Dicen por ahí, de Gilberto Gutiérrez

Presentamos una breve crónica de Gilberto Gutiérrez sobre el box en el estado de Sinaloa y algunas experiencias respecto a este deporte de gran tradición en México.

 

 

 

Dicen por ahí

 

Dicen por ahí que en Sinaloa todos tenemos un amigo, un pariente o un conocido narco y me parece exagerado. Lo que sí creo que más factible es que todos tengamos un amigo, pariente o conocido boxeador o, cuando menos, que le encante el medio del boxeo.

Siempre he comparado a los que saben del boxeo con los pescadores. Como que siempre le ponen un poquito de más pero hablan con tal pasión que te subyuga y quieres escuchar más, desde el Macetón Cabrera, Púas Olivares, Pipino Cuevas, Mantequilla Nápoles, Ratón Macías, hasta la Chiquita González, Julio César Chávez, Maromero, Márquez y tanto cabrón que ha dado nuestro país a los encordados, siempre cada uno con una historia muy particular que relatar.

De los tiempo de antes era común escuchar que casi todos habían terminado en la miseria y metidos hasta los tuétanos en el alcohol o las drogas. Yo, desde el Betillo Gutiérrez y José Luis Soto, recuerdo escuchar hablar a mi tío Toluco del boxeo regional; él trabajó en la arena unión y era brazo derecho del promotor de box local Roberto Franco y desde entonces escuchaba el consabido “entra, recibe y sal”.

Las navidades era clásico que siempre nos amanecían dos pares de guantes rojos, siempre de buena calidad. Mi padre, que en su juventud en el barrio de la Cuchilla había practicado el boxeo, no quería que sus hijos, que éramos cinco, le saliéramos mariquitas, el término joto casi no se usaba, era como una ofensa fuerte, más bien se decía que era delicadito o muy finito para referirse a alguien afeminado. A mí en lo personal y lo confieso nunca me gustaron los golpes, yo fui fino pero nunca finito, aclaro.

Aunque no me pude escapar de ponerme los guantes algunas veces, esa adrenalina de partirte la madre con otro nomás por el puro gusto, acabarte el aire en el primer round y al otro día de que te pegaran estar echándole chingazos al costal para no volver a quedar en ridículo y no ser la torta como decíamos, pues el bullying no existía, era carrilla pura y de la buena. “Le tiene miedo, le tiene miedo”, era como escuchar “es niña, es niña”, y ahí vas a echar chingadazo a como Dios te diera a entender: cuál oper cut, ni gancho al hígado, ni recta ni jab, puro tontazo directo a la cabeza y pa’lante, cabrón, no se raje, mijo, pártale la madre, chíngate en él. La levantada de la mano y escuchar el “a’i tuvo, a’i tuvo” era toda la paga que se conjugaba con los comentarios de todo ese día y la noche de que qué chinga le había pegado a tal cabrón, así era la vida en aquél entonces.

Estando en la secundaria tuve la fortuna de conocer a un verdadero boxeador profesional. El Panchito Montiel, él no estaba conmigo en la ETI pero nos conocimos porque fuimos concuños, era novio de la hermana mayor de mi novia de esa época y nos tocaba ir juntos a las tardeadas a El Escorpio en el Hotel Florida, “dónde te pongo, cabrón, aguas ahí viene el Cochulito”. Soltaban las cadenas como a la gente VIP, nuestra mesa era respetada, “ese cabrón pega como patada de mula”, decían. Yo siempre fui y sigo siendo amable y educado, nunca me gusta meterme con nadie, pero no faltaba el envidioso que no le gustara que yo fuese bien parecido y con novia bonita para querer estar chingando pero gracias al Panchito y a mi novia y su hermana que eran karatecas nadie se nos acercaba en esos tiempos en que las pandillas emulaban a la película Noches de boulevard allá cuando rifaba el famoso Leyvazo en Los Mochis.

Del Panchito aún conservo su amistad, sigue practicando box y tiene un gimnasio en su casa en la colonia scally, siempre que me lo encuentro me invita, “ándale, cabrón, pa’ que te alivianes, no te voy a cobrar nada, tú ve pa’ platicar y agarrar cura, mijo. Yo te veo todavía como a un hermano menor”. Y lo agradezco pero ya a estas alturas para qué quiero echar chingazo, con lo que camino tengo para ejercicio.

Los primeros tennis Converse y pantalones Levis originales que tuve me los regaló mi compa el Panchito Montiel, nunca lo voy a olvidar como nunca voy a olvidar el día que lo acompañé a una de sus peleas en el lienzo charro, en primera fila y bien atendido junto a su familia. Todavía escucho ese sonido de los golpes contra el cuerpo y el splash del sudor que soltaban a cada golpe, son cosas que no se ven en la tele y que cuando los ves de cerca no se olvidan y menos cuando es tu buen amigo quien los recibe, creo que desde entonces no voy a una pelea. Ahora son otros tiempos, vivo en el barrio del Travieso Arce, de vez en cuando convivo con su papá y sus hermanos, a una cuadra de mi casa está el gimnasio Méxia que es donde se inició el Travieso. En el Montecarlo convivo de vez en cuando con Manuel el Cochul Montiel, papá del Cochulito. Ellos ya son otra generación que han sabido invertir bien su dinero.

Los Mochis cuenta con un centro de alto rendimiento del boxeo y estamos en espera de ver quiénes serán los nuevos ídolos del pueblo. Todavía falta mucho por escribirse en esta historia pero yo por lo pronto aquí tiro la toalla.

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