Minificciones de Dina Grijalva

Presentamos una amplia muestra de minificciones por parte de Dina Grijalva Monteverde. Es una escritora mexicana. En la primavera de 2008 visitó Buenos Aires y nació como minificcionista. Desde entonces es hacedora y promotora de ese maravilloso género. Sus libros de minificción son: Goza la gula, Las dos caras de la lunaAbecé sexy y Mínimos deleites.  Ama a los Cronopios, cultiva un bonsái y sueña con habitar en Liliput. Es catedrática de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

 

 

 

La minificción

 

La minificción hispánica (espléndido género brevísimo: máximo una página) es lúcida, lúdica, etérea, irónica, onírica, icónica, mítica, mínima (y máxima), críptica (o nítida), súbita, intrépida, fantástica, magnífica, epifánica y quimérica. Jamás cándida.

Es éxtasis estético, vértigo, pájaro, relámpago.

 

 

 

Ana abrasa a Adán

 

Alán habla a Marta, a Ana, a Blanca: vayan a la playa, a Málaga, a La Habana, al mar. Ana aclara: ama la cabaña, las amapas malvas, las jacarandas anaranjadas, la lavanda.

Para acampar, la amada Ana –falda blanca, arracadas amanzanadas- nada avara, arma cajas, canastas. Halla pan, caña, calamar, pasas, pasta, garbanzas, habas, alcaparras, algas, fabada, papayas,  calabazas, manzanas, naranjas, granadas, nata, mazapán; para la salsa para la lasaña: albahaca, azafrán.  Al alcanzar la cabaña, la casa amada, la grata Blanca arma: camas, hamacas. Al alba, Marta martaja la masa para la tarta. Cada mañana, Alba asa a las brasas garnachas, patatas, castañas caras al paladar; gambas a la plancha, al acabar, apaga la llama. Ablanda al flan. Garrafas, jarras, naranjada, champán, grapa, cachaza. Crack.

Blanca y Adán aman la danza. Van al palmar, allá cantan, danzan: cancán, chachachá, samba, lambada. Arman la pachanga, la bachata, la jarana, la parranda. La dálmata llamada Alma ladra.

Alán y Ana van a la sala clara, Ana abraza a Alán, pasan a la cama, tras la mampara, tapan la pantalla a la lámpara, apartan las mantas, aplanan las sábanas. Ana saca la falda, la faja, las bragas; Alán, la chamarra, la casaca, la tanga. Ana palpa a Alán. Para acá, para allá, para atrás, hasta alargarla, hasta agrandarla. Alán aclama a la agasajada Ana, palpa, apalanca, afana. Para acá, para allá. Llamarada.  Al acabar: catarata, cascada, alabanza a Alá.

 

 

 

Redacción rápida

 

Jorge le pide una pausa, un tiempo. ¿Como una coma?, pregunta Elva. El  rostro de él se ilumina: sí, eso: un tiempo para respirar. Mejor pongo punto final, decide ella.

 

 

 

Desafío a la geometría

 

Realizaron el experimento sobre una cama que era un perfecto paralelepípedo rectángulo. Se colocaron de manera horizontal y paralela y demostraron que dos paralelas pueden encontrarse a través de una perpendicular (¡qué palabra!) que no solo las une.

 

 

 

Obsesión

 

Elegí la minificción como mi género literario y desde entonces mi pasión por lo mínimo es total: abandoné mi gran casa construida en medio de una alameda donde tan feliz fui. Ahora vivo en una buhardilla cultivando un precioso jardín, en él un bonsái da sombra a unas briznas de hierba. Contemplo y acaricio a mi caniche mini toy, mientras tomo mi petit dejeuner. Sueño con dormir una breve siesta y despertar en Liliput.

 

 

 

De México a Buenos Aires y viceversa o de la tinga al tango y todo lo demás

 

Viajé a Buenos Aires y acompasé allí mi corazón (y todo lo demás) al latir de un bello rubio. Con él conocí ciudad, paraíso e infierno.

Al regresar a mi país, extravié la maleta, me robaron el bolso y del dichoso rubio, ni sus luces.

 Ahora lloro sin tango, sin tinga y sin tanga.

 

 

 

Elogio de la pereza I

 

Me piden que amplíe mi jornada de trabajo, me dicen que en tan breve tiempo no podré prosperar en ningún oficio.

