Lingüísticas de la Universidad de Costa Rica y profesor visitante de la Universidad Estatal de Nueva York en Albany. Dentro de sus trabajos de recolección, traducción y divulgación de la literatura bribri, se encuentra uno en particular, Poesía bribri de lo cotidiano (2006), concebido como una muestra representativa de la poesía laica o seglar tradicional, excluyendo los textos religiosos cristianos traducidos por misioneros (todos ellos no indígenas) en diversas épocas y los utilitarios de otro tipo que se hayan producido en los últimos tiempos. Esta poesía es cantada (como lo fue la primera poesía lírica griega), razón por la cual esta publicación incluyó un disco compacto con las grabaciones originales, respetando las autorías.
Una de las más recientes obras asociadas a la oralitura centroamericana es el poemario Las direcciones estelares (2017) de la escritora costarricense Paola Valverde, quien -siguiendo esta tradición épica indigenista- establece un viaje cósmico dividido en cinco secciones correspondientes a cada parte del libro: Tierra para la semilla, El peso del agua, La pequeña muerte, Voces del maíz y El camino del corazón. Este recorrido místico arranca con su propia interpretación del origen del universo, su propio Génesis: “Antes de nacer | fui un diminuto botón de luz || Tomé forma de cordillera | exploté en tonos turquesa”. Se trata de un bigbang corporal, una conexión con la tierra que es constante a lo largo de la obra, entendida como madre-originadora: “y de la sangre | almacenada en mi sexo | brotó | una estampida de colibríes”.
En el contexto centroamericano es inevitable la referencia de esta obra con el Canto cósmico de Ernesto Cardenal, quien, desde otro tiempœspacio, dedicaba la primera cantiga al bigbang; sin embargo, la visión del poeta nicaragüense está enfocada en una visión más cientificista. En Valverde por el contrario, se trata de una exploración mística con tintes indigenistas que asume la creación desde una perspectiva mucho más integral, desde la sabiduría ancestral, enfocada en el rol fundamental de las mujeres; por ejemplo la Abuela Luna, la cual derrama “piedras mágicas | en la tierra de Sibö”. Valverde se refiere aquí a la región talamanqueña, conformada por pueblos chibchas que fueron y siguen siendo–de acuerdo a Constenla–el grupo lingüístico más representativo del área intermedia del continente americano. En el momento de la llegada de los españoles, la estirpe chibchense incluía veintitrés lenguas extendidas desde Honduras hasta Venezuela; quince de las cuales mantienen hablantes fluidos.
Sibö Surá es una figura mítica central para los bribris y cabécares, quienes, a pesar de hablar distintos dialectos, comparten un sistema de creencias y un acervo cultural que se ha mantenido en buena medida por sus características geográficas. Como apuntan Bonnati y Fernández: “Talamanca posee la propiedad de que en 45 km. horizontales se alcanza una altitud de 3.800 m., lo cual impidió su conquista por parte de los españoles, pues no se podía utilizar caballería”.
En “El peso del agua”, Valverde se adentra en las direcciones estelares, refiriéndose a las esferas precolombinas ubicadas en la Península de Osa, “En un pequeño país | [donde] los sabios construyeron las esferas”. Uno de los aspectos que la autora maneja con mucha atención e intención es el hecho de que estos textos de origen oraliterario tienen implicaciones que van más allá de lo que se canta o relata: están insertos en una dinámica cultural propia, autónoma, que no puede desconocerse; aspecto destacable de la autora, que expresa respeto y al mismo tiempo asombro ante la cosmogonía talamanqueña: “Comprendo el poder de la palabra, la responsabilidad en la boca de los hombres y mujeres que la pronuncian”.
En la tercera parte del libro (La pequeña muerte) nos adentramos en el territorio exótico de los rituales ancestrales, de la mano de la Mujer medicina, una suerte de Virgilio que nos guía a través de su “maestra planta”; un intenso viaje chamánico con “Tambores | salvia | y tabaco | [que] cuidan el Fuego”, hasta que finalmente “El Gran Espíritu | se hace presente”. Este viaje dantesco se ilustra con poderosas imágenes en el poema “Purgatorio”: “Bajó al siguiente nivel | los coyotes merodeaban su petate || Tuvo que atravesar | la boca de un demonio | para encontrarse”.
