62 voces de la poesía argentina actual: Carlos Battilana

En el marco del dossier, Modelo para armar: 62 voces de la poesía argentina actual, con selección e introducción de Marisa Martínez Pérsico, presentamos al poeta Carlos Battilana (Paso de los Libres [Corrientes],1964). Reside en Buenos Aires. Ha publicado libros de poesía como: Unos días (1992), El fin del verano (1999), La demora (2003) o, Un western del frío (2015). En 2010 se publicó Presente continuo, una breve antología de sus poemas. En 2017 publicó el libro de ensayos El empleo del tiempo. Poesía y contingencia. Enseña literatura latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires.

 

 

 

 

 

 

El dulce porvenir

 

Cuando los mejores poetas de mi generación
curtidos por las drogas
la grasa y el vino excesivo
están haciendo pie
y pueden usar la palabra templanza
con toda propiedad

 

reunir poemas
evaluar con cierta distancia
sus tesoros
su cúmulo precioso

 

cuando cerca de los 50
la juventud
es una palabra
que ha sido usada
y se puede recordar
– sí, con alegría –
las viejas amistades
los duelos
los viajes pequeños

 

cuando
el poeta
de los grandes experimentos
pero de otros poemas
mejores aún
es una increíble
referencia
y ahora
puede
– finalmente –
distribuir
el aire
y la respiración
porque ha corrido tanto

 

yo aún
el poeta de la familia
el poeta que
literalmente
ha administrado la energía
el poeta del tenis
estoy cambiando a mi hijo
interminable
en el baño
posterior de la casa
y le digo
“te amo te amo”
y barro
bajo los signos y los hábitos
de antiguos mecanismos
la ropa la basura y me muevo
– ya ciego –
entre escombros de fuego
y no tengo, lo sé,
escapatoria
no puedo ni podré respirar

 

amo
con pobreza
como pude

 

pronuncio “te amo”
como una
invocación
como una oración religiosa
– polvo del camino –
la única propiedad
con base
en lo real.

 

 

 

 

El viento

 

Toco con mano indeleble
lo escaso de la materia.

 

En mi habitación
retiro a mis hijos, los abrazo,
les recuerdo
con palabras pequeñas
que el viento
es indestructible.

 

Brilloso como un témpano
el día
persiste
aquí, allí. Sin cansancio
recibo el deterioro
como una forma de avance.

 

 

 

 

*

 

 

 

 

En este
tiempo
escaso con que cuento
alejado del origen
miro la lluvia
el sauce
sus ramas eléctricas
y remojo con agua
con sangre
aquello
que se ha vuelto
pulida narración
pero que aún
cuenta
con algunos huecos
de donde
extraer
el segundo, los minutos,
estas horas que aquí
están
me rodean.

 

Si pudiera
acostar
el cuerpo
bajo el agua
haría
que las estrías y los borbotones
arrasaran el barro
el polvo acumulado por años
y disolvieran
el lenguaje
antiguo
las viejas palabras
hasta volverme burbuja
charquito
un poco de agua
en el agua.

 

 

 

 

 

Taller literario

 

Durante la dictadura
fui a un taller
literario
por la zona
de San Miguel.

 

Aunque
las generaciones jóvenes
no lo comprendan del todo
la fórmula
“taller literario”
por esas épocas
era
inconcebible

 

esas dos palabras
juntas
chocaban
en las aguas aéreas
del Espíritu Blanco
que fue el Proceso:

 

sin embargo
– a pesar de todo –
mi madre
(que silenciosamente
apoyaba el régimen)
intuyó
que el “Taller”
sería bueno para mí
y siguiendo el precepto
vallejiano
me ajustó el cuello del abrigo
para que en mis días
de adolescencia
por fin
del cielo
empezara a brotar
la nieve fría
de la vida.

 

Alfonsina y Hernández

 

Piglia y Asís
fueron pasto
de lectura
para esos alumnos de taller
(que también fui yo)
– operarios, maestras, oficinistas –

 

Allí entendí
que la ficción
podía ser
una forma del oxígeno
más allá de la conciencia

 

que las flores robadas
en los jardines de Quilmes
– el más bello título modernista que encontré –
podía ser una frase
que más que acercarme a “la realidad”
me preservaría del horror.

 

 

 

 

 

Las mañanas

 

a E. Zotto in memorian

 

Se me aparece Edgardo
en el hall,
transparente

 

hemos conversado
otra vez,
como si estuviéramos en Rosario
hace algún tiempo

 

el lento disfrute de los días
es
su manera de estar

 

la ironía benigna
lo acompaña
no la ironía del desposeído
ni la del rencoroso
sino
la que se inflige
a sí mismo
con una sonrisa

 

no tiene idea
de la muerte,
obviamente,
nadie la tiene nunca

 

me muestra la cicatriz
en su cabeza
debajo de su pelo raleado,
y hace un gesto
como diciendo
“no pasa nada
está todo bien”

 

habla a su modo
con gestos suaves
dulcísimos

 

agradece,
según me dijo,
no sólo la presencia
de la luz

 

también,
y sobre todo,
cada
mañana
del mundo.

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