Presentamos una muestra de Luis Eduardo Barraza (Venezuela, 1990). Licenciado en Letras por La Universidad del Zulia. Ha publicado los poemarios Solicardia y Los días arqueados (traducido al italiano). Ganador del Concurso Anual de Poesía de la Librería Lugar Común 2016 y de La Grapa Literaria (2010). Poemas suyos han sido publicados en Carruaje de pájaros, Poesía, Hermanos Chang y Letralia. Poemas suyos también han sido traducidos al Portugués y al Inglés y publicados en las revistas Otro Páramo y Latin American Literature Today respectivamente. Actualmente residenciado en Colombia.
Debo obligarme a escribir, por una suerte de horror, equívoco o destino, no saber, dudar, quizá el destino mayor, diría Shakespeare, o por necesidad también, como un río que tuerce su cauce imaginariamente para perderse y adentrarse en sí, lagunado y laberíntico, estridente de murmullos y multiplicidades
O como lluvia de sal
que corroe manuales de conducta
caer
ciego y hacia todos los lados del horizonte, traduciendo el vacío de las entrañas (no demasiado, lo necesario apenas), obligando al cuerpo, siempre obligando:
a enderezar el rumbo de las noches, de la columna, la calvicie, el sin sentido o la apatía; el invariable error ortográfico que somos, inútilmente en el espacio, como transitando una calle sola, manchando el blanco lácteo de la hoja y del uni-verso, clandestino y especular, neciamente arreando fantasmas y derrotas, como la de mirar por la ventana el lento transcurrir de una tierra ajena
y callar
callar
tres veces callar y verme huir bajando en mí mismo la cabeza
porque estoy aquí
comulgando con el hambre y la inocencia
porque sigo aquí, habitual (y ellas conmigo), como ausente entre las líneas
de la historia y el recuerdo, detenido y putrefacto, con una fiebre intransferible que me brota entre los huesos
como un río que busca enderezarse y perderse en sí
para siempre
porque a lo mucho, y si algo he aprendido, es que irse alejando de uno mismo es la mejor manera de encontrarse alejarse del padre, o la madre, hundiendo cada vez más las manos en un costal de hielo, y como desnudo sin estarlo, como en paralelo con la costumbre de la asfixia: acostarse a dormir, muy quieto y sin ronquidos, dilatado, por años y años, como si uno mismo muy al fondo del poema
atragantado de nada
y aspirando
a más
Así, como perdido entre la multitud, a gachas, con un zapato roto y la otra mejilla dispuesta
o una joroba plástica
o un poco más de humildad
[quizá una fractura, una vulgar y precisa, para desarrollarme una postura nueva, una más adecuada degeneración de mi ya descompuesto cinetismo, aullante con lentitud de miope, mi oficio atravesado en una torpe coreografía de amor, expuesta, museidal:
mi todo resumido
mi indecencia articulada entre veredas de espejos]
y si bostezo y corrijo, hormigas humanitarias que desgajan amablemente mi carne, como un extraño acto de salvación, y miento, y mi residuo cotidiano de invalidez, acumulándose, y como aspirando a la pared, mi voz tendida en un arco y un perro cruzado de obeliscos bajo él, porque si miro es por falta de cerraduras en las entrañas, y si me contradigo es porque adolezco de respuestas, y si me devuelvo es por mi padre arrugando canciones en la ventana, y si voy, y cuelgo la cuerda en la viga más alta
y me convenzo
y otra vez la mejilla
para no perder la costumbre:
y así
toda una morfología de la derrota
tatuada en mis balidos suprarrenales
porque tuve una voz
y no me arrepiento de haberla extraviado
porque lo he ganado todo
disimulando
apenas
con una poca de sal
y unas cuantas hojas donde ocultarla
Noche 6
(pseudo único)
Uno CORRE PIEL ADENTRO cayendo en sí, leprosos atrás, decimales también, la redención no puede con tanta tierra acumulada, si te falta aire es hacia adelante que estás naciendo oscurecer, hegemónico, en pedazos, como mutilaciones de bolsillo a cualquier hora, quien las necesite, que toque el timbre, y deje el alma coagulada en una cajita con ovejas desaliñadas, que nadie vea, por favor, que así se hacen imposibles a la vuelta de la esquina, en parálisis de hospital, doblando por el medio aunque decimales repitan, y tú en pedazos cayendo, entre la sarna que consume y los unicornios sorprendidos infraganti, así el silencio que desinfla, así el destino entre algodones de sangre, así, como si escucharas saturado el cotidiano transitar de más arriba, sus pétalos sin ojos, sus caras premonitorias que se ensañan, y corriendo, una culpa menos, das saltos hacia atrás, otra vez de lagunas infectadas, donde una muchedumbre aprieta el círculo discriminatorio de una efervescente zooplastia que te inventa cuando cayendo
hacia más
las bocas te ilimitan