Presentamos la tercera de tres partes de una muestra de nueva poesía boliviana preparada por Gabriel Chávez Casazola. Se trata de una brevísima antología con dieciocho autores nacidos entre 1985 y el año 2000. En esta oportunidad aparecen poemas de Valeria Sandi, Anahí Maya Garvizu, Marcia Mendieta, Lucía Carvalho y Antonio Javier Chávez.
Valeria Sandi
(Santa Cruz, 1991)
Arte poética/Palabras
1.
Llevo dentro
una luciérnaga
herida
sobre mis palabras.
Cómo sostener su luz
sin condenarla
a mi dolor.
Mi escritura
busca zurcir mi carne
mientras la aguja
va cosiendo
los piquetes de la memoria.
Son mis ojos
esperando tinta
como la lluvia
aguarda su arena.
2.
Desde las entrañas
de mis palabras
me va creciendo
la luz de luciérnaga.
Se prepara
mi cuerpo:
es una selva erguida
queriendo
hilar el fuego
y hacer pasar
sobre la sangre
toda la poesía.
Anahí Maya Garvizu
(Chuquisaca, 1992)
Solsticio
La mañana ilumina el polvo suspendido
mientras ella barre el centro del patio de tierra.
Con qué lentitud cae la polvareda
sobre las semillas de algarrobo.
No sabes escribir pero lees las horas
en los ojos de los gatos,
la intensidad de la tormenta
en el comportamiento de los insectos,
la fertilidad en el espacio de corteza a corteza.
No barras el rastro de las gallinas, abuela
conocimos la sensación de ingravidez
en el piar de un polluelo
entre las garras del sacre
que agitando las alas hacia el sur
en pocos segundos trastornó el horizonte.
El peso del cántaro de agua en la cabeza
es el tipo de cosas que hace ver todo diferente.
Donde sea que mires la distancia es infinita
pero te acercas al paisaje sin miedo
guiada por el sonido estridente de las chicharras
y soportas el ardor de la piel al sujetar el mechero.
Tú atizas cuanto en verdad importa:
la fuerza intangible con que sanas el pecho entumecido,
ordeñas las vacas cantando y con firmeza
señalas que “hay que acercarse a ellas como a todo”.
Tu voz atraviesa banda a banda en busca del caballo
y escuchas la cercanía del galope apoyando el oído en la tierra.
Qué extraña manera de llegar donde estamos,
poseedores de una herencia sin origen:
la piel pálida, las manos curtidas
los talones como un delta de grietas deshabitado,
lejos de ellos y lejos de nosotros.
Los robles se agitan en el cerro
la brisa suspende la arena
y parecen vistos tras una cortina de niebla.
La magnificencia que genera la escoba en tus manos
regala un poco de la oralidad de un mundo menguante.
¿Recuerdas? Todo parecía música entonces.
Un suceso
Me detuve al observar
cómo un globo esquivaba las ruedas en la autopista.
Su fragilidad transgredió un destino vertical
cuando un niño lo recogió alejándose sin mirar atrás,
nadie a quien contarle, nadie que comparta el asombro
solo el reojo de la estatua de Bolívar
que por un momento casi suelta su caballo
para dejarlo correr por la ciudad.
Marcia Mendieta
(Santa Cruz, 1992)
Las mujeres de mi casa
Las mujeres de mi casa
se visten de risas certeras:
antídoto sutil
para sobrellevar el calor de los días de verano.
Su risa las lastima
cuando olvidan sacar de la alacena
los deseos baldíos
los frascos de amargos brebajes
la lluvia punzante del invierno
y las heridas cosidas con sal.
Las mujeres de mi casa
pronuncian idiomas cercanos
con ritmos distintos.
Defienden su fe
con fe
y ahuyentan sus miedos
con miedo.
Las mujeres de mi casa
se creen inmortales
porque han descubierto
la receta para andar livianas
aun cuando cargan con añejas memorias
en bolsas de viaje.
