62 voces de la poesía argentina actual: Hugo Francisco Rivella

En el marco del dossier, Modelo para armar: 62 voces de la poesía argentina actual, con selección e introducción de Marisa Martínez Pérsico, presentamos al poeta Hugo Francisco Rivella. Nació en Rosario de la Frontera, Salta. Algunas de las distinciones recibidas: Primer Premio Poesía Juegos Florales Centroamericanos y Panamá, Guatemala, año 1985. Primer Premio Fondo Nacional de las Artes, Concurso de Canciones de Raíz Folklórica. Primer Premio Poesía Concurso Bianual para Poetas Éditos, Cultura de Salta, 2008. Primer Premio Poesía Concurso Poesía Gilberto Owen Estrada, UAEMex, México, 2011. Primer Premio Poesía En el Tercer Concurso Poesía en Paralelo Cero, Ecuador, 2016. Primer Premio Poesía Concurso Nacional de Poesía Provincia de Córdoba, 2016. Algunos de sus libros editados son: Caballos en la Lluvia (FNA, Alción Editora), Zona de Otros Días (Sec. de Cultura, Salta), Piedra del Ángel (UAEMex, México, 2011), Espinas en los ojos (El Ángel, Quito, 2014), entre otros.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Qué hacer con esta rosa?

 

¿Qué hacer con esta rosa?

¿Dónde ponerla ahora?

¿Si el amor se desliza por mi cuerpo y me abandona?

Hoy puedo preguntar a dios por las esferas, por el camino invisible del otoño en mis ojos, la piedra que perdura en la quietud del siglo y las fauces del tiempo midiendo mi garganta.

En la noche hay un toro deformado y ateo.

En el fondo de mí, dios sigue indeciso.

 

 

 

 

 

Caronte pasa con el cadáver de mi madre

a mi dolor

 

El óbolo bajo la lengua de los muertos no sueña en el avaro,

ni es la llave que abre el corazón de la reina para que Caronte

la cruce al Más Allá. 

El río es la furia de dios en manos de un mendigo,

Dolor, Odio, Fuego, Olvido.

Los perros guardianes del infierno velan tiempo y espada,

sus cabezas de fábula mordisquean mis huesos.

Todo es cruel y la noche es una mueca trágica.

Ha muerto mi madre y no tiene una moneda debajo de la lengua,

pienso cuando se agrieta mi ternura.

¿Podrá llegar al Paraíso? Mis ojos están fijos en su cuerpo.

No aletean mariposas sobre sus párpados y el cielo es un espejo

de niebla que me aplasta.

¿Podrá cruzar el límite del tiempo cuando sea sólo polvo su esqueleto?

¿Vendrán caballos a integrar el cortejo?

 

Disimuladamente

me toco la moneda que he puesto debajo de mi lengua para que

 

mi madre no cruce el río solita.

 

 

 

 

 

 

Espejos equivocados

 

Una y otra vez

me llaman los fantasmas que habitan los espejos,

la mirada torcida del bizco al fondo de mi niñez de barro,

el verde manoseado de los árboles y el silencio que teje la boca del mudo.

Sortean mis pasos los charcos que la lluvia demora en la vereda,

el florista encendiendo una rosa,

los estragos del río en el confín del mundo y el corazón vaciado de la madre que llora.

 

Se fracturan mis ojos cuando muge la noche.

 

Por el espejo salgo a desafiar al mundo,

al sueño polimorfo de mi cuerpo en la cruz.

Una y otra vez

me apuñala Dios que secretea sus cuitas a una estatua.

Me importa amarte con todos los tendones, con el

rostro en las manos y la vida disuelta entre los pecadores vitoreando el lanzazo.

 

Me abalanzo al espejo para encontrar mi sombra.        

 

 

 

 

 

 

Amenaza

 

Un animal feroz  ante la noche hociqueando mi dentro y mi secuestro,

lo que enceniza al tiempo,

la palabra sudada,

la celda en la que soy su prisionero.

Pulsa la sien del verso,

late como un estruendo de cigarras,

el animal acecha mi esqueleto y el hálito de mi último relámpago.

Yo sé que viene a mí, viene y perviene,

o viene de mil formas  con sus garras,

golpea la puerta cuando me descuido y arremete hasta los últimos rincones de la casa.

 

Poesía,

en la garganta como un tajo,

el animal que eres me amenaza.

 

 

 

 

 

 

Las mujeres de Juárez

 

¿Dónde las cruces rosas?

 

Bajo el cielo de arena de Juárez,

Chihuahua, cuando México cruza la línea de la muerte,

la frontera amputada,

los carteles del ciego de un puñal en la espalda,

la lápida y el lobo con las garras abiertas.

Allí las cruces rosas.

 

Los cementerios arden.

Dejo una margarita en el camino,

en la huella de la mañana con su sombra amarilla,

en los pechos cortados y en la aureola del pezón que desangra

sus ríos tormentosos.

 

Neyra Cervantes ronda la noche y con ella,

Lupita,

Bárbara,

Esmeralda,

desnudas como el agua de sus ojos.

Las víboras arrastran espinas, el diminuto brillo de la muerte en su lengua.

 

¿Qué rituales deshojan tus polleras?                                                                                                                         

¿Qué ceremonias en tu piel morena?

 

Las muchachas destellan otros nombres.

 

El espejo vuelve a asesinarlas porque el puñal regresa

a lastimar el pulso que grita en las madres de polvo.

 

Las Mujeres de Negro desanudan la trama de una rosa en el barro.

 

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