En la oralitura talamanqueña también encontramos rituales de sanación, dirigidos por un suquia (hechicero o chamán) a través del uso de diversas plantas e instrumentos, como queda reflejado en este fragmento del poema oral de Rosendo Jackson (traducido por Constenla): “Con el tambor, la caja, | consolaos, | consolaos con aquello. | Con el sonajero, la maraca, | consolaos, | consolaos con aquello”. Al entrar en “trance”, Valverde nos sumerge en una estética “impresionista”: “La noche es un mandala | teñido por las plumas | de un pavo real”. El desdoblamiento se hace presente: “Es otra la mujer del espejo | sus ojos dilatados en la espora”; y surge la “Visión”: “Ha llegado el parto de la mariposa”.
La cuarta sección del libro (Voces del maíz) nos adentra en la ceremonia de los cuatro tabacos, con la invocación de espíritus para salir del trance “de los alacranes | que pincharon el cielo”. El animismo es clave para entender las tradiciones ancestrales, reflejadas en el poema oral de Dianisia Mayorga Leví: “Venimos, | vivimos, | bebemos, | y luego solo el recuerdo queda. | habré cultivado el maíz morado, | bebido su chicha | y me iré”. En este caso, el elemento sagrado del maíz es transformado “alquímicamente” en la bebida sagrada. No debe tampoco desconocerse que la traducción de esta poesía oral es apenas una aproximación, pues la complejidad de las expresiones impiden a menudo su entendimiento, parte de todo proceso de traducción, y en donde también el lector debe ser consciente de este sesgo. Sorprende por lo mismo la habilidad de Paola para asimilar estas referencias, y vemos cómo poco a poco va dejándose llevar por el viaje: “Un árbol | rodeado con mis rezos | me enseña a echar raíces”.
Como señala Campbell, la mayoría de viajes cósmico-épicos -expresados de tantas maneras por diferentes civilizaciones a lo largo de la historia-, llevan al fin de los tiempos: “Este es mi fin de mundo | después de aquí no hay cuerpo | ni turquesa”, dice Valverde; es su apocalipsis personal, del cual sale convertida en profeta: “Miraré hacia el Este para reconocerme hija del Sol | Seré amanecer | Una señora de tranzas largas vendrá a visitarme | y en el bosque | los inciensos revelarán destellos de su luz”.
La sección final del libro (El camino del corazón) es una celebración de su viaje, del cual sale renovada; surge el canto, el poema oral, la expresión primigenia: “Siempre hay que cantar | Siempre hay que cantar | Siempre hay que cantar aunque los dedos sangren”. Esta repetición es característica de la oralitura, que busca enfatizar en ciertas expresiones. En el poema oral de Francisca Delgado Rojas encontramos un ejemplo de ello: “En este gran mundo, | ¿quién amanece?: yo amanezco. | En este gran mundo, | florecillas muy buenas | hay para mí”. La oralitura hace uso de la metáfora a través de las relaciones simbólicas que encarnan las referencias de la realidad. Paola lo expresa con una deconstrucción caótica, lúdica, un desordenamiento de los colores, a tal punto que se pregunta “¿de qué color es el verde?”, hasta llegar a la conclusión de que “El negro es todos los colores”.
En Las direcciones estelares la escritura se corporaliza (“A veces creo ser poema”) y se metamorfosea: “Mi poema | salpica pieles de jaguar”. transmuta el inconsciente colectivo jungiano desde la cosmovisión talamanqueña, entendida como un espacio cuadrimensional (con tres dimensiones espaciales y una cuarta temporal), un principio de oposiciones especulares, donde cada fenómeno u objeto tiene su parte opuesta invisible pero esencial. El universo es la gran casa cónica (úsure) con su complemento subterráneo (un cono invertido) geométricamente similar. Cuando el lector ingresa en este “vientre de la madre tierra”, también “Entran las Abuelas Piedras | a esta casa del sudor”, un universo alterno donde la figura femenina es preponderante, principalmente la mujer chamana: “Fue maga | sacerdotisa | y artista || No se dividía || Entregó su conocimiento a las palabras”.
Consideradas anteriormente como inferiores a las letradas y cosmopolitas, carentes de valor estético, los textos indígenas -ahora llamados oralituras- actúan como preservadoras de la memoria colectiva, situándose como legitimadoras de dichas estéticas. Voces como la de Paola Valverde vienen a rescatar la sabiduría ancestral desde nuevas visiones y perspectivas, asegurando que: “Quien comparta su misterio con respeto | heredará la llave | que honra la conciencia celeste”. Hay en este libro un importante empoderamiento para (re)crear con una conciencia más clara y extensa la literatura prehispánica y al mismo tiempo contemporánea; una ruptura importante frente a cánones más ortodoxos. Parafraseando a Amadou Hampaté, el texto, escrito u oral, no es más que un testimonio humano y como tal vale lo que vale la humanidad, y en donde -como señala Valverde- “El amor camina en la conciencia | de quienes quieren ver”.
