Cuento mexicano joven: Joselo G. Ramos

Presentamos un cuento de Joselo G. Ramos (Zacatecas, Zacatecas, 1990). Estudiante de la licenciatura en Letras en la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ha colaborado en publicaciones como Crítica de El Diario NTRLa Soldadera de El Sol de Zacatecas ACultura, así como en los blogs Efecto AntabusRevista Marabunta y El Guardatextos. Fue becario del Festival Interfaz “Desdibujando Límites” del año 2017 en la ciudad de Monterrey. Miembro del Taller Literario Alicia en la ciudad Zacatecas y autor del libro de cuentos Más inquietante (Hijos de Alicia, 2017).

 

 

 

 

Como quién vence a la noche

 

S.V.R.C.

Soñadores, ellos nunca aprenden.

Daydreaming

 

Yo no pido mucho, sólo que se me recuerde como alguien

al que quizá por miedo a la noche dejó de existir.

Ezequiel Carlos Campos

 

La primera noche fue un sentimiento persecutorio que inició dentro de un ropero, pasó bajo la alfombra y aguardó el resto de las horas en el tocador. Cualquier movimiento podría alertarlo de mi consciencia. Yo estaba tenso bajo las sábanas, forzando mis párpados a no abrirse. Sólo deseaba que aceleraran las manecillas y ver el albor entrando por la ventana. Lo consideré un miedo tardío, uno que debió llegar en la infancia, cuando dormiría arropado por una luz tenue. No fue así, y vi mi valentía prematura desvanecerse en estos tiempos, donde no hay padre ni madre corriendo a socorrerme de la sombra que inundara mi habitación. Sin esperanza tuve que soportarlo y sólo saber de aquello acechante que, sin darle invitación o razón alguna para entrar, ahí estaba.

Pasé nervioso el resto del día, errando en cada tecla que mis dedos pisaban, a veces escribía saldrá en lugar de saldría y valerá en lugar de valdrá. Fue cuando escribí salamandra, palabra completamente ajena a la redacción de un oficio fiscal, que me di cuenta del inconveniente en mi cabeza. Con la excusa de ir por aspirinas salí a la calle para buscar entre la gente a aquello que pasó la noche conmigo. Creí verlo sobre tacones y faldas, en narices y cabello, en voces y ojos. No lo encontré, preferí volver al trabajo que a seguir jugando a que era yo quien ahora lo perseguía. El tiempo variaba en velocidad hasta que llegó al número de salida. Aún no me reponía del sentir agudo que se mudó de mi cabeza al estómago, y en unos minutos tenía un compromiso poco común en mis últimos años.

En medio de cafés y risas pude olvidarlo, pero el tiempo se comportó burlonamente fugaz. Una vez en casa tuve que apagar los bombillos que encendí. Después de cambiar mis ropas e ir a la cama, me vi a oscuras, esperando que aquello se hubiera equivocado de víctima. Cuando volví a darme cuenta de mi existencia, sólo deseé que al abrir los ojos cualquier luz indicara el final de la noche. No fue así, la negrura siguió expandida por doquier, y aquello latente respiraba muy cerca de mí. Suspiré enfadado, casi convencido de ir a buscarlo, pero justo al momento de querer impulsarme, aquello se desplazó por la alfombra y se detuvo al pie de mi cama. Los dos nos mantuvimos inmóviles, y hasta que clareó en la ventana, pude levantarme y comenzar la rutina. Tal vez aquello, al igual que yo, tenía otros compromisos durante el día.

Logré mitigar el malestar y el recuerdo, estuve absorto en nimiedades hasta el punto de sentirme feliz. Bastó con pasar por una vitrina para que se esfumara mi buen humor, porque lo percibí dentro de cajas con golosinas, iba de una en una hurgando como rata. Entré y compré la última en que se había metido, pedí que la cerraran con un listón y salí escondiéndola en mi abrigo. No sabía si quemarla aprovechando que estaba adentro, pensé en tirarla por el desagüe, aunque podría escapar y en pocos días tenerlo de vuelta más agresivo. Telefoneé a quien podía dejárselo, sin explicarle nada fui hasta donde vivía; toqué el timbre, salió, hablamos por un rato, le di la caja y me fui sin darle muchas explicaciones. Tomó el obsequio como cualquier detalle efímero, era imposible que sospechara de la horrible angustia que estaba metiendo a su casa.

Después de una pesadilla abrí los ojos y estaba parado frente a la cama. Traía puesto mi abrigo, cuyo largo lo hacía ver diminuto, pero amenazante. Sin mover más que mis labios le pedí que se fuera; no era bienvenido, nunca busqué su compañía, sin embargo, se mantuvo terco en provocarme miedos indescriptibles. Cuanto más le gritaba, más crecía su presencia, hasta que no tuve de otra y recurrí por desesperación a las lágrimas. Aquello, tal vez uniéndose a la oscuridad, desposeyó mi abrigo dejándolo caer. Ya no sentí su presencia, aproveché la tregua para dormir, pues tanta falta me hacía. Cerré los ojos pensando en que mañana volvería con una forma distinguible.

Por esto sigo con ideas errantes. Mi entrega fue aquella noche cuando soñé que caía, pero al despertar seguía cayendo. La incipiente señal, una gotera en el baño; luego pasos yendo hasta el umbral de mi habitación. Como la primera vez me encontraba rígido, temeroso de cualquier movimiento que hiciera. Sus pies tocaron la alfombra, subieron por cada mueble, por un rato se quedó quieto frente al espejo, luego siguió andando por las paredes y el techo. Daba giros alrededor de mi cama, hasta que sentí lo que nunca creí que haría: su peso sobre el colchón. Se arrastró dentro de las sábanas, lentamente se acercó a mí, me tocaron sus manos y fueron rodeando mi torso a la vez que yo caía en un profundo sueño.

Antes de abrir los ojos pude sentirla respirando contra mi cuello, algunos de sus cabellos en mi mejilla y yo abrazándola. Tomé valor, de un impulso separé los párpados, esperaba lo peor, pero ahí seguía, durmiendo como si nunca lo hubiera hecho. Respiré aliviado por la presencia de la noche, por las angustias que trajo y se llevó. Pero otra vez, un miedo, recorriéndome hasta llegar a los ojos, se apoderó de la pasajera tranquilidad. Temí a que, con la primera luminiscencia colándose por las cortinas, ella despertara, y después de ponerse sus ropas, se marchara, tal vez para ya nunca verla de regreso. 

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