Cuatro poetas de Quintana Roo

Presentamos, dentro de la serie de poesía del sureste que prepara Alejandro Rejón Huchin, una breve muestra de poesía actual del estado de Quintana Roo. Los cuatro poetas que se incluyen en esta selección son John Mcliberty, Macarena Huicochea, Omar Ortega Lozada y Raciel Manríquez.

 

 

 

Introducción

 

La presente muestra reúne cuatro voces del estado de Quintana Roo, que si bien, bifurcan en los temas tratados, no se notan distantes en las líneas estéticas, los poetas que aquí se presentan toman elementos de lo cotidiano, incluso atisbando implícitamente algunos rasgos de la región; la descripción existencial de la “distancia” con lo “otro” como representación inmersa de la alteridad es una constante que va desde algunas voces que comparten el lenguaje cotidiano entremezclado con una realidad fantasiosa que anhela impregnarse en los objetos evocados, hasta una voz existencial que logra manifestar en los espacios descritos un barroco que siempre ha estado presente en la región, mostrando hasta cierto punto la modificación sustancial en la cosmovisión de los habitantes y la proyección que esta tiene en la vida cotidiana de cada uno de ellos.

El orden que se le ha dado a la muestra depende enteramente del aliento lírico de los autores, en primera instancia John Mcliberty evoca en sus versos el tema de la infancia y de la cultura pop para describir un estado existencial en los objetos, mediante la temporalidad de la imagen y la cotidianidad es como el poeta alude a un estado donde  no se deja llevar por la inmediatez de “las cosas”, sino que ve más allá del absurdo que las envuelve, caso paralelo a la poeta Macarena Huicochea quien intenta aludir a este plano existencial desde un lenguaje más demediado tocando los temas del dolor y la ausencia con una utilización más compleja de las imágenes; por su parte, los poetas Omar Ortega Lozada y Raciel Manríquez, se caracterizan por una poesía de largo aliento en la que los versos se sostienen por la intensidad que connotan.

 

Alejandro Rejón Huchin

 

 

 

 

 

 

John Mcliberty

John Mcliberty (Chetumal, Quintana Roo, 1987). Licenciado en Educación. Egresado de la Red de Educación Artística en línea de la secretaria de cultura y las artes de Yucatán (REDALICY). Becario en el Encuentro Regional de Literatura “Los signos en Rotación del Festival Interfaz del ISSSTE 2014” en el género de poesía. Promotor cultural, fundador y miembro activo del grupo literario independiente “Colectivo Colectivo” desde 2012. Sus poemas han sido publicados en las antologías Voces de agua, Caminos de la lluvia, muestra poética de Cancún. Ha participado en los talleres literarios Ramón Iván Suárez Caamal y Héctor Carreto. Actualmente tiene un poemario inédito “Éramos chamacos”.

 

 

 

Esta angustia de regresar los 7

 

Esta angustia de regresar a los 7

y no poder salir a jugar al patio de la casa de la abuela 

donde altísimos árboles ataban las palabras del aire.

 

Los árboles parecían islas aéreas

sobre ellos se aprendía a deletrear los sonidos de la intemperie

 y a enfilar todos sus colores. 

 

Esta angustia de recordar los amagos de los árboles

cuando el viento los ajaba entre sus fauces.

 

 

 

Una película de softporn

 

¿Qué jovencita luce mejor esos tacones

y el escote a punto de, como dedo en el gatillo?

Héctor Carreto

 

Ayer vi una película en el Canal Once

me enamoré de la protagonista

era una chica pelirroja

hermosa como un puñado de cien dólares

extraviados en alguna calle de Nueva York.

 

La chica se llamaba Marta.

En pocas palabras la película simbolizaba

el mito de la caverna de Platón

en la vagina de aquella muchacha pelirroja.

 

Pero en la caverna de Marta

los hombres venían desde afuera

se introducían y ellos solos

se colocaban los grilletes.

