El río de Heráclito en la poesía de Antonio Machado

Presentamos un ensayo de Andrea Azucena Avelar (Guadalajara 1997). Estudiante de la licenciatura en letras hispánicas de la UdeG. Becaria en el área de apoyo a la investigación de proyectos enfocados a la lingüística. Participó en la muestra de poesía Extática editada por Salto Mortal y las antologías Creadores literarios FIL joven(2013, 2014 y edición 20 años) y La Nave de los locos de editorial La Zonámbula editada en 2013. Ha publicado textos literarios en revistas como Luvina, Ágora 127, Fáctum y Vaivén. Apasionada de la lengua portuguesa.

 

 

 

 

El río de Heráclito en la poesía de Antonio Machado

 

Somos tiempo

Agustín de Hipona

 

Porque entonces el tiempo, todo entero,

no es más que una larga noche

Platón: apología de Sócrates

 

Entre los rebosantes textos realistas y naturalistas que llenan la segunda mitad del siglo XIX y que intimidan profundamente a los lectores del siglo XXI por su extensión y exigencia de contextualizaciones precisas para su comprensión llana, podemos encontrar una figura extraña que rompe con las estéticas de la época para crear la propia y atender a inquietudes que terminan por ser las del género humano, Antonio Machado, un poeta atemporal cuya preocupación más importante es, paradójicamente, el tiempo. El tratamiento binario – tal vez contradictorio- que Machado le da al tiempo en sus versos parte de la sentencia de Heráclito conocida aún por aquellos que como yo, no estamos instruidos en la filosofía: “Uno no se baña dos veces en el mismo río”.

Entre las preocupaciones latentes plasmadas en los versos de Antonio Machado se encuentran una serie de problemas filosóficos fácilmente atribuibles a la pasión inmensa que sentía por tal materia, incluso más que por la literatura misma. Aunado a los sentimientos finiseculares y al espíritu de la generación del 98 – abatida por la pérdida de las últimas colonias y las crisis políticas y espirituales- los temas de Machado representan una introspección que le permite tocar  fibras universales. Si Machado respondió de forma esperada o no  a su época, ningún juicio podría emitir yo, lo cierto es que su lírica en cuestión de tratamiento y fondo sobrepasó los contenedores temporales gracias a ciertos aspectos vitales: su sencillez de forma y el cuestionamiento del tiempo como preocupación inherente a la condición humana.

En 1917, diez años después de la publicación de su primer libro de poemas Soledades, Machado describe, a manera de prólogo de una reedición, los fundamentos y objetivos de su poesía a partir  de una comparación. En este fragmento el poeta apela directamente  a su amigo Rubén Darío, principal expositor de la corriente latinoamericana modernista, para definir la materia y el asunto de  sus pretensiones poéticas negando un vínculo con las aspiraciones,  los parámetros y recursos estéticos  procurados por este movimiento:

Yo también admiraba al autor de prosas profanas, el maestro incomparable de la forma y de la sensación que más tarde nos reveló la hondura del alma en Cantos de vida y esperanza. Pero yo pretendí -reparad que no me jacto de éxitos sino de propósitos- seguir camino bien distinto. Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu: lo que dice el alma al contacto del mundo (18)

Lo que ha encontrado Machado después de un viaje contemplativo hacia la voz del alma se presenta en los temas que pueblan sus versos desde su primer poemario, la cuestión que más causa desasosiego en el poeta, y ese miedo  lo comparte con toda la humanidad, es el paso indetenible del tiempo. Durante la etapa madura de su vida,  Machado escribe un “Arte poética”[1] (1936) a través de su pseudónimo más importante Juan de Mairena (nominado a sí mismo como poeta del tiempo). En este texto, cargado de un humor agudo, Machado manifiesta de manera consciente sus pretensiones líricas con respecto al tratamiento de esta realidad, una búsqueda por dilatar y contener, valiéndose de los recursos propios de la composición lírica y hasta donde sea posible, el tiempo.

En esta poética, Mairena – o Machado- estudia el tema de su interés en varios poetas y entre sus reflexiones reconoce el tratamiento magistral del tiempo en algunas coplas del escritor español Jorge Manrique, autor también citado por Jorge Luis Borges en su Arte poética: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar/ que es el morir”. Estos versos representan una de las metáforas modelo – “aquellas de las que podríamos hablar como ecuaciones” (Borges ,39) entre el fluir del agua y el recorrer de la vida. Dicho sea de paso, tanto Mairena como Borges apelan a la figura  de Heráclito como la autoridad filosófica del tiempo gracias a la frase que Platón le atribuye en el Crátilo: “Dice en algún lugar Heráclito que todas las cosas pasan y nada queda inmóvil, y comparando a los seres con la corriente de un río, dice que no podrías entrar dos veces en el mismo río.” Borges esclarece con sus propias palabras este planteamiento que a simple vista podría quedarse en la obviedad: “Aquí encontramos un atisbo de terror, porque primero pensamos en el fluir del río, en las gotas de agua como ser diferente, y luego caemos en la cuenta de que nosotros somos el río.” (42)

No sólo en las representaciones poéticas, sino a manera de arquetipo, los signos del agua siempre han estado estrechamente ligados con el paso del tiempo gracias a sus características físicas y  a la importancia del elemento para la vida; simbolismos existentes en todas las civilizaciones y con una presencia especialmente importante en los versos machadianos. Resulta necesario recalcar las cargas simbólicas por un evento biográfico que marcó el estilo del poeta: durante su primer viaje a París (1889), Machado conoce a Joan Moréas, creador del manifiesto simbolista; la obra de los poetas franceses apegados a esta corriente tendrá un impacto igual de  importante que sus lecturas de juventud donde figura el poeta postromántico Gustavo Adolfo Bécquer.