LA VIDA ANTES DE LA VIDA
Los ríos perpetraban la corteza de los árboles
la voz de la selva
permanecía campante
¡Fuerte como el jaguar
valiente como la anaconda!
Antes de nacer
fui un diminuto botón de luz
Tomé forma de cordillera
exploté en tonos turquesa
y de la sangre
almacenada en mi sexo
brotó
una estampida de colibríes
El Fuego
era un hilo costurado al sol
El verde
no domaba la llama
La mujer que custodiaba la tormenta
dejó caer los rayos
y se convirtió en pájaro
BACAB O LAS DIRECCIONES ESTELARES
Uni-verso, es decir un solo verso, la lengua del cielo.
Ivar Zapp
La gente de mar
descifró el palíndromo
que marcaba
los cuatro puntos cardinales
salió de sus cuevas
a la boca del jade
profundo
en la respiración de la piedra
El origen
conservó la estructura
en la mente del marinero
En un pequeño país
los sabios construyeron las esferas
Su uni-verso fue un mapa
trazado en la noche
Las constelaciones
ordenaron la ruta
Calcaron el cielo y sus astros
con Fuego afinaron la gubia
Supieron atravesar
la palabra
y al regreso
flotaba una raíz
En altamar
la figura más brillante del cielo
es el capitán
En tierra firme
las civilizaciones marítimas
aprendieron a respetar el camino
PRIMERAS CIENCIAS
A Alfonso Chase
Los poetas aprendieron
de un maestro astrónomo
El maestro astrónomo
aprendió la geografía
y las matemáticas
de la mano de un navegante
Cada pluma en la cabeza
de un navegante
representaba
las direcciones de sus viajes
En sus viajes el navegante admiró
la geometría de los nenúfares
Un bárbaro marcó
esas figuras en su brazo
con sellos de barro
se repitieron los símbolos
El astrólogo
adoptó los nombres
que el poeta dio a las constelaciones
y el arte de escribir
vio la luz
en el vasto espacio oceánico
ÍCARO
I.
Ahí
donde existió la montaña sagrada
brotaba un bálsamo
que ofrecía salvación
Tomamos su liana
para dar el salto
al bosque de los insectos
y soldaditos de madera
donde los relojeros
trabajan arduamente
para reparar las antenas
y las patas quebradas de los grillos
La noche es un mandala
teñido por las plumas
de un pavo real
Una flor la atraviesa
en esta cordillera de luz
II.
El bosque aúlla
Vuelco los ojos
me lanzo desde la lágrima
infinita
que soy
Es el momento de volar
las flautas
caen del cielo
nos elevan al anillo
de la mariposa púrpura
Ahora
retumban
los tambores de la muerte
Somos el purgatorio
la caja de música
los sonidos
y las tuercas
Merecemos la salvación
presos
prostitutas
poetas
sobre todo los poetas
Fuimos ese bosque
la úlcera encarnada de América Latina
donde es necesario ser viento
tornasol radiante
como este sueño
VIENTRE DE LA MADRE TIERRA
Entran las Abuelas Piedras
a esta casa del sudor
Reposaron su sabiduría
en el Sagrado Fuego
antes de hacer su ingreso
Todo comienza en el Este
Abrimos la puerta roja
a la humildad
a la Madre Tierra
a lo que nace
El ritmo del tambor
es su latido
El Sur
el camino que toma el sol
Abrimos la puerta amarilla
a la voluntad
al agua del cielo
la que fecunda
Invocamos al crecimiento
los ancestros
las generaciones futuras
El Oeste anida
al que transita la oscuridad
sin perderse en ella
Abrimos la puerta negra
al poder
la sinceridad
el guerrero
En el Norte
ponemos nuestros sueños
Abrimos la puerta blanca
a la pureza
a la integridad
al aire
El verde es orden y equilibrio
azul el Padre Cielo
morado el Corazón
Invitamos a pasar al Cóndor y al Águila
animales que elevan nuestros rezos
al Gran Espíritu
con la promesa de ver
algún día
al Norte unido con el Sur