 

 

 

Macarena Huicochea

Macarena Huicochea. Realizó estudios en Letras, Psicología y Ciencias humanas. Autora de Blasfematorio (1988), La Caricia de la Esfinge (2010) y Umbrales (2015). Laboró en el Instituto Mexiquense de Cultura como Coordinadora de Difusión Cultural, Jefe del Departamento Editorial, y Subdirectora de la revista Castálida.

 

 

 

Senderos

 

Sigue la huella que mi sangre escribe entre las rocas que arrojé detrás de mí para impedir tu paso.

Descubre el lenguaje que las sombras murmuran en el espejo roto de mis manos.

He arrojado el cadáver de mi última mirada sobre el amplio desierto de mi vientre, que te extraña, y he descubierto que el destino es una herida que trazamos agrietando nuestros pasos.

Caminamos en espirales, tejiendo laberintos de los cuales culpamos a los astros, ignorando la guía de las estrellas y desconociendo las voces que nos hablan desde el viento, que inventan jeroglíficos en el fuego y signos vitales en el agua.

La tierra nos es ajena y extraña, y tú y yo hemos olvidado que somos semejantes en este necio afán de atesorar el infortunio.

 

 

 

Escrito en el cristal

 

Trazo en la nieve letal de tu silencio las voces que bajo mi piel crepitan.

Escribo en el agua, en el fuego y en el viento, con puñados de arena.

Soy tierra abandonada donde afilan sus dientes los soles de cada mediodía, sementera reseca que bebe la sal de sus sudores y el vaho oscuro que brota del arado roto entre las piedras de mi vientre.

Y entonces soy la oscura lámpara de aceite enfebrecida, hundida entre la nieve.

El aguijón de miel de la memoria y el polvo ensoberbecido de los sueños ocultos en el cristal de las ventanas.

Soy el páramo bajo el que murmuran un río subterráneo y una caverna en la que el agua arde sin encontrar su cauce.

Soy el nocturno insecto que danza enloquecido hasta incendiar el vuelo de sus alas y devorar su sombra.

La nieve de tu silencio me incinera, quema la sombra de mi sombra, enciende los demonios que me habitan y muero, una y otra vez, hambrienta de tus manos… mientras la llaga de tu ausencia repta lentamente, sembrando sus humores y venenos en mi carne abierta a las caricias que no llegan.

Lo único cierto es este trazo que grabo con las uñas en el cristal de las ventanas y esta celda que construyo, día a día, con tu recuerdo.

 

 

 

Omar Ortega Lozada

Omar Ortega Lozada (1978). Reside en Quintana Roo desde 1986. Integrante del taller literario Syan Caan de Bacalar. Fue director de la revista literaria Sonarte. Autor de los cuadernos de poesía Matices de la piedra (1994), Donde la noche se hace llama (1995), La suerte de las aguas (2016) y Aleteos de colibrí (2016). Poemas suyos han sido publicados en diversas antologías y revistas impresas y electrónicas. Obtuvo el tercer lugar en el Concurso Nacional de Literatura ISSSTE 2015 y el Premio de Poesía Rosario Castellanos (2016), otorgado por la Universidad Autónoma de Yucatán.

 

 

 

#Corto circuito

 

Luces de neón las luciérnagas en el desierto.

Alguien a lo lejos gritó que un diluvio ocurriría.

De mi boca brotó otra luz que azuzó la tea que adentro guardaba nuestro miedo.

No hubo necesidad de nubes para conformar el relámpago que ambos fuimos.

Un cucurucho -la unión de nuestras sombras-

evitó que la noche hubiese sido siniestrada.

 

La oscura brevedad de tu cálida lluvia fue la bienvenida

que hallé en la oquedad que forma el deseo entre las dunas.

 

Y de pronto fuimos dos atípicas corrientes cuyas aguas convergieron en el delirante

[síncope del deslave sobre nuestras líquidas pieles que sólo la luna pudo

[resguardar en el lánguido canto de los grillos

y en la memoria de los charcos.