¿Cómo explicarles que he elegido la minificción como mi género ideal de lectura? Y de allí a su escritura solo ha habido un mínimo paso. Es el género ideal para quien ama disfrutar con deleite moroso cada línea feliz, cada palabra encontrada entre miles como la única.

 

 

 

Elogio de la pereza II

 

Aspiro a que mi jornada de trabajo no exceda del tiempo suficiente para leer un minicuento. Una jornada breve como «El dinosaurio».

 

 

 

Amor de novela

 

Siempre ha dicho a mis estudiantes que la literatura es parte de la vida. Ahora eso ha pasado de ser mera retórica y lo vivo en carne y alma: al escribir las primeras líneas de mi nueva novela, el personaje me deslumbró de tal manera que lo amé al instante. Página a página y capítulo tras capítulo mi pasión crece; aún no termino de escribirla  y ya he abandonado a mi marido y renunciado a todo por él. Lo que me desconcierta es que ni siquiera es el personaje protagónico.

 

 

 

Gestación y parto

 

Desea escribir un cuento perfecto. Elige palabras redondas: oro, mamá, ojo; palabras con alas: ave, mariposa, colibrí; palabras delicia: pan, éxtasis, perfume; palabras dulces: flan, grosella, cielo; palabra líquidas: mar, río, agua; palabras sonoras: fuente, piano, ruiseñor.

Cuando el cuento nace, lo toma de la impresora, lo besa con dulzura y lo coloca en la pequeña canasta donde lo esperan otros cuentos felices.

 

 

 

Las yemas de sus dedos

 

Me invitó a su sala privada y el calor de sus palabras me recorrió. Las yemas de sus dedos me llevaron a la embriaguez del deleite y de mi interior brotó una fuente. Alcanzamos el éxtasis acompasados en la misma frecuencia musical. Al despedirnos, temblorosos de placer, olvidamos intercambiar nuestros mails. Ahora navego en el ciberespacio sin lograr encontrarlo.

 

 

 

Impostergable

 

Juro que hoy sí lo dejo. Lo juro por todos los dioses del Olimpo. Esta situación es realmente insostenible. ¿Cuántas veces he dicho esta frase de melodrama? Años y años intentando dejarlo, alejarlo de mi vida, deshacerme de él para siempre. Algunas veces lo he abandonado por días o semanas. Pero siempre la nostalgia de su compañía me hace anhelarlo de nuevo cerca de mí, al alcance de mis manos, de mis labios ávidos de su sabor, de su tenue aroma. Y siempre surge así la excusa para el retorno.

Hoy ya nadie cree en mi decisión de alejarlo de mí. Me dicen que me daña, me domina, me enferma. Yo le he sido fiel, mi deseo de él ha sido más fuerte que cualquier consejo o buen propósito, por más que haya querido dejarlo. Pero hoy sí, lo juro:

No vuelvo a fumarme un solo cigarrillo.

 

 

 

Réquiem

 

Leyó que la escritura es un salto al vacío, sin saber a ciencia cierta qué nos espera abajo. El consejo era lanzarse. Después de días, meses y años decidió: se lanzaría a la aventura literaria. Tomó impulso, saltó, cayó en un manantial de aguas profundas. Entonces supo que no sabía nadar.

 

 

 

Él y yo

 

Hay instantes felices: él y yo nos amamos, jugamos, bailamos; lo llamo, acude, lo acaricio y él responde solícito a mis deseos. Es entonces cuando mi felicidad no tiene límites, un abanico multicolor de palabras parece desplegarse ante mí y torrentes de fluidos alegres surgen de mi cuerpo. Hay, en cambio, días en los cuales él se me rebela y es indó- cil, egoísta, mezquino; lo invoco y se niega a responder a mis demandas, a mis deseos. Entonces la desazón, el desasosiego y una profunda tristeza me invaden. Cuando siento que tal vez me ha abandonado para siempre, mi vida se torna gris. Cuando días, semanas o meses después, el lenguaje retorna a mí, regresan los sublimes instantes de dicha. Tal vez el placer siempre sea efímero, pero esos instantes fugaces de felicidad lo significan todo.