Se reconocen poderosas
por esa extraña costumbre
de hacer temblar la casa
y en instantes
volverla a construir.
Compás
Se escucha
el ruido de los vagones,
metal contra metal
frenando en sincronía
y volviendo a partir en el estruendo.
Se escucha
el rumor de los pasos,
la gente de caminar incesante
que no se detiene a pensar
en la respiración
ni en sus latidos.
Se escucha
el timbre de los teléfonos
y las conversaciones ajenas
que han sido separadas por ondas,
ondas que no se ven
ondas que no se sienten
ondas que sí se escuchan,
así como se escucha al tiempo
sin comprender sus ritmos.
Se escucha
el tintineo de las monedas,
que no tienen otro valor,
ni otro poder,
que el de sostener la rutina.
Se escucha
el ruido de las escaleras,
de esas salidas de emergencia,
que emergen
hacia la misma emergencia
que es el mundo de afuera,
la calle que canta
con cadencias voraces.
Pero la mujer
sentada en el piso
apartada del tiempo
y sus prisas
no escucha su voz
no escucha sus gritos
no escucha su falta de sentido.
No escucha.
Lucía Carvalho
(Santa Cruz, 1993)
Virgen y suicida
Discos y discos
Se mueven tus caderas cubiertas de encaje rosa pastel
Calzones blancos esconden tu sensualidad
En tu boca guardas un poquito de magia
Desde tu ventana ves un mundo dorado que brilla y no puedes tocar
En el colegio, entre faldas tableadas
Tu inútil inocencia olvidada
Margaritas caen de tu cabello y giras y giras hasta despertar sola en un campo gigante de fútbol
Discos y discos rotos
Te descubrieron, te quitaron la magia que te quedaba
Y la magia se hace agua
Tu cuarto es un río y flotas
Enjuagas tu fragilidad imaginaria
Esta mañana es diferente
Hoy quieres salir y ver el mundo arder
Todo está listo
Todo está roto
Hay olor a gas
Y estás tú, en llamas
/Nuestra culpa Inés/
Respuesta o continuación a las Redondillas de Sor Juana Inés de la Cruz
Todos necios Inés
Los que te culpan
Tantas ganas de placer, tantas
Pero tú Inés, no olvides tu falda larga
Tus botones cerrados, tus calzones blancos.
Para que después te los quiten
Inés, esos necios te siguen
Les gustan tus fotos
Las guardan y luego
Hablan de tus caderas
A veces de tus nalgas
Cuando seas la novia, Inés
La culpa no acaba
No seas cargosa, dicen, se cansan
No seas fría, piden, se van
No vale la pena Inés
Nunca ganas
Si decís que no, ¡bruja!
Y si te gusta, ¡perra!
Todos necios Inés,
Eso no importa
Baila hasta abajo
Como tú quieras
Inés, ¿algún día dejarán de culparte?
¿Culparme?
¿Culparnos?
Inés,
Somos necios.
Antonio Javier Chávez
(Sucre, 2000)
Pero la soledad te sigue por delante
es tu condición primigenia
la semilla de la que huyes y vienes
como huían tus padres,
y serás de ella cuando estés muriendo
sólo de ella en tu entrega más devota
con nada ni siquiera un amuleto
mientras viajes por la mar inmensa
donde el Dios sumerge los suspiros
le darás los brazos
cada uno de los dedos hueso a hueso
toda la amada estructura que te sostuvo
se abrazará ya despojada de otros cuerpos y colores,
solo por fin solo pero con tantos
todos ellos como tú
que vuelves al principio,
a la soledad que hecha una bala perseguía a tus padres
cuando terminaron de amarse
y te engendraron.
Esta camisa
¿quién la puebla?
¿Seré yo
el que le da
su forma
y ese toque galante
de color
acristalado?
O la poblará
acaso
todo lo que me falta:
fe en el aire
dos ojos nuevos
el sol acariciándome la espalda.
Lee la primera parte de la muestra aquí
Lee la segunda parte de la muestra aquí