 

Consumido el tiempo

sólo atestiguamos un corto circuito en el tendido del alba.

 

 

 

 

Piedra angular

(fragmentos)

 

13 de julio, 1932. Por la tarde.

 

Aquí está la piedra. Paciente como ella pocos; estoica ante el tiempo y la intemperie.

Quizá el rayo o el sismo la cimbren o la rajen. La apatía la pulveriza.

 

28 de julio, 1932. 5:00 p.m.

 

Me fue negado el ópalo de los días. Nec spe, nec metu, sin más armadura que la soledad, aquí estoy: no más vida que sabe a muerte.

 

Otros amores no necesito / Ni quiero / Aunque el enigma se devele / Sólo el de quien me ignora / Amable como una tumba…

 

Con el atónito aleteo de una parvada la muerte pronunciará mi nombre, escupirá la acuarela del delirante clavel que dejará mi sangre después de obsequiarme su metálico beso, trepanará la piedra sobre la que construí estas ruinas para dar paso al túnel donde la luz se decolora, y ese instante será el sonido que carraspeará el recuerdo cuando detones mi nombre.

 

 

 

Raciel Manríquez

Raciel Manríquez (Cd. México). Estudió Relaciones Internacionales en la UQROO y la Maestría en Periodismo Político en la Escuela de Periodismo “Carlos Septién García”. Becario del CONACULTA y el Instituto Quintanarroense de Cultura, en la disciplina de letras (2004). Colabora en la publicación y edición de la plaqueta de poesía y narrativa: Cartapacio, del taller literario de la UQROO. Es profesor de Creación literaria y de Fotografía. Colaborador en la revista Río Hondo desde 2004. Autor del poemario Rugir de olarasca (2005) y escribió la colección de cuentos para niños Los guardianes, editado por la Comisión de Derechos Humanos (2014), el poemario Luna en voz alta (2015). Mención honorífica en el Premio Internacional Caribe – Isla Mujeres de Poesía 2015, con el poemario Casasombra.

 

 

 

Promesa de silencio

 

La música habita entre las paredes y los muebles de madera; acaricia en la resonancia de violines y sonidos de viento, y tú, concentrada en un tejido interminable, como los minutos en la contemplación de un paisaje. La selva reverdece a ese ritmo, con el sonido de agua, al calor de sus vapores y su musgo. Sus raíces entretejen un velo oscuro con la tierra, florece en silencio y no existe la muerte. Mi abuela del sur, la incorrecta y bendecida, la amiga y la elegida por la montaña. Levantas la mirada, dices de la vida y vuelves; hilos de luz renacen en tus dedos, el destino es testigo y van como las moiras hacia la prenda del mar azul profundo. ¿Acaso Odiseo es la promesa de aquel silencio?

 

 

 

A trasluz

 

¿Qué puedo hacer con este insomnio? ¿Qué con la noche cuando llega tan lenta? Me refugio a trasluz y persigo vuelos nocturnos. Acabo con la vida y de mi puño a veces escapa un poco de polvo. Afuera se escucha lluvia pero son las hojas de mi árbol que bailan una danza de estrellas. ¿Acaso la lluvia no se fragmenta en pequeñas chispas de luz?

Me niego a permanecer en el mundo, mi bostezo alcanza dimensiones de sueño, me acomodo y un armadillo brinca desde el buró y escapa bajo la cama, lo escucho, murmura cosas en idioma de selva.

La oscuridad habita, y me señala con sus ojos de ámbar: pequeñas luces que ubican a los aparatos inertes, me estiro, y ya estoy en una ola que sumerge y revuelca mi cuerpo dentro de su turbio constante.

Camino las horas, la pesadez me acompaña, atraviesa las paredes después del pasillo oscuro. Estoy ya en la magia de la luz al abrir la puerta, el agua por mi garganta… Regreso de la noche y en mi cama encuentro a alguien, tiene mi cuerpo, la mirada perdida y se pregunta: ¿Qué puedo hacer con este insomnio?

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