Para profundizar en la cuestión de los signos, en el diccionario de símbolos encontramos que: “Las significaciones simbólicas del agua pueden reducirse a tres temas dominantes: fuente de vida, medio de purificación y centro de regeneración” (Chevalier) que a su vez implican una idea de totalidad y ciclo infinito, inconmensurable idea que coincide con las propiedades temporales bastante lejos de la percepción y comprensión de los humanos como seres con estancia y capacidades finitas. En un afán por dominar este miedo intentamos someter el tiempo a la razón de los números, lo tangible y lo contable y gracias a esto “será posible posteriormente sorprender su ritmo, descubrir sus cadencias, aceptar su melodía” (Muñoz 15). Sin embargo, este logro es sólo una victoria parcial, pues la naturaleza del tiempo, no depende ni de la  consciencia ni de la comprensión humana.

En mi aún corta experiencia de lectura -y de manera tal vez un poco tajante- encuentro dos tratamientos diferentes al tópico del tiempo a lo largo de la poesía de Machado que responden a su inquietud y su -no podría ser de otra forma- vano intento por apaciguarla. Dichos tratamientos no necesariamente antagónicos ni cronológicos plasman la destreza del poeta para contener en palabras aquello en lo que en la realidad, el hombre es incapaz de detener. Su conjunción representa un  acto sensato del ser humano: el de ceder, después de una reflexión interna que se refleja en el exterior, ante las fuerzas que superan su alcance. 

El primer tratamiento se trata de una negación ante la sentencia de Heráclito.  Machado propone una unificación de todos los tiempos, una condensación que reprima la naturaleza fluyente del tiempo para detenerlo todo en un momento. En el poema XVIII de Soledades titulado El poeta, La voz poética cuestiona: “¿Qué es esta gota en el viento / que grita al mar: soy el mar?” Con esta abstracción  Machado  condensa en el signo de la  gota de agua el valor del tiempo y a su vez ésta reclama su validez ante un mar que representa  una masificación: un pasado no abolido y un futuro al que no se ha llegado y cuya identidad es reclamada por el presente de la gota de agua.  En una versión menos condensada, y también más popular, la sentencia que ejemplifica este primer tratamiento del tiempo, es su frase: “Hoy es siempre todavía” tal vez extraída y rehecha a partir de la estrofa CLXXXIII de “Complementarios”: “El adjetivo y el nombre/ remansos del agua limpia,/ son accidentes del verbo/ en la gramática lírica,/ del Hoy que será Mañana,/ y el Ayer que es Todavía”

El segundo tratamiento sería la reproducción fiel del pensamiento heracliano, identificable en sus versos más famosos publicados en “Proverbios y cantares” del libro  Campos de Castilla y que se popularizaron gracias al cantautor Joan Manuel Serrat -en una respuesta a los intereses sobre el folklore y la tradición oral que también son una preocupación relevante en la obra del poeta- : “Al andar se hace camino/ y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca /se ha de volver a pisar. // Caminante, no hay camino, /sino estelas en la mar.” Donde la imagen del mar ha cambiado en su composición, ahora es una masa compuesta de un pasado inalcanzable y nada más.

Ambos tratamientos que pueden parecer contradictorios, no figuran en la poesía machadiana en un orden progresivo: conviven incluso dentro del primer poemario Soledades.  Dar importancia a la incidencia cuantificada de cada tratamiento, sería opacar el carácter dual y cualitativo; pues es el que dota de una doble visión (y el que mejor concuerda con la naturaleza incongruente del ser humano) encaminada a enfrentar el duelo con el que nacemos: la aceptación de la muerte.  Esta obsesión por comprender la esencia del tiempo, que tanto mortificó a nuestro poeta,  desemboca sólo en la derrota ante el primero y último de los males que tenemos certeza llegará. Si bien nihil novi sub sole, y no es la obra de Machado pionera en lo abordado, sí es refrescante en el tratamiento estilístico que no sólo logra contener el cuestionamiento filosófico, sino romper con los parámetros de su época y traspasar y poner a la mano de un público atemporal y cambiante la inquietud sobre el tiempo. Al final el tiempo le gana al hombre, pero en una derrota que no lo es del todo, el poeta es capaz de capturar su esencia dentro de sus versos.

 

 

 

[1]Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo)”

 

 

 

Bibliografía

 

Borges, Jorge Luis. «II La metáfora.» Borges, Jorge Luis. Arte Poética. Barcelona , 2001. 37-59.

Chevalier, Jean. «Caballo.» Chevalier, Jean. Diccionario de los símbolos. Barcelona: Herder, 1986. 208-217.

Machado, Antonio. Poesías completas. DF: Austral , 1994.

Mondolfo, Rodolfo. Heráclito. Textos y problemas de su interpretación. México: siglo ventiuno, 2000.

Muñoz, Juan Fernando Ortega. El río de Heráclito. Estudio sobre el problema del tiempo en los filósofos españoles del s. XX. Málaga: Universidad de Málaga, 1999.

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