 

 

 

Me quieren cortar las alas

 

Desde que brotaron alas en mi espalda, me siento etérea; capaz de elevarme y volar. Desde que me brotaron alas me han querido encerrar. Me ofrecen un auto rojo, un empleo estable, un hogar ibídem, un puesto, una oficina, ¡qué se yo! Todo me ofrecen. Por envidia a mis alas.

 

 

El sesentainueve es sexy

 

Seducidos por el sesentainueve, sin sábanas, sin sonrojos, sin sigilo, sin solemnidad: Sencillamente sucede, saboreamos secretos sabores, succionamos, subvertimos, somos sabios, sibaritas, sutiles, salvajes, suaves, sensibles, nos solazamos, subimos, sacudimos, sudamos, sepultamos, sumergimos el sexo en saliva, ¡sexo sedoso, satinado, surtidor de sabores! Sonreímos, suspiramos, sentimos, seguimos, soñamos, sumamos, sorbemos, ¡sorpresa!: surge la sinfonía.

El sesentainueve es sabroso, sensacional, soberbio, sortilegio, sugerente, supremo, sustancial, suntuoso, sublime, superlativo, subyuga, satisface.

 

 

(MINI) CUENTOS DE CULIACÁN

 

 

Tormenta

 

Llueven vacas, dijo el poeta.

En Culiacán, llueven balas.

 

 

 

Cuestión de tiempo

 

Vivir en Culiacán y querer escribir una novela sería un disparate. Aquí nadie sabe cuándo le toca una bala. La única certeza es que cada día les toca a más de tres. Nadie podría estar seguro de poder terminar un texto extenso. Por eso he elegido la minificción.

 

 

 

Ciudad mía

 

Me seduce tu alegría, me llenan de euforia tus fiestas. Me asustan tus ruidos. Me embriagan los efluvios que de tus ríos brotan y vienen hacia mí, me rodean, me humedecen. Me encantan los colores que vistes algunos amaneceres y un sinfín de tardes felices. Me seduces, me asustas, me embriagas. Quiero huir de ti, y, cuando no estoy en ti —¿o tú estás en mí?—, te extraño. Me abrazas, me excitas, me cobijas, me aterrorizas. Tú impones un ritmo de frenesí en el vivir y alejas el temor de morir; pero no la muerte. En ti parece brotar la vida y acechar siempre su reverso. Me exasperan tus ruidos destemplados, amo el azul de tu cielo. Eres ciudad admirada y temida como ninguna: aquí se muere de muerte natural: es natural que un cuerpo atravesado por un cúmulo de balas llegue a su fin. Culiacán es tu nombre.

 

 

 

Ciudad roja

 

En mi ciudad los lectores de periódicos nos hemos convertido lenta pero inexorablemente en vampiros. Buscamos las páginas rojas que sabemos de antemano chorrean sangre. Nos relamemos desde que abrimos el periódico. Los vespertinos son de hecho solo páginas rojas. En los cruceros, los conductores vampiros devoramos primero con los ojos los titulares sangrientos y compramos —ávidos de detalles y con manos temblorosas— las masacres para saborear con fruición y voluptuosidad la sangre.

 

 

 

Metamorfosis

 

Me he transformado de una «persona incapaz de matar un insecto», en una asesina serial. Tal vez el hecho de vivir en una ciudad donde día a día asesinan entre tres y cinco personas, la mayoría jóvenes menores de veinte años, me ha insensibilizado y el matar se ha vuelto parte de mi naturaleza. La primera vez que maté no fue fácil. Fue como cruzar una línea sin retorno. A partir de ese día, he matado sin piedad. Hoy por primera vez mis víctimas son muchas. Y confieso que al contemplar los cadáveres tirados en la banqueta de mi propia casa, sentí un placer casi voluptuoso. El saber que las flores de mi jardín ya no serían dañadas por las hormigas me acercó a la felicidad.

 

 

 

El dinosaurio en Culiacán

 

Cuando murió, el sicario ya no estaba allí.

 

 

 

En el fragor del espanto

 

No sé si es esta ciudad nos está matando o somos nosotros los que la asesinamos día a día. Y no sé si vivo entre sombras de muertos o sombras de vivos; pero sí sé que siento que algo nos arrastra hacia un negro abismo.

Por ello, cual moderna Scherezada, cuento cuentos intentando derrotar a la muerte que ronda y ronda a mi alrededor.  

 

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