Bruja, obra que transita en distintos géneros literarios, por Fernando Salazar Torres

Presentamos una reseña sobre el nuevo libro de Víctor Manuel mendiola, poeta y crítico literario, quien ha sido además un destacado editor. La reseña es hecha por el poeta Fernando Salazar Torres.

 

 

 

Bruja, obra que transita en distintos géneros literarios

 

 

Víctor Manuel Mendiola es reconocido tanto por su labor crítica como por el desvelo editorial, que ha permitido construir El Tucán de Virginia, cuyas últimas publicaciones son verdaderamente importantes. Por lo regular los títulos de esta editorial vienen acompañados por un estudio crítico y dialógico escrito por distintos autores, además de la significativa traducción del poema en cuestión. A la par de toda esta serie de actividades, Mendiola, recientemente, publicó, La Bruja. Fábula en 42 escenas (La Otra Centena, 2017). Este poemario, que también es un cuento, paralelamente, está escrito para poder ser representado aunque de igual manera es un fragmento discursivo de contenido esotérico y extraño enmarcado en un dualismo espacio-temporal. La bruja es el personaje principal y ella se encarga de alterar la vida, la experiencia y la muerte de los otros personajes.

Aristóteles, en su Poética, explica a la fábula como la representación sencilla y/o complicada de la acción, que el poeta es capaz de desarrollar en el discurso. El epíteto añadido al título del poemario, “fábula en 42 escenas, justo refiere a la fábula según la comprende el estagirita. Por tanto, esta descripción mencionada sirve para advertir el contenido temático del poemario. Ciertamente, cada escena, cada poema, cada fragmento, es la continuidad del drama. Este drama implica una narración que, unas veces se prosa y en otras ocasiones se versa, guardando en cada momento la unidad de impresión, con la finalidad de acelerar el tono y expresar la rareza semántica como un híbrido. La bruja o hechicera, a través de la acción como fábula, en términos aristotélicos, trasgrede las vidas de los otros tres personajes (el niño, la mujer y el hombre). Dicha acción centrada en el personaje central provoca un movimiento en la construcción de las imágenes poéticas, en el discurso narrativo, y en la temporalidad de tal modo que provoca a final de la obra una sorpresa en el lector. La prosa exterioriza a la poesía. Y ésta construye la voz elocutiva de la bruja.

El poemario, en conjunto, es la reunión de fragmentos, de vidas. Lo fragmentario es disonancia, y la descompostura de la acción genera un texto extraño. Lo raro como elemento literario, ciertamente, no es algo novedoso, pues los poetas modernos lo inventaron, no obstante, en este libro se presenta, en su forma, de distinta manera.

El poema dramático, pensarán algunos, debe comprender cierta unidad de impresión con tono definido. Y aunque esto no es característica de La Bruja, porque tal unidad se quiebra tanto en su estructura como en su forma, la unidad radica más en la fábula según la define Aristóteles. Entonces, Mendiola ha retomado un carácter clásico, sostengo, tradicional, para combinarlo con distintos universos de la poesía moderna, tales como el quiebre, la disonancia, la simultaneidad, y la combinación de la prosa y el verso. Esta mezcla construye un dispositivo estético anómalo. El lector puede encontrar en este libro un modelo de la literatura contemporánea, no solo mexicana, sino universal. Desde hace bastante tiempo los híbridos literarios son una referencia inevitable para el conocimiento de las letras. Al menos en México esto tiene aproximadamente 70 años.

A continuación presento una brevísima muestra de La Bruja. Fábula en 42 escenas del poeta Víctor Manuel Mendiola.

 

 

 

1

 

La bruja sale de su casa

cuando la luz declina.

 

Camina tiesa con los glúteos saltones.

Las piernas cortas.

Las manos largas.

 

Cara de palo torcido.

 

En el borde del labio

tiene un lunar;

los ojos saltan

espectaculares

hacia las sienes.

 

Su falda nueva en realidad es un harapo.

 

 

2

 

La bruja se encuentra con un niño. Lo empuja y en el empujón lo orina.

Cruza la mirada con una joven en “sus días”. Ensucia la sangre de la muchacha con su flujo seco de vieja dura. La chica llora.

Tropieza con un hombre. Le arranca el corazón con la negra uña larga de su dedo índice.

La bruja mira cómo el niño, la muchacha y el hombre se detienen, abren los ojos, tiemblan y siguen su paso. Los lugares cambian de medida. El tiempo va más rápido o más lento. Las emociones duelen. Los pensamientos caen. Suena el teléfono. Tintinea un mensaje.

Los tres caminan callados, graves, diferentes en dirección a su casa a través de los pasos que resuenan fuera, sobre el pavimento, pero también dentro, en el espeluzno de la sorpresa y el miedo.

En el camino, ya no pisan con los mismos pies.

 

 

41

 

Ahora todos están sentados alrededor de una mesa en la casa maldita. En ese sitio todo tiene dos caras desdobladas que puedes ver al mismo tiempo. Dos caras que siempre son muchas, pero que siempre son dos: el lado de aquí y el lado de allá, el lado de abajo y el lado de arriba, el lado blanco y el lado negro, lo suave y lo duro, la vulva y el pene, la posición 1 y la posición 2, la cosa y la idea de la cosa. Lo demás sobra, excepto el cero.

En este lugar la bruja habla: —Todo se reduce a esto o aquello, a uno o a otro, y yo siempre me quedo sólo con una de las dos partes. Romper y rasgar me encanta. Lo incompleto es delicioso.

Entonces, la muchacha le dice a la bruja: —No te quedes con mi sangre.

El niño le dice: —No te quedes con mi ventana.

Y el hombre le dice: —No te quedes con mi corazón.

La bruja se cae de risa. Divertida, patalea en el suelo. Expele gases y centellas. Araña con su uña el suelo. Y se irgue más grande y con las manos más largas. Los mira con sus ojos de luna gorda nublada.

 

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